Sincerarnos y reivindicar a Tarapacá

Pocas veces (o quizás nunca) nos hemos preguntado por qué y cómo fue que se generó el nombre Tarapacá. Cuestión no menor si convenimos que se trata, ni más ni menos, de nuestra esencia territorial identitaria.

En su obra publicada en 1571, el encomendero de Tacna y minero en Huantajaya, Pedro Pizarro, aventuraba que el nombre de este sitio argentífero -más conocido entonces como Minas de Tarapacá- era una réplica de Tarapacá-aldea; es decir, Tarapacá Viejo (Pizarro 1944:56).

Cuatro siglos después (y con esto comenzamos a entrar en terreno) María Rostworoski mejora la puntería al señalar que el origen toponímico radicaría en la efigie del “Mallku Tarapaca” (tatuada con piedras en el Cerro Unita) “para luego prestar su nombre al pueblo y a toda la región” (Rostworoski 1988:429).

 La etnohistoriadora peruana desplaza el punto de partida desde el entorno precordillerano Tarapacá (aldea, quebrada, río y cerro homónimos) y lo ancla en la Pampa del Tamarugal, al mismo tiempo que le confiere un atributo de dispersión a escala regional.

Cercanías que alejan. A nuestro modesto entender, su tesis califica sólo para el área precordillerana, puesto que Tarapacá es un término polisémico (tiene varias acepciones) que no se agotan con el listado hasta ahora anotado: hay algunas otras, comparativamente más interesantes y próximas a nuestra vecindad iquiqueña.

                                 La raíz patronímica

Ya el comenzar, más allá de las locaciones así nominadas, surge la inevitable interrogante de fondo: ¿cómo se generó la voz Tarapacá?

Proviene del personaje mítico Tarapaca, nombre alterado con tilde aguda por los españoles.

En los remotos umbrales de la historia andina, Tarapaca fue un héroe cultural-fundacional con rasgos supra humanos, cuyo culto surgido entre los años 900 y 800 antes de Cristo se extendió por un amplio radio que abarcaba el actual Sur del Perú, el altiplano circum-Titicaca, la zona meridional de Bolivia y Norte de Chile, siendo de notar que es anterior al de la deidad mayor Wiracocha. Este último se remonta aproximadamente a unos 1.000 años después de Cristo (Albó 2005:176).

Wiracocha tenía tres colaboradores: Tarapaca, Tunupa y Papachaca, pero las crónicas españolas sólo ponderan a los dos primeros, con la singularidad de otorgarles indistintamente identidad compartida, por separado y también igualándolos a Wiracocha.

Por ejemplo, Pedro Cieza de León (1553) describe a Tunupa como un personaje dotado de grandes poderes y agrega que “en la provincia de Collao le llaman Tuapaca” (Cieza 1880: cap.V, pag.305).

De igual manera, el cronista quechua cristianizado Juan Santa Cruz Pachacuti Salcamayhua (1613) transcribe una invocación de Manco Capac en que ambos constituyen una sola persona:

“Ttonapa (…) dicen que debes ser mayordomo y servidor del Hacedor de la Gente”. Y en el mismo texto Manco dirige una reprensión a los infieles: “Ustedes, malditos, son los que Thunupa Tarapaca, al que llaman criado de Viracocha Creador del mundo, aborreció”, para enseguida subrayar que “le nombraban Tonapa o Tarapaca” (Citado por Duviols e Itiers 1993:148). 

La existencia y el final tanto de Wiracocha como de sus dos discípulos se encuadra en el llamado “ciclo acuático”: lago Titicaca-río Desaguadero-lago Poopó y finalmente el mar. Es decir, comienza en el Titicaca, fuente original de la vida del pueblo andino; y concluye en el mar, la postrimería, por ser un depósito de agua estancada, símbolo de la muerte.

Wiracocha concluye su misión. “Saliendo de allí, fue hasta llegar a la costa de la mar, adonde, tendiendo su manto, se fue por entre sus ondas y que nunca jamás pareció ni le vieron; y como se fue, le pusieron por nombre ‘Viracocha’ que quiere decir “espuma de la mar” (Cieza1880:cap.V, pag.306).

A su vez, de acuerdo a las diferentes tradiciones, a Tunupa se le hace morir en un determinado medio acuático: lago Titicaca, lago Aullagas o en el mar. Existe también una versión femenina de este personaje que dio nombre al volcán homónimo situado en los alrededores del Salar de Uyuni.

En tiempos coloniales se manipuló su nombre para homologarlo con el apóstol Santo Tomás y para elaborar la tradición de la milagrosa Cruz de Carabuco. En determinadas zonas de Perú y Bolivia es todavía venerado como espíritu del volcán y del rayo. Pero en Tarapacá no se le ubica jamás y flota endosado nada más que por ocurrencia discrecional, sin registro, cuando se le asocia al Cerro Unita o también para promoverlo como referente regional, a nuestro parecer, con escaso fundamento persuasivo.

                      Un epónimo con perfil propio     

Reconocemos que lo hasta aquí apuntado sobre el personaje Tarapaca es nada en el concierto del complejo y de veras enredado entramado de tradiciones altoandinas e interpretaciones formuladas por connotados investigadores. Sin embargo, se aprecia allí una óptica altoandina centrista que minimiza el episodio cúlmine en el mar. Con ello se trunca la secuencia narrativa de la cronística y se excluye la figura de Tarapaca, sin que siquiera haga algún sentido la existencia de un territorio que, aunque geográfica y culturalmente marginal, ostenta como privilegio el topónimo que perpetúa su memoria.

A despecho de ese sesgo y de las eventuales asociaciones con Tunupa, sostenemos que constan en favor de Tarapaca espacios narrativos que perfilan una caracterización propia, personalizante.

En efecto, en virtud de su distintivo rasgo de rebeldía y desobediencia, el transgresor en expulsado del campo en referencia, pero retorna e incurre en impostura, motivo por el cual es desacreditado y termina por autoexiliarse. Y es aquí donde podemos extrapolar un arraigo y directo vínculo suyo con esta región que lleva su nombre.  

Ocurre que Tarapaca habría quedado desplazado al instituirse a Wiracocha como deidad principal del imperio y entonces fue reinterpretado por los incas y se convirtió en un personaje oscuro, casi marginal, pues, aparentemente, los nuevos relatos redujeron a este héroe a un papel negativo (Rodríguez 2007:223).

En este contexto, Bartolomé de las Casas (1566) manifiesta que “Viracocha tuvo un hijo muy malo antes de la creación. Se llamaba este hijo Tagua-Pica Viracocha y también lo llamaban Tagua-Pacá, Tarapacá y Taapaca”.

Y agrega que este hijo “contradecía al padre en todas las cosas porque el padre hacía los hombres buenos y él los hacía malos en los cuerpos y en las ánimas, el padre hacía montes y él los hacía llanos, y los llanos convertía en montes, las fuentes que el padre hacía, él las secaba y finalmente en todo era contrario al padre” (Las Casas 2010:t.105-433).

Pedro Sarmiento de Gamboa (1572), retoma este motivo, señalando que Wiracocha se hastió y ordenó a los otros dos que le ataran de pies y manos y le echaran en una balsa sobre el lago Titicaca. Al sentirse arrastrado por las aguas, Tarapaca comenzó a blasfemar y a jurar que volvería para desquitarse.

Cieza afirma que Tarapaca nunca más fue visto. Pero la versión recogida por Sarmiento expresa lo contrario: retornó y comenzó a predicar, haciéndose pasar por Wiracocha (Sarmiento 2001:45). 

Efectivamente. Tarapaca cumplió su promesa-amenaza de regresar. Desenredando un nudo de olvido y a contrapelo de la realidad, irrumpió en escena, desenvainando su afán de venganza. Su antiguo resentimiento devenido en odio fructificó la estratagema de querer suplantar a Wiracocha. Ausente éste, el escenario quedaba propicio a sus ambiciones.  Pero no contaba con la reacción de los pueblos y terminó pasando lo que ya sabemos.

Efectivamente, en todas partes lo desenmascararon, al extremo que al frustrado profeta no le quedó más remedio que autodesterrarse y mantenerse ajeno a todo contacto humano, eligiendo como residencia el territorio que acuñó su nombre, pues le suponían invisible y oculto en los arenales: exactamente en nuestro puntual espacio geohistórico.        

                          Tarapaca llega a Tarapacá    

Del código mítico nos damos licencia para incursionar en un personal ejercicio especulativo, específicamente para puntualizar a guisa de téngase presente que el nombre Tarapacá registra un rasgo de profusión que es privativo de la región en que alojamos y nos recuerda a cada rato que los de Wiracocha y Tunupa están del todo ausentes. De este último, la locación más cercana corresponde, como dijimos, al volcán homónimo situado en el actual altiplano sur de Bolivia.

Se subentiende que Tarapaca realizó un recorrido desde el ámbito altoandino primordial en dirección al sudoeste. Un testimonio de su paso quedó plasmado en la gigantografía del Cerro Unita. Y siguió caminando hacia el mar.

Afinando nuestra propuesta, nos permitimos postular un segundo foco de irradiación onomástica que atestiguaría la última estación del itinerario mítico en comento: el Cerro Tarapacá, promontorio que se encarama sobre la meseta de Molle para alcanzar los 1.361 metros de altura y constituye el extremo norte del escarpado cordón montañoso Oyarvide. Definitivamente, visualizamos que el Cerro Tarapacá operó como inspirador semántico aymara sobre un radio inmediato, acuñando los topónimos Tarapaca-mina y Tarapaca-puerto, designaciones conservadas por incas y españoles sin sinónimo ni equivalencia

Esta es una propuesta que -al igual que tantas otras cosas- hemos reiterado por este medio en forma majadera, como una consigna predicada en el desierto. En fin, no somos ángeles ni pájaros, pero tenemos alas.

Recapitulando, en su afán de borrarse del mundo, Tarapaca se asienta en las entrañas del morro de Alto Molle. Diríase que lo logró a tal punto que para nosotros su morada es inexistente: a veces la miramos, de lejos, pero no la vemos. Tampoco sabemos apreciar esa monumentalidad panorámica que retrata fielmente su carácter indócil, altivo, huraño, enigmático ni sorprenderlo en ciertas horas embozado tras la niebla o coronado con nubes de camanchaca.

Esta es una invitación a conmemorar el pasado y a repensar la singularidad de este entorno nuestro, destituido de ribetes bucólicos, aunque pletórico de telúrica belleza paisajística. En definitiva, un geopatrimonio imponente.

Si conmemoramos el pasado remoto y fijamos la atención en esa fase mítica que está antes del comienzo de la historia, Tarapacá se nos revela como un legado patronímico forjado con genuino sello arquetípico.

Braulio Olavarría Olmedo

Referencias bibliográficas:

Celestino, Olinda: Transformaciones religiosas en los Andes peruanos. 1. Ciclos míticos y rituales. Gazeta de Antropología N°13, artículo 06, octubre 1997.

 http://hdl.handle.net/10481/13567

Cieza de León, Pedro: Parte segunda de la Crónica de Perú, El señorío de los Incas. Imp. de Manuel Gines Hernández, Madrid. 1880. https://www.cervantesvirtual.com/obra/segunda-parte-de-la-cronica-del-peru-que-trata-del-senorio-de-los-incas-yupanquis-y-de-sus-grandes-hechos-y-gobernacion–0/.

Duviols, Pierre y César Itiers: Relación de las antigüedades deste Reyno del Perú. Instituto Francés D’Etudes Andines. Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas. Cusco, 1993.

Las Casas, Bartolomé: Apologética Historia. Biblioteca de Autores Españoles. tomo 105, 2010.

Pizarro, Pedro (1571): “Relación del Descubrimiento y Conquista de los Reinos del Perú y del Gobierno y Orden que los Naturales tenían, y tesoros que en ella se hallaron, y de las demás cosas que en él han sucedido hasta el día de la fecha”. Editorial Futuro. Buenos Aires, 1944.

Rodríguez García, Huáscar: Tres usos de la “mitología” andina: Wiracocha-Tunupa, la no explotación del Cerro Rico en Potosí y Tata Santiago”. Huamare Nº21. 2007.

Rostworoski, María: Estructuras andinas de poder. Instituto de Estudios Peruanos, Lima. 1988.   

Santa Cruz Pachacuti Salcamayhua: Relación de antigüedades deste Reyno del Perú, f. 1 v. En Estudios etnohistóricos y lingüísticos de Pierre Duviols y César Itier. 1993.

Sarmiento de Gamboa, Pedro: Historia Indica. Historia de los incas. Miraguano Ediciones, 2001.            https://books.google.cl/books?redir_esc=y&hl=es&id=wlNKAAAAYAAJ&focus=searchwithinvolume&q=Taguapaca

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