Hay dos wagones el Nº1 y el Nº2. O mejor dicho queda uno solo: el Nº2. A mi me gustaba más el primero, pero el corazón tiene razones que los gavilanes no comprenden. Los años 80, precisamente el 83, época de protestas, de reuniones clandestinas en la Catedral, en la Gruta de Cavancha y donde la imaginación lo quisiera, se inaugura el Wagón en los alrededores del puerto, donde antes estuvo el Liverpool. No más de seis personas estuvieron presentes. Osvaldo Torres, uno de los fundadores de Illapu tomó la guitarra e interpretó «El Sueño del Pongo» de José María Arguedas, entre otras. Luego Luis «Blacky» Álvarez, se paseó por la nueva ola -en inglés claro está- y por las canciones de Lucho Barrios. Lo demás es historia conocida. Fue el refugio de la intelectualidad de izquierda de la época; se comía pescado frito como nunca y se bebía vino tinto como siempre. Los ochenta estuvieron marcado por ese Wagón que nuestro amigo Hodge ayudó a echar a andar. Los aires cambiaron y por qué no, el Wagón. Se trasladó a Thompson abajo en una inmensa casona de Don Ariel Standen. Perdió el encanto de antes, pero ganó otros. Los gavilanes, cuentan sus historias de gastronomía e identidad cultural y hacen beber a los comensales unas mistelas que según ellos, los caravaneros de antes de Cristo, bebían como si fuera agua. Cosas del Wagón.
La pandemia Coid 19 obligó a cerrar sus puertas. Una gran pérdida
Fotografía de Claudio Marín