Gambetazo. «…Parados en las esquinas, algunos obreros ojeaban diarios y revistas y otros en la cancha le daban a la de cuero, rodeados de un público numeroso compuesto en su mayor parte de rapazuelos, que celebraban con gritos alborozados sus proezas.
-¡Me condenara el gambetazo!
-¡Chitas el jetón! ¿Te fijay? A ése no le verán ni la luz los septembrinos.
-No, ¡qué esperanza! Aunque dicen que se han reforzado con jugadores de la Brac.
-No sacan nada. Están perdidos. Somos mejores nosotros» (Los Pampinos. Luis González Zenteno, 1956: 189).
Gangochos. «Finaron entonces los temores. Y ya sólo la atención se concentró en los combates a la lluvia, que venía a sorprenderlas en las míseras intimidades del hogar. Lavatorios, tarros platos, tazas, tiestos inverosímiles se distribuyeron aquí, allá y acullá, donde el destilar era más constante y consistente. Se imponía una batalla brava, pero inoficiosa. Tuvieron, al fin, que recoger las ropas de cama y envolverlas en papeles y gangochos para defenderlas de la mojada» (La Luz Viene del Mar. Nicomedes Guzmán, 1963: 68).
Garuma. «La acaricia el sol sin recatos, como a veces le entrega su helada ternura la niebla. Le vuela igual que una garuma de alas sutiles y deshilachadas la pollera de percal alrededor de las rodillas de elásticas articulaciones…» (La Luz Viene del Mar. Nicomedes Guzmán, 1963: 18).
Garrapateado. «A ratos, las campanas de San Gerardo rompían su obscuro mutismo y, entonces, era como si el tiempo se hiciera más sonoro aún, melodiosamente melancólico, traspasado de rezos, plegarias y salmos. Las puras liturgias del mundo buscaban y encontraban cobija en el alma de hembra y niña, y ya la serenidad sonreía en los tramos más altos de los corazones acongojados. La lámpara parpadeaba y el aire de la estancia era garrapateado por cobrizas arañas de desarticulada luz» (La Luz Viene del Mar. Nicomedes Guzmán, 1963: 71).
Golquipa. «-¡Qué fiesta hermano! –mascullaba Ureña en su oído- ¡Y qué golquipa saliste!
-No exageres.
-Sí, huaso. Eres una revelación, toda una revelación, y esas bestias. Confunden con sus atenciones. Son los hediondos de cariñosos.
-¿Se fueron ya?
-¡Qué se van a ir! Estos se quedan hasta que las velas no ardan» (Los Pampinos. Luis González Zenteno, 1956: 191).
Guachucho. «-Saquemos cuentas. El pino es lo primero.
-Eso no cuesta plata. Lo consigo con don Pantaleón.
-Después los fuegos artificiales. Harina, huevos, azúcar, pasa, leche. ¿Hagamos una lista? –y corrió a buscar papel y lápiz.
Acodada en la cubierta de la mesa, enumeraba en voz alta lo que necesitaba.
-Aguardiente, para el ponche –advirtió Barrera.
-¡Cómo te ibas a olvidar del guachucho! Aguardiente, percala, cartón, platina, globos… -escribía Josefina» (Caliche. Luis González Zenteno, 1954: 246).
Guarnear. «Las banderas ondulaban suavemente. El humo de las antorchas a petróleo hacía lagrimear a los manifestantes. En las gargantas se atropellaban las hirientes consignas.
¡Lo más pronto que se vayan los rastreros y canallas!
-¡Viva don Arturo Alessandri! –gritó el Boca de Jugo.
-Cállate, imbécil. –lo amonestó alguien, punzándole con un codo las costillas-. No la guanees.
Él, ebrio de vino y emoción, asociaba todas las concentraciones populares al nombre de su ídolo» (Los Pampinos. Luis González Zenteno, 1956: 110).
Guaneamos «El vehículo se salió del camino, corcoveó como un caballo y se detuvo bruscamente.
-¡Por la cresta! –exclamó consternado el chofer, apoyando la frente en el volante-. Aquí sí que la guaneamos.
-¡Canivilo!
-¡Aloja! –respondió el muchacho, que ya estaba encaramado en la pisadera de la cabina» (Los Pampinos. Luis González Zenteno, 1956: 166).
Guarapo. «El Aguja se creyó obligado a ser generoso, y desenganchando su cantimplora, desatornilló la tapa con cuidado y se la ofreció:
-Se la hago, amigo.
-Se la pago. –Y cojiendo el depósito de aluminio, guarguereó breves segundos-. Ah, es un guarapo fenómeno
-Comentó carraspeando.
-Mío –alardeó él» (Los Pampinos. Luis González Zenteno, 1956: 291).
Guargüereo. «-Sírvase. –y una de las mujeres puso en sus manos con regocijada expresión, no exenta de malévola coquetería, otra dosis de veneno.
-¡Carajo!
Y guargüereó sin pestañar, ceñudo, torvo, fijos los ojos en la mujer, todo el contenido. Volvió el vaso boca abajo y una sonrisa de satisfacción aflojó el puño de su rostro” (Los Pampinos. Luis González Zenteno, 1956: 47).
Guargüeros. «Oscilaban los letreros sobre las cabezas de los manifestantes. Monótonos estribillos hendían al aire.
¡Que les corten los guargüeros a los pulpos salitreros!
¡Bichicumas, lameplatos saqueadores del nitrato!» (Caliche. Luis González Zenteno, 1954: 175).
Guari. «Los vasos colmados de vino les rodeaban.
-Ya, pues, remojen el guari. Bien ganado lo tienen.
-Tome, linda, y no se haga de rogar. Le voy a saber sus secretitos» (Caliche. Luis González Zenteno, 1954: 93).
Guarisnaqui. «Los scouts y girl-guides de Pisagua, pasaron en ese momento tocando su instrumental de pitos y tambores, con marcialidad envidiable. Las muchachas iban adelante, dirigidas por una chiquilla rubia, hija de griego o yugoeslavo, que disparaba al aire el dardo de bronce de la guaripola y lo recogían sin perder el tranco, en medio de la algazara entusiasta de los rapaces:
-¡Chita la cabra! ¡Chita la cabra! ¡Aprendan guarisnaquis!
-¡Háganlo ustedes! ¡Háganlo si son capaces!» (Caliche. Luis González Zenteno. 1954: 217).
Guedejas. «El humo de las cocinas mecía sus livianas guedejas como un saludo cordial. De la administración llegaba el gangoseó de una victrola. Parados en las esquinas, algunos obreros ojeaban diarios y revistas y otros en la cancha le daban a la de cuero, rodeados de un público numeroso compuesto en su mayor parte de rapazuelos, que celebraban con gritos alborozados sus proezas» (Los Pampinos. Luis González Zenteno, 1956: 189).