De la calle Obispo Labbé con Sotomayor hasta la playa era el barrio La Puntilla. Y sus principales arterias eran Primera Norte y Loreto. No era propiamente un barrio, como los otros, de grandes asentamientos humanos. La Puntilla era más bien un sitio de grandes bodegas para almacenar el salitre ensacado. Recorrer ese tiempo, el barrio La Puntilla, era sumergirse en una ciudad compuesta de grandes bodegas de calaminas -zinc- que cubrían una superficie de 20 metros cuadrados aproximadamente.
La primera bodega que asomaba era la de don Santiago Savioncello que estaba ubicado en lo que ahora es la caleta Guardiamarina Riquelme. La gente que habitó esta zona estaba fundamentalmente ligada a la actividad marítima, de allí se embarcaba el salitre. Todos barcos de madera como el Verónica, Neptuno, Satélite, Blanquita, Don Juan, eran de propiedad de Eleazar y Rogelio González.
En ese tiempo, en La Puntilla, cada bodega tenía un muelle: Savioncello, Gildemeister, Astoreca- Urriuticoechea, Buscanallones y otros. El salitre se sacaba de las bodegas y por una especie de correa transportadora eran depositadas en lanchas y éstas lo llevaban a los barcos.
Para esa época, según don Luis Barría Zepeda, la bahía era muy honda, los barcos llegaban a cargar hasta 600 sacos de salitre, y cada uno de ellos pesaba aproximadamente 80 kilos.
Como el barrio era una especie de puerto menor, el contrabando era una práctica habitual. Dentro de los personajes de este barrio sobresale el Loco Carlos quien compraba carbón y contrabandeaba cigarro. El sitio era tan peligroso que dicen que ni los «pacos» entraban fácilmente ahí. No hay que olvidar que en esa época el alumbrado no existía, por lo que se hacía más fácil este tipo de prácticas delictuales.
Durante la crisis de los años 30, la Bodega de los Chinchilla, que fue el lugar donde funcionó por primera vez la ZOFRI, el gobierno entregaba comida. En ese entonces, la entrada era por la calle Obispo Labbé.
Hoy este barrio, al igual que Cavancha por sólo nombrar dos, existe, pero con un ropaje y un fondo que nada tiene que ver con lo que fue antes. La mayor parte, gente de afuera y ligada a la Fuerza Aérea y a la Administración Pública, tratan de darle vida a este populoso sector. Modernos edificios de departamentos. Incluso el edificio más alto de Iquique como el Ticnamar y el Camiña parecen rendirle tributo a ese pasado del que ya nadie se acuerda.
Fuente: Bernardo Guerrero Jiménez, Del Chumbeque a la Zofri, Iquique, Chile, 1990.