Javier Prado Aránguiz

1929- 2020

Obispo Diocésis de Iquique

Tuvo que reemplazar a José del Carmen Ovalle un obispo de estatura media,  bonachón y malas pulgas. Más que obispo parecía cura de pueblo. Y no andaba lejos, Iquique era un pueblo chico con su gran infierno. En la década de los 80, llega un señor alto, elegante. Es el nuevo Obispo, me avisan. Sus apellidos no lo ayudaban mucho ya que su hermano era ministro de la dictadura. Muchos arrugaron la nariz. Eran tiempos, y hay que repetirlo, en la que la iglesia jugó un importante rol en la defensa de los derechos humanos.

 Hubos dos hechos que lo marcaron para siempre a este erguido y amable Obispo que bajaba de vez en cuando por la calle Tarapacá, saludando al rebaño. La explosión de Cardoen, el 25 de enero de 1986 y la reapertura de Pisagua en el 1984-1985. “Fabricar armas es un pecado” afirmó más de una vez. Y su voz se esparció como bomba de racimo. En un seminario organizado por el Crear (www.crear.cl) en el Liceo María Auxiliadora, en la testera junto a otros, entonamos la canción “Sobreviviendo” la canción de Víctor Heredia. Pisagua encerró de nuevo a los opositores. Y él, se encargó de visitarlos y de mostrar esa realidad al mundo.

Javier Prado Aránguiz (1929-2020) es el nombre de este Obispo, blanco como las cumbres nevadas de los Mallkus. El descubrimiento de la fosa clandestina de Pisagua lo conmovió una vez más. Cuando pensamos en el libro “Vida, Pasión y Muerte en Pisagua (1990), lo invitamos a escribir su experiencia en esa caleta, el año 1985. Lo hizo con la voluntad y con el compromiso que nos demostró. Un cura amigo me afirmó en esos años “El Obispo conoció al Señor en Iquique”. Exagerado o no, Prado Aránguiz tiene un lugar ganado en el corazón de los tarapaqueños.

Bernardo Guerrero Jiménez

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