No es fácil remar contra la corriente tratando romper un esquema escrito en piedra, como lo es la idea de que Iquique se ha llamado siempre así. Tan arraigado y consensuado es este convencimiento, que quien quiera revertirlo tendrá que remar a contrapelo de un tsunami. Pero lo intentaremos, encareciendo al amable lector(a) ajustarse a la buena práctica de la lectura y análisis crítico de los textos históricos. Hay que conversar con la historia, también interpelarla. La consigna es ojo, pestaña y ceja.
El primer cronista español que describe el litoral iquiqueño es Pedro Cieza de León, quien recorrió el Perú entre 1548 y 1549 y es autor de una obra que terminó en 1553:
“Cerca de Tarapacá está una isla que tendrá de contorno poco más de una legua, y está de la tierra firme legua y media, y hace una bahía donde está el puerto, en veintiún grados” (1).
Abstracción hecha de lo inexacto de las distancias anotadas, Cieza hace mención de tres sitios: (1) Tarapacá (Puerto de Tarapacá); (2) la isla, que no está frente o junto a Tarapacá, sino “cerca”; y (3) una bahía junto a la isla, anónima.
Sin dejar de lado la lupa, veamos ahora la recalada que hace el 24 diciembre de 1547 el barco en que Pedro de Valdivia se dirige al Perú, teniendo como piloto a Juan Bautista Pastene, episodio que el conquistador de Chile da a conocer en una de sus cartas al emperador Carlos V:
“Víspera de Navidad, eché ancla en el puerto de Tarapacá, que es en las provincias del Perú, ochenta leguas de la ciudad de Arequipa y doscientas de la de Los Reyes…” (2).
En un texto paralelo, el cronista Gerónimo de Bibar (1558) entrega la siguiente versión:
“Hecho esto, se embarcó” (Valdivia) “en el navío y se hizo a la vela a dieciséis de septiembre y allegaron al puerto de Yqueyque en los términos y minas de plata del valle de Tarapacá en los reinos del Pirú doscientas y cincuenta leguas de la ciudad de los Reyes, víspera de la Natividad de Cristo Nuestro Señor en el año ya dicho” (3).
Iqueyque: ¿dónde queda y qué significa?
Esta es la primera vez que se registra documentalmente el nombre Yqueyque. Siguiendo la lógica textual y tempo-espacial, debemos convenir necesariamente que Yqueyque y Puerto de Tarapacá son la misma cosa, pero admitir también que su localización corresponde a Bajo Molle. La bahía sin nombre y vecina a la isla que alude Cieza de León, queda a unos 8 kilómetros más al Norte. Esta es la incógnita que hay que despejar.
Andando el tiempo, en los albores del siglo 17, encontramos que la denominación Iquique está ya formalmente posicionada para la bahía y caleta de enfrente la Isla, como lo expresan documentos y crónicas. Así y todo, se produce un suerte de paralelismo toponímico , ya que las partidas de bautismo registradas entre 1686 y 1697 designan también a Iquique con el término Puerto, al mismo tiempo que persiste todavía el de Yqueyque para Bajo Molle, con la particularidad de que aquí se registra una relativamente alta cantidad de bautizos entre 1690 y 1697 y entonces habría que inferior una no despreciable densidad demográfica para Bajo Molle (4). En todo caso, el Yqueyque-Bajo Molle ya no volverá a aparecer.
Es tiempo ya de ocuparnos del vocablo Yqueyque, debiendo aclarar de partida que no es de raíz aymara, sino puquina, la lengua de los pescadores que a la llegada de los españoles eran conocidos como camanchacas y vivían dispersos en una franja que se extendía desde Ilo (Perú) hasta las actuales III y IV regiones de Chile.
La etnohistoriadora Therese Bouysse Cassagne refiere que el término puquina “Yque” significaba “padre” (5). Lo que ratifica Robert Lehnert, agregándole la acepción de “señor” (6). Igualmente, el lingüista Rodolfo Cerrón Palomino afirma que «yqui» o «iqui» aparece bien documentado en los textos del políglota colonial padre Luis Jerónimo Oré como equivalente de «padre» y de «señor» y reafirma que es “de indudable procedencia puquina (7).
Adicionalmente, Cerrón provee un nuevo concepto. Esto a propósito de que el cronista Bartolomé Alvarez apunta que el término puquina yque significa “que no moría ni se perdía ni se acababa”. De ello, deduce que tal concepto parece haber designado la idea de “la fuerza animadora” (8).
De nuestra parte, proponemos que la reiteración de dicho término (Yque-Yque) nos estaría representando algo así como “Padre de Padres”, o tal vez, “Anciano Primigenio”; o mejor “Padre Primordial”.
¿A quién se refiere o en qué se inspira este concepto?
Segunda propuesta nuestra: Originalmente, Yque-Yque aludía. en primer lugar, al promontorio costero de Alto Molle, concebido no con la acepción de entidad divina, sino más bien como una manifestación sobrenatural, apelativo que se replicó en la caleta ubicada al pie del mismo cerro. Más tarde, los aymaras trocaron el topónimo en Tarapaca para designar al cerro, a la caleta y al mineral de plata vecino, términos asumidos por los españoles, pero pronunciándolos con acento agudo: Tarapacá.
De lo anterior, deducimos que es errada la suposición instalada por el cronista Pedro Pizarro (1578), en el sentido de que el yacimiento argentífero deriva su nombre de la aldea de Tarapacá (9). Esto vale solamente para la aldea, río y quebrada homónimos del área precordillerana.
Las afamadas minas de plata tienen como referente onomástico al Cerro Tarapacá, el cual desde su cumbre irradia identidad patronímica sobre la costa y sobre la serranía marítima.
Nada más lógico que la caleta o Puerto de Tarapacá se encuentre al pie del Morro Tarapacá y así lo grafican los planos publicados en 1683 por el pirata Basil Ringrose (10) y por William Hack en 1685 (11).
El aporte de Pastene
Ahora, ¿de dónde sacó Bibar el topónimo Yqueyque? Materia de especulación, pero bien vale la pena discurrir al respecto.
Dado que en el capítulo VI de su obra ofrece una minuciosa descripción “de la manera que son las balsas” (de cuero de lobo marino) “y cómo las hacen los naturales para aprovecharse de la mar” (12), podemos presumir que en su viaje desde el Perú a Chile conversó detenidamente con pescadores camanchacas de Arica o, talvez, de Coquimbo
Otra presunción nuestra (quizás más consistente), es la cercanía de Bibar con el piloto Juan Pastene, junto al cual navegó en 1550 en una exploración hasta Arauco y en 1551 en un viaje a la isla Mocha.
Antes de servir a Valdivia, Pastene había sido honrado con altas distinciones: Piloto Mayor del Mar del Sur por la Audiencia de Panamá; Primer General del Mar del Sur, por el Gobernador del Perú, Cristóbal Vaca de Castro, quien lo envía en 1541 a Chile, en ayuda de Pedro de Valdivia. En 1544, éste último lo nombra Lugarteniente del Mar de Chile.
Asimismo, por solicitud del virrey Blasco, Pastene exploró desde el Sur del Perú hasta Chile. También sabemos que en un determinado lapso Pastene estuvo a cargo del barco de un personaje estrechamente ligado a la historia regional temprana: el encomendero Lucas Martínez Vegaso. No es aventurado pensar que recaló más de una vez en el Puerto de Tarapacá, pero hay al menos evidencia documental de que en una oportunidad sí lo hizo (13).
El presupuesto implícito es que Pastene tuvo contacto con los camanchacas de Bajo Molle, para quienes -a despecho de la colonización aymara y de la invasión hispana- el nombre de su caleta seguía siendo Yqueyque. Y no sólo para estos pescadores, sino también para los aymaras de Pica, quienes desde tiempo inmemorial mantenían una colonia marítima en Bajo Molle.
En efecto, sumamente ilustrativo en favor de nuestra tesis resulta ser un documento de 1561 que transcribe una declaración en que el curaca de Pica, Juan Amastaca, da cuenta de una cierta cantidad de maíz, correspondiente al tributo al encomendero Lucas Martínez Vegaso, que él entrega en las “minas de Hiquehique” (14), que para los españoles eran Minas de Tarapacá y después conocimos su nombre original como Huantajaya.
Abonan incluso a nuestra propuesta dos declaraciones del mismo encomendero Lucas Martínez Vegaso, quien en 1547 alerta que su barco no toque en “Tarapacá”, so riesgo de caer en manos de sus enemigos; en tanto que en una carta fechada el lunes 24 de marzo de 1561 y enviada desde Huantajaya a un sirviente suyo destacado en Arica, le encarga: “si el padre Hernando Diez Rojo viene con vos, decidle que me haga merced de estarse en este asiento hasta que yo vuelva, doctrinando esta gente y la de Hique hique” (15). Por “esta gente”, se refiere a los indígenas y esclavos negros que laboran en el mineral; y por Hique hique, al Puerto de Tarapacá.
Y en 1581, Juan Lozano Machuca repone el Hiquehique, referido siempre a la caleta de Bajo Molle (16).
Una confusión iluminadora
Hay un momento en que desaparece definitivamente la forma Yqueyque, para migrar a la bahía vecina a la isla que había mencionado Pedro Cieza de León, mutando levemente su nombre a Iquique. El hecho de que esta caleta haya recibido de préstamo una denominación, no significa que haya sido un asentamiento anónimo. Imposible.
Situándonos en el año 1765, cuando este traslado onomástico ya estaba posicionado, sorprenden algunos gazapos del Alcalde Mayor de Minas, Antonio O’Brien: tropieza y se confunde al escribir indistintamente Yqueyque, Yqueyquy e Iquiqui; y sitúa a Iquiqui ,“en una Playa Arenosa de tres quarttos de Legua de ancho” (17) y que después afirme que “En este Puertto, no se da sepultura a los cuerpos, porque la dureza del Terreno, no permite abrir sepulturas en el, y asi despues de hecho el funeral los llevan a un sementerio que está al lado de la Yglesia, y los arriman a la pared en donde se secan, de suertte que ni se deshazen, ni causan mal olor, y ni se pudren las Mortajjas” (18).
Lapsus evidente, flagrante contradicción. ¿Cómo entender que no se pueda cavar el suelo en la “Playa Arenosa de tres quarttos de Legua de ancho”? Iquique era por entonces un puñado de casitas arrimadas a la playa y más empequeñecido aún por el inmenso patio trasero circundante que remataba al pie de la cordillera marítima. Por lo demás, sabemos que los iquiqueños primordiales jamás tuvieron inconveniente para enterrar a sus muertos.
En buenas cuentas, O’Brien no se refería al Puerto de Iquique, sino a Bajo Molle, donde realmente no se podía hacer sepulturas, por la razón que el terreno reviste una característica que es habitual en algunas playas al Sur del actual Iquique, fenómeno conocido como “pavimento de arenisca”, lo que obligaba al tipo de enterramiento en forma de túmulos.
Sobre este particular, el geomorfólogo doctor Roland Paskoff nos hace saber que en el período Holoceno (hacia los 8.000-7.000 antes de Cristo), hubo períodos muy lluviosos en la costa. Probablemente, han sido años o meses consecutivos de lluvias, a los que siguieron períodos muy secos. Esta alternancia produjo una fuerte salinización y consiguiente endurecimiento de los estratos arenosos superficiales 66 (19).
La única excepción relativa a sepulturas en Bajo Molle son tumbas ubicadas por Lautaro Núñez “en la arena en el sector central-sur de la terraza marina que se introduce en el mar en forma de puntilla, que protege la caleta Bajo Molle (Lat. 20º; Long. 70º10)”. (20).
Al momento en que escribe O’Brien, la población ubicada frente a la Isla hacía mucho tiempo que había adquirido dinámica portuaria con el arribo, ya desde más de 100 años a la fecha, de barcos que venían por el guano de la Isla.
La ninguna referencia en el plano de O’Brien 1764 (21) y en otros textos suyos estaría señalando que el Puerto de Tarapacá ha perdido toda vigencia como lugar de actividad naviera, retornando a su rango de caleta y simple asentamiento indígena y al parecer de esporádica actividad portuaria, como debe haber ocurrido en 1756 cuando Bartolomé de Loayza se da el gusto de embarcar rumbo al Callaoy con destino final Lima (destinatario el virrey del Perú), una roca de mineral, casi toda de plata maciza y que pesó no menos de 450 kilos.
Para llevarla al puerto de Bajo Molle, la mole debió ser arrastrada hasta el acantilado de la Cordillera de la Costa y luego se la echó a rodar cuesta abajo. La inusual operación dejó por largo tiempo una huella en el cerro (22). Quedamos entre la sorpresa y la duda, elucubrando cómo pudieron embarcarla.
No existe constancia del nombre del asentamiento de pescadores ancestrales situado frente a la Isla del Guano. Por cierto que tuvo denominación, práctica imprescindible en la construcción de identidad de todo grupo social. El problema es que nadie atinó a preguntarles a los camanchacas cómo se llamaba su sitio de asentamiento. Y aunque lo más seguro es que jamás logremos conocerlo, no está demás conjeturar una hipótesis. A falta de antecedentes, nos permitiremos plantear una hipótesis a propósito de la recalada en el Puerto de Tarapacá del pirata Oliver van Noort, en el año 1600.
Braulio Olavarría Olmedo
Referencias bibliográficas
1. Pedro Cieza de León: Crónica del Perú, capítulo V, página 26.
2. Carta de Pedro de Valdivia al Emperador Carlos V. Despachada desde Concepción el 15 de octubre de 1550.
3. Gerónimo de Bibar: Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reynos de Chile hecha por Gerónimo de Bibar, natural de Burgos. 1558. Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina. Santiago, 1966.
4. HoracioLarraín B. y Víctor Bugueño G.: Presencia de un ayllu de camanchacas en el puerto de Iquique en el puerto de Iquique en el siglo XVII.
5. Thérèse Bouysse-Cassagne: El sol de adentro: Wakas y santos en las minas de Charcas y en el lago Titicaca (siglos XV a XVII), página 74.
6. Robert Lehnert: El estado de la lengua puquina en las regiones de Arica-Parinacota y Tarapacá. Hombre y desierto Nº 14. 2007.
7. Rodolfo Cerrón-Palomino: El legado onomástico puquina: a propósito de «capac» y «yupanqui», página 74.
8. Cerrón: obra citada, misma página
9. Pedro Pizarro: Relación del Descubrimiento y Conquista de los Reinos del Perú y del Gobierno y Orden que los Naturales tenían, y tesoros que en ella se hallaron, y de las demás cosas que en él han sucedido hasta el día de la fecha, página 56. (1571). Editorial Futuro. Buenos Aires, 1944.
10. Basil Ringrose: The South Sea Waggoner showing the making and bearing of al/ the Coasts from California to the Streights of Le Maire done from the Spanish original/y by Basil Ringrose.
11. William Hack: Pisagoa Yqueque. En: ‘A Wagoner of the South Sea describeing the sea coast from acapulco to Albemarle isle. London, 1685.
12. Gerónimo de Bibar: obra citada, página 10.
13. Efraín Trelles: Lucas Martínez Vegazo: funcionamiento de una encomienda inicial, página 68. Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo Editorial, 1982.
14. Restitución de tierras en Ilo, Arica y Tarapacá, fjs. 370v-371r. Citado por Carlos Choque Mariño e Iván Muñoz Ovalle en: El Camino Real de la Plata. Circulación de mercancías e interacciones culturales en los valles y Altos de Arica (siglos XVI al XVIII), página . Historia (Santiago) vol.49 no.1 Santiago jun. 2016.
15. Luis Miguel Glave y Alberto Díaz Araya: Buscando al encomendero. Lucas Martínez Vegaso, la administración de la justicia y las redes del poder colonial. Tarapacá, siglo XVI. Estudios atacameños Nº.61 San Pedro de Atacama junio de 2019. versión On-line ISSN 0718-1043.
16. Carta del Factor de Potosí, Juan Lozano Machuca, al Virrey del Perú, en donde se describe la Provincia de los Lipes. En Relaciones Geográficas de Indias, Perú, Tomo II, publicado por el Ministerio de Fomento. Tipografía de Manuel G. Hernández, Madrid.
17. Antonio O’Brien: Descripción del Partido de Tarapacá, capítulo segundo, foja 13 v, ítem 5. Citado por Jorge Hidalgo en: Civilización y fomento. La “Descripción de Tarapacá” de Antonio O’Brien, página 22. Chungará Revista de Antropología Chilena Volumen 41, Nº 1, 2009.
18. Antonio O’Brien: Descripción del Partido de Tarapacá”, capítulo segundo, foja 15 v, ítem 14, en Hidalgo página 23.
19. Horacio Larraín y otros: Un yacimiento de cazadores-recolectores marinos en la terraza litoral de Bajo Patache, Sur de Iquique, página . Polis, revista de la Universidad Bolivariana, volumen 2, N° 007, Universidad Bolivariana, Santiago de Chile.
20. Lautaro Núñez: Sitio Bajo Molle A-1., página 24. Estudios arqueológicos. Nº 1”, 1961.
21. Oscar Bermúdez Miral: Primer plano del Partido de Tarapacá construido por O’Brien en 1764. Estudios de Antonio O’Brien sobre Tarapacá. Cartografía y labores administrativas 1763-1771, página 23. Antofagasta, 1975.
22. William Bollaert: Antiquarian, página 465.
Imagen: Plano elaborado por William Hack en 1685.