En una etapa inicial, conforme a evidencias arqueológicas, el mineral de Huantajaya fue explotado entre los años 1274 y 1290 de nuestra era; es decir, antes del establecimiento del dominio incásico en esta región. Quienes lo trabajaron más tempranamente lo denominaron con la voz aymara Tarapaca y tras la llegada de los españoles recibió el apelativo de Minas de Tarapacá.
Producción de cobre y plata
En aquella etapa pre-inca hubieron en la quebrada de Tarapaca explotaciones de cobre y plata. En las tareas extractivas se utilizaban herramientas básicas como martillos líticos, cuya cabeza era un trozo de piedra de gran dureza y resistencia mecánica -como la andesita y la granodiorita- y fuertemente amarrada con tiras de cuero de guanaco a un palo grueso, como lo atestiguó uno de estos implementos encontrado junto a los restos de dos mineros accidentado en Huantajaya (Brown y Craig 1994). Tales herramientas de percusión y chancado consistían en piedras de 20 a 30 centímetros de largo y de 12 a 15 centímetros de ancho (Bouysse 2017).
Durante ese periodo de incipiente emprendimiento, pareciera que tanto la extracción, como la fundición y el procesamiento final estuvieron a cargo de un reducido segmento social. No era una actividad permanente ni tampoco controlada por algún tipo de poder político extrarregional, sino una producción independiente, desarrollada por unidades locales. Por lo mismo, una iniciativa productiva en pequeña escala, pero que al parecer tendió a aumentar significativamente entre 1250 y 1450, gracias al método de fundición con el horno denominado huayra (Zori 2012:244).
“Huaira quiere decir viento. Y dan los indios el mismo nombre a unas hornazas que usan para fundir metales ricos, porque las ponen en lo alto de los cerros donde coge mejor el viento, con lo cual escusan los fuelles. Y el fundir de esta manera se dice huairar y los indios que lo hacen huairadores” (Llanos 1609: foja 21 N°25).
Este importante artefacto de tecnología metalúrgica andina consistía en un cilindro de greda, de paredes gruesas y de unos 80 centímetros de alto, con orificios. Era portátil y se colocaba en lo alto de los cerros, ya que requería de alta ventilación.
Tras la operación de chancado o molienda, se desechaba el material inservible (ganga) y se seleccionaba la parte útil o propiamente metálica (mena). Esta era la que se depositaba en el interior del hornillo, sobre una cama de carbón o de bosta de llamo. La combustión se aceleraba gracias al viento que se colaba por los agujeros, permitiendo a la vez la salida del humo. Las huairas eran capaces de alcanzar temperaturas promedio de 600 grados y hasta un máximo de 1.000.
Para estos tempranos tiempos, en la quebrada de Tarapacá se detectaron evidencias de un asentamiento asociado a la producción de cobre en Carora (¿Caruri?), mientras que en Paguanta, ubicada a unos 20 kilómetros al sur-este de Sibaya, se encontraron vestigios de laboreo de plata (González y Urbina).
A propósito de Paguanta
En la actualidad, se asiste a la controversia desatada por la instalación de proyectos mineros en Paguanta. Los pobladores de la quebrada de Tarapacá advierten que esta actividad no sólo afectará directamente la disponibilidad del recurso hídrico, sino que también determinará severos daños por la contaminación química derivada, lo que se traducirá en el colapso de la agricultura y de la subsistencia humana en el sector. Sin olvidar que ya estamos viviendo el calentamiento global.
Incluso se vislumbran secuelas que pueden tener repercusión en dimensiones socio-culturales tan arraigadas como la festividad de San Lorenzo.
Aunque los tarapaqueños comprenden que tales proyectos están amparados por la legislación vigente, puntualizan que lo legal no es sinónimo de legítimo. Antes bien, sostienen, la legitimidad tiene como fundamento esencial la propiedad particular de la tierra y del agua -fortalecida por la trazabilidad ancestral- y se funda asimismo en el derecho primordial a formas de vida propia, conformando cultura e identidad.
Albores de Huantajaya
De acuerdo a los fechados radiocarbónicos, se ha podido confirmar la presencia de una Fase I pre-Inca, ubicable entre los años 1274 y 1290 de nuestra era. En esa época, el mineral de plata ya se administraba desde la aldea de Tarapaca (Urbina 2014:128).
Durante el régimen incásico, Tarapaca Viejo fue el asentamiento prehispánico más importante de la quebrada de Tarapacá y posiblemente de la región, articulando los sitios de las tierras altas y su labor ganadera, el intercambio y la minería (Uribe y Urbina 2010:244).
La supervisión del mineral debió estar a cargo del curaca de Tarapaca, quien manejaba los equipos de laboreo y disponía los tiempos en que era necesario acudir a laborar. Necesario es manifestar que la minería andina no era una función permanente, ni intensiva, sino sujeta a determinados lapsos que establecían las autoridades étnicas.
Se presume que en una época posterior el producto obtenido sí debió ser remitido en una importante proporción al señorío altiplánico del que entonces dependía Tarapaca (seguramente Carangas) y un probable excedente del tributo pudo ser destinado en favor de las autoridades locales y al trueque con comunidades inter y extra regionales (Zori 2012:246).
Queda la incógnita sobre cómo adquirió esa sociedad emergente el cúmulo de saberes, destrezas y procedimientos técnicos que permitían acceder a la etapa metalúrgica.
Durante los períodos alfareros tardíos (del siglo 13 hasta primera mitad del siglo 16) la organización social de la quebrada de Tarapacá habría estado basada en ayllus (familias extensas que reconocen un mismo origen genético y mítico) distribuidos en aldeas y caseríos menores. Los dos poblados principales (llactas) de esa área quebradeña angosta y flanqueada por cordones montañosos bajos serían Tarapacá Viejo y, quebrada arriba, el vecino Pachica.
Estas dos “llactas” habrían funcionado como centros administrativos-ceremoniales, ya que generalmente aparecen dotados de espacios públicos como plazas, callancas y plataformas rituales denominadas usnus. Rasgos que identifican a Tarapaca como centro administrativo regional son su mayor dimensión física, centros de culto, la diversificación de barrios y el tratamiento funerario, estos dos últimos indicadores de estratificación social (P. Núñez 1984:60).
Es de presumir que las condiciones de desventaja en cuanto a la captación del agua del río que implicaba su emplazamiento en el curso inferior extremo de la quebrada, fueron debidamente arbitradas, en razón de la centralidad política, económica y ritual de que estaba revestido.
Asimilado al Tahuantinsuyo
La presencia Inca en el extremo Sur del Perú se da durante el Horizonte Tardío (1000-1450 después de Cristo) y está directamente relacionada con la conquista de los señoríos aymaras altiplánicos por el Inca Pachacuti, hacia el año 1450. Posteriormente la incursión de conquista llega a Tacna hacia el 1470 y luego prosigue al Sur (House y Huamán 2016).
Se estima que este Inca Pachacuti es quien implanta hegemonía en la costa de Tarapaca (Silva 1982) y que la región habría sido anexada diplomáticamente; esto es, sin resistencia. Según versión de la propia nobleza inca, “como vieron que toda la gente era pobre la dejaron de conquistar” (Rowe 1985:143). Es decir, no se enteraron de que en la zona de Tarapaca había un rico mineral de plata.
De acuerdo a esto, no habría ocurrido una invasión. Entonces, el posesionamiento efectivo le habría correspondido al hijo del anterior, el gran conquistador Tupac Yupanqui, quien gobernó entre 1471 y 1493.
Conforme a los antecedentes recogidos por cronistas españoles –no sin matices divergentes-, fue durante el mando de Tupac Yupanqui que se tuvo conocimiento de las Minas de Tarapaca. Esto habría ocurrido tras finalizar una de sus campañas de conquista a Chile, “habiendo descubierto minas de oro y plata. Entonces regresó al Cuzco” (Sarmiento 2000: cap.50:126).
Más detallada es la versión entregada por el cronista Juan Betanzos (1551): llegando a Atacama, Tupa Inca Yupanqui dividió su ejército en cuatro divisiones, una de las cuales tomó el Camino de los Llanos “y por costa a costa de la mar hasta que llegase a la provincia de Arequipa” (Betanzos 1999:148). La información de Betanzos podría tener ventajas comparativas por el hecho de estar casado con una mujer de la nobleza inca y de compartir con su entorno.
Aún más específico es Miguel Cabello Balboa (1586), quien reportó que “De este viaje dejó Topa Yupanqui descubiertas grandes y muy ricas minas, así como fueron las de Porco, Tarapaca (negrita nuestra), Chuquiabo, Carabaya y otras muchas” (Cabello 1951: cap.16:188).
Pero este cronista difiere en cuanto al trayecto de la expedición de Tupac Yupanqui, pues manifiesta que el Inca, a su paso por Charcas (altiplano sur de la actual Bolivia) ordenó que una de sus divisiones se descolgara en sentido transversal. Es de presumir que, llegando a Tarapaca, hicieron el hallazgo de las minas de plata. Según informantes indígenas y cálculo del propio Cabello Balboa, esto tuvo lugar por 1473.
Hay, no obstante, versiones menos sustentables que muestran a la avanzada inca en la costa misma, como apunta el cronista indígena cristianizado Juan Santa Cruz Pachacuti, según el cual al atravesar el Collao (Collasuyo), “topa con los indios Ccoles y Camanchacas, grandes hechiceros, y de allí baja por Ariquipay” (Santa Cruz 1879:279). Bajar significaba avanzar de sur a norte.
Sin embargo, persiste la idea de que los incas tuvieron que recurrir a la fuerza para doblegar a los tarapaqueños.
Por ejemplo, Pedro Cieza de León (1553) postula que hacia 1493 y estando en Charcas el Inca Huaina Capac habría ordenado que parte de su ejército descendiese por la cordillera hacia el mar del Sur y “señoreasen en los valles y en los pueblos que del todo su padre” (Tupac Yupanqui) “no pudo conquistar” (Cieza Segunda Parte 201:124).
De haber sido así, habría que suponer que esta vez hubo efectivamente resistencia al ejército inca y que -en represalia- sobrevino el despoblamiento del valle de Tarapaca y su entorno, vía trasplante de población en forma de mitimaes hacia los valles de Arica y Tacna, en tanto que comunidades de estas dos última zonas eran trasplantadas hacia Locumba y Sama (P. Núñez 1984:60).
Queda para la especulación el imaginar con qué gente fue repoblada la eventualmente deshabitada aldea de Tarapaca. Y también otros pueblos de la quebrada. Solamente es posible deducir que llegaron inmigrantes mitimaes.
Comoquiera que fuere, cuesta admitir que una población tan reducida como la tarapaqueña pudiera haber enfrentado a un ejército compuesto hasta por decenas de miles de combatientes imperiales.
En todo caso, hay al menos constancia del traslado de tarapaqueños al valle de Tacna, como queda demostrado en documentos y en el episodio “La Mina del Sol”, que trataremos en próximas ediciones.
Tarapaca y Huantajaya: gestión incaica
Del Inca Huayna Capac (hijo de Tupac Yupanqui) cabe decir que reglamentó el trabajo en las minas de oro y plata y estableció el control de las regiones mineras a través de una red de pueblos cabeceras, cuyos gobernadores regionales eran “orejones” (nobles) y controlaban la producción de las minas.
No obstante, también es evidente que en determinadas regiones se confirmaban a autoridades locales, reflejo de la diplomacia incaica. Existían varias categorías de funcionarios: el Apu (gobernador de macrozona), el Suyuyuq (administrador), y el Tukuyrikuq (gobernador de una provincia menor (Platt y otros 2006:91), como debe haber sido el caso de Tarapaca.
Pese a la categoría de provincia menor que describe Tristan Platt, Tarapaca fue el asentamiento prehispánico más importante de la quebrada de Tarapacá y posiblemente de la región, por su rol de articulación de los sitios de las tierras altas y su labor ganadera, el intercambio y la minería (Uribe y Urbina 2010:244).
Los incas amplían y remodelan arquitectónicamente la localidad, imponiendo el llamado estilo ortogonal de construcciones con muros de gran espesor. Habilitan centros ceremoniales, plazas, canchas y también corrales para las caravanas de llamos que se comunican con el interior y además con Huantajaya y la costa.
Testimonio por demás elocuente de la relevancia que tuvo Tarapaca es la presencia de un quipu de algodón en el sector de Tarapacá Viejo. El quipu fue una especie de ordenador (computador) para almacenar información y estadísticas de interés estatal.
Según las investigadoras que hicieron este hallazgo -Carolina Agüero y Colleen Zori-, este hecho “subraya tanto la relevancia política y administrativa del asentamiento, como probablemente, la importancia económica que la quebrada y la región tuvieron para el Tawantinsuyu” (Agüero y Zori 2007:21).
Como bien indica Garcilaso Inca de la Vega “cada provincia tiene sus cuentas, nudos con sus historias anales y la tradición de ellas” (Vega 1941 :I Parte, cap. XIX:89).
Hasta la recuperación de este quipui, Arica era la zona más extrema donde se habían verificado la existencia de un ejemplar de este dispositivo incaico.
Campamento minero
Considerando la realidad evidenciada en otros sitios prehispánicos, es dable imaginar que en las Minas de Tarapaca hubo, además de un campamento, al pie de un cerro. Es dable pensar que la mayor parte de las operaciones se efectuaban en planos inclinados; es decir, en los faldeos, a través de galerías, chiflones y socavones. Unicamente en cumbres y en mesetas cimeras extendidas han sido posible las tareas a tajo abierto y/o subterráneas, como pozos y piques verticales.
Fue, entonces, un campamento de ocupación ocasional que requirió tareas logísticas de aprovisionamiento de, en primer lugar, material lítico para herramientas. Los arqueólogos enfatizan la relevancia de los talleres líticos y destacan que las mismas herramientas eran utilizadas prácticamente en todas las operaciones. Esto lleva además a considerar que se tenían identificadas canteras que proporcionaban los materiales más aptos en cuanto a dureza y resistencia.
Habida cuenta de lo efímero que deben haber resultado los martillos y mazos de piedra, se requería con frecuencia material de repuesto. Por lo tanto, existió necesariamente un taller lítico al pie del cerro. Similar providencia debe haberse contemplado para materiales tanto o más frágiles por ser de madera, como palas y chuzos.
La logística de suministrar agua y alimentos la cumplían caravanas de llamos entre la quebrada de Tarapaca y las minas, en tanto que de la costa se abastecía de pescado y mariscos.
En resumen, dado que la minería es una actividad compleja y estructurada en base a una cadena de operaciones que requieren mano de obra y personal de supervisión, el asentamiento de Huantajaya tuvo el carácter de factoría minera.
Transformaciones técnicas
Cuando la región pasa a ser controlada cabalmente por el Imperio Inca, en un lapso que va desde el Período Intermedio Tardío (1000-1450 después de Cristo) al Horizonte Tardío (1450-1532 después de Cristo), se verifican altos niveles de producción, coordinación centralizada de una gran mano de obra inserta en el sistema de la mita y planificación logística de gran escala, lo que se desprende de una prospección arqueológica que abarcó 18 kilómetros cuadrados, entre el pueblo de Pachica y la Pampa de Tamarugal (Zori 2012:241).
En lo que concierne específicamente a la quebrada, se detectaron 26 sitios de fundición, mientras que en Tarapacá Viejo se registró gran cantidad de fragmentos de huayras en las cimas de las montañas que encajonan el valle, evidencias de actividades metalúrgicas como el procesamiento de minerales, fundición, refundición y la producción de objetos de metal en la capital y centro administrativo. Estos puntos de fundición se concentran en un radio de dos kilómetros en torno a Tarapacá Viejo.
Métodos de fundición, refinación secundaria y producción de artefactos metálicos son incorporados por el Tawantinsuyo y contribuyen decisivamente a un considerable aumento de la producción. Entre las innovaciones tecnológicas destaca la purificación con plomo (copelación) para extraer la plata del mineral y acendrar su producción, método que se conoce como copelación.
Si bien la copelación implica la etapa final de la purificación del mineral argentífero, la ausencia de restos de artefactos de plata hace presumir que este metal precioso fue remitido directamente para ser purificado y trabajado por los centros metalúrgicos del Estado.
Lo que es corroborado por los investigadores Kendall Brown y Alan Craig, quienes califican este proceso parcial como “refinación artesanal”; es decir, en la quebrada de Tarapaca se lograba un producto intermedio o sin terminar que era trasladado a centros de mayor calificación tecnológica en materia de confección de barras y, con mayor necesidad aún, para la confección de prendas suntuarias y sagradas por parte de artesanos especializados (Brown y Craig 1994).
En Tarapaca se contaba con el concurso de obra mano especializada y técnicos supervisores, todos ellos facilitados por el Inca y probablemente dirigidos por un representante oficial suyo en terreno (Zori 2012:249).
Entre los escasos vestigios de la época prehispánica están los rescatados en el sector Hundimiento. Se trata de los restos de dos mineros pertenecientes a la época Inca, quienes tenían consigo martillos de piedra, barretas de madera y capachos (bolsas) de cuero de guanaco. Es probable que su muerte haya sido provocada por un accidente (tal vez un derrumbe), mientras laboraban en la mina (Brown y Craig 1994).
El arqueólogo iquiqueño Víctor Bugueño informa que en Huantajaya se ha detectado la presencia de objetos asociados, como cerámica fragmentada, escudillas y cántaros clasificados en los estilos Inca Cuzco Polícromo e Inca Cuzco Altiplánico (Bugueño 2016).
Un ramal del Qhapac Ñan
Los incas reformulan y perfeccionan la infraestructura vial. En este sentido, regularizan el ancho de los caminos, buscan en lo posible nivelarlos al terreno y apuestan por privilegiar trazados rectilíneos. Y siguiendo una característica de los senderos anteriores, procuran que éstos conecten cada cierto trecho con recursos de agua (Zori y Brandt 2017:80).
Una de las funciones que cumplía la red vial conocida como Camino del Inca (Qhapaq Ñan) era la de articular un itinerario religioso, por el hecho de que interconectaban los wamani o paisajes sacralizados más importantes del Tawantinsuyo (Pino 2016).
Puede que haya sido en este contexto que a la aldea de Tarapaca se le confirmara el estatus de centro administrativo del mineral homónimo y que procediera a perfeccionar la vía que comunicaba ambas localidades o se procediera a construir para este fin un ramal transversal del Camino de Inca. Por supuesto que también prevalecía la motivación de disponer de materia prima argentífera y de productos metálicos semielaborados.
Gracias a la acuciosidad del Alcalde Mayor de Minas, Antonio O’Brien (1765), podemos saber que Huantajaya y el pueblo de Tarapaca Viejo estaban comunicados nada menos que por tres caminos: Calaumañan, Cruz de Piedra y el de La Peña. Puede que en la fase pre-inca no haya existido tal cantidad de rutas, pero O’Brien recogió la información de que el principal de aquella tríada era el de “Calaumañan”, según registra con el número 15 en su “Plano que manifiesta el Valle ó Pampa de Yluga, etc”. (Couyoumdjian y Larraín 1975:352).
Asismismo, William Bollaert (1860) conoció en terreno un “antiguo camino que corre desde el cerro de Huara al pueblo de Tarapacá”, el cual tenía la particularidad de que “a ambos lados del trayecto se han colocado piedras” (Bollaert 1860:161).
El ser una pista despejada y estar flanqueada de bolones eran las señales características de los caminos reales incaicos; ello, al menos en su modalidad estándar, como la que representa este tramo. En suma, el descrito por Bollaert era ni más ni menos que Calaumañan.
(Continuará con Los españoles conocen Huantajaya).
Braulio Olavarría Olmedo
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