La Virgen de La Tirana

No es un caserío que tiene una iglesia (como se ve ordinariamente) este de La Tirana, sino una iglesia que tiene un caserío.

En ella mora y reina desde hace muchos años una princesa pálida y hasta quizás un poco triste (como en los versos de Darío). Los naturales vulgarmente la llaman la Virgen de La Tirana debiendo ser la “Virgen de la pampa”; pues asentada su iglesia entre salares y tamarugos, domina cien caminos movibles, un trazo de cordillera, un pueblo salitrero paralizado y la fe religiosa de muchos hombres que vienen a adorarla desde muy lejos; tal vez de los confines del desierto.

Como se ve, es sin duda la reina de la pampa…

La Virgen de Andacollo, en el interior de Coquimbo, tiene un bien ganado prestigio de milagrosa y por ese prestigio todos los años, millares de peregrinos católicos emigran en pro de sus favores. Pero nunca tendrá la aureola romántica de esta Virgen pampera, que en el día de su santo se rodea de una fiesta de religioso carnaval. Una fiesta exótica que no es nuestra, que ha sido traída tal vez hace muchos siglos por esos extraños conquistadores orientales que se adelantaron a la Santa María de Cristóbal Colón.

Cientos de hombres, vestidos de plumajes extraños, como grandes aves desconocidas, diablos y reyes cargados de espejuelos, como muestrarios de juguetería, hombres cobrizos, que de ropaje blanco simulan príncipes hindúes, danzan al compás de churumbelas y pitos; originales bailes de adoración, con los que se ayudan para implorar los milagrosos dones de esta Princesa, que tiene un humano gesto altivo y maternal.

Hora tras horas desfilan ante su trono, los fieles que son portadores de variados presentes; desde la vela de sebo y la torta de maíz hasta la bolsa de monedas y el puñal pampero y leal.

Es extraña y fascinante la fe, de estos nervudos hombres salitreros, al lado de ellos, nosotros los sureños, resultamos sensiblemente apáticos, inmensamente descreídos; ofrendamos una migaja de piedad y exigimos un almud de dones y felicidades. ¿Quién sabe si será porque nos falta en el sitial sagrado del optimismo; una Princesa altiva, pálida y dulcemente triste, como esta Virgen pampina de La Tirana…?

Diego Barros Ortiz.

El Tarapacá

Domingo 24 de julio de 1932, Año XXXVIII, N°12040, p.3

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