Pedro Pizarro no se sentía satisfecho con las dos encomiendas en la zona de Tacna que le había otorgado su hermano el gobernador del Perú, Francisco Pizarro, ya que eran más bien pequeñas, lo que responsabilizaba en gran medida a la enemistad que le tenía Antonio Picado, secretario del gobernador del Perú, “quien hizo mucho daño a muchos porque el marqués don Francisco Pizarro, como no sabía leer ni escribir, fiábase dél y no hacía más de lo que él le aconsejaba (…) porque el que no andaba a su voluntad sirviéndole, aunque tuviera méritos, lo destruía” (Pizarro 1944:161-162)
Pues bien, Pizarro vivía ilusionado con poder amasar una respetable fortuna. Se entiende, entonces, que pusiera atención a lo que le contó un jefe indígena mitimae suyo: que en las Minas de Tarapacá había una veta argentífera más rica que la que explotaba Lucas Martínez Vegaso, encomendero de esa zona.
La ponderación de más rica era demasiado poco decir, ya que se trataba de la más alta categoría entre los yacimientos minerales, porque era una “Mina del Sol”, un portento de plata blanca y reluciente, digno patrimonio del dios supremo del imperio inca.
Todas las restantes eran Minas del Inca; en tanto que las Minas de la Gente no eran más que simples canteras y/o depósitos de tierras colorantes.
La “Mina del Sol” de Tarapacá la mantenían oculta y además encriptada bajo un sello de la más alta sacralidad, lo que implicaba que no había ni siquiera que mentarla, sino encubrirla bajo total reserva, de suerte de no dejar viso alguno de su existencia.
Es posible conjeturar que la Mina del Sol fue descubierta por los incas, probablemente a propósito del interés que las Minas de Tarapaca despertaron en el inca Tupac Yupanqui y desde entonces éste se ocupó de implementar innovaciones tecnológicas, de mantener un equipo de trabajo competente y mejorar la comunicación vial. Es de suponer que el mítico venero era beneficiado en forma esporádica y discreta y quien más conocía de esta actividad en la provincia de Tarapaca era el curaca de la aldea homónima.
Un cálculo grueso desde el descubrimiento de la Mina del Sol (poco después de 1473) a la incursión de Pedro Pizarro (1543), nos señalaría un intervalo de 70 años, poco más, poco menos. En verdad, no mucho tiempo.
El mitimae tarapaqueño de Tacna
El etnohistoriador Rodolfo Raffino, experto en el tema incaico, manifiesta que para favorecer sus intereses y con el afán de mejorar sus fuentes de producción agrícola, minera y ganadera, el imperio inca movilizó poblaciones enteras o parte de ellas y las trasladó desde sus territorio originales a diferentes regiones. Son los mitimaes, mitimas o mitmas.
Pueblos carangas de Oruro y Tarapaca fueron “trasegados desde su territorio natural para repoblar los valles de Cochabamba, vacíos desde que Wayna Capac ordenara el desarraigo compulsivo de sus habitantes, rebeldes al dominio inka” (Raffino 2006:70).
Una vez establecidos en una zona de colonización, los mitimaes agrícolas gozaban de ciertos privilegios durante un periodo inicial. Por ejemplo, la población local debía edificar las casas de los recién llegados y ayudarles durante dos años en las chacras.
Se sabe, además, que los mitimaes no sólo se apropiaban de su espacio en el nuevo territorio, sino que también lo reconstruían culturalmente, como que hasta traían consigo algunas réplicas de sus huacas originarias.
Según Bartolomé Alvarez (1588), «las cuales huacas las llevaban cuando todo el pueblo se mudaba a una parte a otra buscando tierras donde vivir, hasta que hallaban donde asentar” (Alvarez 1998:75).
Una noción destacable es que las comunidades así desarraigadas mantenían sus jefaturas en el nuevo destino, a la vez que no perdían sus prerrogativas en las tierras dejadas atrás:
“… no era tanto el área geográfica el criterio fundamental para la incorporación de grupos de indígenas a una encomienda dada, sino la pertenencia a determinado cacique y mediante él a un determinado lugar de origen. Los mitimaes, en efecto, no perdían sus derechos en sus tierras de origen y probablemente volvían ocasionalmente a ellas con motivo de sus fiestas religiosas ancestrales” (Larraín 1975:281).
El dato de la Mina del Sol fue revelado a Pizarro por el indiscreto Tucuwa, curaca de un mitimae tributario suyo oriundo de Tarapaca e instalado en el valle de Tacna desde el tiempo de los incas, lo que motivó en el español el convencimiento de que “tenía los indios de su encomienda cerca destas minas”.
A primera vista, una proposición incoherente, ya que no es posible admitir proximidad física entre su encomienda de Tacna y las Minas de Tarapacá, que estaban a sólo 60 kilómetros del pueblo homónimo depositado en encomienda a Martínez Vegaso.
Formalmente, los indígenas encomendados a Pizarro más cercanos al yacimiento correspondían a los de la localidad de Codpa, ubicada en la precordillera, al Sur-Este de Arica. Le seguía en proximidad un mitimae conformado por ocho tributarios camanchacas oriundos del Puerto de Tarapacá y sus, familias residentes en Arica bajo el mando del jefe Sucutila (Barriga 1943: I-240).
Sin embargo, a lo que Pizarro aludía era al mencionado mitimae tacneño, una colonia de tributarios sacados de la aldea de Tarapaca y áreas aledañas. Pizarro se hizo de ella mediante permuta con Hernando de Torres. El documento notarial protocolizado con fecha 27 de septiembre de 1543 expresa que Torres cede a Pedro Pizarro “en el valle de Tacana junto a el pueblo de Tacana un pueblo de mitimaes de Tarapaca con un principal que los manda que se dice Tucuba con los indios que el dicho principal manda e con sus sujetos a él” (Barriga 1939:190-191).
Esta era sólo una parte de toda una población trasladada en tiempo de los Incas a esa región. Se presume que la presencia en el Sur del Perú de estas poblaciones tarapaqueñas habría obedecido a un traslado por castigo ante su resistencia a ser asimiladas al incario (P. Núñez 1984:60).
Aparte de este trasplante por supuestas razones punitivas, puede que haya incidido la estrategia de reproducir experiencias y técnicas agrícolas, de reforzar áreas deficitarias en mano de obra o asimilar segmentos de población a nuevas prácticas productivas. Induce a especulación el hecho de que una de las zonas (Humagata) en que se instaló población tarapaqueña se caracterizó por sus cultivos de coca y porque habían allí mitimaes dependientes del curaca de Camiña.
En el caso específico del desplazamiento a raíz de un castigo, habrían sido desplazados a Tacna cerca de 640 mitimaes; en total, unas 2.797 personas (Larraín 1975:288). Si a esta cifra le sumamos otro número, no determinado, de gente enviada a Cochabamba -como apunta Raffino-, no cabe sino deducir que la quebrada de Tarapaca quedó virtualmente despoblada. ¿Con mitimaes de qué región fue repoblada?
Tras la Mina del Sol
Tan indisoluble era el arraigo de los mitimaes con su lugar de proveniencia que el curaca de la comunidad original conservaba su autoridad sobre aquel segmento transplantado y sobre su descendencia en tierras lejanas, de los que se desprende que los mitimaes de Tacna seguían siendo parte de la comunidad tarapaqueña.
Por lo tanto, razonaba Pizarro, mis mitimaes provenientes de Tarapacá son igualmente tributarios míos en su tierra de origen y en este sentido están “cerca destas minas”.
Pizarro no ignoraba el hermético secretismo que rodeaba a los tesoros ocultos y el inmenso temor a develarlos. “Y por esta causa” -como él mismo reconocía expresamente-, “los tesoros escondidos deste reino son muchos. Será milagro hallarlos” (Pizarro 1944:88).
El asunto es que Pedro Pizarro parte en procura de la codiciada Mina del Sol, acompañado probablemente del curaca Tucuwa.
Para llegar a su destino, no tenía para qué seguir el tortuoso y prolongado Camino Inca de los Llanos que discurría por el piso precordillerano. Le bastaba tomar el más directo y corto, aunque árido itinerario Tacna-Arica-Tiliviche. Y tras vadear esta última quebrada, empalmar con la ruta prehispánica longitudinal paralela a la costa, ese verdadero pasadizo llano, trazado naturalmente entre montañas y que actualmente conocemos como Ruta A-157. Así llega al conjunto de cerros altos y fornidos que conformaban las Minas de Tarapacá.
Al comenzar a repechar por las arenosas laderas queda de manifiesto que los guías no atinan a (¿o evitan?) ubicar el objetivo por el que vienen. Pizarro topa con “una cata que los indios antiguamente labraban”, la que se sitúa precisamente a dos tiros de la mina de Lucas Martínez. Les pregunta a los guías de qué tipo de mineral era aquella mina y ellos le responden falsamente que de cobre.
Perseverando en la búsqueda, empero, Pizarro repara en una cata pequeña, también antigua, que sus guías habían pasado por alto, y luego de inspeccionarla discierne que es digna de ser beneficiada:
“A poco más de dos palmos debajo de la tierra, se halló unas piedras a manera de adobes, que en obra de medio estado que estaban estas, se sacaron más de tres mil pesos de pedazos de piedras a manera de adobes de plata blanca que subía de la ley; que no se hacía más que arrancado el adobe le daban con almadana encima y soltaba una costra de piedra delgada que tenía, y quedaba hecha una plancha de plata”.
Pizarro tuvo allí un comienzo boyante, proporcionado básicamente por el hallazgo de trozos casi superficiales (papas). Convencido de haber hallado la veta prodigiosa, invirtió más de 20 mil pesos en ella, llegando a cavar hasta unos 30 metros de profundidad, pero sus esfuerzos se estrellaron con una barrera de durísima roca, los imponderables “padrastros”. Ya no volvieron a aparecer “papas”. Y de veta, mejor ni hablar.
En su escrito reseña que la falta de agua y de leña constituye un importante obstáculo, que no afectaba a Lucas Martínez, pues éste disponía de un barco para traer dichos elementos u otros desde Arica o desde Arequipa.
No sabemos cuánto duró el empeño de Pizarro. Lo más probable es que haya perdurado algún tiempo, ya que en el año 1560 hallamos a su hermano Andrés representando sus intereses en Arica.
Lucas Martínez va por la “Mina del Sol”
De la presencia de gente e indios de Pizarro laborando a unos a cuadra de su labor, no debe haber tardado en enterarse Lucas Martínez, quien tampoco demoró mucho en venir desde Arequipa, acompañado de sirvientes armados, a reprender a los curacas tarapaqueños, ya que él supuso que Pedro Pizarro habría tenido la fortuna de dar con la veta que él había explorado inútilmente, debiendo conformarse hasta ahora con los bolsones o criaderos superficiales de papas que aparecían de tanto en tanto.
Sintiéndose traicionado, Lucas interpela a los jefes étnicos del pueblo de Tarapacá “porque no le habían mostrado aquella mina”.
Queda con esto claramente comprobado que fueron el curaca Tusca Sanca y su segunda persona quienes en 1540 le dieron a conocer las Minas de Tarapacá. Martínez les conmina a mostrarle el tesoro de Inti, de lo contrario no dudará en matarlos.
A despecho de la cosmovisión inca sobre tesoros y de la más reciente creencia de que el Inca Manco II resucitaría y que eso implicaba que había que preservarle todas las minas ricas, sin importar los ruegos, amenazas y castigos de los españoles (Ocaña 1969:182), los jefes tarapaqueños cedieron a las amenazas de Martínez y aceptaron conducirlo hasta la Mina del Sol.
Pero, al momento de disponerse a salir, se produjo un fenómeno, que para los indígenas era algo aterrador: un eclipse: Inti, el dios Sol, apagaba su luz, señal más que evidente de que estaba airado y de que algo pavoroso se aprestaba a ocurrir.
“Decían al eclipse solar que el Sol estaba enojado por algún delito que habían hecho contra él, pues mostraba su cara turbada como hombre airado, y pronosticaban (a semejanza de los astrólogos) que les había de venir algún grave castigo” (De la Vega Libro II, cap. II:112).
Tal cual; en ocurrencia de un eclipse solar o lunar, se realizaban sacrificios de llamas, acompañados de ayunos, alabanzas y lamentos. Otra fuente colonial corrobora lo anterior: “Es cosa de espanto el ruido y vocerías y llanto que hacen cuando la Luna ó Sol se eclipsan” (Anónimo Relación de la religión…, página 42).
Lucas Martínez se esmeró en hacerles entender que se trataba solamente de un fenómeno natural y logró convencerlos. Pero al día siguiente, en los precisos momentos en que reanudaban la marcha en demanda del objetivo, sobrevino un terremoto. Quien manifestaba ahora su furia era Pachacámac, dios generador de los fenómenos telúricos.
Era la segunda señal de reprobación divina. Y, claro, los curacas tarapaqueños se dieron por notificados y se negaron a seguir. Desobedecer y morir a manos del invasor, era mil veces preferible a ser condenados por delatar la recóndita morada donde se aposentaba el summun de la riqueza argentífera cuyo dueño era Inti.
Ahora sí que no hubo insulto ni amenaza que doblegaran la voluntad de Tusca Sanga y del curaca alterno. A tal punto que Martínez Vegaso terminó por rendirse.
Felizmente, a despecho de la desleal infidencia de Tucuwa y de la vacilante conducta inicial de las autoridades étnicas tarapaqueñas, el secreto de la Mina del Sol no pudo ser conocido por los hispanos, confirmando el testimonio de Pedro Pizarro: se necesitaba un milagro para hallarla.
Algunas interrogantes
¿En qué momento exacto habrá tenido lugar la frustrada excursión de Martínez en pos de la Mina del Sol?
Pedro Pizarro anota que este episodio aconteció por el tiempo en que el Licenciado Cristóbal Vaca de Castro gobernaba el Perú (1542-1544). Aceptemos que la memoria le fuera fiel, ya que su crónica la terminó en 1571.
Ahora bien, impresionado por el relato sobre la Mina del Sol y particularmente impactado por la inusitada conjunción de un eclipse y un terremoto, el arqueólogo polaco radicado en el Perú, Mariusz Ziólkowski, se propuso localizar la coordenada histórica del fenómeno solar, para cuyo efecto aplicó el sistema de fechado propuesto por el astrónomo austriaco Theodor von Oppolzer en su “Catálogo de los Eclipses”.
Así pudo postular que el eclipse se registró el 31 de julio de 1543, más o menos a las 13.00 horas. Por lo consiguiente, el terremoto se habría producido el primer día del mes de agosto de ese año (Ziolkowski 1985:158).
No obstante, y para ser honestos con la historia, admitamos que a la fecha sugerida Pedro Pizarro no tenía aún efectivamente a su haber el mencionado mitimae tarapaqueño, puesto que lo recibió formalmente con fecha 27 de septiembre de 1543, vía permuta con el encomendero alterno de Tacna, Hernando de Torres.
Se nos plantea la siguiente alternativa: (1) el cálculo de Ziolkowski no fue exacto; (2) la protocolización del convenio Pizarro-Torres no ocurrió de la noche a la mañana. Debieron haber negociaciones previas y podría presumirse que Pedro Pizarro visitó y reconoció anticipadamente el mitimae en cuestión y tuvo contacto con el cacique Tucuba (Tucuwa). Y de allí pudo nacer la iniciativa de la permuta, que no habría tenido más afán que hacerse de ese filón soñado y ser rico de verdad.
¿Qué tendría de especial la Mina del Sol?
Al curaca Tucuwa, Pizarro le escuchó decir que la Mina del Sol huantajayina constituía un filón de plata enteramente blanca, de más de medio metro de grosor. Si en la cosmovisión andina el grado de brillo argentífero era directamente proporcional a su riqueza, el de una Mina del Sol debía ser de rango superlativo y probablemente de envergadura notable.
Queda margen para sospechar que el informante indígena procedió con recato; es decir, evitó ponderar los atributos de aquel venero sagrado.
¿Habrán encontrado alguna vez la “Mina del Sol”?
A lo largo de aproximadamente 350 años de intensa explotación de Huantajaya, es más que seguro que sí hayan dado con aquel primor mineral, lógicamente que sin tener conciencia de lo que se trataba y es probable que ello ocurriera durante la gestión empresarial de José Basilio de la Fuente.
(Concluirá con Cucumate: papas y lechugas)
Braulio Olavarría Olmedo
Referencias bibliográficas:
Alvarez, Bartolomé (1588): De las Costumbres y Conversión de los Indios del Perú. Memorial a Felipe II. Ediciones Polifemo, Madrid. 1998.
Anónimo: Relación de la religión y ritos del Perú, hecha por los primeros religiosos agustinos que allí pasaron para conversión de los naturales, página 42. Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento y conquista y colonización de las posesiones españolas en América y Oceanía sacados del Real Archivo de Indias. Madrid, Imprenta de Manuel B. de Quirós. 1685.
Barriga, Víctor Manuel: Provisión de Encomienda a Pedro Pizarro. En Víctor Manuel Barriga: Documentos para la Historia de Arequipa. 1939.
Larraín, Horacio: La población indígena de Tarapacá (Norte de Chile) entre 1538 y 1581. Norte Grande Volumen I, Nos. 3-4. Universidad Católica de Chile, Instituto de Geografía-Taller Norte Grande. Santiago de Chile, marzo-diciembre de 1975.
Núñez, Patricio: La antigua aldea de San Lorenzo de Tarapacá (Norte de Chile). Revista Chungará. Universidad de Tarapacá. 1984.
Ocaña, Diego de (1606): Un viaje fascinante por América del Sur. Madrid: Studium.1969.
Pizarro, Pedro (1571): Relación del Descubrimiento y Conquista de los Reinos del Perú y del Gobierno y Orden que los Naturales tenían, y tesoros que en ella se hallaron, y de las demás cosas que en él han sucedido hasta el día de la fecha. Editorial Futuro. Buenos Aires, 1944. https://fundacion-rama.com/wp-content/uploads/2022/08/164.-Relacion-del-descubrimiento-y-conquista-de-los-reinos-del-Peru-y-%E2%80%A6-Pizarro.pdf
Raffino, Rodolfo: El Capricornio Inka: la unificación política. En: Las rutas del capricornio andino. 2006.
ttps://www.academia.edu/1158112/El_Capricornio_Inka_La_unificación_política.
Trelles, Efraín: Testamento de Lucas Martínez Vegaso. https://repositorio.uc.cl/bitstream/handle/11534/9764/000336185.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Vega, Garcilaso Inca de la: obra citada, Libro Séptimo, capítulo I. Ziolkowski. Mariuz: Hanan pachap unanihan: las señales del cielo. En: Revista Española de Antropología Americana. Vol. XV, Madrid, 1985.