Huidobro pelea con sus fantasmas, que deben ser muchos. Habiendo tanta gente con quien pelear, arremete -según cuenta la gente, generosa en los decires cuando se trata de estas cosas- con su ex-mujer que lo visita a recriminarle quien sabe qué historias del corazón.
Su ring es cualquier calle del centro de la ciudad; la hora, mejor si es al mediodía. Huidobro sabe sacarle parte a su temida fama de hombre. Pero es inocente como una taza de té con leche.
A veces se pierde del tumulto de la calle Vivar con Tarapacá. Aparece terneado y afeitado. Sin embargo, sus fantasmas pueden más que un fármaco administrado por un psiquiatra del hospital. Entonces Huidobro eleva sus reclamos en forma de puteadas a sus fantasmas.
Debe ser el más grosero de Iquique.