Frezier nunca estuvo en Iquique

                      

Una vez embarcada la carga de azufre en Caldera, “nos hicimos a la vela para ir a Arica”. Núcleo narrativo clave para discernir acerca del texto que el ingeniero militar francés Francisco Amadeo Frezier dedica al litoral ariqueño en su famosa obra titulada “Relación del viaje por el mar del sur a las costas de Chile y el Perú durante los años de 1712, 1713 y 1714”.

A la sazón, las relaciones entre Francia y España eran óptimas, como que transcurrían largas décadas sin estar trenzados en guerra. Autorizado por el rey Luis XIV para estudiar las defensas militares de algunos puertos sudamericanos -intención en verdad no tan sana, ya que la inspiraba un propósito de espionaje-, Frezier zarpa el 6 de enero de 1713 a bordo del “San José”.

Ya en el Pacífico, y yendo de Sur a Norte, visita Valdivia, Concepción, Talcahuano, Valparaíso y Coquimbo. Aquí trasborda al “Jesús, María y José”, que llevaba una remesa de trigo al Callao.

Seguidamente el barco recala en Caldera a fin de recoger una carga de azufre, tras lo cual, manifiesta, “el domingo 18 de junio nos hicimos a la mar para ir a Arica”. Si bien la navegación iniciada en Caldera tiene a Arica como destino inmediato, sucede una secuencia narrativa que se ocupa de tres puertos intermedios. El primero de éstos es la caleta de Cobija (próxima a la actual Antofagasta). Sobre el particular, Frezier se sincera advirtiendo:

“Aunque no estuvimos allí, no dejaré de insertar en esta relación lo que supe por algunos franceses”. Seguramente alude a viajeros y tripulantes de siete barcos galos que encontró entre Concepción y Valparaíso.

A continuación, el relato menciona a Pabellón de Pica, al que Frezier describe como “un islote”. Más que probablemente, se trata de otra referencia de connacionales suyos. Imposible que él pudiera formarse la más mínima impresión de Pabellón de Pica, puesto que entre éste y el  “Jesús, Maria y José” mediaban nada menos que 40 leguas de distancia (240 kilómetros).

Luego es el turno del litoral iquiqueño. Datos breves: la falta de agua (4 líneas), la Isla del Guano (18 líneas), la abundante avifauna marina (8 líneas) y la relocalización de unas minas de plata (4 líneas).

Del puerto o caleta de Iquique, nada. Le faltó decir que tampoco estuvo aquí y que su información proviene de datos proporcionados por terceros.

Como no podía ser de otra manera, en este desfase itinerario-relación Frezier ya no es el testigo acucioso que entrega información amplia y variada: vestuario, fiestas religiosas, cofradías danzantes, bailes sociales, tragos, hierbas medicinales, etc., etc. Y mucho menos el de las “prolijas observaciones geográficas, particularmente atento por determinar la exacta ubicación de los accidentes geográficos (costas, estrechos, islas, etc.)”, como pondera uno de sus prologuistas.

A propósito de imprecisiones geográficas, en una próxima oportunidad especularemos en torno a un extraño y enrevesado párrafo que Frezier anota sobre un punto costero iquiqueño. Y es que sospechamos que, por ventura, detrás de esa confusión, palpitaría una iluminadora revelación. 

Braulio Olavarría Olmedo

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