Pica y otros lugares Elucubrando sobre toponimia

Majadería y obviedad aparte, procede manifestar que no somos lingüistas; qué duda cabe. Pero nos interesan vivamente determinados asuntos de etimología, como los topónimos en su faceta de onomástica geográfica. Lo hacemos confiados en la probabilidad de que a través de este ejercicio nos aproximemos a algunas certezas, al mismo tiempo que se perciban dudas y se perfilen tareas a futuro por parte de quienes aman la historia de Iquique y Tarapacá. Esta es una propuesta y una invitación a acometer iniciativas en tal dirección.

La toponimia se preocupa de los nombres propios de los lugares, su origen y también abre margen para detectar las variaciones que han experimentado. Efectivamente, no siempre se conservan las formas originales o ancestrales, sino que por lo general nos encontramos con denominaciones ya consolidadas que son resultado de modificaciones fonéticas o de errores tempranos de transcripción y así quedan posicionadas. Y lo peor es cuando se desconoce la forma primaria: no hay posibilidad de acceder a sus raíces. O cuando el referente onomástico no es nombre propio o particular, sino que es prestado o extrapolado, como el nombre Iquique. Pero esta es harina de otro costal.

Convengamos que nuestros topónimos se generan en tres fuentes  lingüísticas ancestrales: la puquina, para la costa; en tanto que la aymara y la quechua proliferan en la pampa, precordillera y altiplano.

Respecto de estas dos últimas, hay que tener en cuenta que al momento del Contacto o llegada de los conquistadores españoles, en estas lenguas nativas no existían las vocales e, ni o, sino respectivamente la i y la u. Por ejemplo, Sotocaera Sutuca; y Enquelga era Inquilga.

 Tampoco existía la consonante d; en tantoque el sonido que corresponde a la w, se deformó al pronunciarse como b-v; ejemplo palpable es Huaviña, que veremos más adelante.

                                                Pica y Tica

Procederemos a un ensayo partiendo por el topónimo Pica. Veamos lo que al respecto escribió el cronista sacerdote Francisco Javier Echeverría y Morales, nacido en el oasis y autor de un libro ya clásico publicado en 1804:

Nombrado este pueblo en la gentilidad en lengua propia Tica, que quiere decir flor en la arena(1).

Conforme al lingüista Dirk Ibarra Grasso, Tica quiere decir “padre” (2).

Buscando en el diccionario, encontramos que significa “flor”. Es decir, no andaba muy errado el sacerdote-cronista, sólo que le agregó de su cosecha, como veremos con otros ejemplos de flor más contemporáneos. Pero un dato sustantivo es que Tica proviene del quechua y es una partícula que se repite en otros topónimos, como Tamentica y Puquintica. Y algo más, la emblemática palabra “cocha” es igualmente quechua. Si fuera aymara, sería cota.

Refrendando mayor validez a la fórmula Tica, no se puede omitir que Pica fue el nombre puquina de una caleta vecina al cerro-covadera que se dio en llamar Pabellón, resultando de ello Pabellón de Pica (latitud Sur 20° 58’, longitud Oeste 70°10’). No creemos lógico, entonces, que en un pasado lejano se haya repetido un mismo nombre en dos sectores diferentes y no muy alejados uno de otro. costa y Pampa del Tamarugal. Además, por trazabilidad, la caleta Pica debería ser más temprana.

En la cartografía colonial (desde 1601), es recurrente la referencia al “Río de Pica” (3), el que probablemente coincida con el sitio Río Seco. En verdad, algo contradictorio, inusitado. Conjeturamos que, en época indefinida, se haya registrado alguna efímera corriente de agua hacia este punto costero, quizás por influjo del invierno altiplánico.

Sea como fuere, queda más que claro que la denominación Pica para el oasis se oficializó ya en los primeros años del Contacto y nada hay que pueda removerla.

Cronológicamente, los primeros españoles que pasaron por Pica fueron los integrantes de la expedición de Diego de Almagro, de regreso de Chile (1536). El hijo de uno de estos conquistadores, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, escribió en 1556 una crónica donde refiere que Pica es el primer pueblo (viniendo de sur a norte) de la provincia de Tarapacá (4).

Sin embargo, hay un antecedente anterior y es la mención Pica, asentada en un documento datado en 1549, que presenta el historiador peruano Víctor Manuel Barriga (5). Esta sería, por tanto, la primera referencia contenida en la cronística del Contacto con España.  

Aledaño a Pica, más exactamente en el valle de Quisma, está Chintaguay, caracterizado por unos ojos de agua que los españoles denominaban “Los Hervideros”. Razón que amerita para postular que que debió ser Chintuguay, ya que chintu es “caliente” en aymara”.

A propósito de Pica, valga decir que Concova podría ser una deformación de algo así como Cuncugua o Cuncuguay.

Antes de alejarnos del oasis, queremos apuntar que el sector Comiña (Cumiña) está emparentado onomásticamente con Cumiñalla, localidad de la Pampa del Tamarugal. Interesamte sería poder definir qué incidencia tiene la partícula aditiva “lla”.

                                     Topónimos del Tamarugal

También en la Pampa del Tamarugal, y vecina a Cumiñalla, se encuentra La Huayca. Ambas conformaron la zona de los canchones o “chacras sin riego”, en el siglo 19.

En cuanto a La Huayca, debemos discurrir que desde las quebradas precordilleranas se han dejado caer en el tiempo descomunales aluviones que arrasaron sectores forestales y aldeas de la Pampa del Tamarugal, aparte de arrastrar hasta este sector y sepultar allí restos de fauna paleontológica devenida en fósiles de megaterios.

La incidencia de estos fenómenos habría quedado particularmente focalizada en un punto de especial impacto que se dio en llamar Huayco (del aymara huaycu, masas de lodo y piedras), el que evolucionó a Huayca y finalmente en La Huayca, dado que en tiempos republicanos peruanos fue habitual anteponer el artículo La a determinados topónimos como Tirana, Noria, Calera y Huayca.

En este sentido, se impone un tributo de gratitud a la antropóloga chilena Verónica Cereceda, merced a cuyas investigaciones quedó ya suficientemente aclarado que Tirana proviene de Tirani, apelativo de la lengua chipaya, que se hablaba en la zona altiplánica del Alto Perú, actual Bolivia (6). Tirani (“encrucijada de caminos”) se ubicaba aproximadamente a un kilómetro al Sur-Oeste del actual pueblo-santuario.  

Calera viene de Caliri (pedregal) y fue un pequeño oasis irrigado por un acuífero que dio que hablar tanto por el ruido que producía su corriente subterránea, como por ser un frecuente “tembladero”, fenómeno que se vincula probablemente con el vecino cerro Longacho (Lungachu).

El nombre Laonzana, oficializado hace mucho tiempo, es un ejemplo palpable de las variaciones toponímicas. En un documento emitido en 1571 se lee Lanzana (7). Sin embargo, hallamos una pista más concreta para rastrear su génesis: el vocablo lunsa, que designa a un árbol precordillerano con cuya madera fue construida la techumbre del templo de Sipiza (8). Ahora bien, en aymara, un lugar donde crece o abunda la especie vegetal lunsa se dice Lunsani. Por efecto de la natural deformación de la i en e, habría pasado a Lunsaneyfinalmente configuró en Laonzana.

Las dos Huaviña

Llegamos a Huaviña. Corroborando que antiguamente no existía el sonido v o b, una referencia colonial nos presenta la grafía Guaguina (9), siendo obvio que se omitió la ñ. En consecuencia, deberíamos aceptar Wawiña como fonética temprana.

¿Cuál es su significado? No lo sabemos. Tal vez la grafía original Wawiña aluda a wawa o bebé, pero de esto tampoco estamos seguros. En círculos huaviñanos se ha aceptado que Huaviña viene de Mancahuaviña y que quiere decir “Flor de altura” o “Linda flor del valle”, pero lo cierto es que esto no pasa de ser una filial expresión de amor al terruño.

La historia nos dice que, ya en épocas prehispánicas, hubieron dos aldeas con este nombre (respondiendo al sistema de mitades complementarias), pero asociadas a una misma comunidad; Aran Huaviña o Alta Huaviña y Manca Huaviña (Huaviña la Baja, y así queda consignado en documentos coloniales tempranos: 1565 (10) y 1571 (11), además de un tercero de 1614 (12).

Alta Huaviña corresponde a la actual localidad de Huaviña. Por su parte, Manca Huaviña o Huaviña la Baja se ubicaba un poco más al oeste de la anterior, sobre la ribera del río Tarapacá, y así se aprecia gráficamente en un plano de Antonio O’Brien (13). Debido precisamente a su emplazamiento ribereño, Manca Huaviña fue arrasada por un aluvión. Echeverría y Morales menciona a las dos Huaviña en 1804; entonces, el fenómeno fue posterior.

Nada sabemos sobre la etimología de la aldea de Iluga, situada en el umbral de la quebrada de Tarapacá y que dio nombre a la entrañable Pampa Iluga, que tiene como parónimo al Isluga altiplánico.

Sólo nos resta reparar en la frecuente presencia de topónimos que llevan el sufijo ga : Iluga, Isluga, Zapiga, Huantiga, Inquelga y Espinga, entre otros.

En el caso de Huatacondo, de partida, habría que desechar la d y cambiarla por la t: al mismo tiempo que se debería reemplazar las vocales o por u:, quedando Huatacuntu. Nos preguntamos si acaso no habrá sido ancestralmente Huata-cuntur: “lugar donde se amarró un cóndor”. O una supuesta alternativa: Jihuata-cuntur (“donde murió un cóndor”).

Algunos casos sueltos:

Chusmiza: es un término acuñado en el siglo 20. A modo de comentario, en la literatura y cartografía colonial y republicana aparece solamente Chismisa.

Guayaquil: así se ha llegado a denominar a un desaparecido pueblo de la quebrada de Camiña, cuyo nombre real era Guallaca, según apreciamos en un documento protocolizado en el Cuzco el 24 de abril de 1571 (14).

Guallaca se repite en la alusión al ayllu homónimo, ubicado en la quebrada de Camiña) y que se cita en una relación, fechada en 1666, donde se da cuenta de las 76 unidades étnicas y 12 cacicazgos de Tarapacá (15).

Francia: encontramos poco verosímil que esta denominación obedezca a un presunto establecimiento de ciudadanos franceses en esa aldea de la parte baja de la quebrada de Camiña. Más bien, lo atribuimos a una deformación del topónimo autóctono causada por la nula o ínfima constancia de dicha localidad en los registros oficiales. Especulamos que pudo haberse llamado Fracsia.

                                     Toponimia puquina

En cuanto a toponimia puquina, asociada específicamente a la costa, partiremos con Cavancha, diciendo que en un documento de 1602 se lee Cauanche (16), sin lugar a dudas la forma original del nombre de la península, siendo de notar que termina en la partícula che, que caracteriza a apelativos de procedencia puquina, tales como Patache, Chomache, Macache, Caramuche, Maruche, etc.

Asimismo, están los topónimos puquina terminados en ate: Chiquinate, Ligate, Chucumate y Minigate, entre otros.

Casi nada es lo que podemos decir de la toponimia puquina, una lengua que en nuestro entorno se extinguió junto con la aculturación de la reducida población camanchaca ya en las primeras décadas del siglo 19, a diferencia de comunidades pesqueras de caletas antofagastinas como Cobija, de las cuales sí se registraron referencias etnográficas tardías. Lamentablemente, no hay estudios sobre el segmento nativo iquiqueño, ni antes ni durante los tiempos del guano y del salitre. En consecuencia, sólo nos queda especular.

En este trance, dado que en puquina Loa o Lúa pareciera significar río, lo que nos lleva a creer que Pichalo pudo ser Pichalua y que de aquí se convirtió en Pisagua. Esto presupone la existencia de un río, requisito que estaría avalado por la corriente de agua estacional que es la culminación del río Camiña y desemboca junto a Pisagua Viejo. En enero de 1579 esta fuente permitió calmar la sed de Francis Drake y la tripulación de la “Golden Hind”.

Al concluir, tenemos que Molle (Molli) parece ser un caso único de topónimo quechua en la zona costera y está vinculado a una tradición histórica, según la cual en Bajo Molle perseveraba un solitario árbol -testigo- del género schinus, el que se sustentaba con las filtraciones de una aguada.

Braulio Olavarría Olmedo

Referencias bibliográficas:

1. Francisco Javier Echeverría y Morales: Memoria de la Santa Iglesia de Arequipa”. En Víctor Manuel Barriga: Memorias para la Historia de Arequipa”, tomo IV, página 320. Editorial Portugal. Arequipa, 1952.

2. Dick Ibarra Grasso: Las lenguas indígenas en Bolivia, página 92. 1982.

3. Antonio de Herrera (1601): Descripción de las islas de Tierra-Firme de el Mar Océano, que llaman Indias Occidentales. En Historia General de los hechos de los castellanos en las islas i tierra firma del Mar Océano, Capítulo XXI, página 48.

4. Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés Fernández de (1556): Historia General y Natural de las Indias y Tierra Firme del Mar Oceano, página 73. Primer y segundo semestre. Imprenta Universitaria. Santiago de Chile. 1936. 

5. Víctor Manuel Barriga: Documentos para la Historia de Arequipa, tomo III, páginas 163.

6. Verónica Cereceda: Una extensión entre el altiplano y el mar. Relatos míticos Chipaya y el Norte de Chile. Revista Estudios atacameños arqueología y antropología sur andinas, Nº 40.

7. Archivo General de Indias. Lima 316. Propuesta del obispo de Cuzco para la División del Curacazgo de Tarapacá por el cura Francisco Churro de Aguilar y Marcos Valdelomar. 1571. Citado por Patricio Advis Vitaglich en: La Doctrina de Tarapacá durante el siglo XVI. página 14.

8. Luis Alberto Díaz Araya: Geografías andinas del Tamarugal, página 66. Ediciones Universidad de Tarapacá, 2020.

9. Luis Miguel Glave y Luis Alberto Díaz Araya: Clérigos y encomenderos en Tarapacá. Relaciones en la implantación del orden colonial durante el siglo XVI, página 92. Revista Cultura y Religión. Volumen XIV N°2, 2020.

10. Rómulo Cuneo Vidal: Historia de la fundación de la ciudad de San Marcos de Arica, página 104. Impreso en el Perú por Gráfico Morton S.A. Lima, 1977. (volumen IX de Obras Completas).

11. Archivo General de Indias. Lima 316. Propuesta del obispo de Cuzco para la División del Curacazgo de Tarapacá por el cura Francisco Churro de Aguilar y Marcos Valdelomar. 1571. Citado por Patricio Advis Vitaglich en: La Doctrina de Tarapacá durante el siglo XVI. página 14.

12. Rómulo Cuneo Vidal: obra citada, página 136.

13. Antonio O’Brien: Plano que manifiesta la quebrada de Tarapacá, en el Tenientazgo y Partido de este nombre, jurisdicción del Corregimiento de la Ciudad de San Marcos de Arica, etc.

14. Archivo General de Indias. Lima 316. Propuesta del obispo de Cuzco para la División del Curacazgo de Tarapacá por el cura Francisco Churro de Aguilar y Marcos Valdelomar. 1571. Citado por Patricio Advis Vitaglich en: La Doctrina de Tarapacá durante el siglo XVI. página 14

15. Rómulo Cuneo Vidal: Historia de los cacicazgos hereditarios del Sur del Perú. página 565. Impreso en el Perú por Gráfica Morsom S.A. Lima, 1977.

16. AGNA (Archivo General de la Nación Argentina), Sala XIII, 1603, Padrón de reducciones de los lipes. Citado por José Luis Martínez: Gente de la tierra de guerra. Los Lipes en las tradiciones andinas y el imaginario colonial, página 312. Centro de Investigación Diego Barros Arana. Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú.

                             

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