Andrés Sabella Gálvez

A 10 años de la partida de Andrés Sabella
(Sergio González Miranda)

Dónde están mis hermanos?, preguntó Andrés al llegar al Aeropuerto de Iquique. Había dispuesto para nosotros los iquiqueños tres días y un mensaje.

Comenzó a esparcir su mensaje fecundo en nuestra Universidad el viernes al mediodía. Habló a los universitarios recordando una de las páginas más hermosas del movimiento estudiantil chileno de los años veinte, especialmente el rol que le cupo a los jóvenes de entonces para defender la PAZ frente a los fanáticos de la violencia, que previo a plebiscito de Tacna querían llevar a Chile a otra guerra. . Centró su homenaje en la figura del poeta anarquista José Domingo Gómez Rojas, quien a los 23 años muere en un manicomio después de haber sido encarcelado acusado de peruanista. Recitó un hermoso poema de ese gran poeta mártir, cuya plazuela que lo inmortaliza frente a la Escuela de Derecho se levantó gracias al esfuerzo de Andrés.

Les recordó a los jóvenes que el héroe de Iquique, cuyo nombre engrandece a nuestra Universidad, fue abogado, intelectual soñador y hombre de paz. Señaló Andrés en su discurso que Prat preguntó, previo al combate, si sus hombres habían almorzado. Este marino noble tenía conciencia que sólo un pueblo que ha comido puede lograr grandes victorias. Es por ello, que los universitarios no deben olvidar la palabra PAN, y no deben olvidar al pobre, para quien se deben.

Habló también de Gabriela, señalando a los grandes poetas de la generación del treinta. Ella, le entregó un mensaje a nuestro Andrés, le dijo que se recibiera de abogado para que defendiera a los pobres, promesa que no cumplió pero que compensó con creces entregando su palabra y su vida al servicio de estos y de todos. Andrés repitió el consejo de Gabriela a los universitarios. recalcándoles que estudiaran y se recibieran.

De Gabriela nos contó más en la noche del viernes, en el discurso más notable que le hemos escuchado en Iquique. Recordó «La Palabra maldita» de la insigne poetisa, esa palabra es PAZ. Esa palabra que tanto molesta, esa palabra que Jesucristo utilizó «Mi paz os dejo, mi paz os doy», pero que no está de moda y es reemplazada por la guerra. Esa palabra que Andrés conjuga y rima con PAN.

PAZ y PAN, dos vocablos malditos, pues no tienen cabida en un mundo lleno de odios y mezquindades. Sin embargo, Andrés se atreve a nombrarlos, a rimarlos, a sembrar con ellos en el desierto usando por arado su rojo corazón generoso. Quiso dejar en cada compañero una pincelada de sus líneas infinitas de hombre universal., recordando dos vocablos universales PAZ y PAN.

Al lado de Gabriela, a quien venía a rendirle homenaje por el centenario de su natalicio, Andrés pone a Pablo, a su amigo, al poeta que admira como a ninguno. Andrés hace un juego donde ambos son un soneto llamado poesía. Para nosotros él es la trilogía junto a Pablo y Gabriela.

Esa noche Andrés fue por sobre todo POETA.

También se meció en sueños oceánicos esa noche. Andrés puso rumbo su nave a piratescas aventuras con sus hermanos de la Costa. Allí conjugó el tercer vocablo que nos traía MAR. El era un gentil hombre de mar. En los anchos horizontes del mar, como su pensamiento, Andrés encontraba inspiración y encontraba la calidez de la hermandad, por eso la buscaba y compartía aunque ello le llevara la vida, como una última aventura, su última anécdota que no podrá contar.

El día en que nos dejó para siempre debía hablarles a los jóvenes. Posiblemente conjugaría otro vocablo, ESPERANZA quizás?. Había pedido un regalo para el 13 de diciembre, su cumpleaños, no dijo qué, sólo señaló que se lo dieran al día siguiente.

Había venido al lanzamiento de un libro que prologó con gran entusiasmo y centellantes palabras, veía en él la fuerza de la historia nuestra y la identidad del norte, quería regalarnos el sueño que puso en HACIA, el rescate y la creación de la cultura nuestra (Tierra, Hombre y Poesía). Consiguió salitre antofagastino para mezclarlo con el salitre iquiqueño, como el título del libro, pero Andrés además traía un vocablo más para esa ocasión: NORTINIDAD. Concepto que reune nuestra identidad, nuestra historia y nuestro patrimonio, tres factores que Andrés encontraba que en Iquique se observaron con claridad y orgullo, por eso le gustaba nuestro suelo.

Andrés tuvo por norte al norte, al NORTE GRANDE, como el título de su novela. El es el más sublime cantor de la NORTINIDAD que forjaron pirquineros, pescadores, calicheros, soldados, obreros, etc., todos nosotros.

A pesar de todo su quehacer, no dejó de nombrar una y otra vez, por una razón u otra, a su compañera , a Elba, su cariño era inmenso. Ella con paciencia de santa le escucharía una vez más sus anécdotas para grabarlas y hacer el libro más entretenido que jamás se escribió. Ella le instaba, decía, para hacer su próximo libro: el relato de la casa de su niñez, donde cada pieza sería un capítulo, donde cada personaje una época. Ambos libros serían su biografía.

Le esperaba en Antofagasta una LUNA REDONDA (su libro póstumo) y una mujer abnegada…

Ahora te preguntamos: Donde estás Andrés?

Haciendo piruetas sobre olas llevado por el viento norte en un caballito de mar?

Miranda con tus ojos oceánicos desde las estrellas?

Contando tus interminables anécdotas de inmortales tiempo en un larga tertulia con Dios?

PAZ, PAN, MAR, NORTINIDAD, ESPERANZA.. un mensaje de sueños realizables en el corazón más ancho del norte grande. Ese corazón que de tanto dar, cansado, dejó de latir para que nosotros continuáramos la tarea de esparcir la semilla de la PAZ, la lucha del PAN, la aventura del MAR, la búsqueda de la NORTINIDAD, y el encuentro con la ESPERANZA.

El hecho que Andrés se despidiera para siempre del Norte Grande en Iquique lo hizo universal, universal para los nortinos. El creador del concepto Norte Grande -en su novela homónima- no podía ser sólo antofagastino, debía despedirse en el otro gran puerto salitrero.

La noche antes de su muerte, recorrió la Plaza Prat, miranda las estrellas que ya le esperaban desde hacía un tiempo. Viajó a la cuadra de los hermanos de la costa, se fue mirando la hilera de autos que entonces se estacionaban camino al sur para coloquios nocturnos de parejas de enamorados, propuesto Andrés balancines para que conversaran miranda el mar. Se despidió de este mundo como un corsario salido de un poema. Un extraño corsario bueno al que nadie odiaba, al que todos querían, que nunca usó su pluma como espada, solamente para luchar por la paz y la poesía, las dos palabras de su correo.

Poemas

A JUAN LOPEZ

Eras hombre del mar y de las huellas,
Juan Halcón, Juan en vértigo de tierras.

Hablabas con los peces y las piedras,
cateador de mares y de vetas.

Viento arriba llegaste con tus velas,
del mar llegaste y te ganó la arena.

De viento y soledad fue tu vivienda,
el sol se refugiaba en tu cabeza.

Esta ciudad nació de tu miseria:
ni el cobre ni el guanay dieron la hacienda.

Sacaste del harapo la bandera;
de ti, la luz de la aventura nueva!

Antofagasta es sólo una herramienta:
todavía Juan López la gobierna.

De: Hombre de cuatro rumbos.
Andrés Sabella.
Antología del Norte Grande.
Editorial Nascimiento.
Santiago 1978. pp 120.

Poemas

FUNDACION DE ANTOFAGASTA

(1866)

Entonces,
el mar
devoraba su ración de soledad.

En la costa
hablaban las arenas,
con su lengua de tiempo.

Se escuchaba el jadeo del sol
fatigado por los días.

Dulcemente,
la tierra le creaba un nido
en medio de sus llagas.

Todavía el hombre no inventaba las huellas
donde llora la sed,
todavía la piedra crecía desde el tiempo.

La sombra de las nubes adelgazaba al cielo.

Reían las aguas.

Juan López -el Chango- (8)
mojó su corazón en estas olas
que el viento deshoja.

Desolados,
los terrales corrían por su frente.

Las gaviotas comenzaron a besarle.

Armó una carpa
en cuya puerta se detuvo el sol.

Llegaba a disputar al cobre sus enigmas,
a sembrar calles
y acomodar la tarde a sus ventanas.

Aquí, la primera esquina
dialogaría con la luna
y la primera parturienta
sería el primer jardín de la caleta.

Aquí, los niños
equivocarían el patio de sus casas,
jugando a los pies del horizonte.

Un ancla saltaría a las estrellas,
los vapores descargarían la distancia en esta rada,
le traerían hombres con el azar entre los dientes.

Aquí, pianos y locomotoras
cruzarían la noche con sus cantos,
la muerte y la cuchilla danzarían abrazadas.

Aquí,
los cerros
y las algas
formarían su familia.

Juan López toco la tierra victoriosa de sal.
Le llamaron las vetas.

Juan López
levanto sus brazos:
¡una pala y un remo!

De Hombre de cuatro rumbos.
Andrés Sabella.
Antología del Norte Grande.
Editorial Nascimiento.
Santiago 1978. pp 69.

Poemas

EL NORTE DE CHILE

Aquí la tierra vive dentro de su propia sombra,
vive en equilibrio de inmensidad,
mirándose en larguísima vigilia.

Es la tierra donde la piedra habla a las piedras,
donde un coro de piedras
va de sí hasta lo infinito.

Despertando la desolación de las arenas,
rozando el hombro de los quiscos,
el viento vuela con el cielo a su espalda.

El viento pampino,
correo de los mineros
que gritan su esperanza al oído del azar.

¡Patria salitral, patria del cobre anegado en su misma sangre!

No busques un rostro para colocarlo a la estatua rota de los tiempos:
¡allí lo tienes!

Furiosamente, el sol toca sus labios. La distancia es su cabello.

Un día, la sed soñó un juguete: nació el espejismo.

Otro, un cateador acarició la altura: nacieron los pimientos…
Los «rotos» lo fundaron en sudores,
caminando su misterio.

De Hombre de cuatro rumbos.
Andrés Sabella.
Antología del Norte Grande.
Editorial Nascimiento.
Santiago 1978. pp 119.

Poemas

EL OJO SE LLENA DE HORIZONTE

Pampa abierta … No es posible que nada se esconda a los ojos de la
muerte. Por los suelos se ven los rastros del más duro tiempo. Y el
firmamento, el sol se descompone en una furiosa carcajada llena de fuego.

La piedras esfuerzan sus bocas para gritarse, inútilmente, las consignas de Color
la soledad, Las piedras evocan los cráneos malditos de una Color Col raza qué quién
sabe en que sima de la desgracia encontró su adiós..!Cuando el viento se
dispone a soplar sus flautas, las pobres piedras alzan , un poco, sus
torpes orejas y dirérase que intentan moverse, en un bailes grotesco y
enternecedor.

Yo ignoro si el diablo tiene pañuelo. Un pañuelo grandote y fiero para
secarse la frente, una vez queha colmado el negro hoyo de su heredad, con
las almas de los condenados. Si lo tiene, es la pampa.

Las nubes se deslizan , lejanas, con timidez. El cielo se abre en una bella
sonrisa azul-perdida. es un cielo barnizado, como un espejo imperial. Los
niños creen, que con los años, serán capaces de tocarlo con las puntas de
sus dedos, endurecidos por el sol y la tragedia. Creen… un día , sin
explicarse cómo, principian a curvarse a la tierra y en sus espaldas el sol
patea, como un caballo habituado a comer furias…

El cielo de la pampa es la tapa amorosa de una charca que conviene no
mostrar demasiado… Es la única pureza que flota allá. por las noches, las
estrellas se hinchan de luz y se quedan bajitas, como paya cuchichearles a
los hombres los misterios os acontecimientos de su patria. las estrellas
parecen puntos de tiza azul que un niño se entretuvo en rayar desde el
techo de su casa.

Fulgen ahí: ¡a un metro! Y llega la luna, con su panza de dulce preñada. Y
es una luna como la «o» de la palabra gloria. Rueda, silenciosamente. Los
soñadores quisieran hacerla caer, mediante una trampa de ensueño… mas, la
luna pasa. Y sus ojos apenas si se detienen, brevemente, en las calicheras
abandonadas; apenas si advierten que , en las huellas, los hombres han ido
dejando el polvillo de oro que escapa del corazón, cuando no resta otra
fuerza que la de la esperanza.

La tierra es seca. Un gris de olvido se escapa de las grietas. Y el
desierto se queda plano , liso, macabro, igual que la mesa donde se juega,
en un azar diabólico, el destino de un hombre…
Piedras: semillas de horror. Piedras para que la muerte marque su camino.
Piedras que la sangre pinta, como terribles manzanas de una Hespérides
muerta.

Y no hay más: los pájaros no podrían levantar sus casitas de cancioneros;
contra los pájaros irrumpe la atmósfera quemante y desgarradora.¿cómo
vivirían las alas, sin la caricia del agua; cómo saldría el trino, si el
horizonte es un guiñapo de maldiciones…? El árbol fue devorado por el
genio subterráneo que, allí, gruñe. cuidando el caliche, como una leche
maravillosa. El árbol es un país que limita con el cielo. Y en la pampa,
los límites se han equivocado, se han confundido en una recta de espanto!.

Pampa abierta…

El viento se agacha y coge a puñados de tierra. La tierra salta en un loco
salto sin gracia. El viento se echa a galopar y silva para congregar a
todos sus hijos en tal cómoda pista. Y los hijos del viento acuden, desde
sus escondites, brincando gozosos. Y en el desierto no sucede, entonces
sino un delirio de cuerpos que danzan.

Juan Zuleta ha gritado : ¡Salitre!

En 1857, los hermanos Domingo y Máximo Latrille pasaron por el sitio donde
ahora se agrupaban, en la noche, tres hombres jóvenes y animosos. Los
Latrille no detuvieron su fiebre en estas soledades, y el caliche
permaneció intacto con sus perspectivas fabulosas. Entre la sombra azulosa
de la pampa, con sus cabalgaduras y sus cargas, descansan Alfredo Ossa,
Juan Zuleta y Martín Rojas. El aliento de agosto les quema la cara. Y
tirita en el tiempo el año de 1866. Los hombres respiran fatigados y parece
que del suelo asciende una neblina de angustia que opaca el corazón.

La pampa estira su longitud de mesa macabra. En otro sitio, reposa otra
caravana bajo la noche que se inclina a causa de tanta estrella . Allí,
manda la voz de un hombre que reúne todas las virtudes viriles del
desierto; es llanto y duro, de los hombres que se ven hasta más allá del
corazón, tan sólo contemplarlos un minuto. Frisa los 40 años. y su barba se
ha ennegrecido al sol; en esos pelos anda toda la historia de esta tierra
que va a sacar sus lamentos por la boca del mar. Es José Santos Ossa.

Realiza una tentativa más para coger por las astas al toro de la fortuna:
¡ya suman cinco los fracasos! A su lado, Hermenegildo Coca coquea callado.
es una estatua que sobre coge: las pupilas pequeñas se le han vuelto apenas
dos lunas negrísimas, que no llevan esperanza de gotear la felicidad en
parte alguna…

El mar salta , furiosamente. Es un esclavo condenado a desear el impulso que le permita tocar la barriga de aquel otro océano que emprende tan quieto y tan límpido, con peces blancos, lentos y peregrinos…

En este campamento palpitan los aperitivos sin felicidad de Juan
Villarroel; Villarroel pateó mujerzuelas en California y mordió
ansiosamente, las pepitas de oro de sus amigos afortunados; hoy se apresta
a encontrar la plata que don José Santos anda buscando. Lucen la pericia
del arriero José Poblete y los brazos tatuados de Pedro Brechart y Carlos
Nepont, quienes variaron la sorpresa del mar por la pampa.

«El Rubio», tendido cerca de la cocina improvisada, canturrea a media voz;
las mulas duermen su sueño cansado, que llenarán imágenes tormentosas:
caminos imposibles y suelos erizados de piedras filudas… Don José Santos
se acerca a Hermenegildo:

-Dime, Coca, ¿crees que tendremos suerte, esta vez?

El indio se mira las sandalias de piel de guanaco y alza la voz:

-Todo puede ser, don José… ¡ La estrella que yo quiero está muy linda…!

No habla más. Desde 1863, acompaña a don José santos en la búsqueda de unos
«rodados» de Plata que deben quedar próximos a Mejillones que guardan los
dientes de mar. La desgracia se encariño con las cas de los Ossa; don José
ha sido varón de una sólo pieza. Pero, la suerte, es hembra, y hembra que
gusta acostarse, de repente, con quién menos se espera; es hembra
alimentada con el cuerpo magnífico de los reyes y las reinas del naipe…

En Cobija, él era una monarca: de su hogar, el piano y las sedas fueron las
primeras galas de sus noches con lámparas entontecidas de silencio. Y en
Cobija, el fuego no quiso excluirse de la avalancha de infortunios que
azotaba y se metió en sus casa, tragando el lujo y los ahorros. Son tres
años de boca amarga.

-Hermenegildo, es necesario que encontremos la plata: ¡estoy hecho pedazos…!

Coca mueve la cabeza enigmáticamente:

-Don José, algo me golpea en el corazón… esperemos…

Parco el indio, puebla la ansiedad de sus patrón , con enormes
interrogantes. La fortuna ha sido extraña con este varón que no se amilana.

Nació en Freirina, bajo una sombra de cateos y de sueños. En su cuna, el
balance amoroso, se lo dió la leyenda y toda su niñez fue una humareda de
ambiciones. Sus antepasados eran mineros curtidos, gentes que no
retrocedían ante ninguna distancia y que parecían concentrar en sus piernas
el envión misterioso de las raíces. Cuando el bozo cosquilleó en su cara,
el joven José santos pronunció una frase que, aparentemente, carecía de
lógica; pero, que sería su profesión fundamental:

-¡La pampa cabe entera en mi mano!

Lejos de su padre, Alfredo Ossa medita, cara a las estrellas. En su destino
se han metido leyes de acaso y de puede ser, y es el heredero de una
tradición de años cubiertos en el desampara. Martín Rojas ronca. Y Juan
Zuleta piensa quizás en que absurdos. La pampa se encarga de sacar al
hombre de las máscaras.

Estos tres héroes del trabajo vagan tras de un camino que les permita
sobreponerse a las desesperación de la sed. Ellos conocen cómo arde la
garganta cuando la sed decide tomar parte de las caravanas. Nadie quiere.

Ninguna boca invita. Y, de golpe, en el anca de las cabalgaduras, aparece
con invisible látigo de llamas. Entonces, los animales hinchan sus ojos,
de locura. Y los hombres comienzan a saborear las primeras frutas de la
muerte; las frutas secas de la muerte que crujen entre los dientes, más
blancos por el resplandor de la eternidad.

Juan Zuleta retorna de su abstracción. Le resta un cigarro. El suelo albea,
como el cráneo infinito de la mala suerte. Mira su último cigarro. No es
hombre de imaginación, a pesar de que el desierto agudiza la mirada, la
hermana al más remoto horizonte. Si la poseyera, juraría por los cien
mineros condenados que bailan cueca con las cien queridas del diablo, por
no poderlo estirar hasta los cielos!

El cigarrito del minero es una estrella consoladora. Minero sin cigarro no
sabe acariciar la fortuna: el cigarrillo le sensibiliza los dedos. Juan
Zuleta lo mira y remira; es el último, y el tabaco emborracha a los
hastíos… Los labios se alargan en un beso goloso. Se ha sentado en una
piedra y en sus manos juguetean con las escamas blancuzcas que le sonríen
desde abajo de su zapato. En Tarapacá esta blancura es una parte de la
felicidad. con estas «costras» se podría construir, hoja por hoja, el Arbol
de las Sonrisas. Zuleta no se resiste: se dará el gusto, a riesgo de
suspirar por el vicio el resto de la jornada.

Alfredo yace con los ojos repletos de inmensidad. Son dos ojos soñadores.
Los hijos de mineros nacen con una vaguedad deliciosa en la mirada: la
ilusión de los caminos se torna dulzura en estas pupilas. La noche bajó,
silenciosa, hasta el fondo de ellos. Martín duerme a pierna suelta. Juan no
duda.

-¡Me lo fumo!

Se agacha y recoge un pedacito de esa cosa blanca que le tienta en el
suelo. Los «barreteros», en Tarapacá, acostumbran a colocar en la mecha un
poquito de caliche: eso que pisa no es caliche, pero el desea imitarles.

Enciende la mecha, espolvoreada por aquello que no sospecha lo que sea y le
llama. Y resulta que la mecha crepita y no sabe de que parte de su cuerpo
le sale este grito tremendo:

-¡Salitre!

Alfredo salta sorprendido. Martín Rojas despierta. Juan Zuleta ha
descubierto en la región de Antofagasta la más formidable vena de fortunas.
camino trémulo. El rostro de los hombres se ha transfigurado. Las manos de
Juan Zuleta, tiritan nerviosamente. No atina a clamar sino:

-¡Salitre!

Repite la experiencia y la certeza le asiste. El cigarrillo ha sido
despedazado por las manos febriles. Martín Rojas comienza a saltar, como un
endemoniado. Alfredo Ossa se arrodilla para besar el suelo, movido por un
impulso misterioso. Juan Zuleta ignora que él es la llave de la época; que
se su mano encallecida acaban de salir, galopando, el Amor y la Embriaguez,
las Calles y los Monumentos, la Miseria y la Traición…

¿Cuanto tiempo dura este frenesí? Cuando pasa, Alfredo pide a Zuleta que le
cuente el poder de esta sustancia que tanta maravilla ha despertado en su
corazón. Zuleta se explica con los mejores adjetivos de su pobre habla.

Sólo recuerda que en cada trozo de caliche duerme una sonrisa, se desnuda
una mujer imposible, todas las puertas se vencen sin protesta…

El Arbol del bien y del Mal debió levantarse sobre un corazón de Caliche.

El salitre es como el Blanco y el Negro de la visa: vigoriza la entraña de
la tierra empobrecida; y si es vida es, también, vértebra de muerte; Jano ,
mirando hacia la Salud y el Veneno…

Juan Zuleta se revuelca a lo largo de la tierra sorprendida. Cuando pisa el
alba los últimos escalones del espacio, se pone en marcha la caravana: han
trabajado sin descanso, excavando el suelo para llevar a don José Santos la
sorpresa de este hallazgo.

Exactamente, cuando Zuleta gritó: ¡Salitre!, Ossa el viejo , preguntó, por
quinta o sexta vez, a Hermenegildo Coca:

-¿Qué te dicen tus amigos del otro lado, indio querido?

Y el indio, sin responder nada, sonrió como no había sonreído jamás. Don
José Santos sospechó que en el mundo brotaba un surco inmortal para su
sangre. Y se tendió a esperar el primer beso verdadero del sol.

Poemas

LA PAMPA

Como si, allí, hubiese sufrido el mundo una horrible quemadura de
maldiciones, se muestra la pampa. Es el énfasis de la soledad esta tierra,
donde las piedras parecen un llanto seco y detenido. Sólo un personaje
puede medirla, enteramente, sin que sus ojos se vuelvan dos cuencas de
espanto: el sol.

Un árbol o un pájaro en la pampa, quizás si atrajesen el cielo a sus
huellas devorantes, como un traje delicado a una piel demasiado violenta y
lastimada. Yo he visto temblar el horizonte de la pampa, como el límite
mismo de la vida.

De Hombre de cuatro rumbos.
Andrés Sabella.
Antología del Norte Grande.
Editorial Nascimiento.
Santiago 1978. pp 39.

Poemas

LA PORTADA

¡Oh, misteriosa llaga del azar,
donde la luz dialoga con el viento;
arco de soledad cuyo lamento
empalidece la razón del mar!

Ojo del Tiempo, duro colmenar,
flor de enigmas labrada en sufrimiento;
las mareas te nombrar monumento: Color
el sol en tu vacío va a llorar.

De turbio acantilado te contemplo,
ave sonámbula, boca de templo,
garra volcada sobre las gaviotas.

Si he de morir en tu heredad,
yo quiero tu sombra de fantástico velero
para mortaja de mis cales rotas!

De Hombre de cuatro rumbos.
Andrés Sabella.
Antología del Norte Grande.
Editorial Nascimiento.
Santiago 1978. pp 63.

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