Changos

La Vida de los Changos

Cuando los españoles, antes de mediar el siglo XVI, se instalaron en Tarapacá, los que se dedicaron a explotar minas de plata cerca de la costa tuvieron que enfrentar, entre otras dificultades, la carencia completa de agua potable. Entre Iquique y Pisagua sólo los indios changos disponían de agua dulce, y los españoles hubieron de recurrir a ellos. Como no existía tampoco en la caleta iquiqueña, los changos la obtenían de Pisagua, y realizaban esos viajes en pequeñas embarcaciones fabricadas por ellos con pellejos de lobos marinos.

Aunque los changos, que habitaban la costa desde el sur del Perú hasta Chile central, fueron los pueblos más atrasados de ese litoral, demostraron gran destreza para aprovechar de innúmera manera los recursos que les brindaba el mar, en cuyas playas vivían en pequeñas colectividades, a veces también como pescadores nómades movilizándose de un punto a otro de la costa.

Construían sus viviendas con toldos hechos de cuero de lobos marinos y algas. Los huesos grandes de las ballenas los empleaban como pilares para sostener los toldos en los cuatro costados de las chozas. Otros huesos del cetáceo los utilizaban como sillas de asiento, y unos cuantos pellejos tendidos en el suelo servían para dormir y abrigarse. Toda la vivienda y sus utensilios eran hechos con productos del mar. Incluso aprovechaban el estómago e intestinos de los mamíferos marinos para fabricar vasijas, que las hacían también con pellejos. Finalmente, con estos últimos construían el artefacto más característico y que más tarde iba a ser de utilidad para el hombre blanco: las balsas, formadas cada una por dos cueros inflados, cosidos y amarrados entre sí.

Y con tan livianas y ágiles embarcaciones, con cabida para un solo tripulante, recorrían la costa visitando caletas, islotes y loberías, y hasta emprendían viajes mar adentro. Se ve por lo anterior que el chango aprovechaba con habilidad los pocos elementos de que disponía para sostener su existencia. Pescador diestro, el congrio era su presa favorita y le servía para intercambio comercial, pudiendo obtener maíz, papas, sal y otros productos de Chiu Chiu y San Pedro de Atacama a cambio del congrio, que salaban y secaban como charqui. Los changos de más al sur entre Paposo y Caldera, comerciaban también con los «charquecillos» de congrio, producto bastante apreciado en los contornos de esas localidades; sus vecinos lo remitían a la capital de Chile y también al Perú.

Los Changos en Cobija

En los primeros años del siglo XVIII un sacerdote fue enviado a Cobija para adoctrinar a los changos que habitaban esa caleta. Acompañaba al cura un negro africano dedicado a prepararle la comida y atenderlo en todos los menesteres como criado. Se puede imaginar la existencia que llevaba allí, tal vez sólo temporalmente, el cura, junto a unos treinta o cuarenta changos y a sus tolderías de cuero que apestaban a la distancia. Unas cuantas balsas se lanzaban al mar en procura de la pesca, mientras otros changos y sus mujeres dedicábanse a mariscar. Chiquillos desnudos corretean en la playa, y una muchacha fabrica capachos de totora junto a un chango viejo que prepara los arpones para pescar. Dos jóvenes que han ido por agua a una vertiente, en la falda del cerro, la depositan en odres de cuero que se han fabricado con los estómagos de lobos marinos.

En 1707, cuando un barco francés llegó a Cobija y desembarcaron algunos comerciantes, los changos huyeron a los cerros, y entre ellos también el cura, temerosos de que fuesen piratas.

La población de Cobija fue más numerosa posteriormente. En la época en que pasó Frezier por esa costa, calculaba que el caserío lo formaban unas 50 habitaciones o chozas, hechas en la forma ya indicada.

Los Changos en Paposo

Los changos habitaban otras caletas más al sur, como las de Paposo, el Cobre, Guanillos, de la actual provincia de Antofagasta, además de las de Atacama y Coquimbo y de más al sur. Recorrían la costa y se instalaban en aquellas donde el clima, la abundancia de agua dulce y otras condiciones conviniesen a su existencia. En unos papeles de la época colonial se hace mención a la llegada a Caldera, en el año 1665, de una familia de indios changos, naturales de Cobija, en busca de mejor pesquería. En otros, del año 1793, se habla de changos, también de Cobija, ocupados de la pesca en Paposo, con la advertencia de que no tenían residencia fija en ninguna caleta.

Muchos datos revelan la existencia nómade y difícil de estos solitarios pueblos de pescadores. Paposo fue uno de los lugares preferidos por ellos y se afincaron allí formando una tribu relativamente numerosa. Dedicados como en otras partes a la pesca del congrio, en sus excursiones participaban con frecuencia todas las familias, montadas sobre los cueros inflados de las balsas. En 1789 se estableció para ellos una administración civil, encomendada a un teniente de Corregidor con residencia en Paposo.

La vida natural en libertad que llevaban, instalándose donde lo deseaban, viviendo entre la arena y el mar y satisfaciendo inocentemente sus instintos primarios, dio mucho que hacer a los sacerdotes enviados de Santiago, empeñados en bautizarlos, instruirlos en la fe e inculcarles conceptos y prácticas de moral que para ellos eran incomprensibles. Se trató también de someterlos a un servicio de milicias, formándose con algunos un cuerpo de caballería que se llamó «Compañía de la Costa». Pero… ¡no es fácil imaginar a los changos montados a caballo! Por generaciones y generaciones sólo habían cabalgado los lomos inflados y rojos de sus balsas de cuero, en seguimiento del congrio y de los grandes lobos de mar.

Extinción de los Changos

Fueron éstos un pueblo pacífico pero de organización tan rudimentaria que les hizo incapaces tanto de defenderse como de progresar. Fuertemente aferrados a sus formas de vida tan simple y natural, aunque mezclados con otras razas, en contacto con pueblos más avanzados, no se dejaron influir por éstos. El mar determinó y mantuvo toda su escasa cultura.

Acosados por la civilización, los rancheríos hechos con productos del mar fueron desapareciendo de la costa. Los últimos changos auténticos no pudieron vivir ya en colectividad. Se ocuparon en los puertos, principalmente en los del embarque salitrero, para desempeñarse en labores portuarias y continuar todavía en la pesca, incomparados ya, por mucho que no lo quisieran, al tráfico civil en el litoral. Sus descendientes, mejor adaptados, continuaron llevando vida de jornaleros en los puertos, y algunos de ellos se ocuparon en las faenas de extracción del caliche en la pampa. De este modo se disgregó, hasta perder su identidad, el viejo pueblo de pescadores.

En 1942 Junius Bird fue informado de que todavía, cerca de Coquimbo, vivía un hombre que usaba la singular balsa de cuero de lobo. Años después, el arqueólogo Don Jorge Irribarren, recorriendo los fondeaderos entre las provincias de Coquimbo y Atacama, descubrió a una familia que había conservado por tradición el arte de fabricar esas embarcaciones.

¿Dejaron algo útil estos pueblos costeros tan atrasados? Dejaron sus balsas. Y sobre este punto importa decir que, empleadas corrientemente durante la Colonia, se las siguió utilizando en pleno régimen republicano, cuando las poblaciones de changos ya habían desaparecido.

En efecto, desde que se inició la exportación salitrera al extranjero, en 1830, era en esas balsas que se transportaban los sacos de salitre desde la caleta hasta el buque exportador. Y el mismo uso se les siguió dando por largo tiempo, aunque ya se empleaban otros medios como los llamados «cachuchos» y después lanchas grandes. Todavía hacia la Guerra del Pacífico y mucho después, el salitre que se embarcaba en los puertos de Tarapacá era llevado en las balsas hasta los lanchones, cuando éstos no podían varar por el mal tiempo.

En el «Derrotero de la Costa del Pacífico» (1870) se menciona ese uso y también el que se les daba para la pesca. Según la descripción que se hace de la balsa, los dos cueros que la formaban eran inflados con la inyección de aire por medio de una tripa, a la que estaba adherida una boquilla de hueso. Encima de los pellejos inflados (previamente bien cosidos y con los extremos terminados en punta), se colocaban tablas, y sobre éstas iban la carga y el hombre; el cual para bogar se ponía de rodillas, desempeñando su labor con un remo doble. El autor agrega que las mismas embarcaciones se empleaban en viajes largos, desde los puertos salitreros hasta los de Arica e Islay. En este caso llevaban un palo liviano y una vela de tocuyo (Un estudio muy completo sobre las balsas se debe a don Gualterio Looser, 1938 – 1960).

Según una ilustración de 1890, todavía en ese tiempo seguía en uso el mismo tipo de embarcación en algunos puertos del norte, por lo menos en Pisagua, y parece que también en los del sur del Perú como Islay.
De este modo la balsa de pellejos de lobos marinos sobrevivió a la existencia de los changos.

Autor: Oscar Bermúdez Miral
Revista «En Viaje», Abril de 1962
Año XXIX, edición Nº 342, p. 7-9
Santiago, Chile.

Changos

Oscar Bermúdez Miral

Nació en Iquique, en 1906. Ha compartido su vida entre las altas fuentes culturales de Santiago y sus prolongados años de residencia nortina por raíz

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