El inglés William Bollaert, asentado en las minas de Huantajaya junto a Iquique desde el año 1825, nos aporta una referencia poco conocida al secuestro de nativos de la isla, en la década del 1860, efectuado por navíos de bandera peruana. Estos isleños, hechos prisioneros, fueron conducidos como esclavos para trabajar en las guaneras peruanas de las Islas Chinchas y en las haciendas azucareras del país. Secuestrados a la fuerza de su isla, fueron vendidos en el puerto del Callao a su arribo al continente. Casi todos sucumbieron al poco tiempo, atacados por la fiebre amarilla o el cólera.
Relata con dolor este hecho el inglés William Bollaert en una presentación que hizo en la Sociedad Inglesa de Antropología en el año 1863. Bollaert había hecho la denuncia de este delito ante el consulado inglés en Lima. Las correrías de navíos peruanos piratas por diversas islas de Oceanía en busca de mano de obra esclava, se extienden a lo menos entre los años 1860 y 1863. Ante los sucesivos reclamos de los Cónsules de Francia e Inglaterra, tal actividad esclavista terminará pronto- tal como aquí lo señala Bollaert-, no sin antes haber logrado conducir forzados a las costas peruanas, cerca de 1.000 infortunados, la inmensa mayoría de ellos procedentes de Isla de Pascua o Rapa Nui. En el puerto del Callao donde eran puestos a la venta, los raptores obtenían pingües ganancias ofreciéndolos como «trabajadores»; de hecho, a la verdad, «esclavos» modernos, capturados a viva fuerza en su isla natal.
Esta tenebrosa historia representa una tardía y fatídica reproducción de las «cacerías» efectuadas por barcos negreros, particularmente portugueses, catalanes y españoles, a las costas orientales de África en los siglos XVI y XVII, para capturar esclavos, los que eran conducidos a América, la mayoría de ellos al puerto de Cartagena de Indias, en Colombia y vendidos allí a buen precio a los hacendados del lugar. Aclaremos que éste era, por lo demás, un procedimiento común en esa época, (siglos XVI y XVII) en que la esclavitud era aceptada como algo normal; no será lo mismo, dos siglos después, en pleno siglo XIX, cuando las repúblicas americanas se habían independizado de España hacía ya varias décadas.
William Bollaert es hoy un personaje bien conocido para los investigadores chilenos y peruanos que escriben sobre la antropología, arqueología, geografía o historia de la región de Tarapacá, en aquel tiempo en posesión del Perú. Hijo de un inmigrante holandés asentado en Londres, llega a Iquique siendo muy joven, en el año 1825, como ensayista de metales, y se instaló en la Mina de plata de Huantajaya, junto a la actual ciudad de Alto Hospicio, cercana a Iquique. Desde allí recorre, incansablemente, más por curiosidad intelectual que por encargo específico, toda la provincia de Tarapacá, incluyendo los sectores altiplánicos más alejados. En densos artículos científicos, Bollaert nos muestra la realidad geográfica, social y económica de la Provincia que da a conocer ante el público científico europeo. Reside en la provincia por dos períodos, totalizando más de 25 años de permanencia en el área.
En el Perú de su época, Bollaert llega a ser, con toda probabilidad, el más profundo conocedor de la Provincia, la que describe prolijamente tanto desde el punto de vista de su geografía regional, como de su economía, demografía, antropología, historia, etnografía y aún folklore. Prácticamente nada escapa a la curiosidad científica de Bollaert. Y tanto el científico como el historiador o el folklorólogo de hoy encuentra en sus numerosos trabajos, a cada paso, gran cantidad de referencias a las costumbres, ceremonias y usos de los indígenas tarapaqueños de entonces.
La referencia de Bollaert al tema presente, fue de carácter meramente circunstancial. No se trata de un artículo completo dedicado a este tema. De hecho, Bollaert jamás visitó la Isla de Pascua, y sus referencias a la isla son fruto o de sus lecturas, o del conocimiento indirecto de los hechos a través de sus numerosos contactos en Lima y Callao. Pero, en cambio, conoció de cerca las condiciones de trabajo en las guaneras peruanas de las Islas Chincha, a donde serían destinados casi todos los cautivos polinésicos en 1862. Sobre estas guaneras, había escrito ya una reseña en el periódico inglés Illustrated Times, el 5 de marzo de 1859.
Lo que Bollaert nos refiere sobre este particular ocurre cuando el autor examina, en uno de sus mejores artículos científicos, la población del Perú en la época de su propia permanencia allí (entre 1825 y 1870, aproximadamente). La primera referencia que hemos hallado, es un corto párrafo de un extenso artículo suyo de carácter demográfico titulado: «Observations on Past and Present Populations of the New World» y fue leído en una sesión de la Anthropological Society of London el día 12 de mayo de 1863. Aparece publicado en la revista Transactions of the Anthropological Society of London, vol. I, 1863, pp. iii-x. Su texto en traducción castellana nuestra:
«Perú tiene 2.300.000 [habitantes] incluyendo a 240.000 blancos, la gran proporción [son] indígenas, pero con la introducción [al país] de los Negros, más de 23 diferentes variedades [raciales, fruto del mestizaje] son bien conocidas y [son] nombradas en forma diferente. Los Chinos han sido regularmente importados en los años pasados en calidad de trabajadores. Algunos polinesios han sido igualmente secuestrados, pero este tráfico fue detenido pronto; el cambio de clima y alimentación fue fatal para estos últimos». (Cursivas y paréntesis cuadrados nuestros).
Esta última frase suya fue comentada por algún miembro de la Sociedad de Antropología de Londres, y mal interpretada como si se tratara de “negros” que habían sido secuestrados y llevados a la fuerza a Isla de Pascua, donde murieron. Bollaert quiere corregir este error en forma muy caballerosa, señalando a qué se había querido referir él puntualmente. Y en este contexto, nos ofrece su breve, pero elocuente y casi desconocida referencia a los nativos de Isla de Pascua raptados y llevados por la fuerza a las costas peruanas.
A continuación, la referencia exacta de W. Bollaert traducida del original inglés:
«Al Editor de la Anthropological Review: Señor, en la página 186, en el informe de la discusión ante la Anthropological Society se afirma que el Sr. Bollaert había mencionado el caso de un número de Negros que habían sido secuestrados y conducidos a la Isla de Pascua [Eastern Island], donde rápidamente murieron por efecto de la disentería y el sarampión. [Pero] lo que yo afirmé fue que un número de aborígenes (es decir, polinésicos), habitantes de Isla de Pascua (entre los 75º 5´ y 75º 12´ de latitud sur y entre los 109º y 110º de longitud oeste), habían sido secuestrados y llevados al Perú, con la intención de convertirlos en peones. Ellos no pudieron o no quisieron ser enseñados para el trabajo. El indio generalmente no es un individuo [apto para el] trabajo y a consecuencia del cambio de clima y alimentación, muchos murieron de disentería y sarampión. Yo quisiera agregar que el secuestro de nativos desde algunas de las islas de la Polinesia ha sido [efectivamente] perpetrado y ellos han sido llevados al Perú como peones. Sin embargo, las autoridades nacionales [inglesas] y francesas en dichas áreas pusieron fin de inmediato a aquel horrendo procedimiento, lo mismo que hizo el gobierno peruano”.
Al término de esta cita, Bollaert apunta la fecha: Londres, 2 de mayo de 1863, Firma W. Bollaert. (subrayado y explicaciones en paréntesis cuadrados nuestros).
Sobre el tema que hoy nos preocupa, el secuestro de nativos de la Isla, aporta el etnólogo francés Alfred Métraux la siguiente y sobrecogedora descripción:
«El miserable cargamento de carne humana [aludiendo a los 800 a 900 pascuenses capturados en Rapa Nui por barcos negreros del Callao que arriba a puerto el 12 de diciembre de 1862] llegó al Perú y fue inmediatamente vendido a las compañías que explotaban el guano. En pocos meses, la enfermedad, los malos tratos y la nostalgia redujeron a un centenar los novecientos o mil indígenas capturados. Gracias a la intervención de Monseñor Tepano Jaussen [obispo católico de Tahiti], el gobierno francés hizo presiones diplomáticas ante el Perú a las cuales se asocian los ingleses. Poco después, se dieron órdenes oficiales para que fuera repatriado el puñado de pascuenses que había sobrevivido a esos meses de trabajo forzado. Fueron puestos a bordo de un barco que debía volverlos a su isla, pero la mayor parte murieron en el camino víctimas de la tuberculosis y de la viruela. Solamente quince nativos regresaron a la isla; su vuelta constituyó la más grande desdicha para los habitantes que habían quedado. Poco después de su retorno, se declaró una epidemia de viruela, cuyo germen había sido llevado por los cautivos y que convirtió a la isla de Pascua en un vasto cementerio». (1945:57-58; paréntesis cuadrados nuestros).
Ese triste episodio es uno de los hechos más bochornosos y tristes ocurridos en la historia de la Isla, sometida posteriormente y por decenios a una intensa explotación agrícola y ganadera por parte de concesionarios franceses que utilizaron a los pascuenses como mano de obra barata. Estimamos que el gobierno chileno hoy – al igual que el peruano- debería hacer, igualmente, un profundo y sentido «mea culpa» por la manera indigna con que abandonó en esos años, al pueblo rapanui, indefenso, completamente sometido a la voluntad de concesionarios extranjeros despiadados o desaprensivos. La misión católica en la isla a cargo de misioneros de la Congregación de los Sagrados Corazones (SSCC) se opuso tenazmente a tal trato ignominioso e hizo lo indecible por proteger a los nativos de los abusos. Se llegó al extremo de retirar al grupo residual de pascuenses a Tahiti para salvarlos de las manos del concesionario francés M. Dutrou Bornier que los esclavizaba. Se desató así una acre contienda entre los misioneros y el concesionario. Existe abundante información en los archivos de la Orden en Roma sobre esta admirable y sacrificada labor de protección de los pascuenses, labor de la que poco o nada se habla hoy, por desgracia, cuando la crítica a las Misiones y misioneros católicos, está a la orden del día.
Bollaert es enfático: titula el hecho de raptar y secuestrar indígenas para esclavizarlos y llevarlos a las Guaneras como un «nefarious proceeding«, un «procedimiento nefasto», y se apresura a señalar que tal “tráfico humano” había sido recientemente suspendido por reclamos de las autoridades europeas (Consulados de Francia e Inglaterra) destacadas en Lima, y que habría durado, afortunadamente, muy poco tiempo (1860-62).
Cuánto influyó en las autoridades peruanas de la época la indignación de Bollaert, no lo sabemos. Pero lo cierto es que demuestra muy bien su preocupación antropológica por la suerte de estos centenares de pascuenses que sucumbieron a la peste en las misérrimas explotaciones del guano de las Islas Chincha.
Breve bibliografía.
Englert, Sebastián, 1974. «La Tierra de Hotu Mat’ua. Historia y etnología de la Isla de Pascua», Ediciones Universidad de Chile, Santiago.
Larrain, Horacio, 2018. “El inglés William Bollaert y la Isla de Pascua o Rapa Nui: referencias al secuestro de nativos conducidos a la fuerza a las guaneras del Perú”. Recuperado de: https://eco-antropologia.blogspot.com/2018/09/william-bollaert-y-la-isla-de-pascua-o.html
Métraux, Alfred, L’ Île de Pâques, (original 1941); traducción castellana: La Isla de Pascua, Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, 1950.
Dr. Horacio Larrain B. (Ph.D.)