Iquique colonial: El Morro camanchaca

En horizontes prehispánicos, el guano de aves marinas de la Isla convocó la llegada de flujos caravaneros de los señoríos hegemónicos transaltiplánicos, convirtiendo a la caleta vecina en una suerte de factoría, si consideramos, por una parte, las necesidades de la gran cantidad de viajeros y de llamos circunstantes; y por otra la celosa política ecológica y de fiscalización incaica sobre los depósitos de guano, conforme señala Garcilaso Inca de la Vega (Vega 1609:300).

Ese fue el primer ciclo del guano, al que procedió una segunda fase de explotación española iniciada por el encomendero Lucas Martínez Vegaso (siglo 16). Este es el primer europeo que se interesó en el manejo del abono, haciendo que los camanchacas lo extrajeran de la Isla y lo trasladasen a sus campos en los valles ariqueños de Ocurica y Guaylacana (Jorge Hidalgo y otros 2009).

En un tercer ciclo, el abono natural potenció el hasta entonces anodino asentamiento pesquero y promovió positivamente el desarrollo protourbano de lo que se dio en llamar Iquique. En dos palabras, el guano operó como su producto estrella y referente fundacional , con nuevos énfasis que harán que ya no sea más la diminuta caleta de lánguidas y nubladas mañanas invernales, en que el sol se despierta y levanta más tarde.

Factor fundamental en este proceso de desenvolvimiento económico-demográfico fue la gestión del arrendatario del puerto Juan Donoso (siglo 17). Sin embargo, la configuración de Iquique como entidad poblacional se consolida con el también arrendatario Antonio Cuadros, en el siglo 18.

Poder comprador

En 1607, los oficiales de la Caja Real de Arica informan que el trato del guano de Iquique “es uno de los más provechosos del partido, y sin el cual no se puede vivir en toda esta costa” (Vicente Dagnino 1909: 166). De esto, podemos concluir que la actividad guanera y el comercio marítimo implícito vienen de antes de 1607. Como es de creer que todavía no se regularizaba (no se fiscalizaba) esta actividad extractiva y de tráfico se realizaba de manera informal por cuenta de dueños de embarcaciones, comerciantes fleteros y consignatarios de Arica, donde se desembarca y también se reexpide a puertos de más al Norte, e incluso a zonas del Alto Perú.

Cuando los Oficiales Reales afirman que sin el guano “no se puede vivir en toda esta costa”, están testimoniando la importancia e impacto que tiene en la agricultura del extremo sur del Perú y quiénes mejor que ellos para verificarlo, puesto que eran los encargad0s de la fiscalidad y estadística de las actividades económicas del corregimiento. Tanto es así que repararon en la necesidad de someter la pesquería y la actividad guanera a tributación (Dagnino 1909: 166).

No podemos omitir otros dos bienes de exportación colonial iquiqueña, como el charquecillo de congrio deshidratado y salado, que tenía el plus de larga vida; y la brea, un aditivo elaborado con la resina de la especie vegetal sorona (Tessaria absinthoides), utilizado para el calafateo de barcos y para embadurnar el interior de las vasijas de vino. Extraña que ambos productos fueran demandados desde Arica, donde también habían camanchacas (changos), lo que nos induce a presumir que eran productos auténticamente iquiqueños.

Las sociedades prehispánicas emplearon también la brea como aglomerante de materiales como el barro y la piedra en la construcción de viviendas.

El Morro

Sin lugar a duda, El Morro es el barrio germinal de Iquique. En retrospectiva histórica, sabemos que existieron otros asentamientos prehispánicos en sitios del entorno de la actual ciudad, como El Colorado, Cavancha, Huayquique, etc., pero ninguno de ellos reúne como él los requisitos tanto de trazabilidad como de continuidad ocupacional, verificada en el sector playero y de frente a la Isla.

La arqueología ha señalado un cementerio vinculado a sociedades de pescadores ancestrales, emplazado en lo que hoy sería calle Serrano, entre Pedro Lagos y Covadonga, con una antigüedad de 1200-1250 después de Cristo (Julio Sanhueza 1989: 120). Justamente el área donde se conformaría el núcleo protourbano colonial, más o menos alrededor de 1778. Lo anterior no significa que la data indicada sea un hito temprano de la presencia humana en esta costa; en absoluto, sino que debe entenderse como contexto funcional a los propósitos de este artículo.

Para localizar espacialmente el asentamiento indígena que desde principios del siglo 17 comenzó a llamarse Iquique , es conveniente revisar la descripción – si bien es cierto más tardía- que en 1765 realizó el Alcalde Mayor de Minas Antonio O’Brien:

“El puerto es formado de una pequeña punta que sale de la playa y una corta Isla llamada del Huano que casi se une con la punta de tierra” (Antonio O’Brien 1765).

O’Brien traza un perfil marítimo en perspectiva oblicua Sur-Norte, partiendo por esa “pequeña punta”, que suponemos debería ser la desembocadura costera de la actual calle Wilson (punto donde se originó el nombre Morro), mientras que el espacio habitacional podríamos asimilarlo territorialmente al perímetro de la actual Remodelación El Morro, entre Wilson y Gorostiaga. Para entender el extremo Norte, habría que trazar una línea imaginaria entre la Isla y la playa.

De igual modo, O’Brien destaca que en la bahía puede atracar todo tipo de barcos y a poca distancia de la Isla. Para la transferencia de carga Isla-nave no se contaba con infraestructura alguna y probablemente el embarque del guano se realizaba utilizando el único punto disponible: una playita de conchuela blanca que ofrecía el contorno isleño por el Este-Sur-Este (Vidal Gormaz 1880: 7).

En materia de abastecimiento de agua, para 1765 se advierte una innovación, puesto que además de la tradicional fuente de Pisagua Viejo, que queda relegada a segundo plano y consumida sólo por los indígenas, comienza a traerse agua desde Arica, de mejor calidad potable y también de mayor precio: cuesta 8 pesos la botija, el doble de la anterior.

Hacia 1768, el creciente movimiento naviero motiva una reconversión laboral eventual, ya que los camanchacas alternan su habitual oficio de pescadores y balseros con el de porteadores de cargas destinadas a Huantajaya, signo también de repunte minero. Como quiera que fuere, se presume que se trataba de un trabajo no permanente, sino sujeto al arribo de barcos (Carlos Donoso: 2008:61).

Toda una costa en arriendo

No existe certeza acerca de la fecha en que se instituye el arriendo del puerto de Iquique. Rómulo Cuneo Vidal es quien más trata sobre esta materia, pero presenta una cronología bastante discontinua. A su juicio, ello habría ocurrido tras la administración de la dinastía de los duques de Monterrey y Montecinos (siglos 17 y 18), cuando los ingresos de la encomienda de Arica e Iquique comenzaron a disminuir (Rómulo Cuneo Vidal 1977 Volumen IX: 212).

El arrendamiento del puerto significaba expresamente conceder a un particular el privilegio de explotar los recursos de origen marítimo y se definía en una subasta pública que se celebraba en Arica, protocolizada por los Oficiales de la Caja Real, Esta era la encargada de percibir el canon de arriendo para remitirlo a España al encomendero.

El contrato regía por cinco años en que el arrendatario o portero gozaba del derecho de disponer inicialmente de la mano de obra de los 27 indígenas tributarios del encomendero asentados en las caletas de Camarones, Pisagua, Iquique y Pabellón de Pica. Al agregársele más tarde indígenas de la desembocadura del río Loa, los tributarios llegaron a sumar cuarenta. Ellos debían extraer guano y a la vez elaboraban charquecillo de pescado y brea, a fin de que el arrendatario los comercializara a beneficio propio.

A título de obligación, el arrendatario o portero se comprometía a habilitar una pulpería para provisión de los iquiqueños y los comerciantes de la provincia. Al parecer, también debía procurar agua potable, trayéndola de Pisagua Viejo.

Adicionalmente, al portero se le concedía el título de Juez de Marina (Lamagdelaine y Orrico 1974: 7).

Hay margen para plantear que el primer portero fue Juan Donoso, aunque de manera informal, ya que su ejercicio fue anterior al establecimiento oficial del mecanismo.

Entre 1618 y 1619, el encomendero Pedro de Córdoba y Messia arrienda los puertos de Iquique, Pisagua y Loa a Juan Donoso (Julio Aguilar y Priscilla Cisternas 2013: 168).

Córdoba fungió como encomendero ausente por ser funcionario del virreinato, razón por la cual confiaba la administración de sus negocios a otro funcionario, Damián Morales Usabal, radicado a la sazón en Arica, antes de establecerse y echar raíces en Pica. Fue éste quien contactó a Juan Donoso para que se involucrara como arrendatario.

La escritura estipulaba que, a nombre de Pedro de Córdova, Damián de Morales arrendaba a Donoso los puertos de Iquique, Pisagua y Loa en la suma de 1.800 pesos anuales, por un periodo de 4 años.

En el siglo 17 esta periferia costera y anodino lugar geográfico del Virreinato del Perú, es ya un centro de producción y también de exportación, si calibramos que en torno a la Isla se genera una cadena logística de transferencia, distribución y comercialización. En efecto, el tráfico del guano despliega un amplio circuito marítimo y un comercio que se abre como abanico en un vasto espacio de circulación mercantil extra regional.

Juan Donoso destaca como un empresario dinámico que expande el negocio del pescado seco y del guano hacia diversas áreas: Arica, Moquegua y Cuzco; Oruro y Potosí; y por el Sur hasta Atacama. Poseía una flota de siete barcos y dos chinchorros (Aguilar y Cisternas 2013: 168). En Iquique contaba con carpinteros de bahía, entre ellos Gaspar, apodado el “Chino”. Suponemos que no era un apodo, ya que Chino era un apellido, de origen puquina.

En cuanto a las relaciones laborales y al capital humano, la realidad no ha sido mejor que la que describirá un cronista inglés seis décadas después: un sistema productivo que se basa en la mano de obra esclavizada bajo un régimen patronal de fuerza ejercido por la sola presencia de mayordomos y capataces. Increíbles relaciones de poder coercitivo y resignada sumisión.

En la Isla, camanchacas y después también negros son sometidos a jornadas de trabajo que deben haber excedido fácilmente las 12 horas. Las cualidades prodigiosas del abono operan como eficaz factor publicitario. La necesidad agrícola gatilla el consumo y éste la demanda. El creciente arribo de naves se traduce en mayores exigencias de extracción intensiva.

Los camanchacas de “tierra firme” eran los encargados de transferir el guano a las naves, es decir, eran al mismo tiempo balseros y estibadores. Además de producir charquecillo y brea, debían traer el agua desde Pisagua.

Habida cuenta de la reducida dotación de braceros y de los rudimentarios medios de producción existentes, es posible imaginar que las operaciones de embarque eran lentas y determinaban para las goletas guaneras estadías superiores a un día. En tales circunstancias, se suscitarían requerimientos de agua y alimentos que debían proveerse desde tierra firme. Más de alguna cocinería habrá satisfecho esas necesidades, al igual que la pulpería y la venta de charquecillo, como se constatará en 1715.

En Iquique, Donoso construyó al menos una casa de piedra (la suya) y además el que ha sido primer templo iquiqueño: el consagrado a la Inmaculada Concepción (Donoso 2017: 29) , saqueado por piratas en 1681. Donoso fue benefactor de dicho templo. Entre otros obsequios, lo dotó de ornamentos para los sacerdotes que visitaban esporádicamente la caleta. En su testamento (1637) dispuso una cláusula que impedía que esa indumentaria religiosa fuera sacada de Iquique, “sino que allí esté siempre para decir missa a los yndios quando baje algún sacerdote” (Aguilar y Cisternas 2013: 187).

Donoso formalizó su testamento el año 1637, fecha probable de su fallecimiento y cuando el encomendero Pedro de Córdoba ya había dejado de existir.

Buscando la Isla

Aunque en enero de 1681 el plan de John Watling, capitán del “Trinity, era dejarse caer sobre Arica, estimaba que no estaban dadas las condiciones para acometer el intento. Entretanto, sintió el deseo de buscar y tomar la isla de Iquique, a fin de recabar información sobre el sistema de defensa del puerto del Morro. Elegir a la Isla para tal efecto, revela que no estaba dispuesto a delatar su presencia en aguas bajo dominio español. De hecho, le costó mucho dar con el objetivo, ya que su navegación la hacía a gran distancia de la costa.

Fuentes de este episodio son la obra escrita en 1686 por el cronista pirata John Exquemeling (también Esquemeling) titulada “ The buccaneers of America” y otra bajo igual título por Basil Ringrose, publicada en 1685.

Iquique es el único topónimo que recoge Exquemelin al relatar los hechos acontecidos en este litoral. Si bien la versión de Basil Ringrose publicada en 1682 contiene un escueto dibujo que menciona los topónimos Iquique (isla) y Morro de Tarapacá, se trata de la copia de un material cartográfico confeccionado por españoles en 1669 y que cayó en manos de la misma expedición (ahora comandada por Bartolomew Sharp), tras capturar la nave “Rosario”, el 29 de julio de 1681; o sea, seis meses después de su incursión en Iquique.

El desconocimiento de esta costa se hace evidente si consideramos las dificultades que tuvo Waitling para ubicar la Isla. Y si bien a bordo mantenía prisionero a un piloto español y pese a que éste reveló que en los cerros detrás de Iquique habían minas de plata, no conocía el litoral, por la simple razón de que la navegación era a gran altura.

Calculando estar en el área marítima de su interés, el lunes 24 de enero de 1681 John Watling envía dos botes con la orden de explorar y desembarcar en la isla, con el consabido propósito de recabar información acerca de la situación en Arica.

En horas de la tarde del día martes 25, regresó uno de los botes sin haber podido dar con la isla. Por la noche, retornó el segundo bote. Estos marineros tampoco la avistaron, pero arribaron a un punto del continente donde hallaron una ballena muerta con cuyos huesos los españoles habían construido una choza y le habían puesto una cruz. En el lugar yacían también fragmentos de vasijas (Exquemeling 1686: 405).

Los exploradores piratas no dieron con un lugar habitado y la choza con una cruz podría significar que se trataba de una señal para navegantes.

Watling decide enviar un tercer grupo, con la expresa orden de reconocer la Isla. A eso de las 4 de la tarde del miércoles 26, observan desde la nave una humareda que se desprende de un arrecife blanco, lo que no podía ser sino una señal de que la última expedición sí había llegado a la Isla; de manera que se despachó una embarcación con refuerzos. En el intertanto, sin embargo, regresó el segundo de los botes de la primera emisión con la novedad de que traía cuatro prisioneros tomados en la isla: dos españoles viejos y dos camanchacas, además de mariscos, pescados y dos botijas de vino.

Conforme a otra versión, los prisioneros fueron dos camanchacas viejos. Se trata de un texto publicado en 1684 y que en su portada expresa, muy discretamente, que fue publicado por un tal P. A. Esq. (Philip Ayres 1684:54). Sospechamos, con no poca certeza, que se trata del mismo Exquemeling.

La Isla y la caleta

No han faltado quienes identifican a la Isla con la pequeña población reportada por los exploradores enviados por Waitling. El informe de éstos habla de unas 18 a 20 casas, junto a una capilla construida de piedra y con el techo cubierto por cueros de lobo marino . La información agrega que en dicho caserío viven cerca de 50 personas, la mayoría de las cuales escapó al arribo del bote (Exquemelin 1686: 406). Es más que obvio que se refiere a la caleta: si hubiesen sido habitantes de la Isla les resultaba imposible huir, como no fuera lanzándose al mar.

En sus referencia a la Isla, dice el cronista que a ella “vienen frecuentemente barcos desde Arica a buscar guano”. La describe como superficialmente de color blanco, pero precisa que el subsuelo es rojizo (Exquemeling 1686: 407). Obviamente, porque contiene mantos de guano fósil.

Agrega que para conseguir agua, los naturales están obligados a navegar en una barca “hasta el río Camarones” (debiera ser Pisagua Viejo). Un plano inglés de esos años consigna precisamente esa vertiente: “Spring of Pisagoa” (William Hack 1685).

El cronista anota que en la Isla, a cargo de un capataz español, hay entre 40 y 50 indígenas. “Van casi desnudos y son gente bastante robusta y fuerte” y a renglón seguido lanza el comentario estigmatizador: “aunque más parecen bestias que hombres” (Exquemeling 1686: 407).

Nos imaginamos la imagen de esos infelices camanchacas obligados a roturar la dura superficie salpicada de costrones, triturarlos y fragmentarlos, antes de acopiarlos para finalmente ensacar o envasarlo el guano en botijas. No pueden sino exhibir un cuerpo semi desnudo totalmente impregnado del fétido y penetrante polvo del abono orgánico.

Trabajar en las covaderas constituía una real desgracia: el amoniaco del estiércol era letal a plazo retardado, porque en contacto con la humedad del tracto respiratorio estimula la presencia de ácido nítrico, tornándose altamente corrosivo para el sistema pulmonar.

El geógrafo Alejandro Bertrand dio a conocer en 1879 que las indias guaneadoras del pueblo de Tarapacá sufrían hemorragias nasales por el solo hecho de lanzar puñados de abono de pájaros marinos a las plantas (Bertrand 1879:24. ¡Qué menos podía esperarse para los camanchacas de la Isla!

Por otra parte, bastante ilustrativo es el dato de que esos camanchacas tienen los dientes teñidos de verde y esto debido al hábito de masticar coca, la que les es distribuida en cantidad restringida. Síntoma claro de una aymarización que viene de más antiguo.

Aparte de algo de alimento, se les proporciona vino, como una manera de “evitar que se vayan”. Hay que retenerlos, porque son el primer eslabón en la lucrativa cadena del negocio guanero.

El cronista pirata omite mencionar que saquearon el templo de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción. Esto lo sabemos por la constancia que dejó en el libro de su parroquia vicarial el cura de San Lorenzo de Tarapacá, Manuel de Rivera:

“A 5 de febrero año de 1681 entro el enemigo a Yqueyque y se llevó la corona de plata de Nuestra Señora y rasgó sus befas y un manto de lama 543” (Lamagdelaine y Orrico 1974: 1).

Este acto de pillaje debe haber ocurrido el miércoles 26 de enero. Cuando el cura tarapaqueño reporta 5 de febrero, debe de tratarse de la fecha en que él se enteró del saqueo, informado por terceras personas. De acuerdo a la crónica de Exquemelin, los piratas comandados por John Watling desembarcaron en Iquique el lunes 24 de enero de 1680 y pusieron proa hacia Arica el jueves 27 del mismo mes.

Patronimia camanchaca

Según fuentes documentales, en 1666 Pedro Callahuasi es cacique de Iquique y de Camarones y como segunda persona tiene a Pedro Niño, quien es a la vez cacique de Pisagua (Rómulo Cuneo Vidal: Obras Completas, Vol. 1:482). Es decir, la autoridad del jefe camanchaca iquiqueño se extiende por el norte hasta Camarones.

De acuerdo a partidas de bautismo de la iglesia Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, a Iquique se le denomina alternativamente Puerto; Yqueique es Bajo Molle. Entre los años 1686 y 1691, quedaron registrados allí los apellidos camanchacas Pucolla, Sillauca, Chulla, Gualchar, Gualtari, Urisinco, Saplau, Lojocha,, Camachi y Lamiau (Larraín y Bugueño 2011).

A propósito del Sillauca del párrafo anterior, un siglo antes, en un documento temprano (1561), aparece un camanchaca de nombre Cilauca, sirviente del encomendero Lucas Martínez Vegaso (Glave y Díaz 2019).

En una segunda fuente, del año 1688, encontramos los siguientes apellidos camanchacas: Joiaguallanca, Sellacama, Chorve y Sampinillo (Lamagdelaine y Orrico 1974: 2).

“Una bella caleta”

Una gratificante referencia documental acerca de El Morro o Iquique colonial es la que nos brinda el “Plan de l’Isle de Iquique”, diseñado por el capitán francés Ioaquim Darquistade (7) quien en 1715 inició una navegación hacia Sudamérica, a bordo del “San Francisco”, navío artillado con 18 piezas de cañón.

En febrero de 1715, el “San Francisco” llega a la costa de Brasil y en abril de ese año continúa a Chile, alcanzando la Tierra del Fuego en ese mismo mes. Luego recala en Concepción en noviembre y prosigue hacia Arica y Callao (8). El zarpe de regreso es en septiembre de 1717.

No sabemos en qué fecha exacta estuvo frente a Iquique (el plano no provee esta información), pero dado que en noviembre de 1715 la nave se encuentra en Concepción, es más que obvio que su recalada tiene que haber sido en 1716.

La factura de su obra se corresponde exactamente (por la forma manuscrita y otros detalles técnicos) con el plano por el cual Joaquim Darquistade es mayormente conocido: el del Cabo de Hornos, sector que exploró en abril de 1715 (4).

En cuanto al plano de nuestro interés, su encabezamiento reza: “Plano de la Isla de Iquique. Este es un buen puerto, hay fondeadero para todo tipo de naves, su fondo es de arena. Es abundante en pesquería, pero no hay agua ni madera” (5).

Este plano de 1716 ofrece una valiosa pauta de referencias y despierta también algunas interrogantes.

La Isla aparece en primer plano, ribeteada en color rojo y con la leyenda “Isle de Iquique”. Enfrente a ella, en tierra, se presenta un templo flanqueado por dos casas de tamaño pequeño y detrás una tercera más grande, tal vez la del portero o arrendatario del puerto (a la sazón Juan González Cabezas), si no la pulpería con que éste debe servir al reducido vecindario.

A regular distancia, se aprecian otras tres viviendas. Y algo más al Sur figura una construcción de mayores dimensiones con el sugestivo nombre de “Almacén de los pescadores”, el local en que los camanchacas expenden su charquecillo. Obviamente que la infraestructura es obra del portero, a cuyo bolsillo va a parar el dinero de las ventas.

A un paso de dicho almacén hay una pequeña ensenada que Darquistade retrata como “Bella caleta entre dos rocas”. Nos preguntamos si habrá sido la misma playa de perfil un tanto alzado y estructura pedregosa que vemos hoy. Allí estaba la base de operaciones de los pescadores, balseros y estibadores camanchacas morrinos.

Llama la atención el escaso número de viviendas dibujadas: siete en total, habida cuenta que en 1681 Exquemeling calculó entre 18 y 20 casas y que cuatro años después de Darquistade otro pirata inglés, George Shelvocke, definirá a Iquique en términos que podrían traducirse como “una pequeña capitanía de puerto” que comprende “unas cincuenta maltrechas viviendas que a duras penas merecerían el nombre de tales” ( ) .

Pensamos que ahí podría estar la clave: Darquistade sólo consideró las viviendas formales, desechando el tolderío de los nativos camanchacas, lo que además estaría comprobado por el hecho de que junto al almacén y a la “bella caleta” -el hábitat camanchaca- no figura nada más ¿Donde viven esos pescadores?.

Respecto al charquecillo de los camanchacas, Shelvocke señala:

“Ellos mantiene de una manera limpia y exportan” (el portero es el que exporta) “grandes cantidades en los barcos que vienen por guano” y además traen agua desde Pisagua.

No dudamos en visualizar que caleta y almacén son indicadores claros del escenario sociocultural de una comunidad que sigue desenvolviendo su cultura, ya no como autóctonos y únicos ocupantes, sino como segmento socioespacial marginado por nuevas y dominantes fronteras socio-económicas a las que debe adaptarse, enclave que desaparecerá posteriormente cuando, por causa de la industria salitrera, dicha franja costera sea habilitada como área de muelles, bodegas y de instalaciones industriales.

Como sea, esa “bella caleta” constituyó el surgidero fundacional y el foco de una identidad territorial anclada en la historia y desarraigada finalmente por las emergencias de nuevas tecnologías náuticas y logísticas.

¿Dónde habrá estado situada exactamente esta caleta?

Ante la imposibilidad de precisarlo, escalamos en el tiempo y, situándonos en los años de la República Peruana, nos permitimos asociarla a la antigua Caleta El Morro, donde según Guillermo Billinghurst se construyó el Muelle Barrenechea (Billinghurst 1886:20) Pesquisas comparativas de planos de fines del siglo 19 y principios del 20, nos hacen pensar que se habría situado frente a la desembocadura de la calle Gorostiaga.

No podemos cerrar el análisis de la obra cartográfica de Darquistade sin en un pequeño, pero importante detalle (que no aparece en la imagen acompañante de esta crónica): en el extremo izquierdo del plano se aprecia nítidamente un salidizo de la costa, el que más tarde recibirá de manera bien explícita el nombre de La Puntilla.

El botín más valioso

Las primeras décadas del siglo 18 marcan el fin de las incursiones de piratas clásicos por nuestro litoral. Uno de esos postreros bandidos del mar es George Shelvocke, un ex oficial de la marina inglesa devenido en corsario, quien escribió un relato de su travesía en 1726.

Zarpó de Inglaterra el 13 de febrero de 1719. Como lo explica el título de su crónica (560), la expedición se realiza en medio de la guerra con España, declarada un año antes. Luego de arribar al Pacífico, Shelvocke trata de ponerse a salvo de las naves españolas, arribando el 11 de mayo de 1720 a la isla Juan Fernández.

Para su desgracia, el 25 de mayo de 1720 una violenta tempestad lanza su buque contra las rocas y lo hace pedazos, con pérdida de casi todo el botín cogido en la navegación. Rescatan algunos elementos de la nave siniestrada y, merced a ingentes esfuerzos y sobreponiéndose a situaciones de discordia y conatos de motín, logran habilitar un espacioso lanchón que denominan “Recovery” (“Recuperación”).

A modo de ancla, improvisan una roca que amarran con un cable. Emplazan un cañón, embarcan una abundante provisión de agua y de alimento consistente en anguila que pescan allí mismo y la salan, además de carne en conserva y algunos cerdos en pie. Con fecha 6 de octubre zarpa el “Recovery” con una tripulación de 47 efectivos. Pauteado por una edición inglesa de 1718 del libro que Amadeo Frezier publicara dos años antes, su primer objetivo es Iquique, donde Shelvocke espera encontrar nuevas provisiones 560.

Poco antes de llegar a Iquique, divisan la “Isla de Pabellón” (Pabellón de Pica), lo que a entender que, además de basarse en la información de Frezier, estos marinos europeos, desde la perspectiva visual de su alejada línea de navegación, confundían las penínsulas y cerros costeros blancos con “islas” (Shelvocke 1726: 278).

Por ironía, y de casi modo similar al de John Watling en 1681, la patrulla que Shelvocke envía a explorar la “isla” termina topándose con la aldea de Iquique.

Como el bote enviado salió a la hora del crepúsculo, se les hizo de noche. Vapuleados por recias marejadas y entreverados en medio de amenazantes riscos, se sorprenden al escuchar ladridos y divisar luces de velas, ya que la suponían una costa deshabitada. Optan por pernoctar en la embarcación y esperar la mañana para desembarcar. Al hacerlo, unos camanchacas les dan la bienvenida, pero los piratas no se dan por aludidos y se aplican a lo que vinieron.

Lo primero es dirigirse a la casa del portero (donde al parecer funcionaba también la pulpería) y seguidamente a todas las casas de la caleta y así logran acopiar lo que el propio Shelvocke calificó como “un botín más valioso que el oro o la plata” (Shelvocke 1726:276). Según él mismo detalla, se hicieron de: 60 medidas de harina de trigo, 120 de porotos, algo de carne seca de cerdo y cordero, gran cantidad de pescado salado, ave, galleta y pan fresco como para unos cinco días. Y de yapa, cinco o seis jarras de vino y pisco (“peruvian brandy”). (Shelvocke 1726: 276).

Y, para coronar su suerte, cerca de la playa dieron con un bote grande, ideal para cargar el botín, ya que la embarcación que traían sólo daba abasto para ellos mismos. Seguramente era la embarcación en que se traía agua desde Pisagua.

Esperando a bordo, y como su patrulla de exploración demoraba más de lo previsto, Shelvocke supuso que la misión habría fracasado y hasta llegó a sospechar que se habrían quedado en tierra; es decir, que esos marinos desertaron. Pero sus temores se esfumaron al divisar dos botes que se acercaban. Reconoció a uno; del otro, sólo pudo advertir que venía atestado de carga.

Ciertamente que no omite referirse a la Isla, pero con observaciones generales, siendo lo más destacado que en la Isla ya no hay camanchacas, sólo “esclavos negros, quienes extraen y acopian el guano en grandes rumas antes de embarcarlo” (Shelvocke 1726: 278).

Como quienes desembarcaron supieron que el portero o arrendatario de la isla disponía de un bote para procurarse agua en Pisagua, Shelvocke ordenó que fuesen a buscar dicha embarcación. No la hallaron, ya que era la misma en que trajeron el botín del saqueo.

Por añadidura, se trajeron unos cuantos recipientes con agua y tres o cuatro balsas de cuero de lobo marino. A pesar de este despojo, los camanchacas les dieron muestras de su conformidad porque les hubiesen robado a los españoles. Pero los ingratos piratas procedieron a tomar algunos indígenas llevarlos prisioneros a bordo del “Recovery”. Se supone que los soltaron en Arica.

El botín obtenido en Iquique da cuenta de lo bien provista que estaba la pulpería del portero. Dado que la población era bastante reducida, hay margen para suponer que habían excedentes para atender las necesidades de Huantajaya, cuya actividad se había reanudado algunos

Un prohombre fundador

Probablemente hacia 1768 llega a Iquique el empresario chileno (nacido en Santiago en fecha desconocida) Antonio Cuadros Corcuera, quien se desempeña como portero entre los años 1773-1780.

Con toda seguridad un hombre de respetable nivel económico si se considera que casó en 1769 con una miembro de la opulenta familia Loayza: Gabriela Loayza Soto. De sus cuatro hijos, destacará Manuel Ascencio Cuadros Loayza, abogado y continuador del manejo de los negocios familiares y después radicado en Arequipa, donde fue alcalde (1825- 1826) y diputado (1827- 1828),ocupando posteriormente cargos como presidente de la Corte Superior de Justicia (1829, 1831 y 1832), ministro de Justicia (1844-1845), presidente de la Cámara de Diputados (1845) y entre 1845-1850),diputado por la provincia de Tarapacá (Fernando Ayllón Dulanto).

Como residencia, Cuadros construye una casa de piedra que estuvo localizada en lo que hoy es la esquina de Luis Uribe con Bolívar (Lamagdelaine 1985:2), lugar seguramente elegido por su proximidad al sitio de embarque y desembarque, al igual que la bodega de piedra que construyera antes José Basilio de la Fuente, con el fin de almacenar mercaderías como maderas, cueros y algodón, llegadas por barco y destinadas a la venta en Huantajaya y Santa Rosa (Donoso 2017: 80).

La residencia de la familia Cuadros-Loayza quedaba un tanto retirada (para la época) del foco de centralidad urbana que se configuró como resultado de su obra de estructuración de un nuevo espacio urbano social. Y retirada también del sector social autóctono playero, puesto que lo instaló en torno a lo que hoy es la intersección Serrano-Pedro Lagos.

Un equipamiento que comprendía la nueva iglesia, sede de la ahora Viceparroquia de Nuestra Señora de la Concepción, el hospital (léase sala de primeros auxilios), el cementerio español, que no distaba más de 100 metros del sitio de sepultación de los camanchacas; y la cárcel, con lo cual se deja de confinar a los presos en la Isla.

De igual manera, se encargó de traer agua potable y víveres frescos (Cuneo Vidal 1978:138) que expendía en su pulpería y que se convertirá poco después en recova o mercado.

Adjunto a su casa, Cuadros establecerá un trapiche para procesar minerales de plata, ya que en 1779 asume el rol alternativo de minero, tras comprar un sitio en El Carmen. En 1784 trabajará la mina Concepción de Huantajaya (Sergio Villalobos 1979: 156).

Habida cuenta de las contribuciones que hizo, estimamos que existen razones para considerar a Antonio Cuadros como fundador del Iquique español. En tiempos republicanos, se quiso perpetuar su memoria con la “Calle de Don Cuadros”, que se aprecia en el plano de Ramón Escudero de 1861, en La Puntilla. El terremoto y tsunami de 1868 barrieron no sólo esa calle, sino también la dedicada a Jorge Smith.

Merced a su poder económico, Cuadros adquirió la propiedad de la Isla del Guano. Así se entiende que para el imaginario social ésta pase a ser la “Isla de Cuadros”.

Después de figurar como encomendero, Antonio Cuadros dejó un estipendio para solventar las necesidades del sacerdote encargado -como cura propio o residente desde 1778- de la Viceparroquia de Nuestra Señora de la Concepción (Bustamante 1955: 304).

Otro personaje que aporta a la urbanización de Iquique es Pedro Mujica, quien reemplaza a Antonio Cuadros en el servicio de abastecimiento de agua potable, para cuyo efecto encarga al carpintero de bahía español Juan Bautista Elustondo, la construcción de un lanchón que viajará periódicamente hasta Pisagua. Además del piloto y algunos tripulantes, hay un balsero camanchaca que se ocupa del desembarque del agua (Villalobos 1979: 184).

Asimismo, Mujica diseña y arma un trapiche para el industrial Pedro de Urrutia. La idea de disponer de buitrones en Iquique obedece a la conveniencia de tener a mano el despacho de los minerales por mar (Villalobos 1979: 175). Un nuevo paso en la metamorfosis portuaria.

Inaugurando la ocupación socioespacial en el extremo Norte de la población, en 1792 Pedro Mujica levanta una casa de piedra, cuya construcción corre por cuenta de Juan Bautista Elustondo. A su vez, éste no tarda en edificar la suya, igualmente de piedra y en el sitio exacto de la hoy Aduana patrimonial (Villalobos 1979: 184 ). Son las familias precursoras del futuro barrio residencial La Puntilla, donde se congregarán empresarios extranjeros, peruanos adinerados y funcionarios. Es una nueva práctica de segmentación social.

La tranquila ciudad de Iquique sufre sobresaltos por ataques y saqueos de neopiratas ingleses en 1799, 1802 y 1805. Y luego en 1822 en el único episodio bélico de la lucha independentista escenificado aquí, cuando soldados realistas se disfrazan de pescadores y se agazapan en el cementerio para realizar una sorpresiva descarga de fusilería contra una tropa patriota que acababa de desembarcar, provocando mortandad y desbande (Luis Cavagnaro 2006:109-110).

También es afectado por epidemias. En 1804, la fiebre amarilla causa la muerte de 14 personas. Al parecer, la población camanchaca fue la más golpeada, puesto que un informe oficial expresa que la pesca ha disminuido a niveles mínimos, debido a la falta de pescadores (Donoso 2008 B: 61).

Es posible que el segmento camanchaca, queriendo alejarse del foco infeccioso, se haya trasladado a Cavancha, pero en forma transitoria.

El Morro intercultural

Iniciadas las actividades de exportación del nitrato producido por las “paradas”, hacia 1815 los empresarios pioneros construyen infraestructura portuaria: muelles y bodegas (Hernández 1930). A falta de data anterior, sabemos que en 1861 funcionan los muelles Caleta El Morro, Caleta Bargman y Layout, según vemos en el plano de Ramón Escudero.

Hacia 1830, las balsas de los camanchacas complementan la tarea de embarque y estiba junto a lanchas de mayor volumen. Esta es la época en que en el sector residencial morrino se consolida un fenómeno de mixtura étnico-social que había partido con el avecindamiento de trabajadores que abandonaron el decadente mineral de Huantajaya a fines del siglo 18 (Oscar Bermúdez 1963: 88). Ahora se trata de arrieros, aymaras, mestizos y comerciantes que levantan precarios ranchos, lo que estimula la aparición de cocinerías (Bermúdez 1963: 109).

Hacia la tercera década del siglo 19, se perciben los primeros síntomas de agotamiento del guano de la Isla. Tras casi 300 años de sostenida explotación ya asoma la roca madre. Se percibe el principio del fin (Rivero 1827:11). Sin embargo, se avecinan nuevos tiempos, como lo manifiesta el naturalista francés Alcides D’Orbigny a su paso por Iquique en 1830: “Hoy ese villorrio es célebre por otro género de comercio consistente en salitre o nitrato de potasa, que muchos navíos recogen como carga de retorno para transportarlo a Europa” (D’Orbigny 1945:941).

En adelante, se recurrirá a las covaderas del litoral sur, trabajadas a baja escala desde el siglo anterior.

Gracias a un estudio demográfico, podemos deducir que el segmento camanchaca sufre un proceso de mestizaje patronímico, con la asimilación de apellidos españoles. En efecto, en 1841, de una población de 436 habitantes, un total de 21 hombres están categorizados como marineros (balseros, pescadores, mariscadores, trabajadores marítimo-portuarios) e inscritos con apellidos como Flores, González, Cabezas, Contreras, Villanueva, Butrón y Cárdenas. (Alberto Díaz y otros 1993: 441).

El referido cambio socio-demográfico obedece al hecho de que los indígenas, al ser bautizados, adquieren el apellido del cura oficiante o de sus padrinos o patrones españoles. En consecuencia, los apelativos de puquina desaparecen definitivamente. Un caso excepcional es el Sellocama que vimos registrado hacia 1873. Por desgracia, extraviamos la fuente.

Adiós al Morro épico

Al cabo de algunas décadas, se registran los primeros fenómenos de desestructuración del precario y, por tanto, vulnerable barrio morrino. Por ejemplo, en septiembre de 1867, una tormenta eléctrica desata una violenta lluvia que inundó y casi deshizo las chozas sin techumbre. Y peor aún sucedió con un siniestro similar en junio de 1868, a dos meses del ya clásico terremoto-tsunami (Carlos Donoso 2008 A:38).

A consecuencia del evento telúrico, la franja habitacional costera resultó prácticamente desmantelado, pese a que la Isla actuó como barrera que impidió un golpe aún más desastroso. Los damnificados fueron trasladados a sectores altos de El Colorado y al pie del Cerro Huantaca (hoy Esmeralda). Pero surgió un serio inconveniente señalado por el diario “El Mercurio” de Iquique, en noviembre de 1868:

“Los vecinos de este puerto nunca podrán vivir alejados de la playa pues siendo en su mayor parte gente jornalera su propio ejercicio los llama a ella” (citado en Ruiz y otros 2020: 237).

Es lógico que muchos trataron de retornar a sus lares, pero la progresiva transformación económica, tecnológica y urbana generó nuevas condiciones y los obligó a reconvertirse laboralmente y a procurar nuevos rumbos de movilidad social.

Se produjeron grandes cambios en la estructura urbana de Iquique. Ya no se volvió a construir viviendas en La Puntilla, área habitacional que quedó literalmente borrada por las olas ese 13 de agosto de 1868, motivo por el cual fue cediendo terreno a la instalación de bodegas de salitre, en tanto que la gente bien construía sus casas en un lugar más alejado de la costa, en el sector nor-oriente.

Poco fue lo que persistió del anterior barrio El Morro, quedando circunscrito entre la playa y lo que actualmente es calle Souper, pero estrechándose de norte a sur entre lo que hoy es Gorostiaga y Wilson. A partir de aquí se fueron incorporando establecimientos industriales de fundición, gas, electricidad, agua potable, Y también el cuartel de policía. Es el fenómeno de desalojo de barrios populares o gentrificación, que trae aparejado el progreso.

No obstante, en el reducido perímetro habitacional remanente persistió el desorden de calles curvas y de pasajes cortos que separan sin solución de continuidad.

Casi todas las calles adquirieron nuevos nombres y se procuró además aplicarles un trazado rectilíneo y aumentar su extensión. A continuación, los recurrentes y desmedidos incendios que devoraban decenas de manzanas contribuyeron a facilitar las emergentes necesidades urbanísticas.

En el plano de 1861 aparecen dos templos católicos: La Concepción en su coordenada tradicional (hoy Serrano-Pedro Lagos) y, al costado sur de la plaza, La Matriz, denominación errada, puesto que por matriz se entendía el templo más antiguo y además sede del vicario o delegado del obispo de Arequipa, características que sí tuvo el primero.

Más adelante se intensifican las exportaciones a Europa y hay demanda de mayores volúmenes de nitrato, lo que implica procesos de trasferencia más expeditos y así es como las balsas camanchacas van quedando obsoletas.

De acuerdo a Francisco Vidal Gormaz, desaparecieron antes de 1880, siendo uno de los factores fue la Guerra del Pacífico que “ha contribuido por mucho a su exterminio con notable perjuicio de los aborígenes pescadores”. Son reemplazadas por unas balsas planas de madera llamadas cachuchos y éstas a su vez, entrado el siglo 20, por los lanchones maulinos (Vidal Gormaz 1880: 23).

Eso al menos en Iquique, porque en Pisagua las típicas balsas de cuero de lobo marino sobrevivieron y coexistieron con los lanchones. Según la Memoria del gobernador marítimo, en 1882 continuaba en operación un total de 8 balsas camanchacas (Luis Alvarez 1999: 30). Efectivamente un dibujo fines de siglo del artista inglés Melton Prior muestra a varios camanchacas embarcando salitre en esos vernaculares artefactos náuticos.

Las balsas de cuero de lobo marino fueron el último emblema, la alegoría de una sociedad de cuya cosmovisión no tenemos realmente la más mínima idea. Talvez porque los camanchacas resultaron aculturizados y asimilados ya en los comienzos de la época salitrera. Y no sólo eso, ya que fueron un grupo demográficamente reducido que se mezcló con el resto de la población, perdiéndose los postreros estándares de su minimalismo identitario.

Camanchaca: primordial sociedad étnico-cultural, sin rostro y difuminada como el eco de su memoria errante. A guisa de legado y consuelo, en la toponimia costera han quedado y siguen sonando sus voces, como el mismo topónimo Ique-Ique, endosado tozudamente al aymara.

Y hasta puede que su ADN milenario subsista todavía en más de algún iquiqueño o iquiqueña de este siglo 21.

Braulio Olavarría Olmedo

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