Por la región de Tarapacá se desplazaron desde tiempos inmemoriales, caravanas que venían desde el altiplano a la costa para intercambio material y humano. Fue, a la vez, escenario del surgimiento, auge y crisis del salitre durante los siglos 19 y 20. Somos un territorio de migrantes, de poblados en el desierto, de santos y una virgen milagrosa, de auges y dificultades. De vida en abundancia en el lugar más seco de la tierra. Es claro que nuestra identidad cultural, territorio y paisaje humano, han sido abordados desde variadas disciplinas (historia, literatura, sociología, antropología, artes visuales) para comprender, explicar y comunicar a diversas audiencias, por qué tuvo y tiene tanta relevancia en la historia de Chile.
En este contexto, la fotografía ha tenido espacio de expresión en los ámbitos que posibilitan el relato y construcción del imaginario visual: Álbumes familiares, fotografías de viajeros, prensa, libros de historia, registros de época, entre otros. Conviene recordar entonces, algunos nombres y títulos que son parte del gran mapa iconográfico construido por fotógrafos y fotógrafas en diversos períodos de nuestra historia. Comencemos por Chile en 1860 de William Oliver. Salitreras de Tarapacá de Luis Boudat, 1889. Sin olvidar la obra y registros plasmados en libros de Guy Wenborne, Guillermo Burgos, Margarita Alvarado, Hervoj Ostojic, Francisco Sibulka, Carlos González, Carlos Carpio. También, en la experiencia de fotografiar la pampa, hemos compartido autoría con Pamela Daza, me refiero a Tarapacá entre Parinas y Cormoranes el 2000, Santa María, Imágenes y Palabras Reveladas el 2007. En lo personal, Salitreras de Tarapacá, La Vida que se Fue, del año 2016.
Conviene en esta parte, recordar a Neruda, quien en una parte de su poema Canto a la Pampa, dice así: “Que nos sea revelada la pampa total en su desolación y su belleza. La tierra en la pampa, sin vegetación, ni pájaros, ni animales, es un espectáculo en el que debemos dejar en lo recóndito o para siempre todas las gotas de sensualidad que ponemos al contemplar otros paisajes del planeta. Allí está la tierra en su corte de diamante invisible, en sus repliegues de arenal y extensión. Allí está la geografía pura, determinada en un paisaje extraño y abstracto, aéreo y terrenal. Desde allí bajan también los duros y dolorosos caminos del hombre”. ¿Acaso no se trata de esto el libro que presentamos hoy? Si Neruda escribió en palabras la experiencia de mirar y vivir la pampa, Edgardo con su cámara y en el presente, la escribió con luz porque después de todo, de eso se trata el arte de fotografiar.
Como el autor ya sabe y aprendió a vivir con ello, este segundo libro significó complejos desplazamientos en el desierto, transitar por caminos laberínticos, recorrer largas distancias, soportar temperaturas extremas, vivir jornadas eternas y mantener la ilusión de regresar a casa con singulares fotografías. Así entonces, imagino que la creación de Visiones, Pampa del Tamarugal implicó enfrentar tales desafíos con paciencia e ilusión, con racionalidad y fantasía y la certidumbre de buscar fotos que reflejaran su visión creativa, recorriendo un largo camino para entender al fin, que lo mágico de las imágenes captadas o ideadas, desde siempre estuvo en su entorno cercano y no en mundos lejanos más allá del horizonte. Recorro el libro desde la portada con esos tres tamarugos que desafían el clima y la biología, creciendo y floreciendo desesperadamente en el lugar más árido de la Tierra. La cámara de Edgardo, más que fotografiar paisajes y vestigios, conjura presencias de lo que allí permanece y, por cierto, fantasmas revitalizados por invocación de la fotografía.
Es un libro con imágenes paisajísticas de gran belleza y limpieza visual que a ratos contradicen las recetas que siempre usamos los fotógrafos respecto a la luz, encuadre y tamaños de las imágenes. Su lente y ojo fotográfico nos acercan y alejan de la pampa, desde la visión a nivel, desde la altura y en diversas horas del día. Existe en esta obra una sorpresa de contrastes que perfilan cerros, quebradas, dunas, aguas que se deslizan entre las piedras y vegetación. Y, por cierto, las especies del desierto en forma de coloridas flores, compactas semillas, o salares de madrugada, en una estética de muy buena factura. En este universo “Edgardiano” (nótese el nuevo concepto) se reúnen a la manera de un puzle que da como resultado la visión de un territorio objetivo, imaginario, e imaginado.
Otro pequeño universo son las fotos nocturnas en contrapunto con detalles que robustecen cada imagen. Me refiero al cielo de noche con las ruinas de una planta salitrera, un tamarugo frente al universo que gira eternamente, la textura de las dunas doradas aquí abajo y la vía láctea, allá arriba, lejos. El astrofotógrafo Alexis Trigo lo explica en estas palabras,
Una mención especial merecen los textos de Mónica Manzano Canales y Palmenia Mamani Carlos. Transitan entre las páginas del libro para hablarnos de aquello que trasciende y el regalo de la vida en cada uno de sus ciclos. Nos cuentan con sencillez y profundidad, que “la cultura milenaria entiende que mientras exista el Padre Sol este mundo no tendrá fin” y así, podrá continuar el tiempo de la vida en la Tierra. Palmenia y Mónica nos alumbran sobre simbolismos expresados en la cosmovisión aymara donde conviven en una delicada armonía, los cerros y los seres humanos, los animales, las especies, los oasis y, por cierto, los juguetes que creaban los niños de antaño utilizando “huesos de llamas, piedras y palos, materiales que hallaban en su entorno”. De ahí la imaginación fluía y cobraban vida figuras humanas, vacas, burros, cóndores, ovejas y junto a ellos, un sinfín de historias. Así, cada 10 u 11 páginas, Palmenia y Mónica se encargan de hacernos partícipes de esta realidad captada por la cámara de Edgardo y que es mucho más de lo que vemos. Ellas nos cuentan sobre los colores del atardecer, los mensajes de las estrellas, lo que es un geoglifo o petroglifo como signos de reunión donde se cruzaron los caminos. Hasta que llegamos al penúltimo texto sobre las salitreras en que Mónica nos invita a cerrar los ojos e “imaginar el reponedor abrazo que recibía / el trabajador obrero al final de cada jornada,/ una vez que regresaba a su anhelado hogar”.
Me pregunto, ¿qué le ha dejado esta nueva experiencia de fotografiar la pampa a Edgardo? ¿Faltaron fotos, sobraron imágenes, cuándo sintió que estaba terminado el libro, se imaginó que el resultado sería de esta forma? Creo que la gran contribución de Visiones, Pampa del Tamarugal, consiste en aportar una bien lograda colección de imágenes y textos literarios que dialogan en una íntima sinfonía, donde a imagen apoya a la palabra y la palabra, a la imagen. Son complementarias, cada una tiene su espacio, ayudando a resignificar la obra en su totalidad y ofrecer al lector/observador, impensadas opciones de apreciación e interpretación. Desde mi perspectiva, este nuevo libro de Edgardo, junto a Mónica y Palmenia, va más allá del turismo fotográfico-literario, o la observación pasiva. Plantea preguntas y sorprende el ojo de quien observa, estando más cerca de aquello que Cartier-Bresson describía como esencial para la fotografía de calidad, vale decir, “situar la cabeza, el corazón y los ojos en la misma línea visual”. Sin olvidar, por cierto, a Ansel Adams quien señaló esto, “No haces fotografía sólo con la cámara. Lo haces con todas las imágenes que has visto, con todos los libros que has leído, con toda la música que has escuchado, y con toda la gente a la que has amado”.
¿Qué más?, desear que este libro se exitoso como aporte a la cultura, soñado y hecho en nuestra región. Que viaje a otras partes como un gran presente tarapaqueño. Que se venda bien y le ocurra lo que suele pasarles a los buenos libros, que sea leído y re leído. Incluso que alguien se lo robe; es todo un honor cuando los libros de uno se convierten en objeto de deseo, a como dé lugar.
¿Algún consejo para Edgardo después de esta segunda obra publicada como fin de un larguísimo viaje? Sí. Que le haga caso a la fotógrafa norteamericana Susan Meiselas quien alguna vez escribió, “Hay una parte de mí que siempre quiere estar en movimiento, que teme quedarse quieta. Pero también sé que necesito estar quieta para poder avanzar más allá de dónde estoy”.
Hernán Pereira Palomo
Iquique, otoño de 2023