Presentación y Contexto

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El mejor patrimonio que una sociedad y un ser humano puede tener y conservar es su dignidad. Esto que puede parecer obvio no lo es. La historia de la humanidad, y lo que respecta a este territorio, la historia del Norte Grande nos los recuerda, a través de muchos sucesos trágicos y dolorosos.

Debe ser consustancial a nuestra condición gozar y practicar nuestra dignidad. El ser humano «se» merece ser como es. Merece que sus deberes y derechos también se deriven de sus prácticas locales. La combinación de lo universal y de lo local, produce un sujeto que por una parte está regido por una ética de respeto a la vida, y por otra de la realización de un conjunto de prácticas fundada en la diversidad de estilos de vida.

El ser universal: en tanto dotado de valores, deberes y derechos, y el ser local: en tanto desarrollo y capacidad de realización de su vida a través de prácticas derivadas del territorio en el que habita, son complementarios y necesarios a la vez. Somos seres humanos dotados de una capacidad para la diversidad que otra especie viva no posee, por lo mismo somos constructores de cultura, y estilos de vida.

Las preguntas fundamentales de los seres vivos tienen tantas respuestas, todas válidas, como culturas existan. Pero, el límite a esa diversidad, está dada por la práctica y el respeto a la dignidad del ser humano. Los fascismos y totalitarismos del tipo que sean, políticos, religiosos, culturales, etc., por su pretensión excluyente y controladora violan la dignidad de los seres humanos.

Imagen El Norte Grande tiene sus particularidades. Ya en tiempos de ocupación peruana, la explotación del guano en las covaderas de la costa de Tarapacá se sustentaba bajo un sistema de abuso y esclavitud hacia trabajadores chinos. Gran cantidad de orientales perecieron en aquellas inhumanas labores realizadas, colgando, durmiendo y alimentándose entre los escarpados y peligrosos promontorios rocosos junto al mar, tal es el caso de Pabellón de Pica.

Luego de décadas de gran movimiento, en 1879 estalla la Guerra del Pacífico o Guerra del Salitre, cuyos motivos enfrentó a Chile con nuestros hermanos de Perú y Bolivia. Esta guerra significó la muerte de centenares de hombres, mujeres y niños. Le sucedió a esta violencia otra agresión simbólica, conocida como proceso de chilenización. Una estrategia articulada desde el Estado central que consistió en hacer desaparecer, a través de la escuela y otros instrumentos como el Servicio Militar Obligatorio, todo rasgo de peruanidad y bolivianidad en los territorios conquistados. Se expulsó a los curas y maestros peruanos. Las Ligas Patrióticas – un dispositivo fascista que contó con la anuencia de los poderes centrales y locales – desterraron a cientos de familias del Perú. Los tarapaqueños perdieron su dignidad y su derecho a habitar en el suelo que los vio nacer.

Afortunadamente el proceso de chilenización no tuvo el éxito que sus ideólogos desearon. Los habitantes del Norte Grande supieron combinar los elementos de este proceso con la realidad regional. En la pampa salitrera, peruanos, chilenos y bolivianos, celebraron sus fiestas patrias. Los migrantes de otros países, tan lejanos como los chinos, ingleses, alemanes, entre muchos más, crearon una realidad multicultural, en la que cada uno tuvo sus espacios autónomos, pero también de encuentros.

Lo mismo aconteció con las diferencias de credos religiosos. Hubo un cementerio de católicos y otros de protestantes. Las luchas entre católicos y masones fueron intensas. En los años 60 la intolerancia religiosa se traslada a los pueblos del interior. Aymaras católicos y aymaras evangélicos se confrontaron en forma violenta.

En este pedregoso y eterno desierto, obreros pampinos del salitre unidos en movimientos por reclamar sus derechos más básicos laborales y de subsistencia, terminaron siendo asesinados en horrendas masacres, como la de la Escuela Santa María en 1907 en Iquique, y la de La Coruña en 1925 en plena pampa. Sin ir más lejos, en 1948, Pisagua asume públicamente su lugar en la historia chilena como campo de concentración. Durante el gobierno de Gabriel González Videla, quien por medio de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia decretó la ilegalidad del Partido Comunista de Chile. Cerca de dos mil prisioneros estuvieron recluidos.

Pero, no hay que creer que sólo en esa fecha adquiere esa fama. Ya en la revolución Balmacedista de 1891, Pisagua había sido lugar de reclusión, tal como lo relata Anselmo Blanlot en su novela Revolución. El primero de abril de 1925, llegan relegados a Pisagua los suboficiales del Ejército Olegario Apablaza.

Imagen La dictadura militar de Pinochet en su cruzada anti-comunista, nueva versión del proceso de chilenización, hizo de Pisagua un espacio de violación sistemática de los derechos humanos. Asesinatos, torturas y humillaciones fueron prácticas cotidianas. La dignidad del ser humano fue nuevamente pisoteada. Como se podrá apreciar, la caleta, cuyo nombre puede ser traducido como “dormida entre los riscos”, tiene el perfil que lo liga a la muerte, la desdicha y la tragedia.

​Hasta los años 90, la nación chilena tenía una obsesión con el tema de la uniformidad cultural. La chilenidad se definía en Santiago, y se exportaba al resto del país. La grosera frase de un ministro de Agricultura: «En Chile, no hay indígenas, somos todos chilenos» resume ese espíritu. La transición democrática, la globalización, las nuevas demandas de los nuevos actores, entre otros, ponen en la agenda los temas de la multiculturalidad.

El derecho a la diversidad hay que inscribirlo en la nueva agenda de los derechos de los seres humanos. El derecho a convivir respetando cada uno al Otro, es el deber de esta nueva sociedad.

No obstante lo anterior, aparecen en la realidad regional la realidad de las migraciones, que vuelve a despertar en el imaginario local elementos de xenofobia. Si en los comienzos del siglo pasado, los chinos sintetizaron el miedo al Otro, hoy son los colombianos y sobre todo los afro-colombianos. Sobre éstos se marca el discurso racista y clasista a la vez. Se olvida que la desigualdad reinante en el país es la causa de muchos de nuestros males. Se olvida además, que fueron otros países los que le abrieron las puertas a los miles de migrantes que debieron abandonar por la fuerza nuestra patria.
Imagen El migrante más que un migrante, es una persona y como tal está dotado de una dignidad que ha de defenderse. Tiene además el derecho a expresarse según sus pautas culturales, comer lo que en su patria de origen come, bailar su música, caminar como lo hacía en sus calles. Además, reside la importancia del intercambio con nuevos vecinos. En la escuela y en el barrio, se levantan los puentes que los unos y los otros deben cruzar para que, en forma conjunta y respetando sus individualidades, empiecen a soñar al unísono.

Pero la otredad no sólo se expresa en el color de la piel, sino que también en las diversas opciones de vida que cada sujeto desea desarrollar, desde la sexualidad, pasando por la política, la buena alimentación, hasta la defensa de los animales. La sociedad de hoy está compuesta de una variedad de actores sociales y políticos que portan las más diversas demandas. Todas atendibles y deseables de realizar en un marco de convivencia democrática con gobernanza.

Pero para que ello ocurra precisamos de una democracia extensa e inclusiva. Precisamos de un sistema educacional que promueva el respeto por la diversidad, en post de la dignidad humana. Precisamos de comunicadores sociales, de medios de comunicación que promuevan la discusión de ideas y de argumentos, y no de prejuicios y de racismos y actitudes homofóbicas explícitas o soterradas.

Precisamos de un estilo de vida en que el respeto a la diversidad, la solidaridad con el que es humillado sea consustancial a nuestras acciones.

Requerimos, de seres humanos solidarios con los menos favorecidos en el acceso a las experiencias acumuladas por la humanidad a nivel universal.

En última instancia, necesitamos instalar en lo local el valor de ser quien es, conocer su propia historia para elegir el camino de un desarrollo integral desde la propia diversidad.

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