Pica: disputas por el cacicazgo, un testimonio falso y las viñas del oprobio

                     

                         

Hacia el último cuarto del siglo 17 se vivió en Pica una tensa confrontación legal entre dos familias indígenas nobles: Caques y Guagama, por la obtención del cacicazgo. En representación del primero de estos dos linajes e invocando el derecho a ser reconocido como cacique, Lorenzo Caques dio a conocer en 1671 una tradición oral que lo vinculaba con quien habría sido el curaca piqueño al momento de establecerse los españoles en el oasis.

Así se desprende de informaciones recogidas de archivos judiciales por el etnohistoriador Jorge Hidalgo Lehuedé (1). A nuestro modesto entender, los argumentos planteados en esas fuentes carecen de respaldo documental y tampoco resisten el examen histórico-genealógico, motivo más que suficiente para no concederles validez historiográfica.

Antes de comenzar, algunas precisiones preliminares: en lengua nativa, los jefes étnicos se denominaban curacas, pero por disposición de Francisco de Toledo, virrey del Perú entre 1569 y 1581, se les asignó oficialmente el apelativo de caciques, voz de origen caribeño. Asimismo, por ayllu se debe entender la unidad social básica conformada por lazos de parentesco, en que se estructuraban las comunidades andinas.

                                         Pretensiones cacicales

De acuerdo a la tradición invocada por Lorenzo Caques, en el tiempo inmediatamente posterior al arribo de los hispanos (desde otro punto de vista, gentilidad tardía), el oasis y sus comunidades circunvecinas eran liderados por el curaca Capagaina, quien compartía autoridad con los jefes Sacagaina, Quilagaina y Utali.

Luego de ser evangelizados, todos ellos adoptaron un nombre de pila cristiano, al que agregaron un apelativo nativo a modo de apellido, quedando configurados de la siguiente forma:

Capagaina pasó a llamarse Pedro Caques; Sacagaina, Pedro Caucoto; Quilagaina, Pedro Sucaques; y Utali, Pedro Pacanco.

Como argumento discursivo, Lorenzo Caques intentó legitimar su derecho al cacicazgo de Pica “por ser nieto de Pedro Caques, casique que los fueron de este dicho pueblo sucediéndose como tales en el dicho cacicazgo desde la gentilidad hasta que murió don Pedro Caques, mi padre y dejándome la sucesión de dicho cacicazgo por menor de edad de sinco años e incapaz para poder exercer el tal oficio” (2).

El relato afirma que Pedro Caques (ex “Capagaina” y jefe del ayllu Aransaya), habría sido confirmado como curaca único por las autoridades españolas. Y como dato adicional, indica que, a poco andar, se rebeló el ayllu Mancasaya y entonces los tres jefes restantes aplastaron a los insurrectos en una batalla que tuvo lugar en Vitaile (sector vecino al actual Resbaladero) y de esa manera se les “redujo a la ley de Dios”. Interpretando el código, se subentiende que los Mancasaya se habrían resistido a la cristianización.

Yendo a lo concreto, la reclamación y estrategia en comento no guarda coherencia con el ordenamiento cronológico y son sus propias adscripciones a los primeros años del Contacto (arribo de los hispanos) las que refutan su lógica y credibilidad.

                                    No hay constancia alguna

Conforme a los escasos datos que se tienen sobre la evangelización temprana en Pica, se sabe que fue el cura de Tarapacá quien comenzó a doctrinar esporádicamente a los indígenas de Pica, aproximadamente desde 1553. Considerando el vasto territorio que le correspondía doctrinar, extender su acción pastoral al oasis fue, al parecer, un gesto de buena voluntad. Pero se convirtió en obligación cuando a partir de 1559 Pica y sus anexos pasaron a formar parte de la encomienda de Lucas Martínez Vegaso (primer español que explotó Huantajaya). Y habrá que esperar hasta 1570 para que Pica sea elevado a la categoría de doctrina con cura propio.

Ya que la saga asocia a los cuatro curacas con el inicio de la evangelización, la que a su vez se inscribe en el proceso de instalación hispana, procede verificar quiénes aparecen en los documentos coloniales tempranos como efectivas autoridades étnicas.  

Con fecha 11 de julio de 1549 se ejecuta en Pica un protocolo de Visita (censo de población y tierras) con la presencia del curaca Chui (3).

En abril de 1557, Juan de Castro toma posesión en propiedad de la Encomienda de Pica, ya que hasta entonces había sido servida por el representante del titular ausentista. La ceremonia de entrega se realizó con la participación del curaca Ynatue o Ynato (4).

En febrero de 1559, Pica y sus anexos pasan a formar parte de la Encomienda de Lucas Martínez Vegaso y en el acto oficial participan en representación de la comunidad indígena los curacas Juan Amastaca y Pedro Calanche (5).

Para 1561 encontramos como curacas a Carlos Saguaya y Martín Mari (6).

Y cerrando casi el siglo 16, en 1598 el cacique de Pica es Alonso Lingualan (7).

Como se aprecia, para el período 1549-1598, la evidencia documental no menciona a ninguno de los cuatro presuntos curacas contemporáneos del Contacto, que en Pica comienza en 1540.

Ahora, bien, a propósito de la asimilación de nombres de pila cristianos, queda claro que los primeros en adoptar este modelo patronímico fueron los curacas Juan Amastaca y Pedro Calanche, en 1559.  

                                     Rastreando sus orígenes

Aplicando ahora un parámetro genealógico, encontramos que cuando en 1598 Alonso Lingualan ejerce como cacique de Pica, el Pedro Caques real era un niño de apenas tres años de edad, puesto que nació alrededor de 1595 (8).

En consecuencia, pierde totalmente sustento la pretensión de origen sucesorial hereditario y continuidad cacical a partir de dicho personaje, como propugnaba Lorenzo Caques

¿Tuvo su linaje figuración cacical? Sí, pero en épocas posteriores: 1671, 1722, 1750 y 1793, siendo a todo esto necesario aclarar que el sistema de cacicazgo piqueño no tuvo sucesión hereditaria continua, sino que fue objeto de constantes cambios, renuncias ausencias y lagunas, contingencias que generaron luchas entre facciones y terminaron con nombramientos impuestos por las autoridades españolas.   

De igual modo que los Caques, el linaje de los Caucoto (ex “Sacagaina”) aparece ejerciendo jefatura recién en el siglo 17, con Juan Caucoto, quien en 1649 era propietario de las tierras del valle de Quisma, las que se extendían desde el nacimiento mismo de las vertientes de Chintaguay hasta La Botijería (9). Era el más privilegiado de los sectores agrícolas en términos de recursos para el riego.

Al menos en el siglo 17, los Caucoto estaban caracterizados como oriundos del ayllu Mancasaya, el mismo que se opuso a ser evangelizado, según la saga.

De Sucaques (ex “Quilagaina”) no se han encontrado referencias y lo más aproximado es el apellido Lucaques.

Finalmente, a los Pacanco (ex “Utali”) habría que situarlos en el ayllu Aransaya y su primer registro genealógico homónimo corresponde a Pedro Pacanco, nacido por el año 1635 (10). Tenemos la impresión de que los Pacanco serían un segmento de raíz camanchaca que terminó por naturalizarse en Pica.  Sabemos que a Pica no sólo estaba supeditada la costa del Loa, sino que también la importante caleta de Bajo Molle (Ique-Ique). 

Por todo lo expuesto, la alegación-testimonio presentada por Lorenzo Caques no tiene asidero y es susceptible de tildársele de testimonio falso y amañado.

                                    El linaje Guagama

El último intento de los Caques porque se les reconociera legitimidad de ascendencia, fue la acción judicial que interpuso Prudencio Hipólito en 1756, cuestionando la trazabilidad del linaje rival, representado por el cacique en ejercicio Francisco Guagama Pérez. Nacido en Pica, el 30 de julio de 1704, este personaje fue cacique de los ayllus Aransaia y Urinsaia (11) y reconocido como una autoridad justa y que defendió los derechos de los indígenas. Falleció probablemente hacia 1770.

Requerido a comprobar sus antecedentes familiares, Guagama manifestó que su linaje partía con su ancestro Alonso Lingualan o Liquilguate, nacido por 1534, cacique principal de Pica, que de su matrimonio con Ana Sailog, tuvo como primogénito y heredero a Pedro Guagama Sailog, nacido por 1564 y cacique de los ayllus Aransaya y Urinsaya.

De la unión de Pedro Guagama Sailog con Juana Sabachinga (Saguachinga), nació en 1594 Juan Guagama Sabachinga. Y de la unión de este último con María Aiajo, nació en 1624 Francisco Guagama Aiajo, el que a su vez se casó con María Rosa Elgo Pérez, padres de Francisco Guagama Pérez, nacido en Pica, el 30 de julio de 1704 (12).

Controversias apartes, a Francisco Guagama Pérez le cabe el mérito de ser el pionero en la construcción de pozos en la Pampa del Tamarugal, con el “Puquio o Pozo de Guagama”, que ya existía en 1765 (13) y conocido después como pozo-buitrón Santa Rosa de la familia Arias, antecesor directo del actual pueblo La Tirana.

Francisco Guagama utilizó su fuente hídrica en producción hortícola. Independientemente de haber contado con este recurso acuífero, es probable que haya sido tangencialmente también el pionero del sistema de canchones o “chacras sin riego”.

                                      El mundo al revés

Para comprender estos conflictos étnicos, se debe tener presente que en los grupos familiares protagonistas incidían fuertemente motivaciones tanto políticas (poder y dominio sobre la población indígena), como de rivalidad socio-económica y también afanes de congraciarse con los españoles.

En efecto, en sus litigios ante el juez (el teniente de corregidor) no se trepidaba en utilizar una prueba de la blancura tan hipócrita y contra-identitaria, como la de acusar a sus oponentes de borrachos y de vida no cristiana, por el solo hecho de participar en fiestas y practicar usos tradicionales como el baile y la bebida.

No eran ellos indígenas comunes, sino una casta con notable patrimonio material y favorecida por el ordenamiento español desde los tiempos del virrey Francisco de Toledo, cuando los caciques fueron asimilados como funcionarios, dotados de privilegios y con el rol de cobrar los tributos, estando ellos exentos de toda gabela. Además, los indios de abajo debían trabajarles las tierras.

Las ramas cacicales constituyeron una nobleza indígena rica e influyente y no faltaron españoles que se interesaran en casarse con hijas de esas familias. Está el caso del corregidor Pedro Sánchez de Rueda, marido de Andrea Caucoto. Y el de Juan González Miranda, quien luego de la muerte de su esposa Lutgarda Guagama Pérez, se unió en 1719 con Bartolina Sánchez de Rueda y Caucoto, hija de Pedro Sánchez de Rueda y de Andrea Caucoto (14).

En esa sociedad colonial cargada de ambiciones, discriminación y prejuicios, los cargos públicos se vendían al mejor postor, como el de Corregidor de Indios y Justicia Real. Siguiendo el mismo esquema, el corregidor con asiento en Arica arrendaba el oficio de teniente de corregidor de Tarapacá (generalmente con sede en Pica) y el adjudicatario, para responder a las mensualidades comprometidas con su arrendador y a fin de lograr que el oficio resultara rentable, se procuraba excedentes recurriendo a una desenfadada explotación de la población indígena baja.

En 1637, como resultado de su visita pastoral, el obispo de Arequipa denunció que “donde más está entablado este abuso con mayor exceso es en el teniente de la provincia de Tarapacá” (15).

Ocurre que este teniente de corregidor no permitía que los indios de Pica manejaran las viñas de las que eran dueños, so pretexto de salvaguardarles del pecado de la embriaguez, y entonces procedía a administrarlas él mismo y a arrendarlas a otros españoles, siendo los propios indios despojados los encargados de labrarlas. El salario no se les pagaba en dinero, sino en vino (16).   

Braulio Olavarría Olmedo

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