En el corazón de la conspirativa trama que arrancaba con la salida Diego de Almagro a Chile en 1535, el Inca Manco II elaboró una estrategia consistente en encubrir la existencia de minas de oro y plata, actitud que es sorpresivamente desactivada pocos años después por eminentes autoridades étnicas.
En efecto, en 1538, Paullu (hermano del Inca), quien había encabezado el séquito de dignatarios que procuraron que las poblaciones indígenas no atacaran a la expedición almagrista al pasar por sus respectivos territorios, persuadió a los jefes étnicos de la región de Charcas y Qaraqara (altiplano sur de la actual Bolivia) que revelaran la mina de plata de Porco a Hernando Pizarro, hermano del marqués y hombre fuerte del Perú Francisco Pizarro, ocultando sí que a no más de 40 kilómetros de allí estaba el prodigioso yacimiento de Potosí. Y no sólo le revelaron la existencia de esa mina, sino también “de unas questan en Tarapaca”(negrita nuestra), “tierras yungas, legua y media de la mar del Sur”, (donde) “sacaban plata para los Ingas” (Pedro Pizarro 1944:56).
De igual modo, el sumo sacerdote (huillac umu), quien se había fugado de la expedición a Chile y se caracterizó como acérrimo enemigo de los españoles, dio a conocer algunas minas a Hernando Pizarro, colaboracionismo servil que no le salvó de ser quemado vivo en 1540, junto a Kusi Dello, la mujer del Inca Manco II (Platt 2006:234).
Tal vez los mallkus de Charcas y Qaraqara delataron las Minas de Tarapaca con el afán de desviar el foco de atención de los ambiciosos hispanos y pensando que se trataba de un sitio muy distante de ese puntual escenario histórico y, por tanto, inalcanzable para los conquistadores. Pero la codicia de los españoles sobrepasaba cualquier consideración. En su frenético afán de seguir acumulando minas, Hernando Pizarro no tardó en enviar desde Charcas un piquete al mando del capitán Bartolomé Talaverano, junto a guías indígenas que les condujeron a la serranía costera tarapaqueña.
A tres años de la expedición de Almagro, representaba la segunda ocasión en que los hispanos recorrían Tarapacá, esta vez viniendo desde el altiplano sur y en sentido transversal. Charcas correspondería a la actual región boliviana de Sucre. Emprendieron un trayecto de aproximadamente 3 mil kilómetros y conformando una fuerza suficientemente disuasiva, ya que Tarapacá era aún un territorio no conquistado, como que Almagro en 1535, tras ser atacado en su travesía de Atacama, al pasar por Pica y Tarapacá no halló pobladores ni recursos alimenticios, actitud que obedeció al plan de sublevación ideado por el Inca Manco II. Es posible que al pasar por la aldea de Tarapacá Viejo Talavareno haya reclutado a algún indígena que ofreciera indicios más exactos del objetivo propuesto.
Hernando Pizarro fuera de esquema
Para comprender mejor esta excursión dirigida expresamente a Tarapacá, hay que conocer los entretelones y externalidades que rodean la revelación hecha a Hernando Pizarro.
Resulta que un importante miembro de la desaparecida facción almagrista, Diego de Alvarado, había presentado en España una querella contra los Pizarro, acusándolos de la muerte de Diego de Almagro, lo que motivó que el marqués enviara a su hermano Hernando a promover la defensa. Coincidentemente, una vez Hernando en Madrid, Diego de Alvarado muere asesinado. Las sospechas recaen sobre Hernando, quien es entonces imputado por las muertes de Almagro y Alvarado. De nada le valieron los servicios prestados al emperador Carlos V ni los tesoros que le llevó de regalo. Lo declararon culpable, sin tocar un pelo al verdadero autor intelectual del hecho en cuestión: el marqués y gobernador del Perú, Francisco Pizarro.
Tras algunos meses en prisión, Hernando recupera transitoriamente la libertad y aprovecha el relajo para enviar una carta al monarca hispano en marzo de 1541, con la intención de congraciarse, pues en la misiva le participa que mientras se aprestaba a viajar a España “Los indios me descubrieron otras minas en la costa del mar, y por abreviar mi venida no tuve tiempo para ir a ellas”. Respecto de la expedición del capitán Talaverano, supo Hernando de parte de su mayordomo Pedro Soria, que las muestras sacadas en el mineral sacadas “son buenas” y “de a media plata” (Platt 2008:207). Obviamente, los guías indígenas mostraron minas de regular calidad. No las más ricas, ni menos todavía las más ricas y sagradas.
El proceso judicial prosiguió y Hernando Pizarro fue condenado a 20 años de prisión. Murió pocos años después de cumplir su pena.
Sin embargo, cabe señalar que cuando Hernando remite en marzo de 1541 su carta al emperador, hacía ya un año que el capitán Lucas Martínez Vegaso había recibido la encomienda de Tarapacá por disposición de Francisco Pizarro ¿No sabía éste del “derecho adquirido” que tenía su hermano Hernando por haber “descubierto” minas en Tarapacá? En realidad, Francisco Pizarro no tenía idea de la potencialidad de dicha encomienda, aparte de que estaba sometido a la excesiva influencia de su secretario Antonio Picado, quien firmaba todos los documentos, porque el mandamás del Perú era analfabeto. Como se verá en un próximo artículo (“La Mina del Sol”), Picado no les tenía buena a los hermanos de su jefe.
Huantajaya: explotación española
Con fecha 22 de enero de 1540, el gobernador del Perú, marqués Francisco Pizarro, extiende en el Cuzco la Provisión de Encomienda de Ilo, Arica y Tarapacá en favor del capitán Lucas Martínez Vegaso. En virtud de la institución socio-económica llamada encomienda, se premiaba a determinados conquistadores con la entrega de grupos de indígenas (de entre 18 y 50 años) para que trabajaran a su servicio en forma de tributo, gabela que después debieron pagar en dinero.
Conforme al derecho indiano español, el acto de tributar convertía legalmente al indígena en vasallo y súbdito de la corona y, por ende, en hombre libre. Teóricamente, entonces, el indio no era un esclavo; sin embargo, el trato de los encomenderos propendió a esclavizarlo.
A pesar de proclamársele súbdito y libre, al indígena se les concebía en un estado de interdicción tal que, por su pretendida inmadurez e ignorancia, no era responsable de sus actos. Para qué abundar en las sesudas reflexiones de los teólogos acerca de si los indios tenían o no alma. Dicho sucintamente, el hecho de encomendar se reducía en ese momento a la función de contar con mano de obra prácticamente gratuita y disponible a todo evento. Y más encima los encomenderos se arrogaron derechos territoriales sobre tierras y minas. Martínez Vegaso fue un claro ejemplo de esta práctica de despojo y usurpación.
De acuerdo con la cosmovisión andina, los mitimaes o comunidades trasplantadas a otras regiones, no perdían nunca vínculo con su pueblo de origen; es más, los ausentes seguían formando parte de la comunidad matriz. Basándose y abusando de este principio, los encomenderos españoles se autoadjudicaron derechos sobre los territorios de los que sus tributarios eran oriundos, como se verá en el caso de Lucas Martínez Vegaso y sus tributarios pertenecientes a Carangas, región ubicada en el transaltiplano o altiplano trasandino; y el de Pedro Pizarro, con respecto a la “Mina del Sol”. Para el rey, los encomenderos no podían apoderarse de tierras y de minas. Y no es que guardara respeto por la propiedad natural de los indígenas; en absoluto. Su premisa era: esos bienes le pertenecen a la corona (a mí). Pero persistía la ambigüedad, ya que los encomenderos gozaban de derecho concesional sobre los minerales y con la sola obligación de pagar a la corona el quinto real.
Lucas Martínez Vegaso fue un capitán del círculo más estrecho de Francisco Pizarro y destacó como oficial en la conquista del Cuzco y otras incursiones. Posteriormente, sin embargo, no se distinguió mucho por su valer militar, ni menos por su consecuencia política. En lo que sí sobresalió con creces fue en los negocios. Su capital inicial lo obtuvo en 1533: 135,6 marcos de plata y 3.300 de oro por concepto de la repartija del “rescate” del Inca Atahualpa, más otra cantidad no determinada de piezas de oro y plata resultantes del saqueo a los templos incaicos.
Martínez, quien al llegar al Perú no tenía más 20 años era apenas soldado y “hombre de a pie” (de infantería, porque no tenía caballo), en una palabra: pobre, hizo fundir y convertir todo ese metal precioso en moneda contante. Se dio el lujo de comprar un caballo y comenzó a progresar en su carrera militar hasta ser reconocido como capitán. Y más adelante pudo pavonear de tener un mozo de espuelas, sirviente que en las ciudades antecedía caminando a pie delante del señor montado en su cabalgadura.
Paralelamente Martínez inició su próspera carrera de mercader y empresario. Lo primero fue formar con Alonso Ruiz -otro soldado que tocó igual repartija y futuro marido de su hermana Isabel- una sociedad destinada a prestar dinero, llegando a tener acreedores tan importantes como el propio Francisco Pizarro y el obispo Vicente Valverde.
En la Encomienda de Arica y Tarapacá se le depositó un total de 1.638 tributarios de pueblos distribuidos en Arequipa, Moquegua, Ilo, Arica, Tarapacá y la costa (Barriga 1955:17-18). Específicamente, en la región de aproximadamente 4.600 habitantes que era Tarapacá, se le asignaron 900 tributarios, un 54,9% del total de la encomienda; cifra considerable comparada con los 444 tributarios de Arica, los 194 de Ilo y los 100 de Arequipa. En realidad, era una encomienda que resultaba ser bastante grande, al punto que hasta se puede pensar que Pizarro no tenía idea de lo que estaba encomendando, ni Lucas de lo que recibía (Trelles 1982:37).
Cifras tan precisas de tributarios y nombres de pueblos consignados en la cédula de Encomienda presuponen la consulta de alguna fuente oral o de un quipu o bien se basan en una enumeración primitiva efectuada por una Visita pionera, con toda probabilidad la que se efectuó en 1539 (o todas las anteriores).
A propósito, nos permitimos restarle validez a un pretendido informe elevado en 1538 por Francisco Pizarro al rey, donde ya aparecerían nombres de pueblos y caciques que figurarán dos años más tarde en la Provisión de Encomienda de 1540. En 1538 los españoles, instalados en el Cuzco y en Lima, conocían de Tarapacá nada más que por las escasísimas referencias de integrantes de la expedición de Almagro; sin embargo, a éste se le atribuye el haber proporcionado la relación de pueblos y caciques.
Nada más aventurado. La columna de Almagro habría recorrido los aproximadamente 128 kilómetros que median entre Pica y Tiliviche entre el 5 y el 26 de diciembre de 1536 (Advis 2008:198), en una apresurada marcha de regreso al Cuzco, debiendo enfrentar a “gente alzada”, que cumplía fielmente la orden del Inca Manco II de dar guerra a los españoles en toda la tierra”, motivo por el cual tienen “retirado el ganado é bastimento” (Oviedo 2008:199).
En tales condiciones era imposible que Almagro y sus hombres pudiesen recabar datos tan precisos. Lo concreto es que la colonización del Sur del Perú se hizo en forma escalonada: fundación de Camaná (1539), fundación de Arequipa (1540) y fundación de San Marcos de Arica (1541). Y en este último año se registra la instalación hispana en Tarapacá y el inicio de la explotación española de Huantajaya.
En consecuencia, la fuente más atendible podría ser la Visita (censo social y productivo) efectuada en 1539. En su defecto, o de forma concomitante, se pudo haber consultado un quipu (Trelles 1982: 256). Era éste un dispositivo informático, una especie de ordenador (“computador”) inca para registrar datos estadísticos sobre poblaciones, producción, demografía, etc. Consistía en cuerdas de lana o de algodón de diversos colores, provistos de nudos. Para su manejo y desciframiento había especialistas denominados quipucamayoc. A raíz de una investigación arqueológica, se halló uno de estos dispositivos en Tarapacá Viejo (Agüero y Zori 2007).
Es muy probable que de la visita de 1539 se haya deslizado alguna pista para que Lucas Martínez Vegaso sospechara la existencia de una rica mina de plata en Tarapacá. Una normativa expedida en Madrid recomendaba, entre otras pautas, pesquisar la existencia de minas (Barriga 1939:tomo I:11).
Conforme a la provisión de Encomienda, a Martínez le son otorgados tributarios en los pueblos de Camiña, Chiapa, Huaviña, Puchurca y Pachica. Increíblemente, el documento no menciona al pueblo Tarapacá ni a los tributarios costeros; solamente alude al “cacique del valle de Tarapacá que se llama Tusca Sanga con los pescadores”. La omisión del pueblo principal y proverbial centro administrativo es reivindicada por Pedro Pizarro (1571) con el siguiente tenor: “Lucas Martínez (…) tenía en encomienda este pueblo de Tarapacá” (Pizarro 1944:156). Antes de esto, sin embargo, Pedro de López, un soldado español que vivió en Perú entre 1540 y 1550 había testimoniado que “Tarapacá es pueblo de indios, está aquí algún español o españoles cojiendo los tributos de sus amos de los indios”.
El curaca Tusca Sanga
Hay razones para considerar a Tusca Sanga (o Sanca) como autoridad máxima de la provincia o región de Tarapacá; sí, por encima del “cacique Opu” del “valle de Cato” (Huaviña, Puchurca, Pachica), al que se tiende a calificar como autónomo. Un dato más que elocuente es que a Tusca Sanga está sujeto el total de los 900 tributarios del repartimiento, incluyendo a los subordinados del primero (Trelles 1985:161). Y es probable que, en el marco de la dualidad jerárquica andina (Urbina 2019:229) o de una diarquía (Bravo 1992:15), Opu haya sido su “segunda persona”, así como también lo era el curaca Chuquichambi de Chiapa, pueblo de la alta precordillera.
A favor de Tuscasanga incide igualmente un factor territorial, por el hecho de que bajo su mandato estaban el manejo de la Minas de Tarapacá y la tuición sobre los pescadores los que -según se supo después- comprendían las caletas comprendidas entre Pisagua e Iqueyque. Y es presumible que ejerciera autoridad sobre los 30 tributarios oriundos de Ique-Ique trasladados a la costa de Arica y asimismo sobre el mitimae tarapaqueño instalado en el valle de Tacna. Todos ellos (ambas unidades) y sus familias trasplantados en tiempos del Inca.
Tucuwa, curaca del mitimae en comento, fue quien reveló la existencia de la riquísima “Mina del Sol” a Pedro Pizarro, encomendero de aquella región.
Coincidentemente, Tusca Sanga manifestó a Lucas Martínez las Minas de Tarapacá. Sin embargo, se reivindicó al negarse a darle la ubicación del venero consagrado al dios Inti, según el relato de Pedro Pizarro.
Hay constancia de que ya cristianizado como Pedro Tusca Sanga, permaneció en Tarapacá Viejo oficiando su rango hasta, por lo menos, el año 1550 (Urbina 2019:228). Cerrando lo relativo a la figura de Tusca Sanga, se nos plantea la interrogante acerca de si existe alguna relación entre su nombre y los apellidos tarapaqueños y también iquiqueños Casanga, Sanca y Sanquea.
El 17 de febrero de 1540, en Arequipa, Lucas Martínez toma posesión protocolar de su encomienda. Lo hace ante Garci Manuel de Carbajal, representante directo de Francisco Pizarro y actuando como ministro de fe el notario Alonso Luque. En los días y meses siguientes se abocará a la tarea de recorrer efectivamente los pueblos que le han sido encomendados y a tomar posesión oficial de sus tributarios, comenzando por los pueblos de Arequipa.
En la fase final de la expedición al sur, procede a reconocer Camiña, Chiapa, Huaviña, Puchurca, Pachica, Tarapacá y a sus tributarios camanchacas. Es en este contexto que toma conocimiento de las Minas de Tarapacá. Por agosto de 1540 ya está de vuelta, pues figura participando en la fundación de Arequipa.
(Continuará con Lucas Martínez Vegaso y Huantajaya)
Braulio Olavarría Olmedo
Referencias bibliográficas:
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