La Misteriosa Mina «Huarasicima»

La vieja pampa salitrera, rica en aventuras y leyendas, tiene en sus recuerdos las innumerables búsquedas que otrora se hicieron del misterioso derrotero de la mina Huasicima (o Uasicima), que existiría en un sector de la pampa que se extiende entre las latitudes de Huara y las ruinas de la que fue Oficina Salitrera Valparaíso.

El descubridor o explotador de la mina, parece haber sido un minero avecindado en el caserío de Tarapacá, el cual cada cierto tiempo, dejaba su pueblo para perderse rumbo a la costa, regresando con sus alforjas y bolsillos rellenos de piedras de plata de alta ley, las que vendía o pignoraba.

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Jamás reveló el sitio de procedencia del mineral y en varias ocasiones en que fue espiado, supo, hábilmente, «escurrir el bulto», aprovechándose de la camanchaca y del exacto conocimiento que tenía de la pampa y sus coartadas. Este afortunado minero murió en 1880, llevándose su secreto.
En 1895 se iniciaron las instalaciones de una nueva planta en la oficina de Agua Santa y cierta vez, dos obreros que no alcanzaron a tomar un tren que iba a Iquique, decidieron hacer el trayecto a pie, utilizando antiguos senderos que ellos conocían. Pasada la media noche los ​envolvió una espesa manga de camanchaca por lo que pernoctaron en un sitio indeterminado. Al nacer el nuevo día, ​​comprobaron que se encontraban al lado de  de una bocamina ​abandonada, abundante en desmontes, de los cuales recogieron algunas piedras que les llamaron la atención por su brillo.

Estas piedras, al ser examinadas por entendidos, resultaron ser la plata pura, lo que dio origen a una prolija expedición que organizaron los interesados en compañía de jefes de la oficina Agua Santa. No obstante, el sitio no pudo ser ubicado.

Años después, un «propio» (estafeta) de la oficina Tránsito, se extravió una noche en la pampa y se vió obligado, como los obreros ya nombrados, a hacer alto. Al amanecer y antes de proseguir su marcha, recogió de una bocamina cercana dos o tres piedras brillantes, las que, al ser examinadas por el químico de la oficina, eran de plata.

Varios días con sus noches, otra nueva expedición recorrió los sectores que el «propio» creía haber andado, pero todos los esfuerzos resultaron estériles.

Posteriormente, un señor Miguel Hernández, del puerto de Pisagua, que viajaba desde Oficina Ramírez hacia Caleta Buena encontró, en pleno día, una vieja bocamina con los consabidos desmontes. En la confianza de que era ésta la famosa mina, el viajero dejó visibles varias marcas y señales, llevándose muestras de metal, que resultaron con riquísima ley de plata.
Cuando regresó para hacer las demarcaciones exigidas para el pedimento legal, corrió la triste suerte de sus predecesores: vagar inútilmente por hostil soledad sin poder localizar la mina.

En 1903, un pescador de Caleta Buena aseguró están en posesión del derrotero y formó una sociedad con dos cuñados y un señor apellidado Slogg (o Sloggan), con quien hizo un misterioso viaje, del cual volvió con algunos kilos de plata.

Desgraciadamente, el pescador enfermó repentinamente y llevado al hospital de Iquique, falleció sin recobrar el conocimiento y Slogg fue asesinado, probablemente por los cuñados del pescador, pues éstos desaparecieron de Caleta Buena. A raíz de estos trágicos acontecimientos, se habló de que el pescador había sido envenenado por Slogg.

Uno de los últimos exploradores de que se tiene noticia, fue don Ricardo Solari, empleado del Banco de Chile en Iquique, quien, en compañía de un minero apodado «Ño Canales», estuvo a pocos kilómetros a la vista de la mina, poco antes de ponerse el sol.

La natural impaciencia por llegar luego al sitio, hizo que apartándose de las reglas establecidas para viajar por la pampa, continuaran andando en la obscuridad e insensiblemente desviándose de la verdadera dirección del rumbo hasta empamparse completamente. Al día siguiente y dos días más, fueron el epílogo de sus inútiles búsquedas por los vastos y engañosos médanos, de los cuales tuvieron que alejarse por la falta de agua para ellos y sus mulas.

El escritor iquiqueño, don Augusto Rojas, hace mención en sus «Crónicas Pampinas» de esta extraña mina y da a conocer la siguiente carta que se relaciona con ella:

Alto Caleta Buena, 8 de abril de 1897.

Señor William Andres.

Oficina San Pablo.

Muy señor mio:

«Por la presente me permito comunicarle a ustes, que el corralero Julio Ponce, entretanto se ha ido con su familia al sur de Chile, me mostró el plano y me dio el derrotero de la mina H……, en el norte de M….., es decir el sitio, y lo encontré al fin, ya hace 17 meses. Entonces avisé a Ponce y buscamos a usted para darle conocimiento de esto, encontrando a usted al fin, en Iquique, muy enfermo.

Ponce habló con usted sobre este asunto y prometió usted a él venir por acá tan pronto se hallara restablecido de su salud, pero ha pasado mucho tiempo sin que usted dé noticia alguna y, por consiguiente, me permito preguntarle qué piensa hacer.
Tengo entendido que por otra parte también están en busca de la referida mina y, para evitar que otros la encuentren, he hecho desaparecer las señas principales (la mula y los m…). pero puede suceder que uno u otro día me mande mudar de acá y resultaría entonces que dicha mina sería perdida para siempre.

No siéndole posible venir personalmente por acá, le propongo darme las demás señas (crucero) y comuníqueme sus condiciones para poder seguir este asunto.

Soy de nacionalidad alemana y ocupo el empleo de «pasatiempo» en ésta.

Saludo a Usted y espero su pronta contestación.

De usted atto. Y S.S.

(Firmado) Otto Kohrt».

Esta interesante comunicación le fue entregada al señor Rojas por el mismo William Andrés, con objeto de que se la leyera, pues era un carretero boliviano, analfabeto, que se hacía pasar por brasileño.

El señor Rojas continúa su relación:

– Mis amigos y yo, tan curiosos como interesados, tratamos de obtener los mayores datos al respecto. Porque Andrés aseguraba haber acompañado en su niñez a un anciano que sacaba metales de una mina escondida y los vendía en la joyería Jacos, en Iquique.

– Con esta fortuna, Ud. no tiene necesidad de trabajar -le dijimos- Nosotros podemos hacer el pedimiento por partes iguales con la mitad para Ud. los gastos los haremos nosotros, sin que Ud. se moleste en nada.

Pero resultó que el día sábado, fijado para la partida, no amaneció Andrés en la oficina. Fuimos en su busca al momento oportuno y no encontramos ni rastros, ni ese día ni nunca.

Existe en nuestro poder un número apreciable de datos referencias, que hemos recogido, con todo interés, para formarnos una idea propia de la famosa Huasicima y creemos que si existe todavía visible (es decir, si no ha sido cubierta por las arenas erráticas de ese sector), deberá ubicarse en los lindes norte-noroeste de la denominada Pampa Perdiz (20 grados 05 – 70 grados 00°).

A este vasto sector concurrirían los rumbos seguidos por los casuales descubridores de la huidiza bocamina, considerando también los tiempos-horas de sus probables recorridos desde los puntos de partida que, por una coincidencia, corresponden, en su mayor parte, al entonces llamado Cantón de Agua Santa, hoy en ruinas.

¿Cuánto tiempo permanecerá en el misterio este llamativo derrotero? El abandono y la paulatina destrucción de aquellos intensamente poblados centros salitreros no dan margen a idear esos pretéritos viajantes que cruzaban el desierto, cortando caminos, ni menos en audaces exploradores tras la búsqueda del riquísimo venero.

El inclemente océano de arena, solitario como en las épocas de su nacimiento, cuando las aguas del mar dejaron de cubrir su superficie, debe seguir su tradición de cuidar y de esconder los perdidos rastros de la Huasicima, tal como lo hizo el viejo minero del caserío de Tarapacá, que llenaba sus alforjas con los desmontes de plata pura o de preciosa veta que él solamente conoció.

J.A.
​Tomado de Almanaque Regional 1951
Pág. 77 – 81

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