“Wichinka” y la “Goyta”: amantes y precursores patriotas en Tarapacá                                                                 

Julián Peñaranda y Gregoria Batallanos son dos personajes  conocidos casi meramente a nivel de historiografía. Ambos tuvieron participación en los umbrales de la lucha independentista tarapaqueña. Destacan las credenciales del el primero, con una larga trayectoria combativa que cruza desde el Alto Perú (actual Bolivia) hasta Tacna y desde Moquegua hasta Pica. No se sabe a ciencia cierta si fue un militar de línea, pero las referencias lo sindican como coronel.

La figura de Gregoria, en tanto, es más bien marginal y se remite a la última fase de la carrera de Peñaranda, debiendo admitirse que cuanto proyectó fue un reflejo de sus claroscuros tan particulares.

A ninguno de ellos se le atribuye oficialmente rango de heroísmo, si bien la figura de Peñaranda se aproxima tangencialmente a dicho estándar por su clara conciencia patriótica, por su compromiso como combatiente y por su capacidad para organizar partidas populares de combate en un amplio radio geográfico.

Sobran razones para admitir que Peñaranda (apodado “Wichinka”) pudo haber sido un mestizo oriundo de Puno, relativamente letrado y que se caracterizaba por dominar las lenguas indígenas (Aranzaes, citado por Acosta 1960:18).

En su currículo de luchador revolucionario, además de su participación en el levantamiento de La Paz, derrota y repliegue en 1809 (Barragán 1960), “Wichinka” registraba una participación protagonística en el segundo estallido de Tacna (1813), ya que junto a Enrique Paillardelle y José Gómez apresaron a las autoridades españolas, asaltaron el cuartel y tomaron la ciudad del Caplina (Gómez 2013).

                            Un cura patriota en Pica

Algunos meses antes de la incursión de los guerrilleros altoperuanos, en Tarapacá existían pequeños grupos que profesaban el sentimiento antiespañol reunidos en discretos conciliábulos y calificaban por tanto para que en la jerga realista se les motejara de adherentes a la “maldita patria” y cómplices de los “porteños”, como se aludía a  los agentes y emisarios argentinos que realizaban las tareas conspirativas de propaganda y creación de grupos revolucionarios.

Componían el hegemónico mundo realista las autoridades, funcionarios, agricultores y mineros. De igual manera, el clero era un poderoso instrumento de concientización y fidelismo a España. Eran los últimos chapetones (no nacidos en España) de esa desfalleciente Colonia.

El obispo de Arequipa. Luis Gonzaga de la Encina, predicaba el amor a la corona con mayor intensidad que el amor al prójimo. En tal sentido, emitió tres cartas pastorales exhortando a los fieles a denunciar a los sacerdotes que en el confesionario les incitaran a tomar partido por la insurrección (Galdós 2019:280).

En una de esas pastorales, de fecha 7 de febrero de 1815, Gonzaga exigió al clero y a los feligreses de la diócesis un testimonio de fidelidad al rey, manifiesto que debía ser leído desde el púlpito.

El cura de Pica, Miguel Jerónimo García de Paredes, se negó a hacerlo, lo que motivó que el 16 de junio se abriera una investigación sumaria y secreta, para lo cual se recurrió “a cuantas personas puedan ser sabedoras, a fin de lograr el mejor esclarecimiento de cuanto se denuncia”.

Sobre el particular, el prelado justificó esta investigación expresando que “repetidas veces se me ha informado que el cura de Pica, Miguel Jerónimo García de Paredes, es adicto a la causa de los insurgentes, lo que ha manifestado en conversaciones, y aun en juntas nocturnas, olvidando que su ministerio es de paz y de reconciliación” (Conspiraciones 1974:1).

El cuestionado sacerdote debió abandonar el oasis, pero fue reivindicado y ya con el Perú independiente, lo encontramos de nuevo al frente de la parroquia piqueña (Paredes 1826).

                         Peñaranda ocupa Tarapacá

Como es sabido, en Tarapacá el despertar independentista prende estimulado por factores y protagonistas externos. En primer lugar, la estrategia de agitación y levantamiento que promueven fuerzas militares argentinas y, luego, su puesta en escena a cargo de la montonera altoperuana dirigida por Julián Peñaranda.

La de “Wichinka” fue una de esas guerrillas de formación espontánea, bastante inorgánicas por cierto, “combatientes armados solamente de malos fusiles, cuchillos, lanzas y hondas” (Acosta 1960:18), o para ser más exactos un “regimiento de naturales” (Sala 1989:490).

Tanto los indígenas, como los mestizos, los negros y algunos criollos tenían sus respectivas razones para oponerse al sistema español (librarse de los tributos y abusos de los curas, recuperar tierras, oportunidad ocupar cargos públicos, despojarse de la esclavitud, etc.). Todos luchaban por una nueva y verdadera patria (Taboada 1960:36). 

De Tacna, “Wichinka” Peñaranda pasa al Cuzco y luego a Lima, donde es detenido hacia fines de 1814, pero se fuga de la cárcel (Glave 2020:39). Hacia agosto de 1815 se le encuentra movilizando partidas indígenas en Cuñuri, Ca-rangas, Andamarca, Corque, Llanquera, San Miguel, Guaillamarca, Curaguara y Tarco (Castro 2018). A continuación procede a invadir Tarapacá.

Necesario es considerar que frente a los argentinos se daba nada más que un nexo de fraterna subordinación reverencial, pero en lo operativo se trataba de una responsabilidad que “Wichinka” acometía por cuenta propia, lo que explica las acciones de pillaje, extorsión, bandolerismo y la perentoria exigencia de “contribuciones voluntarias” para financiar su existencia. Lógicamente que no se pagaban salarios y no había más compensación económica que eventuales repartijas producto de  expropiaciones.

Poco antes de pasar Peñaranda a Tarapacá, junto a su lugarteniente José Choquehuanca, una mujer de 19 años se suma al estado mayor: Gregoria Batallanos, indígena y analfabeta (Aillón 2010:87).

A estos cabecillas hay que agregar a Manuel Choque, nombre que surge en el juicio realizado en Tarapacá luego de la derrota montonera. Aunque confidente de Gregoria, en dicha audiencia no tuvo reparos en entregar antecedentes sobre ella. Incluso la forma de describirla habría sido muy poco solidaria. Al menos, es lo que expresa la transcripción oficial de los testimonios emitidos.

Gregoria era también conocida por el apodo de “Goyta”,  término que acaso sea una corrupción de Guaita, un ayllo de Lampa, región de Puno, del que ella puede haber sido originaria.

Según posteriores declaraciones suyas, “Wichinka” la comprometió bajo promesa de matrimonio. Si bien no hay referencias acerca de su aspecto físico, no sería aventurado especular que si un hombre duro, frío e implacable como “Wichinka” puso sus ojos en ella, fue porque se trataba de una muchacha agraciada.

Gregoria no sólo se involucra sentimentalmente con “Wichinka”, sino también toma parte activa en la misión combativa que éste encabezaba.

Para esa época colonial postrera, fue una transgresora y piedra de escándalo para medio mundo. Lo que en ella más resaltaba era su distintivo sello de amazona: vestía como hombre y llevaba espada al cinto. Su travestirse no era sino una forma de mimetización externa, pues más allá de sus aptitudes guerreras, de su carácter autoritario y violento -que provocaban temor en la tropa y la gente de los pueblos por donde pasaba-, ella era la mujer del jefe. Y en instancias sociales le gustaba adornarse con joyas. Pero, fuerza es decirlo, sin dejar de lado los atuendos masculinos.

Al ingresar a territorio tarapaqueño, entre agosto y septiembre de 1815, la hueste altoperuana parece haber hecho una primera escala en Camiña, donde Peñaranda nombra como representante suyo al indígena Manuel Tamayo (Lanas 2016:424). De este se cuenta que subía al campanario de la iglesia a vocear consignas en favor de la “patria”.  

Un mes antes de llegar “Wichinka” a San Lorenzo de Tarapacá, en la capital provincial se había producido un confuso incidente: el enfrentamiento a tiros, sin resultado de daños personales, entre el subdelegado (autoridad civil) Manuel Almonte y el jefe militar, comandante José Francisco Reyes.

Causa de este exabrupto fue un conflicto que surgió en Atacama, donde debido a un mal procedimiento del padre de Almonte -quien era subdelegado de dicho partido-, no fue posible que la fuerza militar tarapaqueña encabezada por Reyes pudiera desbaratar un foco de insurgencia aparecido allí (Vargas 1932:16) 

Para mal de males, en septiembre de ese año de 1815, un grupo de exaltados atacó la casa de Manuel Almonte, profiriendo amenazas a su persona y consignas revolucionarias. Es decir, había ya un germen de conciencia antiespañola.

El subdelegado no pudo soportar más y optó por huir en un barquito guanero acompañado de connotados vecinos de Pica y Huantajaya. Su destino final es Tacna, adonde llega el  27 septiembre y da cuenta de los disturbios, enfatizando que “por Pica y Camiña andaban cien porteños” (Vargas 1932:15), antecedente que denota la presencia de elementos insurgentes antes de la entrada oficial de Peñaranda a San Lorenzo de Tarapacá (octubre).

Es posible que la mención de Camiña nos esté indicando que Peñaranda estuvo allí. Con respecto a Pica, existe un dato anecdótico entregado a modo de denuncia por el cura del oasis, en el sentido de que “Wichinka” intentó violar a una joven, prometiéndole matrimonio.

Retomando la secuencia cronológica, la noticia del escándalo protagonizado por Almonte y Reyes llega a Lima a oídos del virrey Pezuela, quien decide enviar en relevo del segundo al comandante Rafael Olazábal (Glave 2020:38), cambio que no llegó a concretarse. Y en esto sospechamos que Reyes confidenció al postulado reemplazante que su postura pro-patriota era fingida y, en consecuencia, le participó la estratagema que se proponía llevar a efecto.

 La guarnición de San Lorenzo de Tarapacá constaba de 30 soldados pardos veteranos y algunos milicianos, más tres cañones, fusiles y municiones. Sus jefes Reyes y Olazábal se dejaron intimidar con el arribo el 18 de octubre de la montonera de “Wichinka”. Es más, se plegaron a la causa patriota con su contingente y pertrechos bélicos.

De esta manera, dueño de la situación, con fecha  22 del mismo mes, “Wichinka” convoca a la comunidad de San Lorenzo y a representantes de Pica y Huantajaya, ocasión en que se proclama la independencia de este territorio, se conforma un cabildo con nuevas autoridades y él es aclamado como comandante general de las fuerzas.

El cargo de subdelegado, principal autoridad político-administrativa, le es otorgado al hasta entonces jefe militar español, José Francisco Reyes.

En el breve lapso de dominio sobre Tarapacá, los montoneros altoperuanos recorrieron localidades como Huantajaya, Pica y Pabellón de Pica, según se desprende de los testimonios recogidos en el juicio contra los insurgentes que tuvo lugar a principios de 1816.

Con respecto a Pabellón de Pica, es probable que el asalto a la casa del administrador de la caleta, ocurrido el 12 de octubre de 1815, haya sido una acción concertada entre habitantes costeros que reclamaban la libre extracción del guano y montoneros de “Wichinka”, pues entre los protagonistas se menciona a  “Manuel Choque como partícipe del motín en nombre de “la infame Patria”. (Lo y Sánchez 2020).

Ya sabemos que Reyes tiende una celada a “Wichinka” y Choquehuanca, manifestándoles que el general argentino José Rondeau se encuentra en Pica y necesita reunirse con ambos, de manera que parten el 16 de diciembre en dirección al oasis, acompañados de una escolta militar y vecinos de San Lorenzo de Tarapacá. En horas de la noche, los dos líderes son reducidos y al día siguientes embarcados en Pabellón de Pica rumbo a Arica. “Wichinka” y Choquehuanca mueren fusilados por los españoles.

Intuimos que la captura de estos dos luchadores se produjo tras la incursión de una fuerza militar española venida desde Arica que avanzó hasta Camiña y erradicó al movimiento patriota existente en esa zona (Glave 2015:60).

Ciertamente que de la siniestra jugada de José Francisco Reyes nadie se enteró de inmediato en San Lorenzo de Tarapacá, de manera que Reyes pudo arrestar a los cabecillas restantes y retenerlos en prisión en espera de ser juzgados.

Pero la prisionera “Goyta” no dejó de conspirar. Conforme a un testigo, “después de haber hecho preso el caudillo” (“Wichinka”), “su manceba ha estado seduciendo a los soldados a contra revolución y deserción” (citado por AIllón 2010:93)

El mayo de 1816 se inicia en San Lorenzo de Tarapacá,  ante el subdelegado José Francisco Reyes, el juicio contra la “Goyta” y Manuel Choque. De sus declaraciones y las de los testigos y víctimas incumbentes se conforma un conjunto de informaciones que, aunque surgidas en circunstancias de presión y transmitidas por instancias españolas, no dejan de ser interesantes.

Manuel Choque declaró que Gregoria Batallanos  “se vino amancebada de Potosí con el insurgente Peñaranda, acompañándole en todos sus robos y vejaciones (… ) ella participó en todas las correrías de su amante Julián Peñaranda”.

El expediente deja traslucir un evidente interés por recabar noticias en orden a recuperar especies robadas por la montonera en su trayecto desde Alto Perú a Tarapacá y luego en algunas localidades de esta provincia.

Promotor de la acción judicial fue Pedro José Funes, cura de una doctrina de Carangas, quien reclamaba patrimonio que él había conducido hasta Andamarca, en previsión de que cayeran en manos de los insurgentes, pero le fueron igualmente arrebatados por “Wichinka” y dejados en depósito al cura Pedro José Saavedra de Llica (localidad distante 59 kilómetros de Cancosa), precisamente un adicto a la causa patriota.

Consistían en dos baúles de ropa y uno de libros, tres caballos”, 31 mulas y una cantidad importante de vajilla, enseres de plata, ropa blanca y papeles. Obviamente que los animales fueron usados para monta y tiro y supuestamente como comestibles.

Otro demandante denunció que en San Lorenzo de Tarapacá Peñaranda asaltó la casa de la testamentaria del fallecido (1808) minero de Huantajaya y salitrero Matías González Cossío y se apropió de plata labrada, perlas, alhajas de oro y diamantes, aparte de una sortija de diamantes que vendió al comandante José Reyes y que éste devolvió antes del juicio (Aillón 2010:90).

Los montoneros sustraían además vestimenta que era repartida entre el contingente. En su visita a la caleta de Pabellón de Pica, sacaron desde una embarcación dos baúles con ropa, parte de la cual fue distribuida en Huantajaya, labor a cargo de Manuel Choque.

A propósito, se conoció que en algunas fiestas que se realizaron en el mineral, la “Goyta”, aparte de bailar vestida de hombre, obligaba a todos los presentes a que bebiesen brindando por la Patria. Quienes no obedecían eran tildados de realistas y amenazados de ser pasados por las armas.

Por sus aires autoritarios y porque intimidaba con sus fieros gestos y órdenes vociferantes, se le reputaba como “comandante” y “coronela.

Por ejemplo, estando en Huantajaya y ante la gente del pueblo convocada con toque de tambor, trazó en el suelo una raya con su sable y pidió que los que estuviesen a favor de la Patria se aproximaran a dicha raya. A quienes así lo hicieron ella les dio un abrazo y a los que no, los mandó a la cárcel. 

La “Goyta” se caracterizó como una mujer agresiva, pero pese a que “Wichinka” la engalanaba con joyas robadas para que luciera como una reina, debió soportar la conducta   despiadada e intransigente de su amante.

En el reverso de la medalla, la “Goyta” evidenció actitudes de conmiseración hacia determinadas personas. Según su propio testimonio, en una ocasión en que intercedió pidiendo clemencia para víctimas de saqueo, Peñaranda le propinó “patadas y moquetes, en tal extremo que le echó a la cama, sentenciándola a que también la había de pasar por las armas por compadecida” (citado por Aillón 2010:90).

Sin embargo, en otra oportunidad las súplicas de la “Goyta” sí dieron resultado. Fue una vez en que Peñaranda quiso pasar a un hombre por las armas, pero terminó cediendo. De todos modos, en la generalidad de los casos en que ella le pidió por alguien, la respuesta fue el maltrato. Y si ella insistía, él se encerraba en su dormitorio con la orden de no dejar entrar a nadie.

A falta de mayores informaciones, podría suponerse que en el mencionado juicio efectuado en San Lorenzo de Tarapacá no se levantaron contra ella cargos criminales, sino solamente por pillaje y robo, motivo por cual es de suponer que se le castigó con cárcel.

Cumplió condena y volvió a sus lares. De lo que pasó posteriormente con Gregoria Batallanos, la “Goyta”, es una incógnita.

Braulio Olavarría Olmedo

Referencias bibliográficas:

Acosta, Nicolças y otros: Manuel Victorio García Lanza. Yungas, Bolivia, 1960.

Aillón Soria, Esther: Gregoria Batallanos, la Goyta: Mujeres en el campo de batalla en la independencia de Bolivia. En “Las mujeres en la Independencia de América Latina”, edición de Sara Beatriz Guardia. Lima, 2010.

https://cemhal.org/5%20Mujeres%20Independencia%20%202010.pdf

Castro Castro, Luis: El proceso independentista en el extremo sur del Perú: desde la invasión de Julián Peñaranda a la sublevación de Pascual Flores (Tarapacá, 1815-1822). Historia No 51, vol. II, julio-diciembre. 2018.

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