La tradición establece como cosa cierta, que los primeros terrenos salitrales que se descubrieron fueron los de Tarapacá y que el hecho se debió a dos indígenas, y como la mayor parte de los descubrimientos, a una simple casualidad.
Ha venido diciéndose que una vez atravesaban las arideces de la pampa de Tarapacá dos indígenas, quienes, asaltados por las nieblas de la noche, resolvieron acampar donde ya la fatiga les cortó el paso y el frío les aconsejó hacer fuego. Cuál no sería la sorpresa que se apoderó de ellos al observar que la débil fogata tomaba bríos y propagando sus llamaradas, hacía arder la tierra con inesperados chisporroteos. Tal fue su pánico que creyeron llegado el fin del mundo y sus ojos casi desorbitados, hasta divisaron al diablo… Esto fue el acabóse para sus pobres humanidades que, sacando fuerzas de donde ya no quedaban, emprendieron una despavorida carrera que no terminó sino en brazos de los primeros rayos del sol.
Cuando pudieron sacar el habla por entre las hojuelas de coca, ocurrióseles ponerse de acuerdo para dirigirse al curato de Camiña con el propósito de confesarse, dar gracias a Dios de la que se libraron y dar cuenta al Tata Cura de lo que habían visto. Así lo hicieron.
Poco después, el ministro de la iglesia diagnosticaba que aquello o era la aparición de un fuego santo o manifestaciones del infierno, pero que de todas maneras lo llevaran para ver con sus propios ojos el lugar de los extraños fenómenos y para bendecir con su presencia el punto donde éstos se habían producido.
Se dirigió el Tata-Cura a visitar con indígenas la región de los acontecimientos, hoy «Matamunqui», echó agua bendita, hizo mil cruces, rezó varias oraciones en latín y se llevó para sus análisis químicos muestras de la tierra a su curato, donde las experiencias y reacciones le dijeron claramente que se trataba nada menos que de riquísimas tierras con nitrato de potasio, poderoso componente en aquel entonces empleado en la fabricación de la pólvora.
Vaciaron lo que sobró de las muestras traídas, en el patio de la casa del curato y poco mas tarde el habilidoso párroco notó, con verdadera sorpresa, que las plantas próximas tomaban proporciones gigantescas; ensayó esto mismo en las hortalizas y obtuvo legumbres increíbles en diversas plantaciones con resultados máximos, en comparación con los obtenidos en años anteriores. No tardó en circular los prodigios de lo que el cura llamó tónico para el reino vegetal, que recomendó a los feligreses de su comarca como abono.
Un experto marino inglés visitó Tarapacá y tuvo noticias de la misteriosa substancia y comprobó que el aspecto físico del producto del caliche era en todo semejante con el nitrato de potasio, que por aquellos años suministraba principalmente la India para la fabricación de la pólvora y así, dio toda la razón al milagroso cura de Camiña.
Los indígenas, siempre instados por dicho sacerdote, principiaron a utilizar el caliche como abono en la agricultura de los valles orientales que desembocan en la pampa del Tamarugal, pulverizaban el producto natural salitroso y lo empleaban con éxito asombroso en el cultivo del maíz, del trigo, de las papas, legumbres etc. y aún hoy lo usan en la misma forma cuando no les es posible conseguir guanillo de pájaro con el mismo fin y en condiciones para ellos convenientes.
Esta es la leyenda cuya autenticidad se ha venido asegurando desde aquellos felices acontecimientos que motivaron la maliciosa intervención del Tata-Cura de Camiña.
Tomado de Almanaque Regional 1951
Pág. 65 – 67