Ignacio Serrano Montaner: su última embestida

Gustavo Fiamma Olivares

I.-Serrano y su cumplida consigna: ¡Para ganar, no hay que darse muchachos!

Si, no hay que darse hasta el último suspiro

Serrano no se dio, y al borde se su muerte intentó quemar el buque enemigo

He aquí la secuencia de su última acción

Llama a vengar la muerte de Prat
Organiza el abordaje
Salta al abordaje
Se dirige a neutralizar el cañón del Huáscar. Serrano intentaba trabar el mecanismo de la torre de giro.
Cae herido de muerte
A pesar de ello, prosigue animando a sus jóvenes compañeros. ¡Yo muero! pero no hay que darse muchachos!”Finalmente, poco antes de morir, intenta su última acción heroica: quemar el Huáscar


En el vocabulario universal, no encontramos una expresión que sirva para explicar esta valentía y heroísmo nunca antes visto. Por eso, simplemente diremos que el teniente 2° de la Esmeralda, don Ignacio Serrano Montaner, es, sin discusión, un héroe de “tomo y lomo”.

II.-Su última carga

1.-“Ignacio Serrano, herido mortalmente sobre la cubierta del Huáscar, pero consciente de su próximo fin, fue atendido por el cirujano, que no le ocultó el inevitable desenlace: su herida en el vientre era fatal.

Sabemos que agónico supo combatir con los precarios medios que sólo la bravura -jamás
desmentida- y su ingenio pudieron inspirarle. Discurrió prender fuego a las ropas y muebles que lo rodeaban, intentando provocar un incendio. El humo delató el audaz y temerario propósito del Teniente chileno, cuyo último aliento vital se extinguió luchando y cumpliendo con heroica fidelidad a las palabras de la Arenga Inmortal: «si muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber» (Roberto Hernández Ponce, Testamento ológrafo del Teniente Ignacio Serrano Montaner, en Revista de Marina 2, 1988, p. 196).

2.-Sobre esto mismo, el conocido historiador don Roberto Hernández Cornejo, melipillano igual que Ignacio Serrano, relata: “Capitaneando su abordaje el 21 de mayo de 1879, Serrano cayó mortalmente herido cuando corría hacia la famosa torre giratoria del “Huáscar” con el propósito de introducir en su engranaje -que funcionaba por fuera- una cuña que llevaba lista para entorpecer o paralizar el movimiento de dicha torre. Por eso hablaba Serrano que era muy fácil meter allí un clavo; y algunas alegorías antiguas de la Guerra del Pacífico, como por ejemplo la del Álbum de la Gloria, de Vicuña Mackenna, presentan a Serrano en el momento del abordaje, llevando un clavo y un martillo (se refiere a la fotografía que insertamos al comienzo). Pocos son los que ahora saben descifrar el significado del símbolo.

Al caer Serrano, herido de muerte, fue llevado a un camarote y asistido allí por el médico del “Huáscar”, don Santiago Tavara. Momentos más tarde, llegaban a bordo del mismo buque los náufragos de la corbeta “Esmeralda”, que había ordenado recoger Grau, entre ellos el cirujano de la corbeta don Cornelio Guzmán. Serrano vivía aún y el facultativo Guzmán solicitó permiso para poder verle, el que le fue negado.

“Una repulsa tan contraria a los deberes de la humanidad -escribe don Gonzalo Bulnes- envuelve un misterio que no está esclarecido. ¿Por qué se privó al glorioso moribundo del consuelo de expirar entre los suyos, asistido por un amigo de corazón, a quien pudiera confiar sus últimos encargos? Se dijo que había sido un castigo impuesto a la indomable arrogancia del héroe expirante, pero cuesta creerlo, porque no se concilia ni con la hidalguía que debe suponerse en el enemigo, ni con la humanidad de Grau”.
Nada más dice el señor Bulnes. Y en una visita que hicimos al “Huáscar” en el puerto de Talcahuano, recordamos haber visto esta leyenda puesta fuera de un camarote de la cubierta: En este camarote murió Ignacio Serrano.

Ahora bien, diez años más tarde de la publicación de la historia del señor Bulnes, o sea en 1922, se encontraron entre los papeles dejados por el almirante don Alberto Silva Palma algunas carillas de un trabajo que seguramente este distinguido autor quería dar a luz, lo mismo que tantas otras colaboraciones suyas de la misma índole, en la prensa diaria. Este trabajo póstumo se publicó bajo el título de “Cómo murió Ignacio Serrano”, que responde perfectamente a su contenido. El ordenador de los papeles fue don Gustavo Ried, pero el autor del escrito no es él, contra lo que se afirma en una colaboración publicada en “El Mercurio” de Valparaíso, de don Renato Basualto López.

“Bajado Serrano al entrepuente en estado casi agónico, a los pocos momentos de ser herido -escribe el almirante señor Alberto Silva Palma- fue visitado por uno de los doctores del “Huáscar”. La herida era cruel y necesariamente mortal, según pudo comprobarse por el examen de su cadáver, pues tenía el estómago atravesado de parte a parte por una bala de ametralladora. Quizás el doctor, seriamente interrogado por Serrano, se lo diría a fin de que dispusiese sus últimas voluntades; pero aquel bravo teniente de marina, que sólo disponía de su corazón y de su indomable bravura, no quiso morir sin obligar a su patria a que supliese en parte la inmensa falta que él haría en el hogar y en el cariño de los suyos.

 Viéndose solo, pues, cogió con doloroso esfuerzo la vela del camarote, la encendió y con ella comenzó a prender fuego a los objetos más combustibles que había allí. Este se propagó pronto; las maderas comenzaron a arder y el humo no tardó en denunciar aquella increíble tentativa”.

“No hay duda que el almirante don Alberto Silva Palma quería disipar algo en esa atmósfera de misterio de que hablaba diez años antes don Gonzalo Bulnes refiriéndose a los últimos momentos del teniente de la “Esmeralda”, Ignacio Serrano. La tentativa audaz de éste habría sido entonces la causa que impidió al doctor Guzmán y a sus compañeros sobrevivientes poder ver por algunos momentos al glorioso moribundo. Interpretando los hechos, hay quien sostiene: El capitán Grau se negó a que el prisionero fuera visto, sin duda para que no se notaran las quemaduras de su cuerpo y pudieran ser atribuidas a un martirio inhumano, siendo que eran obra de la propia víctima” (Roberto Hernández Cornejo, El Centenario del nacimiento de Ignacio Serrano, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia Nº 36, Año XIV, Primer Semestre de 1947, ps. 122-124).

III.-El patriotismo de los Serrano Montaner “Una raza de soldados”

Lo que antes se ha relatado del heroísmo y valentía del teniente 2° de la “Esmeralda”, ¿puede sorprendernos?

El señor Vicuña Mackenna, refiriéndose a la familia Serrano-Montaner, dice que por sus ancestros “no es extraño que los Serrano Montaner sean una raza de soldados” (Benjamín Vicuña Mackenna, Los compañeros del Capitán Prat, en “El Veintiuno de Mayo de 1879”, compilación del General Pedro Muñoz Feliú, Imprenta del Ministerio de Guerra, 1930, p. 27).

“Recordemos a los hermanos Serrano-Montaner. Simón, que ya había fallecido el año setenta y nueve. Alberto, de profesión ingeniero civil y que vivió en Curicó. Ramón, que fue Teniente 1° de la Magallanes y después oficial en el Cochrane, tenía justa fama como exitoso explorador de la Patagonia y Tierra del Fuego. Eduardo fue Guardiamarina en el Blanco. Ricardo fue Teniente del Regimiento 3º de Línea y falleció en la batalla de Miraflores. Rodolfo, que estudiaba medicina, después ocupó el cargo de Cirujano 2º en el Cochrane. Finalmente Emiliana, la hermana soltera, que junto a la madre vivió la angustiosa ausencia de sus hermanos y también su dolorosa muerte” (Roberto Hernández Ponce, Testamento ológrafo del Teniente Ignacio Serrano Montaner, en Revista de Marina 2, 1988, p. 198).

Don Benjamín Vicuña Mackenna, en un artículo del 30 de mayo de 1879, a nueve días del Combate Heroico, reproduce lo expresado por  Ignacio Serrano en una carta dirigida a uno  de sus hermanos: “Contigo seremos cinco al servicio de la guerra, escribía por esto a su hermano menor, el bravo que ha muerto sobre la cubierta del Huáscar, y luego proféticamente añadía: “Si a alguno de nosotros nos toca morir, confío en la Providencia que no ha de ser en tierra chilena ni tan fácilmente”. ¡El cielo ha escuchado sus heroicos presagios! (Benjamín Vicuña Mackenna, Los compañeros del Capitán Prat, en “El Veintiuno de Mayo de 1879”, compilación del General Pedro Muñoz Feliú, Imprenta del Ministerio de Guerra, 1930, p. 27).

IV.-Su viuda: Doña Emilia Goycolea. La hija adoptiva de todos los chilenos (Benjamín Vicuña Mackena)

“Ignacio Serrano había contraído matrimonio con doña Emilia Goycolea hacía siete años , y una vez nombrado Gobernador Marítimo de Tomé estableció su hogar en ese puerto. No tenían hijos, y los esposos Serrano-Goycolea se encargaron de la educación de Eulogio, hermano de doña Emilia, quien gracias a la conducción y ejemplo de su cuñado descubrió la vocación de marino incorporándose a la Armada como «aspirante» (1880).

Los desvelos y deberes de la guerra impusieron al gobernador un primer sacrificio: deshacer su hogar y separarse temporalmente de su señora, que se fue a vivir a Puerto Montt en casa de parientes. En carta fechada en Valparaíso el 25 de abril, Ignacio confidenciaba a su hermano Ramón: «Mi casa en el Tomé se la llevó el diablo«. Luego, en afectuoso párrafo que no oculta sus hondas preocupaciones reflexionaba sobre el incierto futuro: «Si la suerte me fuera tan adversa, que me tocara morir, ¿qué te podré decir de mi Emilia? ¿Qué te podré encargar para ella? Esto tú lo sabes, pues conoces que no tengo sino mi sueldo» (Roberto Hernández Ponce, Testamento ológrafo del Teniente Ignacio Serrano Montaner, en Revista de Marina 2, 1988, p. 198).

V.-El testamento de Ignacio Serrano (9-4-1879)

“En nombre de Dios todo poderoso. Sea a todos notorio, como yo Ignacio Serrano Montaner hijo legítimo de Don Juan Ramón Serrano y de Doña Mercedes Montaner, chileno, hallándome en mi sano juicio , otorgo este mi testamento a los treinta y dos años de edad para que sea abierto después de mis días.
Primero. Declaro que nací en el Departamento de Melipilla y que actualmente estoy domiciliado en esta ciudad.
Segundo. Declaro que soy casado, según el rito católico, apostólico y romano, con doña Emilia Goycolea, en cuyo matrimonio no hemos tenido hijos.
Tercero. Lego a las mandas forzosas lo que está determinado por la ley.
Cuarto. Declaro, que cuando me casé, no aporté nada al matrimonio.
Quinto. Declaro, que mis bienes, que me corresponden como heredero de mis padres y los que poseo, en la actualidad pasen, después de mis días, a mi señora esposa, Doña Emilia Goycolea, a quien nombro, como mi única heredera universal en todo lo que me corresponde para futuras sucesiones.
Sexto. Ordeno, que si mi señora Emilia se casase nuevamente, pase todo a mis sobrinos, hijos de mi hermano Simón, que es ya finado.
Séptimo. Nombro por albacea y ejecutor de estas disposiciones a mi señora esposa y si ella no lo pudiera ser, por ser contrario a la ley, nombro a mi cuñado David Goycolea. Por la presente, revoco cualesquiera otro testamento que antes de ahora hubiese otorgado y quiero que sólo esta carta se guarde y repute como mi última y deliberada voluntad. En Tomé a nueve de abril de 1879. lgnacio Serrano” (Roberto Hernández Ponce, Testamento ológrafo del Teniente Ignacio Serrano Montaner, en Revista de Marina 2, 1988, p. 198).

La humildad de ese testamento, sin duda, no es comparable con la sublime e imperecedera herencia  que, con su martirio heroico, nos dejó el teniente Serrano, a Chile y a los chilenos, de todos los tiempos.

VI.-Los acompañantes de Serrano en el segundo abordaje del Huáscar.

“Los marineros que acompañaron a Serrano en el segundo abordaje siempre serán una incógnita. Los más seguros serían: marinero 1° Benjamín Reyes; marinero 1° Santiago Romero; marinero 1° Agustín Oyarzún; marinero 2° Luis Ugarte; marinero 2° Agustín Coloma; fogonero 2° Francisco Ugarte; capitán de altos José M. Rodríguez; timonel Elías Aránguiz; timonel Eduardo Cornelio; timonel José Domingo Díaz; grumete Santiago Salinas y grumete Luciano Bolados” (Rodrigo Fuenzalida, “Arturo Prat. La historia de un héroe. La vida de un hombre”, Uqbar Editores, 2015, p. 180).

VII.-¿Quién no ha sido héroe en la Esmeralda, en el glorioso combate del 21 de mayo?

Hemos resaltado a Ignacio Serrano Montaner, teniente 2” de la gloriosa corbeta “Esmeralda”, pero ¿quién no ha sido héroe en la Esmeralda? ¿Quién? Ninguno, absolutamente ninguno.

Todos, pues, todos los tripulantes de la Esmeralda y de la Covadonga son héroes, como lo sentenció el diputado por Puchacay, del Partido Liberal Democrático, don Manuel Novoa Somoza, el 7 de junio de 1879, a pocos días del Combate Naval de Iquique. Transcribimos su fundada y magnífica intervención. Una pieza notable.

“El señor Novoa (don Manuel) Pido la palabra.
El señor Presidente.–La tiene Su Señoría. El señor Novoa (don Manuel).-En la sesión anterior hice indicación, señor Presidente, para que Su Señoría dirigiera, en nombre de la Honorable Cámara, una carta de pésame a la señora viuda del inmortal Prat. Su Señoría tuvo a bien ampliar esa indicación para extenderla a la viuda del teniente Serrano y a la madre del guardiamarina Riquelme.

El Honorable Diputado por Linares, señor Jordán, la hizo extensiva a la madre del cirujano de la Covadonga, señor Videla. El señor Diputado por Santiago, señor Barros Luco, pidió igual distinción para la familia del primer ingeniero señor Hyatt, de la Esmeralda. Yo sabía, señor Presidente, que las familias de esos héroes marinos y servidores de la patria, eran acreedoras a las más honrosas y altas distinciones de la Honorable Cámara; pero concreté mi indicación a la señora viuda de Prat, porque, para mí este nombre simboliza o personifica la gloria de todos los bravos que tomaron parte desde la Esmeralda en ese legendario combate de Iquique. Los combates militares, señor Presidente, son grandes dramas representados por muchos actores, por todos los soldados que entran en ellos, pero que tienen siempre un solo protagonista que personifica los resultados obtenidos.

Leonidas tuvo 300 compañeros en las Termópilas. Todos lucharon y murieron tan valientes, tan heroicamente como él. Sin embargo, la posteridad y la historia han personificado de tal modo la gloria de ese combate en Leonidas, que solo se conserva su nombre.

Pues bien: yo creo que Prat es más grande que Leonidas.

Leonidas recibió orden expresa de su gobierno para hacerse matar, defendiendo las Termópilas. Tuvo, pues, necesidad de hacerse matar ahí.

Prat ni había recibido esa orden, ni tenía esa necesidad.

Le habría bastado a Prat, para su honra y la honra de Chile, haber aceptado, tan valientemente como lo hizo, ese combate sin esperanzas, ese combate de uno contra mil, y haberlo sostenido hasta que su buque estuviera ya para hundirse en el mar despedazado por las balas enemigas; le habría bastado eso, para probar perfectamente que era héroe, que se rendía por la absoluta imposibilidad de resistir.

No hizo eso, sin embargo.

Desde el primer momento manifestó a su tropa que era preciso morir, no precisamente por salvar la patria, que bien poco habría perdido con las cuatro viejas aunque gloriosas tablas que constituían la Esmeralda, sino única y exclusivamente para evitar que fuera arriada su gloriosa bandera.

Por eso dirigió la siguiente arenga de combate:

Muchachos, la contienda es desigual; pero ese pabellón no ha sido arriado nunca, y yo creo que ésta no es ocasión de hacerlo.
Por mi parte os aseguro, que mientras viva, tal cosa no sucederá, y cuando falte, mis oficiales sabrán cumplir con su deber
”.

¡Viva Chile!

Esta fue la consigna dada por Prat a su tropa: morir, nó por salvar la patria, que realmente no estaba comprometida, sino únicamente por no arriar un solo momento su gloriosa bandera.

Eso no lo hizo Leonidas.

Eso no lo había hecho nadie hasta ahora.

Eso no tiene igual en la historia del mundo.

¿Cómo muere Prat?

La Honorable Cámara lo sabe.

Despedazado su buque por las balas enemigas, salta a la cubierta del buque contrario, el hacha de abordaje en una mano y el revólver en la otra, gritando: !!Al abordaje, muchachos!!

Desgraciadamente, no pudo ser seguido en ese momento más que por un soldado, y cae acribillado a balazos al pie de la torre blindada del Huáscar.

Ante ese heroísmo y ante esa muerte, yo afirmo que Prat personifica admirablemente bien la gloria de todos sus compañeros de combate.

Por eso, señor Presidente, concreté mi indicación sólo a la viuda del inmortal marino.

Pero ya que parece haberse creído que cometí omisiones en esa indicación, voy a renovarla ahora proponiendo a la Honorable Cámara un acuerdo relativo no solo a todos los tripulantes de la Esmeralda, sino también a todos los de la Covadonga.

Porque, señor Presidente, la verdad es que todos esos tripulantes, de comandante a paje, fueron verdaderos héroes, y héroes legendarios en el inmortal combate de Iquique.

Acabo de recordar a la Honorable Cámara el último heroísmo de Prat.

¿Y qué decir, señor Presidente, del teniente Serrano, que comunica conmovido, consternado, la muerte de Prat al guardiamarina Zegers y apenas se puso el Huáscar a su alcance, salta también sobre él, seguido de solo doce soldados: Yo muero; pero no
hay que rendirse, muchachos?

¿Qué decir del guardiamarina Ernesto Riquelme, de ese niño separado ayer no más del regazo materno, y que al saber la muerte de Prat gritaba enfurecido: Muchachos: nuestro comandante ha muerto; corramos a vengarlo?

¿Qué decir de este mismo niño que dispara sin cesar su cañón durante todo el combate y que dispara aún un último cañonazo con el último cartucho que quedaba, con la Esmeralda casi totalmente sumergida, cuando ya no tenía sino el agua del océano para poner el pie y que se sumerge en ella gritando: ¡Viva Chile?

¿Qué decir de ese otro niño que viva también a Chile al ver correr su propia sangre?

¿Qué de ese artillero que disputa la rabiza de un cañón porque halla que ha tirado muy poco y que cae despedazado por una bala, apenas ocupa ese puesto?

¿Qué de ese mecánico que abraza al guardiamarina Zegers, rogándole que peleen hasta morir?

¿Qué decir, en fin, para acabar alguna vez, del teniente Uribe, que apenas ve caer a Prat, vuelve a ocupar su puesto de mando y que desde él preside sereno y tranquilo esas escenas de sangre y de horror hasta que se sumerge con su buque en el océano?

¿Quién no ha sido héroe en la Esmeralda, en el glorioso combate del 21 de mayo?

¿Quién?

Ninguno, absolutamente ninguno.

Alguien me decía que Dios se había declarado chileno en esta guerra.

No dudo ya que Dios mire con ojos benignos nuestra causa, que es la causa de la justicia, la causa del derecho que tiene todo pueblo para defender su dignidad, su honra y su porvenir!

Pero, hasta ahora, lo que está probado para mí, no es precisamente que Dios sea chileno en esta guerra, sino que el heroísmo es chileno.

Todos, pues, señor Presidente, todos los tripulantes de la Esmeralda y de la Covadonga empeñaron la gratitud del país y merecieron bien de la patria en el combate del 21 de mayo” (Boletín Cámara de Diputados, Intervención del diputado señor Manuel Novoa, sesión 3a. Ordinaria en 7 de junio de 1879, ps.34-36).

Honor y Gloria a los héroes del 21 de mayo de 1879. ¡Hurra!
Gustavo Fiamma Olivares

Santiago, mayo 21 de 2023

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