Los asentamientos agrarios posteriores

Las próximas aldeas tardías se adecuan al área de Huarasiña (Figura 2), en las cercanías de las vertientes mucho más al interior de Caserones. La opción a este nuevo espacio se fundamenta en la expansión del área cultivada con mayor hectareaje que Caserones a través de un complejo sistema de regadío a base de canales. Las bocatomas debieron disponerse aguas arriba del arroyo para manipular un espacio mayor de cultivación. Bajo este esquema, el área baja de Caserones quedaba fuera de proceso, en tanto que la expansión de nuevas tierras cultivables iba unida al control de las vertientes superiores que apoyaron el planeamiento aldeano tardío. Esta expansión “aguas arriba” habría que entenderla más bien a través de la preparación de nuevas tierras productivas ordenadas para un regadío canalizado, lo cual en esta quebrada siempre operó desde cotas más altas a bajas.

En torno a las vertientes de Huarasiña se establecen las aldeas posteriores a Caserones (ca. 1.000 años DC) con habitaciones cuadrangulares aglutinadas y vías de penetración bien definidas. Dos aldeas están separadas por una pared, conformando una unidad ocupacional (Tarapacá-13 y 13-A), ambas son contemporáneas y podrían reflejar dos mitades del patrón de organización dual, bajo la conducción de señores cada vez más preocupados de mantener comunidades destinadas a la producción excedentaria de bienes requeridos en el litoral desértico y en los pisos serranos y altiplánicos. Para este efecto mantienen relaciones sociopolíticas con las comunidades de Arica, Pica, Camiña y aún las tierras altas, a juzgar por la intrusión de cerámica con diseños negros sobre rojo. En conjunto perciben la “riqueza” de la capacidad de los oasis y valles bajos para acumular valiosos productos y sustentar densas poblaciones campesinas con niveles adecuados de autonomía política, pero estrechamente relacionadas en círculos de armonía socioétnica con las comunidades aledañas. A partir de los 1.000 años DC (Desarrollo Regional) estas comunidades tardías del complejo Pica-Tarapacá tienden a especializar su producción agraria con un importante manejo del litoral, ampliando una expansión regional muy homogénea. Las aldeas tardías de Huarasiña son parte de este proceso de avance de los señoríos locales (Tarapacá-13 y 13-A) en estrecho contacto con los requerimientos del tráfico derivado con la costa y las tierras altas. Ambas aldeas ocupan una superficie de 9.504 m², con una población máxima de 272 habitantes que se distribuyen en 68 módulos habitacionales. Se aprecia que tanto la vertiente de Huarasiña como su tierra cultivable fueron hábilmente explotadas para lograr ampliar sus cosechas del maíz. Las estructuras iniciales fueron más amplias con varias divisiones internas, dedicadas a la conservación de cosechas y molienda del maíz. Más tardíamente la presión demográfica creciente estimuló el desarrollo de estructuras más reducidas, pero en conjunto estas primeras aldeas tardías de Tarapacá ya son portadoras de un alto nivel de estabilidad en plena respuesta a una agricultura de tiempo completo, según se desprende de sus basurales monticulados que circundan a ambos poblados.

La expansión de estas aldeas tardías alcanzó la próxima vertiente, algo más arriba de las precedentes, en la localidad de Tilivilca (Tarapacá-15), en donde de nuevo surgió el patrón de grandes habitaciones que suman 25 unidades dentro de un espacio de ocupación de 1.600 m², capaces de sostener un máximo de 100 habitantes. Se aprecia que existe aquí una baja densidad consecuente con el reducido caudal de la vertiente, por una parte, y la estrechez del suelo cultivado por la otra. De todos modos, es un asentamiento que amplía el modelo de expansión agraria, con lo cual se completan todas las posibilidades de ocupación a lo largo del arroyo entre Huarasiña y San Lorenzo, disponiendo siempre de los sectores con vertientes como focos de los hábitats aldeanos (Figura 7). En esta nueva aldea el énfasis del maíz desplaza la preparación de harina de algarrobo, aumentan las bodegas de excedentes de moliendas y surge un verdadero planeamiento aldeano con amplios trazados de vías de acceso. El cementerio correlacionado (Tarapacá-36) ratifica la alta densidad poblacional creciente, con un patrón cultural tardío estrechamente vinculado a las poblaciones campesinas del oasis de Pica (1.000-1.450 años DC).

Cuando estas tres aldeas están en pleno desarrollo o al menos una más activa que otra, aparece una nueva forma de asentamiento de bajísima densidad en sectores que habían quedado más alejados de las tierras aledañas al ámbito entre Huarasiña y San Lorenzo. Se trata del villorrio Challacollo (Tarapacá-77) con 20 habitaciones construidas con la típica técnica de doble pared, similar a las aldeas referidas, y que desarrolla sus propias ceremonias de funebría (Tarapacá-78), al margen de los grandes cementerios de la población local contemporánea. Si esta población reducida y aparentemente autónoma no es parte de las comunidades locales, en tanto que usa su propio cementerio, sin participar en la funebría de las aldeas contemporáneas, sería en sí misma una evidencia de grupos de colonos desplazados desde pisos altos. Idealmente, éste es el tiempo más adecuado para la aceleración de la imposición del patrón vertical de aprovechamiento de un máximo de pisos ecológicos entre los ambientes altiplánicos, serranos y estos pisos bajos de quebrada (Murra 1972).

Hay varias formas de explicar el acceso a este patrón vertical, pero las pocas evidencias arqueológicas que ahora están disponibles ofrecen cierto nivel de efectividad. El auge de la expansión aldeana tardía es parte de un complejo sistema de regadío canalizado y manejado por autoridades locales que debieron organizar el circuito de riego dependiente de las jerarquías de tierras altas, donde esta misma quebrada asciende hacia los prestigiosos asentamientos serranos tardíos, establecidos en Mocha, Chiapa, Sibaya y Guaviña, entre otros. El hecho de que Pizarro (Barriga 1939) haya entregado en encomienda la quebrada inferior, con una altura promedio de 1.450 m.s.n.m., junto a Guaviña, ubicada a 2.370 m.s.n.m., señala un dato de sumo interés, en cuanto esta localidad está muy arriba del tramo en estudio. Esto significa que los señores de Guaviña, como parte de un mismo sistema sociopolítico, tenían acceso a tierras bajas en plena armonía con los señores de Tarapacá. De acuerdo con Billinghurst (1893) en el año 1564, muy cerca de la conquista de este territorio, el Cacique de Chiapa (3.114 m.s.n.m.), ubicada en la cabecera de esta quebrada, reconsideró ante la corona sus derechos sobre las vertientes y oasis de Tiliviche-Quiuña, cercanos al Pacífico, en un piso bajo de quebrada y sensiblemente distantes (ca. 800 m.s.n.m.). Manteniendo este esquema, resulta sugerente plantear que algunas cabeceras altas serranas y altiplánicas tuvieron lugares “propios” de asentamientos en pisos bajos para incentivar la explotación de excedentes en ambientes distantes y/o controlar lugares con recursos para el desplazamiento de sus caravanas.

Con estos antecedentes es imposible comprender el manejo de las aguas al margen de las autoridades de los pisos altos de Tarapacá, y bajo esta premisa el nivel de dependencia de algunas cabeceras principales aguas arriba parece ser correcto. La sola presunción de que existía en esta época tardía una especie de “micro-confederación” de señores de tierras bajas y altas vendría a explicar el desarrollo progresivo de esta área sensiblemente baja, cuando en las tierras más altas existía una presión demográfica mayor, orientada hacia el manejo de diversos enclaves productivos que incluían además la costa y, de paso, el control del regadío en tiempos de sequías.

El proceso de expansión aldeano-tardío continuó en la quebrada. Esta vez la población campesina ocupó un área aún no controlada con eficiencia. Se repite exactamente el modelo anterior, es decir, la ocupación es conducida a una concentración en torno a las vertientes de San Lorenzo (Figura 2), ampliando el área de cultivos desde Huarasiña hasta la zona extensa y productiva del pueblo San Lorenzo actual, con implicancia aguas arriba hasta la cota más alta de esta unidad: Pachica. Esta nueva cabecera tardía dispone su hábitat en la banda sur del actual pueblo de San Lorenzo, en donde han quedado dos colinas con enterramientos, los más densos de la quebrada (Tarapacá-48), que cubren una impresionante superficie del orden de los 90.000 m². Esta población se ha alejado bastante de los recursos forestales. Los algarrobales ahora son aportes suplementarios que equilibran etapas de sequías o de alteración de cosechas esporádica. La explotación de una agricultura especializada en el maíz y sus asociados del complejo tropical-semitropical, ha logrado un clímax productivo y demográfico. Todo el suelo sujeto a la transformación en alimentos ha sido controlado, no hay otro lugar capacitado para asentar nuevas expansiones aldeanas. De este modo, San Lorenzo pasa a ser centro sociopolítico, en donde los señores de la quebrada se han concentrado a conducir el área en términos productivos y litúrgicos (petroglifos). A este espacio político restringido, pero capaz de neutralizar excedentes y poblaciones, distribuidos en la quebrada, llegan los primeros funcionarios incaicos y reconstruyen con la población local la aldea prehispánica. Ésta a su vez va a ser intervenida de acuerdo al trazado español por los encomenderos del siglo XVI, constituyendo el asentamiento Tarapacá Viejo (Tarapacá-49) sobre las estructuras anteriores (Figura 2). La quebrada que había logrado un auge productivo insospechado: campesinos especializados, metalúrgicos, tejedores, ceramistas, traficantes y encargados de culto; todos conviven con caravaneros que armonizan y sincronizan ideales y bienes entre los pisos bajos y altos, y ahora están mandatados por la administración inca. (Figura 8).

La sociedad ha cambiado a través del proceso de expansión aldeana y ha re-modificado el paisaje. Tanto arboledas, vertientes y arroyo intermitente con etapas secas y activas se han adecuado a un riguroso reparto de agua y tierra. La expansión demográfica calculada en un máximo tentativo de ca. 1.000 personas al tiempo del ingreso incaico, presupone un éxito del sistema (área Iluga-Pachica). Ahora el espacio se ha desprovisto de la vegetación inculta y un complejo mosaico de “chacras” con “melgas” regadas por canales se extiende bajo acuerdos con las cabeceras establecidas en los pisos altos de la quebrada, permitiendo así una programación de las etapas de riego-siembra-cosecha como nunca antes, a través de toda el área de ocupación. Tal acumulación de excedentes transportables afianzó una riqueza local creciente, tanto así que los funcionarios incaicos establecen su hegemonía local en el mismo lugar en que se había centralizado el manejo global del área (Tarapacá Viejo). La clave de este desarrollo andino está dada por la preocupación en la definición de una compleja organización comunitaria que produce los excedentes y de una minoría que los conduce con apoyo litúrgico y político, redistribuyendo las fuentes de subsistencia a través de todos los estamentos sociales de la población. Los ideales de vida son comunes, en tanto que el quehacer colectivo (v. gr. canalizaciones, bodegas de depósitos de reserva, abonos, textilería, construcciones, siembra, cosecha, etc.) constituye en última instancia modalidades de trabajo que sostienen a densas poblaciones, ajenas a los conceptos mercantilistas de pobreza que se observarán durante el régimen colonial. No es la concentración tecnológica manejada desde la elite la base de la acumulación de “riqueza”, sino el racional empleo de la energía humana como fuerza suficiente para transformar el paisaje y asegurar una redistribución de los bienes subsistenciales entre todos, con ideales sociales y litúrgicos compartidos.

Tecnologías agrarias tradicionales se combinaron con los ideales andinos de interponer bienes provenientes del sector costero, andino e intermedio, por medio de una movilidad creciente, cuyo pasadizo y centro de abastecimiento estaba localizado en la quebrada. El ordenamiento de un universo andino coherente por su multiplicidad de recursos complementarios justificó un gradual y sostenido desarrollo, resultante de una experiencia local de profundas tradiciones, que había derivado a un modelo con escasa deficiencia en el manejo de excedentes. En verdad, la etapa de Caserones había logrado una población de 216 habitantes en algo más de 54 módulos familiares (coeficiente Huarasiña = 1 estructura: 4 habitantes) en el momento de máxima ocupación, con una continuidad habitacional que suma aproximadamente un área de 8.100 m² entre ca. 1.000 años AC a los 290 – 700 años DC. Posteriormente, la agrupación de tres aldeas tardías ubicadas entre las vertientes de Huarasiña y Tilivilca ofrecieron una población de 372 habitantes en un máximo de 93 módulos familiares sobre un área total de ocupación de 11.104 m². Esta presión demográfica resulta evidente entre los 800 a 1.300 años DC, y se suma al nuevo clímax en el espacio de San Lorenzo que luego observaremos al momento del contacto inca (1.450 DC).

Muy cerca de la expansión inca el área estaba completamente ocupada y difícilmente podría haberse esperado un incremento demográfico, si la tierra no era capaz de sostener una mayor producción. Etapas extraordinarias y esporádicas de regadío pudieron haber estimulado nuevas vías de desarrollo, pero el retorno a un arroyo estable y débil, y aún las variaciones de las mismas vertientes presuponían que cualquier aumento mayor al logrado (1.000 habitantes al tiempo de contacto inca) incluía un serio desajuste poblacional. La incorporación de nuevos suelos se convirtió en un desafío permanente que incluyó ingentes obras de terrazas de cultivos en las cotas altas de Pachica (Figura 2). Aquí se extendieron andenes moderados (v. gr. Tarapacá-56), destinados al usufructo de las escasas lluvias estivales que alcanzaban tenuemente en los veranos excepcionalmente lluviosos sectores de terrazas de algo más de 40.000 m². Fueron ordenados en cotas de 1.750 m.s.n.m., en donde quedaron fragmentos de cerámica de un corto tiempo de ocupación, al parecer traídas por grupos de tierras altas. Sin embargo, este modelo “serrano” no tuvo aplicabilidad productiva y su realización es parte de este desafío interpuesto entre una presión demográfica creciente y el déficit de suelos y regadío en las postrimerías del periodo tardío.

Parece que la búsqueda de nuevos modelos de explotación estaba en debate cuando arribaron los primeros funcionarios incaicos. Si el modelo serrano de andenerías fue un intento frustrado, el manejo andino de pequeños retazos de tierras distantes de las aldeas estimuló el envío de pequeñas colonias como consecuencia de regadíos extraordinarios. Bajo este esquema, reducidas porciones de la quebrada quedaban abiertas al patrón vertical de ocupación por parte de cabeceras interiores (Murra 1972). Como parte básica de este sistema, los viejos algarrobales del fin de la quebrada y de la pampa aledaña quedaban expuestos a una sutil explotación temporal de diversas etnias y cabeceras locales. De esta manera, los Tarapacás, Huaviñas, Chiapas, Cariquimas, etc. mantenían acceso a “escondidos” enclaves que inesperadamente se reactivaban por esporádicos aumentos del regadío y recarga subterránea. Este patrón soportaba cierto incremento sobre el manejo de recolectas de algarrobo, paralelo a una mayor cultivación adicional por el inteligente regadío que incluyó el área de pampa Iluga, dando lugar a un manipuleo agrario de verdaderas “islas” productivas a cargo de escasas familias procedentes de pisos altos y de la misma quebrada. Sin embargo, no constituyó en sí mismo una salida al bloqueo demográfico tardío ejercido por un crítico equilibrio entre población y uso del espacio productivo.

Ya en esta época final el nuevo clímax poblacional de San Lorenzo, localizado en el área Tarapacá Viejo, aumentó a un total de 500 – 1.000 habitantes, cifra que puede ser reevaluada hasta un máximo de 1.000 personas que recibe la administración incaica. Este tamaño resultó ser una cifra en equilibrio con la capacidad productiva de la quebrada, a pesar de los esfuerzos por buscar nuevos clímax ante un “techo” de desarrollo por el déficit de suelos y regadíos irregulares. Es probable que este equilibrio haya sido alterado y que tardíamente se advenía una etapa crítica de desarrollo que habría creado las condiciones favorables para el surgimiento de nuevas tácticas hidrológicas por parte de las minorías señoriales. De acuerdo al documento de Lozano Machuca (1581), en temporadas de verano con máximos caudales descendían avenidas de agua que destruían y a su vez incrementaban los cultivos, pero esto era insuficiente. Se planeaba canalizarlas a través de una revolucionaria técnica de descenso de aguas desde las lagunas andinas interiores por la quebrada, destinadas a cultivar los suelos incultos de pampa del Tamarugal. La pampa referida era usada esporádicamente en temporadas de verano con máximo de caudales, pero era insuficiente para reacomodar una curva demográfica creciente por la falta de estabilidad aldeana, derivada de regadíos no predecibles y prolongados tiempos sin riego. La canalización de estas lagunas hasta un piso tan bajo, pero a su vez tan altamente productivo, iniciada por los incas, no sólo pudo ser el estímulo para la emergencia de nuevos asentamientos estables en la desembocadura de la quebrada, sino que además pudo confirmar la gran capacidad creadora andina en términos de buscar nuevas áreas de poblamiento sobre la base de innovadoras formas de organización del trabajo.

Las observaciones de Cañas (1884) ya habían informado sobre la calidad de los canales que unían las cuencas altas con la quebrada, a través de extensas zonas improductivas intermedias. Esta vez la canalización que en verdad fue iniciada, pero interrumpida por el ingreso español, aspiraba a unir el altiplano con pampa del Tamarugal a través de un proyecto en marcha que habría dado resultados insospechados. Resulta fascinante plantearse el efecto de esta obra inconclusa. Se ha establecido como el primer entendimiento con la quebrada, que se dio ya en tiempos arcaicos con el usufructo de los bosques de algarrobos del Tamarugal inmediato, y después a través de un largo proceso de agriculturación que estimuló el acercamiento aguas arriba, acentuando una progresiva distancia de los recursos forestales. El círculo se habría cerrado al retornar los asentamientos humanos a las pampas bajas de la quebrada, esta vez bajo otro modelo de explotación muchísimo más complejo que el arcaico, pero que se frustró desde sus inicios. Los incas explotaban la mina de plata de Huantajaya y en este sentido los recursos forestales y cultivables de pampa Iluga aguas abajo de Tarapacá Viejo podrían establecer un vínculo intermedio para su utilización, como las prácticas de fundición, y con ello trasladar aguas de regadío hasta Iluga. Se trataba de un proyecto viable para mantener aquí el necesario apoyo laboral, alimenticio e hídrico que requerían esas minas situadas en un medio muy estéril de la cordillera de la costa.

Como el “valle del algarrobal” (pampa del Tamarugal) no fue regado según las perspectivas andinas, se mantuvo la situación agraria en un status quo al final del proceso de expansión aldeana tardía. La ocupación incaica reconstruyó su asentamiento estable en Tarapacá Viejo y conviene con los señoríos locales el manipuleo del área. La población local, enterrada en las colinas aledañas, se incorporó en su fase final a los patrones socioculturales incaicos, pero en esencia la sociedad campesina continuó en su proceso productivo tradicional. Son los señores locales quienes deben transferir parte de su riqueza artesanal, alimenticia y sus gentes como mano de obra para los incas, en términos de un nuevo modelo de tributación, bajo la reciprocidad andina de una sostenida paz incaica con deberes y derechos compartidos.

Un temprano desplazamiento de una colonia (“Mitmaq”) desde Tarapacá a Tacna, en el año 1543 (Barriga 1939), da ciertas señales de la existencia de un excedente social distribuido en otras áreas distantes como consecuencia del “techo productivo” que ya antes se ha planteado para esta etapa. A pesar de la pérdida de la autoridad local por la imposición de un modelo estatal incaico, la organización social preinca continúa en vigencia y el desarrollo tiende a buscar fórmulas nuevas, acordes a los ideales andinos de producción, en el sentido de un equilibrio entre la producción de pisos bajos y altos. Este esquema otorga un real sentido al trabajo frustrado de canalización, iniciado entre las cuencas interandinas y la quebrada justo al tiempo de la invasión europea.

Tomado de Núñez, Lautaro: Emergencia y desintegración de la sociedad tarapaqueña: Riqueza y pobreza en una quebrada del Norte Chileno. En Advis, Patricio y Núñez: Estudios Tarapaqueños (2021). Universidad Católica del Norte, Neptuno, pp 641-694

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