Voces de la Calle: A

Acambuchaba. «-…y le pegó tanto, pero tanto –y acambuchaba su trompa de marrana-, que tuvo que salir doña Corazón y quitársela a tirones-» (Caliche. Luis González Zenteno, 1954: 248).

Acendraron. «El espíritu de la luz no la abandonaba. El espectáculo de un mundo sordo, las experiencias en medio de bullicios y ajetreos ciegos, hicieron dura la cal de su alma, vigorizaron sus defensas y le acendraron la ternura para dispensarla a ese retoño inquieto y querido que era Virginia. Esta no sentía nada: su leve humanidad se movía por entonces en un universo de ingenuidad triste que iba asimilando detalles y situaciones que sólo los años por venirse asentaba quizás en la muchacha un cariño rudo hacia los medios que consumieron la juventud valiente, intrépida, de la madre, medios que, a pesar de todas sus inconscientes fuerzas desencadenadas, limitaron la crueldad en las fronteras mismas donde el heroísmo femenino se hizo bastión de roca para resistirlos» (La Luz Viene del Mar. Nicomedes Guzmán, 1963: 62).

Achunto. «Y arreó con todas las piezas de caucho que había en el centro de la mesa.
-Ustedes parece que trabajaran a medias –comentó Ureña, semblanteando maliciosamente a la niña y al ganador.
-¡Y claro! ¡Claro! ¿Qué no lo sabía?
-¡Mentira, mentira! –se defendía la aludida-. Deme la parte del pozo, será mejor.
-Bueno. Ahí la tiene. –Y le cedió una porción de su ganancia. –Tanto que protesta y se lleva la parte del león.
-De la leona –rectificó Ureña.
-Eso. A la otra. Ahora sí. Ahora sí que le achunto» (Los Pampinos. Luis González Zenteno 1956: 184).

Acomedida. «Una pelea de perros en la esquina de la plaza, les llamó la atención.
-¡Se están matando!. –gritó la profesora-. ¡Jesús! Una persona acomedida que vaya a apartarlos» (Caliche. Luis González Zenteno, 1954: 286).

Antracita. «El Muchacho exhibió a plena luz la expresión socarrona de su rostro, donde brillaba la antracita de sus ojos pícaros» (Caliche. Luis González Zenteno, 1954: 299).

Asaeteado. «Mira que te mira playa y mar, con ese gozo que produce el hallazgo repetido y renovado de lo que se quiere, Virginia se había ensimismado de modo tan hondo que casi se precipita a las aguas bullentes desde la ferretería hurrumbrosa del viejo muelle, en el momento en que dos gaviotas pasaron disputando en el aire, por sobre su cabeza, a graznidos estridentes. El aire estremecíase asaeteado por el estilete de los chillidos, el sol ascendía, y en su ascenso daba la impresión de acercarse más a mar y a tierra o a Virginia, que tenía el alma como construida por sales de tierra y sales oceánicas» (La Luz Viene del Mar. Nicomedes Guzmán. 1963: 54).

Aterido. «Pasmado de frío. Su emoción maduró acaso a la vez en que se amarraba contra la nuca la mata entera y negra del pelo para lavarse el rostro, y por una rotura incipiente de la camisa asomó el pezoncillo aterido de uno de sus pechos: ¡capullo tenso como pronto a florecer, rosado y puro e igual que un minúsculo botón de jazmín!, pichón de la ternura oteando en su desamparo un socaire de calores distintos!» (La Luz Viene del Mar. Nicomedes Guzmán, 1963: 34).

Atusaba. «Floridor Sánchez se atusaba los bigotes, feliz por el curso que iban tomando los acontecimientos» (Caliche. Luis González Zenteno, 1954: 145).

Azogue. «Alguna vez se preguntó Virginia cómo tardó tanto en conciliar su persona con las verdades plásticas del espejo. Siempre le temió al armatoste sabio, de brillos canosos, más lo conquistó como a un compañero intimo desde el instante en que, habiendo abierto un postigo del dormitorio, un rayo de sol se introdujo, golpeó el azogue hinchado y roído por los años, y éste le mostró cómo eran de brillantes sus ojos y qué extraños y exóticos matices contenían» (La Luz Viene del mar. Nicomedes Guzmán, 1963: 32).

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *