Santa María, relativizando una matanza

Las batallas políticas son encarnizadas. Los bandos se destruyen unos a otros y no vacilan en “sacarse los trapitos al sol”. Los mejores argumentos esgrimidos por los políticos son precisamente los que se refieren a los defectos y errores de sus antagonistas. Para los liberales, por ejemplo, es adquirir ventajas al hacer notar que el señor Alfonso siendo Ministro del Interior cometió tal o cual disparate. Los radicales creen ganar muchos adeptos al hablar del “régimen del terror” del General Ibáñez. Son las inevitables estratagemas que se han empleado en las luchas electorales desde tiempos inmemoriales. La hidalguía y la caballerosidad son lujos que no se puede permitir en una campaña electoral. Todos los trucos son aceptados. Pero depende de cada uno de los núcleos usar los más sucios y vergonzosos. Los comunistas han demostrado a través de diversas campañas electorales ser los más entusiastas por hacer uso de artimañas bajas en lo que se refiere a desprestigiar a sus contrarios o los regímenes que esos contrarios representan.

Los esbirros de Stalin no vacilan en sacar a colación cosas absurdas, totalmente fuera de lugar y que ningún lazo tienen con determinados partidos o ideologías políticas. Uno de los temas que ha sido escogido a propósito de la presente lucha presidencial es la matanza del año 1907 en esta ciudad. Ha sido mencionada primeramente en la obra de Volodia Teitelboim “Hijo del Salitre, pseudo biografía del dirigente rojo Elías Lafferte. El único rasgo de sinceridad que se nota en la creación literaria es que en su tapa dice “novela”. Con esa advertencia se sabe que la ficción es el fuerte de todo lo que se relata. Y la capacidad imaginativa de Teitelboim llega a su máxima expresión cuando señala que los muertos de la matanza de la Escuela Santa María pasaron de cuatro mil. Pero para el comunista ese es sólo un resorte de propaganda, una muletilla política. La mentalidad materialista de los discípulos de Marx no debe espantarse ni tener el menor vuelco sentimental ante la muerte. Y en realidad dos obreros muertos y dos mil soldados muertos en Corea significan lo mismo: meras cifras en un mundo superpoblado. Sin embargo, los rojos saben que para el resto de los humanos, aquellos que no están imbuidos del materialismo comunista, la Muerte es algo tenebroso, especialmente cuando es provocada por terceros.

La matanza del año siete fue una cosa horrenda; un crimen sin nombre y algo que efectivamente debiera hacernos reflexionar un poco sobre nuestra pobre naturaleza humana, capaz de llegar a perpetrar delitos tan injustos y torpes. Pero mucho más bajo, ruin y vergonzoso resulta la actitud de los comunistas que se aprovechan de las desgracias nacionales para hacer su inmunda propaganda. Es más inhumano que ellos, que se dicen ser “protectores del proletariado”, simulen lloriqueos y pidan justicia por unos obreros mártires, cuyo sacrificio son incapaces de comprender porque no le dan a la muerte el sentido ni la solemnidad que verdaderamente tiene. Se limitan a explotar la compasión e indignación de los otros en provecho de sus mezquindades de baja política y antipatriotismo. ¿Han hecho algo efectivo por esos muertos alguna vez? Basta ir al cementerio N°2 y ver el estado ruinoso del “mausoleo” para darse cuenta que nadie ha pensado en los obreros caídos, desde hace más de treinta años. Pero ahora hay una oportunidad política. No pueden dejar de aprovecharla. El episodio ha sido falseado en el “Hijo del Salitre” y las elecciones presidenciales son dentro de poco. Tal vez algunos chilenos ingenuos (que también los hay), movidos por la justa indignación que el conocimiento del hecho les causa, favorezcan con su voto al candidato comunizante y “protector de la clase obrera”, aunque su protección no pase más allá de revivir rencores.

He conversado con dos testigos oculares de la matanza del año siete. Uno de ellos, por razones especiales me ha pedido que no mencione su nombre. Tenía en esa época 36 años (ahora tiene 81). Edad más que suficiente para saber qué pasaba. Según él los muertos no fueron más de 94. También conversé con don Walterio Matus. Este caballero tiene ahora 70 años. Para la matanza tenía 25. También estaba en edad de darse cuenta de lo que ocurría. Ocupaba el cargo de Ayudante del Secretario del Gerente de la Asociación Salitrera de Propaganda. Organización que debe de haber sido el rudimento de la Corporación de Ventas de Salitre y Yodo o algo por el estilo. Don Walterio disminuye en diez la cifra dada por el otro personaje que reserva su identidad. Dice que él recibió ese número de labios del Doctor Virgilio Gómez, médico militar de la División y quién recibió la misión de recoger los datos estadísticos de muertos y heridos del desgraciado suceso.

O sea que los datos oficiales están muy por debajo que los del novelista rojo. Es probable que no hayan sido 84 o 94. Puede que estos datos estén equivocados y los muertos sean mucho más. Pero ni aunque hayan sido menos deja de ser un crimen. Un solo trabajador que caiga por balas del Gobierno o del Ejército constituye un delito imperdonable y sin atenuantes de ninguna clase. Es simplemente asesinato y de la peor clase. Más no debemos olvidar que asesinatos se cometen todos los días.

Cuando fui redactor policial de un diario en Santiago pude verificar con estadísticas y con ejemplos palpables que semanalmente hay cinco muertes violentas en Santiago. Homicidios, suicidios y cuasi homicidios (atropellados). Hasta para un redactor policial resulta sobrecogedor ver un promedio de cinco cadáveres semanales. Y créanme estimados lectores que los cadáveres de hombres y mujeres que han tropezado con la muerte en forma violenta nada tienen de bello. Lo que costó la vida a los obreros pampinos el año siete fue un crimen, lo repito. Sólo que los hombres de buen corazón pueden, si no olvidar, por lo menos, perdonar hasta los crímenes. Es una de las pocas virtudes que incluso algunos políticos poseen. Son únicamente los comunistas quienes no saben dar el verdadero sentido humano a las cosas buenas y malas de nuestros semejantes. Para ellos los muertos no significan nada, absolutamente nada. Sin embargo no dejan de emplear el asunto como un truco psicológico. Y después de tantos años ese truco parece una blasfemia, una morisqueta de burla. El crimen de ellos es mucho peor. Más nosotros sabemos perdonarlos. Conocemos un poco mejor la naturaleza humana…

Samuel Weste

El Tarapacá

Viernes, 27 de junio de 1952, año LVIII, N°19513, p.3.

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