A partir del concurso de relatos “MI historia con la Chinita” (julio 2018) se buscó recopilar historias relacionadas a mandas y milagros en torno a la Virgen del Carmen y la Fiesta de La Tirana.
Los relatos enviados por mujeres y hombres representan testimonios de fe, recuerdos, expresiones de amor en torno a la Virgen del Carmen, llamada coloquialmente Chinita, que dan cuenta el profundo sentir de cada uno de los peregrinos, peregrinas, devotos y devotas de la región y otros rincones del país.
Se exponen aquí algunos relatos: El Discurso Oficialista de la Iglesia Acerca de las Mandas y Bailes de La Tirana.
El discurso oficialista de la Iglesia acerca de las mandas y bailes de La Tirana Como decíamos anteriormente, los bailes de la Fiesta de la Tirana se organizan, muy a menudo, para pedirle a la Virgen por salud o trabajo. Todos los que van a la fiesta le van a solicitar a la “China” un favor. Esto se hace en forma individual o en forma grupal, como es el caso de los bailes; todos bailan, pero cada peregrino le pide un favor individual que, por general, se guarda en secreto. Pero hay otras mandas. Son las que más llaman la atención. Esto es, constituyen sacrificios que realizan los peregrinos, en forma individual, mortificando su cuerpo a cambio de un favor. Ya sea de rodillas o arrastrándose de cuerpo entero, desde el Calvario hasta el templo, donde hombres o mujeres, imploran por su salud o por sus seres queridos (Figura 3). Esta manifestación es la que no es bien vista por la élite de la Iglesia Católica que lo percibe como algo que no hay que realizar. Aludiendo con ello que es mejor la oración que la mortificación del cuerpo –que al sagrado se accede sin la carne, sin la vinculación del cuerpo y por lo tanto, sin el reconocimiento tácito de la importancia de su profanidad para la reproducción de la sacralidad como un todo religioso[1]–. Hemos visto más arriba como la Fiesta de la Tirana organiza un espacio y un tiempo en los que es posible advertir, de un modo evidente a veces, y en otros no tanto, una serie de conflictos entre los dos actores principales de esta manifestación religiosa y popular. Por un lado, las agrupaciones de bailes religiosos y por otro, la Iglesia Católica. Es preciso destacar que a veces la acción de estos bloques no se da como tal. Es decir, en algunas ocasiones, algunos grupos de baile están más expuestos que otros al conflicto, mientras que la Iglesia muestra en su interior, aunque no de un modo claro, voces disonantes. Así, los bailes religiosos –agrupados en asociaciones y federaciones desde los años 60 del siglo pasado, pero presentes en la fiesta desde finales del siglo XIX– han estado expuestos, por las mismas características de su ritualidad, a observaciones críticas tanto de la prensa como de la Iglesia Católica. Van Kessel (1981) y Koster y Tennekes (1986) han llamado la atención sobre este particular. Calificativos como “paganos”, “incivilizados”, provocadores de “ruidos molestos” son algunos de ellos. Pero, más allá de estas campañas de desprestigio, los bailes y las mandas resisten como experiencia colectiva de lo religioso. El siguiente relato cuenta como una manda, en este caso una solicitud por enfermedad, motivó una conducta religiosa que se transmite de padre a hijos[2]:
Yo entré al baile pidiendo un favor a la Virgen, que hasta la fecha me lo ha cumplido. Yo tengo una enfermedad que es el asma, que hasta la fecha no me ha dado más, y por eso le bailo a la Virgen. A los 7, 9 y 12 años la enfermedad fue crítica, a los 15 años tenía que cumplir la manda y le seguí bailando, no la he entregado –la manda– porque le tengo fe a ella, cada año que pasa más favores le voy pidiendo, a la vez le voy respondiendo con las danzas que tiene el baile.
Y agrega:
A mí no me ven los médicos, antes de entrar al baile usaba remedios, inyecciones, tenía que ir a la guardia. Una vez que empecé a la bailarle a la Virgen dejé todo eso y hasta la fecha no me ha vuelto a dar. No me ahogo nada, antes saltaba y me ahogaba; ahora le bailo a la Virgen y le bailo ‘impeque’ [impecablemente], en ningún momento me enfermo, ninguna cosa. Ahora no veo médico.
Y finaliza:
Mi hijo baila desde un año cuatro meses en la Diablada, tiene una manda por la misma enfermedad mía, padecía de asma, hay veces que le da el asma, pero después se le quita inmediatamente, en La Tirana no le pasa ná [nada].
El cuerpo es el depositario de los males y seguramente, una vez cumplidos los compromisos se transformará en un “cuerpo sano”. Pero hay otras mandas. Hasta el año 1973, muchos peregrinos recorrían a pie desde Iquique a La Tirana:
Ayer comenzaron estas fiestas con la aparición en el camino hacia el interior, de numerosos promeseros que cumpliendo sus mandas a la Virgen del Carmen, hacen el recorrido de 68 km a pie, acortando caminos a través de los cerros. […]. En grupos, por parejas y solitarios partieron desde Iquique a las 4 de la mañana para caminar 14 hrs que es el mínimo que han demorado en otros años. ‘Cavancha’ en su viaje de ida y vuelta comprobó la caminata de 27 varones y 4 mujeres, una de ellas descalza y con un ramo de flores en los brazos, por otra parte durante el día por lo menos más de 5.000 personas incluidas dos tribus de gitanos verdaderos, se movilizaron en microbuses, liebres, camiones, bicicletas y animales. (Diario Cavancha, 15 de Julio de 1965).
Sin embargo, estas mandas no son las que generan conflictos con la jerarquía de la Iglesia Católica. Las que son fuentes de contienda son aquellas en que el peregrino se arrastra o bien camina de rodillas. Se trata de actos que someten el cuerpo y que tienen el dolor como común denominador. Y que además se hacen siempre en público. Hay pues, una puesta en escena en que desaparece para el promesante, si es que la hubo, la distinción entre lo público y lo privado. El ejecutante del rito es observado por toda la concurrencia. ¿De dónde vienen los fundamentos de tal acto? A nuestro parecer varios son los elementos que se dan cita para la reproducción de tal conducta. Uno de ellos tiene una fuerte dimensión cristiana[3]. Se trata por cierto de repetir el sacrificio de Jesús en la cruz. El cuerpo de Cristo, y su posterior crucifixión, sirve como modelo de expiación. Pero aquí se trata de un sujeto, pecador, que en su calvario opta por el perdón de sus pecados y además le paga o solicita a la Virgen un favor. Un “contrato”, que se elabora en términos privados (sólo sus cercanos saben el motivo de su manda), pero que se ejecuta bajo la mirada de toda la sociedad.
Un segundo elemento, es más bien andino, y se inscribe en el acto de rebeldía y posterior castigo de Tupac Amaru. Se trata de la mutilación del héroe andino en la plaza del Cusco. Un cuerpo que, a diferencia del de Jesús, se fragmenta y se entierra en diversos lugares de los andes. Un cuerpo repartido que, sin embargo, una vez que vuelvan a juntarse sus partes, significará la vuelta del Inka. Eso lo relata el mito andino. “Volveremos y seremos miles” se sintetiza en el ideario de la rebelión. Tiempos de pachacuti. Una tradición que pervivirá en América Latina hasta la actualidad, sobre todo con las experiencias de las dictaduras militares que hicieron de la práctica de la desaparición de los cuerpos de los detenidos un hábito terrorífico. Observado el documental sobre la Fiesta de la Tirana que en el año 1944 filmara Pablo Garrido, advertimos como un promesero del baile Chuncho[4], con su traje bendito y sagrado, se arrastra de rodillas hasta la Iglesia. Esto ahora está prohibido por la Iglesia Católica. No se observan bailarines haciendo estas mandas, sólo promeseros de “civil”: que no van vestidos con ropas de una agrupación de baile, que no son reconocidos como parte de un grupo de adoración a la Virgen, que no son alcanzados por la autoridad del obispo. Los conflictos entre la Iglesia Católica y los bailes religiosos pueden ser vistos como el intento de la primera por evangelizar el cuerpo peregrino, mientras que los segundos luchan por mantener su autonomía. El baile religioso asumido como “otro” de una religiosidad oficial –supuestamente elevada puesto que se presenta disociada del cuerpo[5]– que canta y baila, fue objeto de descrédito por parte de curas y obispos. En la Fiesta de la Tirana del año 2011, bailes como la Diablada fueron objeto de sanciones, por el hecho de que a juicio de la autoridad, los trajes de las damas eran muy cortos. En el caso de las mandas como las ya indicadas anteriormente, el conflicto es aún mayor. Un documento de la Iglesia Católica (en fines de los años 70) así lo manifiesta:
Queremos aconsejar a quienes hacen mandas de entrar de rodillas a un santuario o a un templo, o bien arrastrándose, como suele verse en La Tirana. Después de cumplir esas mandas quedan heridos y con peligros de infección u otros males. Una manda así deteriora la salud. Por el Quinto Mandamiento de la Ley de Dios tenemos obligación de cuidar la propia salud. Resulta, de esta manera, que esas mandas son contrarias a un mandamiento de la Ley de Dios. (Carta a las Sociedades de Bailes Religiosos, 1978, p. 11).
Y finaliza:
Advertimos, entonces que antes de hacer una manda se medite bien lo que se va hacer y se ofrezca lo que de verdad es mejor a la mirada de Dios y de la Virgen María. Que la manda, por otra parte, no sea un acto aislado en la vida sino contribuya también a hacernos mejores cristianos y a hacer bien a los demás. (Carta a las Sociedades de Bailes Religiosos, 1978, p. 11).
En esta misma dirección, el obispo de Iquique dijo: “Amor al prójimo es la mejor manda” (Enrique Troncoso, La Estrella de Iquique, 12 de julio de 1990, p. 8). Y agrega:
Nuestra madre María quiere ver a sus hijos con buen espíritu de conversión, pero no arrastrándose por el suelo, sino caminando a encontrarse con su hijo. Pueden mostrarse otras formas de mandas que no dañen la integridad física de las personas: sacramentos, acciones de caridad o compromiso con la comunidad cristiana en forma permanente. (Enrique Troncoso, La Estrella de Iquique, 12 de julio de 1990, p. 8).
Propone además el documento firmado por cuatro obispos el tipo de manda a desarrollar:
La Misa del Domingo, hacer una buena confesión, comulgar con las debidas disposiciones, si no se está conformado, prepararse para recibir la Confirmación, si una persona vive mal, tratar de arreglar su situación ante la Iglesia, si se conserva rencor a otra persona o se está disgustado con ella, perdonar y ponerse en paz, realizar obras de misericordia, adquirir un ejemplar de Nuevo Testamento para leerlo, etc. (Carta a las Sociedades de Bailes Religiosos, 1978, p. 10).
A través de este documento y de la opinión del obispo se expresa la idea de ocultar o invisibilizar, controlar y reprimir el uso del cuerpo que los peregrinos llevan a cabo. Todos los instrumentos que ofrecen el discurso del obispo para agradar a Dios implican la desaparición del cuerpo como elemento que vive el diálogo entre sacralidad y profanidad. Los peregrinos, lógicamente, siguen insistiendo en esa práctica, recibiendo por esto cada vez más sanciones y privaciones del uso de los espacios públicos en los que la fiesta se realiza –en un esfuerzo de la Iglesia por controlar desde arriba las formas populares de expresión de la religiosidad–. Así, tenemos que las históricas luchas y pugnas entre los bailes religiosos y la Iglesia Católica son manifestadas en varias dimensiones: prohibición del uso del templo, excesiva burocratización a la hora de saludar a la Virgen, prohibición del uso de determinados trajes en los templos, etc. Estas prohibiciones nos hablan de una disputa en que se expresan dos tipos de sensibilidades religiosas. De parte de la Iglesia Católica, por el uso y administración supuestamente “más racional” del culto y del ritual, y por parte de los peregrinos, por “seguir haciéndolo como lo hacían los viejos”. En una por un discreto abandono del cuerpo, en el otro, por su centralidad. El sistemático proceso de evangelización al que han sido expuestos los bailes religiosos por parte de la Iglesia Católica desde la dictadura militar en Chile empieza ya a dar sus frutos. Se nota, por ejemplo, el cambio en la manera de dirigirse a la Virgen, la alteración en el énfasis en sentido de desplazar la adoración hacia la figura de Cristo, barriendo de ella lo que la Iglesia identifica como un rasgo andino, es decir, el énfasis a la Virgen[6]. Esta transformación queda patente en el cambio de los lemas de las agrupaciones de baile, que ahora se orientan por la máxima: “A Jesús por María”. Esto indica, entre otros elementos, que la jerarquía de la Iglesia ha logrado “suavizar” el cuerpo religioso popular, inculcando en él su esfuerzo por controlar el dialogo de las personas con la divinidad. Esto ocurre porque, como veremos en el epígrafe 4, el tipo de relación sagrado-profano construida por la ritualización corporal que comporta grados de individualización (como hemos identificado en las mandas) permite un tipo de libertad relativa de culto que, en palabras de Durkheim, no se intercala “ningún dios entre el individuo que ejecuta el rito y el objetivo perseguido” (2007, p. 31). En este sentido, las mandas son ritos que eliminan el papel intermediario de la Iglesia, permitiendo un canal directo de comunicación entre los creyentes y la divinidad. Quizás por esto mismo resultan indeseables para el oficialismo católico. Hasta hace unos veinte años, los bailarines con sus trajes hacían su manda desde el Calvario al templo. Hoy ya no hacen. El caporal, la máxima autoridad ritual del baile, que ahora ha de ser formado y autorizado por la Iglesia Católica, lo prohíbe. Sólo quedan los peregrinos que en forma individual realizan estas prácticas. Las luchas entre los jóvenes y los viejos dirigentes de los grupos de baile parecen ganadas por los primeros. Los últimos, ya viejos o bien muertos, nada han podido hacer por recuperar los espacios perdidos. En la “Carta a las Sociedades de los Baile Religiosos”, ya citada más arriba, notamos como este conflicto se manifiesta en la definición de lo que es baile. Para los obispos que firman este documento: “los bailes religiosos son instituciones católicas (1978, p. 4). Con ello, niegan la herencia andina de estos grupos, en la que el cuerpo juega un rol fundamental. La Iglesia reconoce que los bailes le danzan a María, pero:
La piedad mariana no termina con la Madre de Jesús. Toda su acción en la Iglesia es que María hace conocer, amar y obedecer a su Hijo Divino. Por eso, la piedad cristiana tiene el dicho ‘A Jesús por María’; es decir, María nos ayuda a llegar hasta Jesús. (GARCÍA, 1988, p. 13).
Fuente: Guerrero Jiménez, Bernardo y Lube Guizardi, Menara (2012) Sacralidades en conflicto: las mandas en la fiesta de La Tirana y el discurso oficialista de la Iglesia Católica. Estudios de Religión v. 26, n. 42, 99-136.
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[1] Este tema lo trataremos en las conclusiones.
[2] La entrevista que citamos fue realizada a SS, hombre de 30 años, devoto de la Virgen y bailarín de una agrupación que se hace presente en la fiesta.
[3] Sobre los sacrificios y la “devoción corporal” como tradición ontológica en los ritos cristiano, indicamos el clásico e inconcluso texto de Marcel Mauss (1968) sobre las oraciones, y el artículo de Pereira (2003).
[4] Uno de los bailes que en la fiesta de La Tirana le baila a la Virgen del Carmen.
[5] En un sentido que se acerca fatalmente del nacionalismo católico chileno aplicado a la idea de civilidad chilena, en oposición a la incivilidad de los otros andinos e indígenas.
[6] En los cantos religiosos, hasta los años 1960, se decía “adorar a la Virgen”; ahora por influencia de la Iglesia Católica, se dice “venerar”.