La Ñusta del Tamarugal y otros mitos

Rómulo Cuneo Vidal fue un historiador nacido en Tacna, en 1856 y fallecido en 1931. En Europa cursó estudios y desempeñó labores diplomáticas. Tras su regreso al Perú, en 1880, volcó las investigaciones realizadas en el Viejo Continente en una serie de obras de las cuales, lamentablemente, no existe fecha de publicación original, salvo que fueron recopiladas en 1977-1978 y editadas en el formato de obras completas.

A juicio nuestro, Cuneo Vidal es fuerte y utilísimo en historia colonial, débil en la fase del Contacto y errático cuando trata sobre cuestiones etimológicas.

En esta oportunidad, centraremos la atención en el artículo que él tituló “Una princesa indiana” y que debe haber escrito  entre las décadas de los 20 y 30 del siglo pasado 1. Este tema fue dado a conocer (publicado) en 1936 en Iquique, por Carlos Alfaro Calderón y comenzó a viralizarse intensamente, hasta cobrar inmerecida carta de leyenda historiable 2.

Nunca hasta 1936 se había tenido noción de una historia como ésta y no han faltado quienes manifiestan que fue rescatada por Cuneo, cuando en verdad no es tradición, ni leyenda; es decir, no ha estado nunca en nuestra memoria cultural. Que se le sitúa en un contexto histórico con aristas confiables, es cierto; pero esto mismo la contrasta y delata su carácter de ficción literaria. En verdad, cuesta creer que un historiador arriesgue deslizarse por la cornisa de la fantasía y hasta se tome licencia para publicar su invento.

Lo que cuenta Cuneo Vidal

El autor peruano se vale de la expedición de Diego de Almagro a Chile y específicamente de la participación en ella de un personaje del cual no tenemos más referencia que el de su estatus: sumo pontífice (Huillac Umu) del Tawantinsuyo, quien era tío del entonces inca Manco.

La incursión parte del Cuzco en julio de 1535 y llega a Tupiza (actual altiplano argentino) en enero de 1536. Allí, según indagó Barros Arana, “Una noche se desapareció el Villac Umu con algunos individuos, así hombres como y mujeres”, de su séquito. Todas las diligencias que practicaron los españoles para descubrir su paradero fueron infructuosas. El sacerdote peruano se había vuelto por caminos extraviados a las altiplanicies del Collao a levantar las poblaciones indígenas y a llamarlas contra los conquistadores que quedaron en el Cuzco” 3.

Este es precisamente el núcleo narrativo que sirve de comodín para que Cuneo despliegue las alas de su imaginación: los fugitivos cruzan la Cordillera de los Andes a la altura de Copiapó y enfilan marcha rumbo al Norte. Al llegar a la Pampa del Tamarugal, el Huillac Umu deja allí a su hija con un séquito de sirvientes y soldados.

Y lo consabido: ella persigue y da muerte a todo occidental que se aventure por sus dominios, pero termina perdonando y  enamorándose de un supuesto portugués que exploraba en busca de la Mina del Sol. La veleidad de la ñusta es castigada por sus súbditos. Ambos son muertos a flechazos. Agonizante, ella les solicita que los entierren juntos y que sobre la tumba común coloquen una cruz, símbolo del cristianismo, religión que había abrazado. Poco después pasa por dicho punto el mercedario Antonio Sarmiento Rendón quien, enterado de lo sucedido a la ñusta y a su enamorado, lo concibe como un martirologio y procede a levantar una ermita que, andando el tiempo, se convertirá en el santuario de La Tirana.

Contrapunto histórico

Dado que se trata de un asunto sensible, ya que nuestra impugnación ofenderá la credibilidad de una amplia masa crítica convencida de que el pueblo y la fiesta de La Tirana derivan de esa pretendida leyenda, procederemos a confrontarla y refutarla a la luz de evidencias que nos entrega la historia.

La fuga de Huillac Umu estaba planificada, concertada con el Inca Manco como estrategia para dividir la fuerza armada española. Alejando el ejército de Almagro y quedando solamente el de Francisco Pizarro, tendría lugar un levantamiento antihispano.

La expedición de Almagro demoró un mes en cruzar la cordillera para llegar a Chile. Se dice que murieron cerca de diez mil indios de hambre. ¿Cuánto podrían resistir indígenas sin ropa adecuada, aplastados por enormes cargas, constantemente flagelados, sin fuerzas y famélicos, ante la irrevocable maldición de la “muerte blanca”? Fue un genocidio.

En tales circunstancias, nada más absurdo que el grupo fugitivo decidiera incurrir en una tormentosa travesía de los Andes, en vez de optar por una alternativa del todo lógica y expedita, como era la de desandar camino por el mismo nivel altiplánico.

Ya es 1536. Cuneo sitúa a la Ñusta entre el Tamarugal y Pica, escenario de su fama de “tirana”. Surgen interrogantes: ¿a qué occidental podían apresar y ejecutar, si los españoles más cercanos estaban en Cuzco? Si ella y su grupo permanecieron en el Tamarugal o en Pica, tendrían que haberse topado con el regreso de Almagro al Perú.

También incorpora a Fray Antonio Sarmiento Rendón, un personaje con credenciales históricas. Almagro trajo seis sacerdotes en su columna expedicionaria, entre ellos dos mercedarios: Antonio de Solís y Antonio de Almanza. Pero no hubo un tercer Antonio (Sarmiento Rendón). Este llegó a Chile recién en 1549, en la expedición de Francisco de Villagra y siguiendo el Camino Inca de los Llanos. Sarmiento destacó en la Araucanía como misionero y soldado (los religiosos de La Merced eran también militares).

Dos años antes de la publicación de Carlos Alfaro, un historiador de la orden mercedaria, Fray Policarpo Faustino Gazulla, es enfático al expresar: “Los historiadores antiguos y también los modernos que a ojos cerrados los han seguido sobre decir poco bueno respecto al Padre Sarmiento, incurren en lamentables desatinos. Que pasó al Perú por el año 1535, que viajó con Valdivia en 1540 y que murió mártir en Angol, cuando ni vino al Perú en esa fecha, ni pasó con Almagro, ni con Valdivia, ni fue mártir, ni murió en Chile4

Otra fuente histórica mercedaria indica que se sabe oficialmente que tras varios años de labor pastoral en la Araucanía, fray Sarmiento regresó al Perú en 1551, pero en barco 5. Moraleja: nunca pasó por la Pampa del Tamarugal.

Como comentario final acerca de este tema, es notorio que la figura de la ñusta no tuvo mayor repercusión, salvo la de inducir a muchos a creer que lo de “Tirana” proviene de ella. Más relevante aún es que aquí no se produjo, como en el mito de origen del santuario de Las Peñas, el fenómeno de identificación de la Pachamama con la Virgen. Y era imposible que así ocurriera, porque a la hora de elaborar Cuneo su relato, la advocación mariana (del Carmen) estaba más que posicionada, a pesar incluso de haber suplantado a la andina Virgen de Copacabana.

Recapitulando, estamos ante una producción literaria moderna y, por tanto, trasnochada con respecto a la materia que pretende introducir.

El prurito de especular

Cuneo Vidal es autor de otros relatos pseudo históricos en que manipula nuevamente la figura de Antonio Sarmiento Rendón y lo involucra “sin más” en hechos irreales. Leamos al respecto:

Venían en la hueste de Almagro, en el año mencionado de 1536, dos religiosos de la Real y Militar Orden de las Mercedes (…), de gran virtud y renombre, llamados fray Antonio Sarmiento Rendón y fray Francisco Ruiz Castellano. Los mencionados fray Antonio y fray Francisco fueron, sin más, los primeros evangelizadores del territorio de que formaron parte Tarapacá, Arica, Tacana e Ilabaya6.

Y comete dislates de mayor envergadura:

Los animosos frailes bautizaron mediante el acto de celebrar la primera misa, a Pica el día de San Andrés; a Tarapacá, el día de San Lorenzo; a Arica, el día de San Marcos; a Azapa, el día de San Miguel; a Tacna, el día de San Pedro” 7.

Nada más alejado de la verdad histórica. Es imposible que en data tan temprana puedan haberse verificado tales hechos. Ninguna de las localidades mencionadas tiene fecha de fundación probada, salvo la de Arica, cuestionada equívoca y     ligeramente, aunque existen evidencian que sustentan la proposición de que la fundó el encomendero Lucas Martínez Vegaso en 1541.

“Descubrimiento” de Huantajaya

Formando parte de la hueste” (de Almagro), “vinieron, es de creer que en calidad de financieros del Adelantado” (el mismo Almagro) “ciertos portugueses entendidos en achaques de minería y metalurgia, apellidados Rodríguez. Los dichos Rodríguez portugueses, pobladores de Arica desde 1536, fueron los primeros descubridores del opulento mineral de Huantajaya8.  

Todavía hoy se señala al portugués Francisco Rodríguez Almeyda como “descubridor” en 1556 de Huantajaya. Sin embargo, sabemos fehacientemente que el primer español que explotó este mineral -desde 1541- fue el encomendero Lucas Martínez Vegaso. Y no lo descubrió, ya que el yacimiento era beneficiado desde horizontes prehispánicos.

Almeyda fue el primer corregidor de Arica y Tarapacá. Su nombramiento fue en julio de 1565, pero falleció antes de cumplir un año de desempeño. Su verdadero nombre era Hernán Rodríguez Almeyda y su sucesor fue Hernán Madueño, quien recibió el cargo el 1 de julio de 1566 9.

Interesantes antecedentes colaterales son los que brinda el cronista fray Diego de Córdoba y Salinas:

Portuguesa de nación, doña Catalina de Almeyda vino viuda del puerto de Arica, donde murió su marido, a ser religiosa. Murió el 22 de noviembre de 1623, de edad de 103 años y de 80 de cuando tomó el hábito10

Sacando cuentas, la mujer de Almeyda se hizo monja después de enviudar y abandonar Arica, donde dejó descendencia.  Es probable que Rodríguez de Almeyda haya sido socio de Martínez Vegaso o dueño de alguna mina. De ser así, eso podría explicar que en el siglo siguiente la familia Rodríguez fuera la más acaudalada de Arica, aunque en esa época se dedicaba al negocio naviero.      

Pronosticando el pasado  

Rómulo Cuneo Vidal hizo creer visto que el nombre del pueblo La Tirana se había originado en la Ñusta, hija del Huillac Umu, en circunstancia que su verdadera génesis toponímica está en el asentamiento prehispánico Tira-Tirani, voz de lengua puquina, como ya expusimos, fundándonos en investigaciones de la antropóloga Verónica Cereceda.

Siguiendo su tendencia a explicar topónimos a partir de información de creación propia, Cuneo pretende instalar cómo se formaron los nombres de Salar de Obispo y Agua Santa, dos sitios tarapaqueños de renombre en la época del salitre, y no antes.

Según refiere, en 1742 hacía ya un cuarto de siglo que la zona de Tarapacá no recibía la visita pastoral del obispo de Arequipa, aunque esto obedecía a que dicha sede episcopal se encontraba vacante desde la muerte del último titular.

Por entonces, agrega Cuneo, el chileno Pedro Felipe Azúa e Iturgoyen, hasta hacía poco obispo auxiliar de Chiloé y Concepción, se hallaba de viaje con destino a Santa Fe de Bogotá, pues había sido nombrado pastor de esta ciudad.

Una avería en el barco que lo transportaba lo obligó a permanecer en Arica, al parecer, por un tiempo dilatado, pues Azúa pidió autorización al Cabildo Eclesiástico de Arequipa para realizar una visita pastoral a Tarapacá.

Cuneo acredita que, conforme al Archivo Parroquial de Iquique, el obispo Azúa administró el sacramento de la confirmación a 1.250 personas, aparte de otras 250, las cuales si bien no fueron enumeradas igual fueron confirmadas. Se trata de indígenas de los pueblos de Tarapacá, Sibaya y Camiña. Para los efectos de materia del sacramento, indica que se usó sal del terreno que después se llamó Salar de Obispo y corresponde a un cantón salitrero situado a 34 kilómetros de Pisagua.

Los comentarios fluyen espontáneamente ¿Cómo creer que se trasladó a cerca de 1.500 personas desde sectores de precordillera y alta precordillera a un sitio de la Pampa del Tamarugal, connotando el recurso de algo que no se utiliza para confirmar: sal?

 Cuneo añade que el obispo Azúa también bautizó a un buen centenar de párvulos en un punto abundante en agua, motivo por el cual se le denominó Agua Santa 11.

Otra vez la incongruencia de hacer creer que fue necesario llevar a esa cantidad de niños a la Pampa del Tamarugal, cuando en sus respectivas localidades se disponía de agua.    

Braulio Olavarría Olmedo

Referencias bibliográficas:

1. Rómulo Cuneo Vidal: Una princesa indiana. En Historia de la fundación de la ciudad de San Marcos de Arica. Obras Completa, tomo VII, páginas 344, 352. Impreso por Gráfica Morton, Lima, 1977

2. Carlos Alfaro Calderón: Reseña histórica de la Provincia de Tarapacá. Iquique, 1936.

3. Diego Barros Arana: Historia General de Chile, Tomo Primero, página 139. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

4. Policarpo Faustino Gazulla: Los primeros mercedarios en Chile. Editorial La Imprenta. Santiago, 1934.

5. Manual de Historia de la Orden de La Merced.

6. Rómulo Cuneo Vidal: obra citada, página 26.

7. Rómulo Cuneo Vidal: obra citada, página 25.

8. Rómulo Cuneo Vidal: obra citada, página 26.

9. Archivo Municipal de Arequipa, Libro 4° de Acuerdos y Cabildos, de 1564 hasta 1577. Citado por Juan Alberto Herrera Veas en El amanecer de Arica y Tarapacá, Siglos XVI-XVII. IECTA, Iquique, Chile, 1997.

10. Diego de Córdoba y Salinas (1661): Crónica de la religiossissima provincia de los Doze Apóstoles del Perú.

11. Rómulo Cuneo Vidal: Diccionario histórico-biográfico del Sur del Perú, Volumen XI, página 46. Impreso en el Perú por Gráfica Morsom S.A. 1978.

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