Regalo y Santuario de la Naturaleza

                  

No se sabe quién fue el imaginativo que le impuso el nombre de un animal fantástico y más encima asiático: Dragón. Por entonces, por lo menos hasta los años republicanos peruanos, se le había conocido como “Médano de la Ballena” (1) y “Duna Amarilla” (2). Realismo y conciencia mimética: no es uno más entre tantísimos cerros, sino un médano o duna de rasgos que bien vale la pena internalizar.

Desde nuestra particular perspectiva, y emulando la audacia creativa de aquel anónimo de marras, postulamos que su topónimo original pudo ser Huayquique. Lo decimos extrapolando aquello de que en el sector Playa Brava (específicamente frente a la duna) se desarrolló una comunidad prehistórica en cuyos vestigios funerarios se han encontrado piezas cerámicas representativas de un período que los arqueólogos estiman entre 1.000 y 1.450 años después de Cristo; es decir, previo a los Incas (3). 

Alucinamos que los habitantes de aquel pretérito asentamiento resolvieron establecerse allí, cautivados por la singular fisonomía de aquella montaña de arena y le otorgaron el nombre Huayquique, en el que sobresale el connotado radical ique: padre, señor. 

                                         Atributos singulares

Este regalo y Santuario de la Naturaleza es al mismo tiempo un monumento geopatrimonial que ornamenta primorosamente el árido paisaje costero, componiendo una postal que muchísimas ciudades se quisieran.

Es una paleoduna, una herencia geomorfológica formada hace unos 20.000 mil años, cuando el nivel marino estaba a unos 100 ó 120 metros por debajo del actual, lo que implicaba la existencia de una plataforma litoral de alrededor de 5 kilómetros de ancho. Poderosos vientos soplaron y desparramaron el sedimento arenoso, haciéndolo chocar contra el acantilado marítimo y en esa mecánica de contención se fue modelando y esculpiendo una eco duna piramidal cuya cresta alcanza una altura máxima de 320 metros 84. Es la duna costera y urbana más elevada del mundo (4). Con su superficie de 337 hectáreas, constituye un singular ecosistema dunario.

La niña bonita que es esta joya de la naturaleza se esmera por desmentir su carácter relicto (o de arenas en reposo y que no se renuevan), derrochando dinámica plasticidad con su caprichosa silueta, coronada por un lomo perfilado en delicada y sinuosa arista, desde la cual se descuelgan vetas o costillas en acompasado diseño.

Es elásticamente elongada, ya que se desplaza por espacio de 4 kilómetros y concluye su glamoroso recorrido postrándose al pie del Cerro Tarapacá. Por el hecho de ser alargada, se la cataloga como duna seif (“espada”, en árabe).

Se ha insinuado que en este recorrido el médano “cubre el cauce de un río, que ha bajado de los altos de Huantajaya y ha desembocado al mar una milla antes de la caleta de Molle. Todo el cerro, desde la caleta al alto, se halla cubierto con el barro arrastrado por las aguas de esa laguna” (5).

Al parecer, algo no tan descabellado, puesto que prospecciones geológicas han detectado vestigios de un río sepultado por una capa sedimentaria o de acarreo de 70 metros de   espesor en el sector oriental del yacimiento argentífero (6).

Contextualizando este fenómeno, el geomorfólogo Reinaldo Börgel, explica que “los paleoclimas cuaternarios permitieron escurrimientos continuos de agua, desde el Este, en el altiplano de Bolivia, hasta el Pacífico, en el Oeste. Testimonio de esta actividad es la presencia de rodados muy antiguos en el eje E.W.” (Este-Oeste) “entre Oficina Humberstone y la ciudad de Iquique, lo cual estaría señalando la presencia de un valle muy antiguo, cuya desembocadura se encontraría por debajo de Alto Hospicio”(7).

Relacionado con esto, está otro fenómeno admirable y es que en la Pampa del Tamarugal existe un extenso lago, ahora subterráneo y de aguas fósiles, cuyos flujos escurren hacia la costa a través de fracturas abiertas por movimientos tectónicos. Bajo Molle es un receptáculo de estos acuíferos, los que llegan a juntarse con las emisiones intrusivas del mar, formando acumulaciones fluviomarinas (8).

De igual manera, las aguas dulces de aquel lago no sólo han inundado los niveles profundos del mineral de Huantajaya, más o menos a partir de los 300 metros, sino que además se filtran a los pies de la Cordillera de la Costa en forma de vertientes, entre otras las de Cuesta El Anzuelo, base del Cerro Esmeralda y los ojos de agua de la ex Siberia. 

Asimismo, es una duna fósil: antigua, de arenas consolidadas y relictas. Pero el mismo viento furioso que la construyó hace milenios y que hoy sopla más reposadamente, porque está viejo, se encarga de removilizar sus sedimentos y de hacerlos reptar por las empinadas faldas del acantilado marítimo, tapizándolo con una rampante pátina de  tono ocre amarillo pálido.

Desde el punto de vista de la granulometría, sus arenas se clasifican entre media a fina (0.2 mm. promedio) y está más que claro que no son blandas ni movedizas. Sin embargo, William Bollaert (1860) relata el percance sufrido por un amigo suyo “quien resultó casi enterrado: su caballo se hundió por un momento en la tierra suelta” (9). Por ahí, entre las historias del siglo pasado con sabor a leyenda, se contaba de un caso similar que le habría ocurrido a una escuadra montada del antiguo Regimiento de Caballería “Granaderos”.

Desde el año 2005, nuestro médano está declarado Monumento Nacional en la categoría de Santuario de la Naturaleza, lo que implica que está protegido legalmente de los riesgos que puede provocar la creciente urbanización de su entorno y por actividades como el uso del pasadizo que lo separa del acantilado como botadero de basura y para la extracción de arena para la construcción. Más repudiable todavía es la acción de sujetos con sobredosis de adrenalina y que buscan darse gustitos extremos, ascendiendo por sus laderas en vehículos 4×4. Descaro e impunidad. Así las cosa, no hay normativa capaz de amparar un patrimonio natural vulnerable y vulnerado.

En cuanto a la extracción, se comentaba en los años 60 del pasado siglo que unos japoneses habían manifestado su interés en llevarse el cerro -de a poco, por supuesto-, para utilizar sus sedimentos en la fabricación de loza y vidrio, entre otras cosas. Las autoridades respondieron con una rotunda negativa 

                                   Ventoleras históricas

Vientos huracanados que arremetiendo sobre la tranquila duna fueron causa de impactantes episodios. Hay memoria de fuertes ventoleras que llegaron a provocar tormentas de arena, las que casi oscurecieron el cielo iquiqueño. Fue lo que se vivió, por ejemplo, en 1830 a consecuencia de una densa cortina de arena que se elevó a más de 100 metros de altura, motivando que la gente corriera al templo a implorar la protección divina (10).

De mayor energía y repercusión fue el ciclón registrado el 22 de junio de 1911. nueva oportunidad en que el viento furioso pareció querer deslomar a la duna, arrancándole toneladas de arena que se mantuvieron en suspensión durante horas y obstruyendo la claridad natural.

Lo más extraordinario, sin embargo, fue el efecto del viento sobre las olas, que llegaron en rápido tropel hasta la Plaza Prat, no sin antes inundar varias bodegas instaladas en El Morro. Y no sólo eso, ya que el siniestro eólico, al arreciar con mayores bríos, provocó el hundimiento de dos barcos fondeados en la había: “Magdeleine” y “Caballieri di Ciampi” (11).

                                  Con los ojos del corazón                          

Este cautivante médano costero es testigo de nuestra historia. Es una presencia constante que ha acompañado a todas las comunidades locales, a partir de sus habitantes primordiales: los chinchorros inmigrantes, que venían de quién sabe dónde y decidieron echar raíces aquí.        

José Bustamante y Guerra, integrante de la expedición Malaspina, apuntó que el “puertecito” de Iquique es fácilmente reconocible “por unos médanos de arena que hay dentro de la ensenada” (12).

Obviamente que en 1791, observando desde el mar, el médano descollaba al lado de ese menudo pueblo de construcciones bajas, Hoy la perspectiva no es por lejos la misma, teniendo al frente un perímetro urbano horizontalmente expandido y la irrupción vertical de un buen número de edificios de altura.

La pregunta es cómo apreciamos nosotros hoy este cerro que no es un mero montón de arena, sino un portento natural. Es más que probable que no lo miremos nunca. O que lo miremos, pero no lo veamos, invisibilizándolo e ignorando sus pergaminos, que los tiene y en un rango de privilegio. Saquémosle brillo a su atributo de santuario.

Además de regalarnos una silueta emblemática de excepción, este parque dunario constituye un patrimonio geológico que convoca interés científico, cultural y turístico.

Tenemos que internalizar y justipreciar la alteridad geográfica que nos brinda esencia identitaria: somos gente alojada en un escenario de aridez superlativa. Pero no nos dejemos permear por la visión simplista de un panorama inerte, petrificado y reseco que es contraimagen de lo bucólico.

Es cierto que nuestra geografía no denota estándares convencionales de belleza paisajística. Aquí no fluyen ríos y todo lo verde a la vista es obra del riego y de la tecnología, porque estamos situados sobre una terraza de arena. Pero en este escenario redunda, en cambio, una dimensión telúrica que fue elegida, conocida y venerada por hombres y mujeres que supieron interactuar con ella para desarrollar vida, cultura y sociedad.

Aquí no hay vaciedad, sino vastedad radiante de sol y luminosidad bajo un cielo esplendente. En ese despoblado inhóspito se erige multitud de cerros de caprichosa pátina, en la que alternan el amarillo, el ocre y el marrón, mientras la lontananza los maquilla de azul y violeta. La muchedumbre montañosa rompe la monotonía lineal y hace que las distancias parezcan menos infinitas.

Un panorama escénico que es geodiversidad pura de formaciones y estructuras como cerros, quebradas, rocas, pampas, salares, arenas y un prolongado etcétera. En suma, casi la geología viva de un mundo previo a la humanidad. Ni más ni menos, la fuente de emociones que buscan experimentar turistas de otras latitudes, al conocer paisajes no imaginados, evocadores de un trasfondo mítico, milenario. Eso distinto a todo es, precisamente, nuestra casa y su vasto extramuro.

Braulio Olavarría Olmedo

Referencias bibliográficas:                      

1. William Bollaert: Antiquarian. Ethnological and other researches in  New Grenada, Equador, Peru and Chile, with observations of the pre-incarial, incarial, and other monuments of  peruvian nations, página 163. Turner, London. 1860.

2. Francisco Vidal Gormaz: plano en Estudio sobre el Puerto de Iquique. Santiago de Chile, Imprenta Nacional. 1880. Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile. www.memoriachilena.cl/602/w3-article-9257.html

 3. Simón Urbina Araya: Asentamientos, poblaciones y autoridades de Tarapacá, siglos xv y xvi (ca. 1400-1572), página 167. Tesis para optar al grado de Magíster en Historia. 2014. Universidad de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades, Escuela de Postgrado.   https://www.researchgate.net/publication/270506658_Asentamientos_poblaciones_y_autoridades_de_Tarapaca_siglos_XV_y_XVI_ca_1400-1572.

4. Consuelo Castro Avaria: Duna Cerro Dragón de Iquique (20º 15’ S): Santuario de la Naturaleza en el desierto litoral del Norte de Chile, página 2. http://www.cartografia.cl/download/consuelocastro.pdf

5. Modesto Basadre Chocano: Riquezas peruanas, página 43. Colección de artículos descriptivos escritos para el diario «La Tribuna». Imprenta La Tribuna. Lima, 1884.

http://www.cervantesvirtual.com/portales/biblioteca_nacional_del_peru/obra/riquezas-peruanas-coleccion-de-articulos-descriptivos-escritos-para-la-tribu.                                                                                          

6. Geología del distrito argentífero de Huantajaya. Boletín Minero de la Sociedad Nacional de Minería, página 219, abril-mayo de 1923. Santiago de Chile.

7. Reinaldo Börgel: Algunas aproximaciones recientes al problema de la evolución geomorfológica de la Pampa del Tamarugal (Norte de Chile). Norte Grande. Vol I Números 3-4, página 377. Universidad Católica, Instituto de Geografía. Marzo-diciembre de 1975.

8. Reinaldo Börgel: obra citada, página 377.

9. William Bollaert: obra citada, página 263.

10. William Bollaert: Observations on the history of the Incas of Peru, on the Indians remains in the Province of Tarapaca, página 131, Journal of Ethnological Society of London (1848-1850), vol. 3 (1854).

11. Luis Díaz Salinas: Iquique. Recuerdos de un siglo inquieto. Tomo primero, 1ª. Edición, 1992.

12. Rafael Sagredo Baeza, José Ignacio González Leiva: La expedición Malaspina en la frontera austral del imperio español, página 719. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, primera edición 2004. Editorial Universitaria.

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