Freddy Taberna

«Señor:
Freddy Taberna G.
Pisagua.

Estimado Pete:
Recibí tu carta con la foto para la publicación que preparamos. Te respondo recién después de 17 años a raíz de que has vuelto a lugares que juntos recorrimos en el año 1971. Allí, entre momias que brotaban de la tierra, de tantos cementerios del pasado, te dije que Pisagua era como un gran cementerio con vista al mar, y así entre pescados fritos y tus célebres artefactos verbales de grueso calibre iniciamos un largo recorrido desde la Plaza de Pisagua al cementerio, y de allí hacia el puerto español (Pisagua Viejo). Estos lugares seguramente que ahora los recuerdas intensamente (…)

Estaremos de acuerdo que los nortinos sentimos a los muertos como algo muy cercano: ¡esa necromanía tan nuestra de ir visitando cementerios ajenos! Los tratamos con menos formalidad porque vivimos porque vivimos junto a ellos. Sabemos que no desaparecen como en el resto del mundo. Están más delgados, disecados, vestidos como a la espera de algo o alguien.

Compartimos un mismo paisaje a lo largo de las travesías del desierto. Es verdad, nos acostumbramos a vivir con la idea cierta que hay más ruinas y muertos que ciudades y vivos… pues ya, aceptemos que para los iquiqueños el acto de morir es un ritual mitad sacralidad mitad festividad de antiguo ancestro. Mucho de dolor y algo de divertimento. Cuando muere el hombre sencillo con virtudes públicas, decimos “que has sabido del negro González…?” “se fue con los pies adelante por la calle Zegers, atrás de la Banda del Litro”. Pero cuando los muertos han dañado el alma de  Iquique, entonces los funerales son epopéyicos y sus mártires se llevan en anda como a la “china” del Carmen. Así fue con los caídos en Santa María y en Pisagua: se veían ancianos agitando banderas chilenas sobre los techos de ​conchuela…(…)

​Esa forma tan iquiqueña de enfrentarnos a los vuelos rasantes de la «pelá» la aprendimos desde niño en los entierros del carnaval morrino. Te acuerdas esa vez que volvíamos de noche de Cavancha y había una mujer abatida en el camino. Bajamos súbitamente para salvarla y era Pedrito Faúndez, la «viuda» de la comparsa, después de tragarse dos ráfagas de vino (lee garrafas). Fue en ese tiempo cuando salió un funeral formal, deteniéndose en Juan Martínez con Tarapacá. Allí mismo se abrió el ataúd y Chicote como de un resorte bailó y cantó la cumbia con el texto más existencialista de todos: “tanta incomprensión, tanta alevosía el cuerpo después de muerto va a parar a la tumba fría…» (…)

Cuando te llevaron vendado al cementerio no lograste ver los hitos blancos que marcan la subida de las tropas de asalto hacia la pampa de Alto Hospicio. Recién supe que allí en la pampa, cerca de la cancha de aterrizaje, había un sector con múltiples montículos que corresponden a los guerreros chilenos y peruanos muertos en combate cuerpo a cuerpo. Una placa metálica antigua, tenía grabado el siguiente texto: «gloria a los héroes de Pisagua». Guerreros verdaderos entre iguales. Los oficiales chilenos ordenaron sepultar a vencedores y vencidos en Alto Hospicio, hicieron otro tanto en la terraza que domina Playa Blanca, luego más arriba en el Alto del Cerro Pequi y en otra fosa, abierta en el montículo donde hoy se encuentra la torre del reloj (…)

En una «catacumba» del sótano de la cárcel te despediste de tu hermano «Pichón». Después los llevaron hacia la capilla. Te subieron vendado al jeep. Los bajaron en la puerta del cementerio. El capellán te tomó del brazo y comenzó su letanía por el camino del centro del cementerio, aquel que hicimos el año 1971 (¿por quién realmente rezaba el capellán?)…

Perdóname que trate de resumirte lo que no viste. Pasada la pirca, al fondo del cementerio, en una canaleta de un desagüe natural estaban los ocho fusileros. A tu derecha un oficial con el brazo alerta. Junto a tu lado izquierdo la letanía del capellán. Así te ataron al durmiente con el cerro a tu espalda. A pesar de tantas torturas se te veía erguido, muy delgado y joven, con ese mentón desafiante más acentuado por la barba rasurada y el pelo corto.

Estabas ahí como clavado a un escenario azul y húmedo de los amaneceres de la costa. Esa bruma pegajosa te rozó las vendas. Sentiste luego que algo sucedía por tu mejilla izquierda. Eran los rezos que se alejaban lentamente. Sabemos en qué pensabas. El oficial bajó el brazo…

Ahora eres tu quien está enterrado en algún lugar de Pisagua. Así, extendido entre dos sacos de carga, si está completo, a la espera de tus arqueólogos amigos…

Más atrás del oficial había una fosa rectangular donde yacían los fusilados que te precedieron cubiertos con algo de tierra. Los que ejecutaron después los arrojaron, allí, como sería de esperar. Entonces: ¿por qué a ti con los que cayeron ese día los trasladaron a otro lugar?

El arqueólogo Olmos excavó la fosa. Vine a ayudarle, pero tú no estabas. Quedaban allí las pequeñas cruces y florcitas artificiales que los soldados enterradores ofrendaron con respeto clandestino. Con Olaf, Carlos y Varela te hemos buscado sin acertar el escondrijo. A lo menos deberías estar orgulloso: Eres un muerto peligroso (…)

Por todo lo sucedido nos queda claro que toda matanza que deliberadamente oculta gentes, por su voluntad inhumana es un anatema flagrante. Debe ser constatado a través de la arqueología de fosas, con su derivación natural: la antropología forense. Es decir, cada vez que la intolerancia conduzca al exterminio habrán ejecuciones masivas. Nadie está exento de la barbarie del fanatismo. Nadie podría decir de esta fosa no beberé. Ojo amigo: la humanidad vive un proceso civilizatorio esencialmente inconcluso (…)

En suma, deseo que entiendas mi naturaleza: yo soy arqueólogo y creo en los ritos funerarios. Ni los Dioses determinarían sus prohibiciones. Sería su propia negación. El genio de Goethe con su Mefistófeles, es un sainete trasnochado. Los círculos del infierno de Dante son meras entelequias. Los monstruos del Mare tenebrosum son ángeles barrocos en el confesionario… Quienes lo ordenaron son series de otra especie cuya raciología se desconoce. Bien Pete, querido amigo: morrino, iquiqueño, bailarín moreno, geógrafo, político, esposo, padre, fusilado y reivindicado, hasta muy pronto

Avísale»

Extracto de «Pisagua: Un gran cementerio con vista al mar (Carta a Freddy Taberna)», de Lautaro Núñez Atencio. En Guerrero, Bernardo (et al.): Vida, Pasión y Muerte en Pisagua. 1990. Ediciones el Jote Errante.

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