El umbral de las «proto-paradas»

Un árduo viaje de más de 700 kilómetros, partiendo desde San Lorenzo de Tarapacá, debieron realizar Sebastián Ugarrisa y Matías de la Fuente en su afán de entrevistarse con el sabio Tadeo Haenke, que residía en Santa Cruz de Elicona, zona de Cochabamba.

Ambos tenían sobrado conocimiento acerca de la explotación de caliche y de nitrato de soda o de sodio, pero en lo puntual les interesaba involucrarse en el negocio de la pólvora, producto que era permanentemente requerido en España y sus colonias.

Sebastián de Ugarrisa y Echeverría, un acaudalado industrial español, llega desde Lima a San Lorenzo de Tarapacá a fines del siglo 18. En 1797 figura como Juez de Comercio de Tarapacá y luego como «habilitador de minas en el Real de Guantajaya». Dos años después lo vemos como juez diputado del mineral (Gavira 2005)

En la industria nitrera se involucra en 1804, al formar una sociedad con el minero de Huantajaya, Matías González Cossío. Luego, en 1806, se adjudica el contrato para la construcción de la nueva fábrica de pólvora de Lima. Para producir el explosivo, en esta planta se utilizaba materia  prima tarapaqueña. El producto final era de tan alta calidad que se enviaron remesas a España (Maldonado y Carcelin 2013:12).

Ugarrisa creó una de las primeras oficinas que operaron conforme al método enseñado por Haenke y parece haber construido las primeras bodegas salitreras en Iquique (Hernández 1930:75). El dinámico empresario se marchó de Tarapacá en 1813 para radicarse en Lima, donde desempeñó importantes cargos cívicos y sociales.

Por su parte, Matías de la Fuente nació en Pica en el seno de la familia viñatera y minera caracterizada por la figura de José Basilio de la Fuente.

Dos sobrinos suyos alcanzaron notoriedad. Antonio Gutiérrez de la Fuente, nacido en Huantajaya, quien como militar llegó al grado de gran mariscal, fue presidente del Perú en 1829 y se desempeñó como senador por Tarapacá entre 1876 y 1878. Mientras que su segundo sobrino, Ascencio Almonte de la Fuente, fue un connotado empresario salitrero (González e Ibarra 2023:421)

De la Fuente se había asociado en 1804 con su tocayo Matías González Cossío, con el propósito de exportar nitrato de sodio (conocido también como álcali mineral) para la fabricación de jabón que tenía lugar en la zona de Talcahuano, actividad que se mantuvo hasta la muerte de González Cossío (1808).

Al año siguiente, Matías de la Fuente se radica en esa zona del sur de Chile, exactamente en Caleta Tumbes, e instala su propia fábrica jabonera, además de una planta purificadora de caliche para abastecer de  pólvora al ejército español (Bermúdez 1963:79). Para este emprendimiento formó sociedad con sus dos sobrinos.

Una versión incorpora como tercer socio al tarapaqueño Ramón Castilla Marquezado (Oliver 1930:17), lo que no cuaja con la realidad histórica, pues por esa fecha el futuro mariscal y presidente del Perú era un niño de 12 años que estudiaba en la Escuela Militar de Lima (Belan 2021), con su hermano Leandro.

De la Fuente, como realista consumado que era, se dio maña para asumir roles de comandante en la lucha contra los patriotas. Sabedor de esto y de la ventaja que para los españoles tenía la fábrica de pólvora de Matías de la Fuente, el entonces gobernante chileno José Miguel Carrera ordenó destruirla (González e Ibarra 2023:424).

A propósito de realistas, el joven oficial Ramón Castilla combatió en Chacabuco, siendo tomado prisionero. Más temprano que tarde, se une a las fuerzas patriotas peruanas, en tanto que su hermano seguia alistado en el ejército español.

Sebastían Ugarrisa y Matías de la Fuente son los primeros productores y exportadores de sustancias  nitreras oficialmente reconocidos. En este sentido, fueron precursores, pero actores del siglo 19 y en una escala de rango empresarial e industrial.

Antes de continuar, creemos oportuno explicar porqué utilizamos el término nitrería y no salitre.

En la actualidad y desde el siglo antepasado, salitre es equivalente del abono nitrato de sodio, pero desde el punto de vista mineralógico y químico se le define como un compuesto de nitrato de sodio y de potasio.

A su vez, este compuesto no se encuentra en estado libre, sino asociado a otros elementos como cloruro de sodio, yeso y arena, fundamentalmente. Y todo esto dentro de un conglomerado compacto y duro denominado caliche, el que desde el punto de vista de la estratigrafía del terreno, corresponde es la tercera capa de profundidad, después de la chuca y la costra

Por lo consiguiente, para obtener nitrato de potasio -como era el objetivo inicial de la actividad nitrera- había que extraer caliche y someterlo al proceso de lixiviación o disolución que lo liberaba o separaba del conglomerado original. Esta fue en el pasado la tarea imprescindible, pero el objetivo no era otro que procurar el ingrediente principal de la producción de pólvora: nitrato de potasio.

Sólo cuando tiempo después se descubre la propiedad fertilizante del nitrato de sodio, se le adscribe a éste la denominación de salitre.

                          La fórmula magistral

Los empresarios tarapaqueños, que llegaron a Cochabamba llevando seis mulas cargadas con nitrato de sodio (Cuneo 1977:421), plantean a Tadeo Haenke la necesidad de convertir esta sustancia salina en nitrato de potasio en función de fabricar pólvora negra o común.

Esta se preparaba mezclando nitrato potásico con azufre y carbón en una  proporción porcentual de 75, 15 y 10, respectivamente.

Cabe precisar que con nitrato de sodio también se podía elaborar pólvora, pero para propósitos limitados, como fuegos artificiales y esto por el inconveniente de ser higroscópico; es decir, de su propiedad de atraer la humedad y liberarla, obligando a aumentar la dosis de azufre, con resultados no siempre satisfactorios. En cambio, el nitrato potásico suministra oxígeno y hace arder el carbón y el azufre. Y, por supuesto, provoca un potente efecto detonante, ideal para fines de artillería y tronaduras mineras (Cushman 2013:64).

Tadeo Haenke era un naturalista nacido en Bohemia (actualmente República Checa), que se había afincado en Cochabamba tras formar parte de la expedición botánica española encabezada por Hipólito Ruiz y José Pavón (1777-1788).

Hacia las postrimerías del siglo 18, uno de los varios afanes investigativos de Tadeo Haenke era el de encontrar la forma de obtener nitro puro (nitrato de potasio) en laboratorio. Sabía que se fabricaba pólvora de buena calidad y bajo precio con materia prima no siempre mineral existente en zonas como Lampa, Umasuyo, Paria, Oruro y Cochabamba. Y tenía asimismo referencias de depósitos naturales, “salitreras de vasto ámbito” en las costas de Moquegua, Camaná, Tarapacá,  y Atacama.

En 1806, Haenke prestó un valioso servicio en momentos en que los ingleses habían invadido Buenos Aires y el ejército hispano no disponía de pólvora en abundancia y calidad. El propio Haenke narra esa experiencia: “se me comisionó por este gobierno á instruir los oficiales de su fábrica, en las reglas y principios de la purificación de los salitres, y de la exacta proporción de los ingredientes para elaborarla de superior calidad, como se verificó” (Haenke 1900:394).

Generoso y desinteresado, Haenke acogió la solicitud de los dos tarapaqueños. Practicando ensayos y exámenes a partir de las muestras de nitrato sódico que ellos pusieron a su disposición, dio con la fórmula precisa, de modo tal que “pudo reducirse y se redujo a nitro prismático, materia tan importante y necesaria para la fábrica de pólvora y para la medicina” (Haenke 1900:394).

En pocas palabras, su fórmula consistió en purificar el nitrato de sodio y provocar una reacción con una solución de cloruro de potasio, resultando que este último, dada su condición de ser menos soluble, cristalizaba como nitrato de potasio.

Este acontecimiento fue dado a conocer el 13 de julio de 1809 por el periódico limeño Minerva Peruana, en un artículo titulado “Descubrimiento importante” y que expresa textualmente:

“En las costas del partido de Tarapacá, de la Intendencia de Arequipa se ha descubierto como treinta leguas de nitro cúbico, nitrate de sosa, que se cría en los cerros bajo la superficie de la tierra, tan petrificado que es forzoso sacarlo con barreta y pólvora, y en tanta cantidad que puede proveer no solo a las Américas, sino también a la Europa.

Con el fin de separarle la sosa o álkali mineral, y que por una nueva combinación quedase en nitro prismático, nitrate de potasa que es el que se gasta en la medicina y fábricas de pólvora, se ha trabajado hace diez años con tesón por los químicos y boticarios del reino, y sus esfuerzos han sido inútiles.

Pero habiendo ocurrido D. Sebastián de Ugarrisa y D. Matías de la Fuente a la ciudad de Cochabamba al célebre químico D. Tadeo Haenke Naturalista de S.M. que se halla allí con sueldo por el Rey, dio en el acto por las reglas químicas con la separación del álkali mineral, reduciéndolo a un excelente nitro prismático, y enseñó el beneficio teórico y prácticamente a D. Matías de la Fuente con la mayor generosidad, sin llevarle el menor interés, dando pruebas nada equívocas de la complacencia que tenía en el importante descubrimiento de un combustible tan útil, como necesario en las actuales circunstancias” (Ramos y Alonso 2018:143).

                               Oficinas de parada

Conocida la fórmula de Haenke, quedó abierta la posibilidad de obtener in situ el nitrato de potasio tan imprescindible para producir pólvora. Consecuencia directa fue la puesta en marcha de las llamadas «paradas salitreras».

De acuerdo a Guillermo Billinghurst, las primeras oficinas de parada se instalan entre 1810 y 1812 (Billinghurst 1889:9). En este periodo Sebastián Ugarrisa establece una en Pampa Negra, en la que produce nitrato potásico que remite al Callao.

Según la tradición, esas paradas tuvieron su área fundacional al interior de Pisagua, a partir de las estribaciones occidentales de la serranía costera, en terrenos  entreverados con depresiones u hoyadas como se decía por entonces o, mejor, «ensenadas» como las llamaban los precursores, muchos, si no todos, agricultores de la quebrada de Tarapacá .

Un perímetro fundacional que comenzaba en Zapiga, al sur de la quebrada homónima, con los yacimientos de Alto y Bajo Jazpampa (J’acha pampa: Pampa Grande), El Carmen, San Antonio, Aguada y San Fernando. A continuacion, los terrenos de Sal de Obispo,  Chinquiquiray, San Francisco, Pampa Blanca, Negreiros y los de Pampa Negra, que se agotaron tempranamente (Billinghurst 1886:14-15)

Un macro sector de ricos mantos calicheros, como lo comprueban los reportes acerca de promedios de entre 95 y 96 por ciento de ley (Risopatrón 1890).

Una vez descubierto un terreno calichero promisorio, venía la tarea de prospectar agua y poder instalar un pozo. Esa era la señal para armar la oficina y el campamento. 

Afortunadamente, el sector se veía favorecido por la existencia de acuíferos. Entre otros, el de Bráñez, «una gran vertiente con agua buena y abundante»,  situada en la cabecera de la quebrada de Zapiga, y el pozo de Jazpampa, donde se captaba agua a sólo dos metros de profundidad (Salas 1908:707)

De igual modo, al oriente de Matamunqui estaba el manantial de Crisiste (Billinghurst 1889:63), aparte de que en Zapiga fluían «dos peregrinas fuentes que una de otra distan tres varas que criando esta rica y acendrada sal, la agua de la una es muy salobre y la de la otra dulcísima» (Odriozola 1877:87). Desde luego, no eran los únicos acuíferos, ya que en la zona pudieron labrarse pozos que surtían a varias decenas de oficinas.

Desde su ignoto origen (¿aldeas prehispánicas o simples lugares geográficos?), resuenan tres topónimos autóctonos: Jazpampa, Matamunqui y Chinquiquiray. Hermosos tanto por su forma gráfica, como también por ser eufónicos. Se nos antojan como flores silvestres brotadas en medio del desierto estéril; aunque quizás no tan estéril, como queda anotado en los párrafos precedentes.

Hoy son memorias sin vida, meras entidades descarnadas que nacieron de la nada, se materializaron y luego se extinguieron en la nada misma del Despoblado de Atacama. Por eso, no es vano recordarlas, rescatándolas del olvido, y subrayar que hubo allí hombres y mujeres que convivieron con el desierto para construir vida y cultura.

Una excepción, desde el punto de vista de la focalización geográfica y del tiempo, pudo ser el proyecto de José Mamani, quien en 1782 solicitó se le adjudicasen unos “montes de salitre” situados “camino a Huantajaya”(Donoso 2008:460). Es decir, en un punto del camino del Inca que comunicaba la aldea de Tarapacá con el mineral. Tratándose de calicheras, el objetivo habría estado al sur-oeste del Cerro Huara.                                                 

En cuanto al apelativo oficina, cabe señalar que proviene del ámbito de la minería colonial de Potosí y otros centros argentíferos del Alto Perú. Aludía a una o más dependencias donde se almacenaban materiales y herramientas (Baptista 1988). En Tarapacá, antes de generalizarse con las paradas que  aplicaban el método de Haenke, se acuñó para designar a los buitrones o azoguerías del Tamarugal donde se procesaban los minerales de plata de Huantajaya y Santa Rosa.

En el plano de William Bollaert y Jorge Smith, diseñado en 1831 y perfeccionado en 1851, aparece un poco al norte de Negreiros un lugar signado como “Los Salitres (The original Works)”; es decir, las faenas pioneras, según la información que recabaron. El documento gráfico muestra un camino que desde Los Salitres se prolonga por el norte hasta Tiliviche y en sentido sur-oeste comunica con Huantajaya.

                            Rastreando los orígenes

A todo esto, nos permitimos reparar que en el campo de la nitrería, el término «parada» se había acuñado antes del ciclo expansivo post Haenke y así lo comprueban antecedentes de fines del siglo 18 rescatados de los archivos notariales por el historiador Carlos Donoso Rojas:

“En 1799, un visitador de minas registró en el interior de Tarapacá cinco paradas activas de producción de caliche” (Donoso 2018:69). Mientras que la visita efectuada al año siguiente comprendió «los buitrones y paradas salitreras de la Pampa del Tamarugal” (Donoso 2008:461).

En síntesis, en ellas no se utilizaba todavía el método de conversión aportado por Haenke, por lo tanto son anteriores a ese formato.

Ubicados en esta instancia, nos permitimos aplicarles el término «proto-paradas», lo que plantea la necesidad de una restrospectiva a fin de rastrear su origen, sobre la base de que lo que marca el arranque de estos asentamientos es fundamentalmente la obtención de caliche y/o nitrato de potasio para elaborar pólvora.

                               La clave de la pólvora

La pólvora es introducida en el Perú por los españoles y traída  desde la península hasta 1589, en que se establece una primera planta productora en Lima. En 1713 se echa a andar el sistema de asiento o concesión a particulares, pero se suspende en 1724, para en 1786 instituir el estanco o manejo exclusivo por parte de la corona. 

A continuación, la fábrica de pólvora de Lima -que ya no contaba con suficiente nitrato de potasio- es destruida por un incendio en 1792 y se abre campo a particulares a través de concesiones..

No hay certeza de cuándo se comienza a elaborar pólvora en Tarapacá, sólo antecedentes dispersos, pero la constante es que su producción corría casi siempre bajo cuerda, transgrediendo las normativas reales.  

Así, se postula que en Huantajaya se dispuso del explosivo ya en 1729 (Hernández 1930, citado por Bermúdez 1963:44), proposición de discutible certidumbre, mientras que otra tradición indica que entre 1750 y 1760  los mineros de los asientos de Huantajaya, Paiquina, Cacicsa y Huiquintipa “emplearon el caliche en la elaboración del nitrato de potasa con el cual fabricaban pólvora a las labores mineras” (Billinghurst 1903:2).

Más sólido, aunque también fragmentario, es el dato de que jesuitas del Alto Perú se adjudicaron una concesión para extraer y procesar caliche (Emilio Romero, citado en Minam 2016: Parte 3, capítulo I, página 147), actividad con fines polvoreros que fue interrumpida por la expulsión de América de la Orden de San Ignacio (1767).

Es más que probable que aquellos jesuitas hayan tenido contacto con los mineros de Huantajaya, habida cuenta que si enviaban sus cargas a Lima (Callao) por vía marítima, para embarcar por Iquique, habrán tenido forzosamente que conectar con el mineral. Ello, porque tenían dos vías a la mano: el camino de Los Salitres y la ruta más expedita que era el pasadizo longitudinal, actual Ruta 514.

Y atendiendo a la imprescindible operación de agenciamiento naviero, apostamos por el embarque desde Iquique en atención a que su carácter de puerto exportador de guano le garantizaba presencia periódica de embarcaciones que operaban  hacia Arica y puntos de más al norte.

Otro antecedente que revela la importancia de la nitrería tarapaqueñas en esa época temprana es la gestión de Lucas Rodríguez de Molina, quien en 1762 patentó en Lima un invento consistente en  una máquina para elaborar pólvora «con el salitre de Tarapacá que daba el mejor producto conocido y que superaba igualmente a los explosivos europeos» . Y el propio virrey del Perú confirmó las ventajas de esa pólvora: «la de Lucas Rodríguez de Molina sale perfecta y de calidad que la hacen admisible a los objetos del Real servicio” (Villarán 2015:83).

No podría rendirse mejor evidencia histórica de que en época tan temprana la nitrería tarapaqueña gozaba de un reconocido estándar.

Igualmente, por José Basilio de la Fuente, principal empresario de Huantajaya, sabemos que en 1766 el trabajo de las minas era posible «sólo a fuerza de tiros de pólvora»(citado por Villalobos 1979:132). Por cierto, pólvora producida en casa. Y se nos antoja que han transmitido su experiencia a los jesuitas.

A propósito, carecen de todo sustento los relatos que hablan de alquimistas que tenían que ocultarse para elaborar pólvora clandestinamente en los bosques de La Tirana. Absurdo que tuvieran que esconderse, porque la inmensidad de la pampa y la enorme lejanía de los centros político-administrativos imposibilitaban cualquier intento de fiscalización.

Por de pronto, dado que la nitrería partió en el área norte de la Pampa del Tamarugal, al este de Pisagua, por elementales razones de distancia a aquellos polvoristas les bastaba con la leña que les proporcionaban los bosques aledaños a su zona. Por esos tiempos, la Pampa del Tamarugal no era una superficie de discontinuos y dispersos enclaves boscosos -como vemos hoy-, sino que la cubrían numerosas y extensas masas forestales (Couyoumdjiam y Larraín 1975:338).

A propósito del área norte en que nace la actividad nitrera, suena más que sintomático un topónimo acuñado por una tradición con claro visos históricos:

“Un portugués de apellido Negreiros, que se dedicaba a buscar leña fósil para combustible, es el pionero de la elaboración del Nitrato de Soda o Salitre”(Billinghurst 1893:62).   

Lo de pionero habría que tomarlo en un sentido lato. Tenemos claro que el horizonte del nitrato de soda tiene data posterior. Hay que pensar, más bien, que este Negreiros (de nombre de pila desconocido), se dedicó inicialmente a abastecer de leña fósil de tamarugo a los buitrones, hasta que en un determinado momento emprende como explotador de caliche.

Aventurado y de evidente desfase sería relacionar a este personaje con el también portugués Jorge Negreiros da Silva, quien tras desempeñarse como corregidor de Arica entre 1707 y 1712 retornó a España (Cuneo 1978:206).

Pero lo que queda en claro es que la fijación y supervivencia de este apellido es garantía de que fue un personaje real. No sin razón se afirma que el chileno Julián Fierro “fue el administrador general de Negreiros y el director de todos los trabajos de elaboración” (Hernández 1930).

Volviendo al campo de creencias sin sustento, debe descartarse el supuesto concurso de alquimistas, ya que elaborar pólvora no era ninguna ciencia y bastaba con la competente actoría de indígenas quienes, por añadidura, sabían mejor que nadie dónde encontrar caliche, azufre y carbón. De allí puede provenir aquello de la «olla del indio».

A propósito, es del todo infundado atribuir incidencia al personaje Martín «Ollero», que en 1792 inventó en la zona peruana de Tarma Tambo un método para procesar mantos salitrosos (es decir, superficiales) y al que se le hace aparecer en Tarapacá en 1975. Aparte de que nunca estuvo aquí, su método habría resultado anacrónico, engorroso e improductivo.   

                                       «¿Proto-paradas?»

Las «proto-paradas» arrancan en los albores de la nitrería, en base a los «fondos de hervición», método inventado por Alonso Barba en 1609 de beneficio por cocimiento en fondos de cobre (Platt 1999:71) o recipientes metálicos en que se cocía el caliche mediante el «sistema de fuego directo» (Kaempfer 1914:178).

A tal efecto, se replicaban los recipientes metálicos empleados en los buitrones u oficinas para beneficiar la plata (Billinghurst 1893:6). En todo caso, puede que ya entonces o más adelante se haya recurrido a las fundiciones de Huiquintica y Miño, que fabricaban todo tipo de elementos metálicos para la regional y extrarregional, conforme indica Antonio O’Brien en 1765 (foja 51v, citado en Jorge Hidalgo 2004:37).

Esa primitiva tecnología permitía procesar caliche previamente desmenuzado, cociéndolo en el fondo al calor de una hornilla y teniendo como dispositivo adicional un segundo fondo donde el caldo se enfriaba, de modo tal que, al cristalizar y separarse de otros componentes del conglomerado original como cloruros, sulfatos, arena, arcilla y grava, decantaba en el deseado nitrato de potasio, que era puesto finalmente a secar fuera del «fondo de hervición».

Faena rústica, pero indiscutiblemente épica, al aire libre protagonizada por un puñado de hombres que se guarecían del sol y del frío de la pampa en casuchas armadas con cascotes de caliche, piedras y barro. Una tradición constructiva que se encuentra ya en 1765, en viviendas del pueblo de Huantajaya. Y un siglo después en La Noria, lo que motivó que William Bollaert lo denominara “el pueblo de sal” (Bollaert 1860:470).

Según se desprende de una fuente, el término parada derivaba del par de fondos utilizados en la faena: «Se dice que tal oficina tiene tantas paradas, cuantos fondos tiene de fierro para hacer hervir el caliche, y elaborar el salitre»  (Basadre 1884:47).

Lo que queda ejemplificado en un documento fechado en 1845, referido a dueños de paradas oriundos del pueblo de San Lorenzo de Tarapacá:

«Felicidad Castilla, una parada que actualmente gira. Juan Bernal Marquesado, por dos paradas que gira actualmente en la propia ensenada» (Negreiros). «Mariano Zavala., matriculado en Iquique por tres paradas que gira» (Durand 1845:168).

Las humildes «proto-paradas» son el primer esbozo de paisaje cultural en la extensa faz del desierto tarapaqueño y son las que suministraban materia prima a la fábrica de pólvora limeña administrada por Sebastián de Ugarrisa y a la fábrica de jabón de Matías de la Fuente en Talcahuano, entre otras unidades de producción y sus respectivos mercados.

 Son asentamientos temporales y transitorios, pues su sistema de lixiviación exigía nitrato de alta ley y eso significaba mudarse constantemente en busca de nuevas calicheras. Es la hora en que surge la figura del cateador.

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                               Los cateadores

En un comienzo fueron nativos tarapaqueños, avezados conocedores de la geografía pampina y dotados de una vista y un instinto vivencial para reconocer los mejores mantos calicheros. Después se incorporarán chilenos con experiencia minera en el Norte Chico.

Interesante es conocer el  comentario de un cronista peruano coetáneo acerca de lo que era la labor de cateo en las últimas oficinas de paradas que quedaban en la década de 1870, porque ya funcionaban las oficinas de máquina:

«La casi totalidad de los cateadores eran peones chilenos, fuertes y vigorosos, acostumbrados a pasar los desiertos de Chañarcillo, etc. Estos cateadores arrastraban los peligros y penalidades, la muerte misma, con estoica indiferencia. Yo los he encontrado en esos desiertos, con dos barrilitos de agua, el charqui y tortas al rescoldo por todo alimento, siempre alegres, siempre contentos. Antes no escaseaban en esos vastos desiertos los esqueletos de cateadores, víctimas quizás de un crimen, de una reyerta, quizás del hambre y de la sed.

«Puede asegurarse, que ni uno solo de esos cateadores ha vivido con comodidades; todos han muerto en la miseria; entre tanto, con su trabajo y  audacia han formado las inmensas fortunas de muchísimos pudientes, que han  olvidado por completo los nombres de los descubridores de los veneros de esas riquezas, de que tanto gozan. La ciega fortuna a unos llena de riquezas y esplendores a otros los tiene siempre sumidos en la desgracia y miseria» (Basadre 1884:42).

Los cateadores representan al precursor e indispensable eslabón inicial de la cadena productiva en la epopeya del oro blanco. Tipos curtidos por el cuchillo del frío y por el látigo de muchos soles enardecidos.

                Ahora sí: paradas salitreras

Em suma, sólo a partir del hito de poder convertir el nitrato de sodio en nitrato de potasio, es que podría hablarse propiamente de oficinas de paradas, como las categoriza Billinghurst.

En esta nueva fase, los empresarios realizan innovaciones, como la de colocar los fondos y la hornilla dentro de un bloque de forma cuadrada, hecho de piedras, costra y barro de arcilla. Junto a éste se habilitan dos fondos o estanques adicionales donde se depositaba el caldo para que  clarificara y cristalizara (Bermúdez 1963:69).

Dado que se produce a escala mayor, no sólo se requieren mayores volúmenes de agua y de leña, sino además de un número más alto de trabajadores, lo que da lugar a la instalación de campamentos formales.

En términos de productividad, las innovaciones se tradujeron en rendimientos superiores, ya que en un solo turno de cocción o fondada se alcanzaban 8 quintales de nitrato. Y como era posible realizar hasta tres fondadas por jornada, la producción máxima promedio era de 24 quintales de nitrato al día (Kaempfer 1914: 178).   

Más adelante se introducirán mejoras que significarán el comienzo del fin del sistema de paradas, como la aplicación en 1853 del método del chileno Pedro Gamboni para lixiviar el caldo, no en los primitivos «fondos de hervición» calentados por hornillas, sino en piscinas de fierro denominadas cachuchos. Y todo ello activado por la energía del vapor.

Verdadera parafernalia industrial que deja en estertóreo segundo plano a emprendedores regionales dueños de paradas, como los Ugarte, Vernal, Zavala, Almonte y Marquesado, quienes terminarán forzados a vender sus terrenos a los absorbentes nuevos dueños del negocio. Un ramalazo colateral de la Guerra del Salitre.

Es el comienzo del ciclo expansivo o «inflexión de 1872» (González 2014), que como símil de la Revolución Industrial europea sólo podrá encauzarse por la iniciativa y capacidad financiera de grandes compañías internacionales. Las oficinas salitreras adquieren la fisonomía y estructura de plantas.

La novedad es que ahora el objetivo de las oficinas es producir nitrato de sodio como fertilizante. Vendrán sucesivos procedimientos industriales y la pampa salitrera de poblará de infinidad de oficinas, extendiéndose por el sur hasta Lagunas.

Braulio Olavarría Olmedo

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