Peste Bubónica en 1903


En mayo de 1903 aparece en el puerto de Iquique la peste bubónica. La cita anterior correspondiente a la novela «Tarapacá» de Juanito Zola, seudónimo de Osvaldo López y Nicanor Polo, señalan el utilizamiento político de la peste, como forma de control social.

En mayo de 1903 apareció la peste bubónica en el puerto de Iquique, y al mes siguiente se detectaron algunos casos en Valparaíso, a pesar de las medidas preventivas que había tomado el Gobierno.

A través de varias leyes, se autorizó al Ejecutivo, entre 1901 y 1903, para gastar hasta trescientos cincuenta mil pesos en combatir las enfermedades infecciosas, en combatir la peste bubónica y en establecer y mantener desinfectorios públicos en Iquique, Antofagasta, Coquimbo, La Serena, Valparaíso, San Felipe, Curicó, Talca, Chillán, Concepción, Talcahuano, Los Angeles y Valdivia.

Citamos in extenso a Zola, acerca de lo que ya habíamos anunciado: el uso socio-polìtico de la peste bubónica:

«Como el gobierno había votado ciento cincuenta mil pesos, para combatir la bubónica, muchas personas se frotaron las manos de alegría con la esperanza de tocar algo del reparto. Los médicos, que eran la parte más interesada no cesaban de mandar enfermos al Lazareto, donde por arte de birlí biloque, se llenaban de bubones inguinales, conviertiéndose en calamidades que, en la mayoría de los casos, tomaban pasajes para el otro mundo. Los médicos, se transformaron en una verdadera pesadilla. Todos huían de ellos, temiendo que se les antojara achacar dicha enfermedad á cualquier prójimo. Los que sufrían de algunas dolencias, se resistían á llamarlos, por el temor de ir al Lazareto. Las fiebres, los dolores de muelas, las espinillas, los bubones ordinarios y hasta la borrachera, eran clasificados como síntomas de peste.

Los conventillos, donde siempre moran los pobres, por la baratura de los arriendos, se veían asediados continuamente por el carretón plomo del Lazareto, quien cargaba con los inquilinos, sin piedad. En balde, protestaban las familias de las víctimas de semejantes atropellos. Se les hacía callar, amenazándolos con la cárcel. Muchos de los enfermos que eran llevados al Lazareto, morían de la impresión que experimentaban; y otros, según la opinión general, fallecían por envenenamiento.

Un caso curioso, vino á probar que sólo los pobres debían ser el pato de la boda. Se declaró bubónica á una sirvienta de casa aristócrata, situada en la calla de Moquegua. Las medidas que tomaron con ella los médicos, difirieron totalmente e las establecidas. La casa no fué quemada, ni la enferma aislada. Se le curó en su habitación y ahí sanó. Esto indignó grandemente al pueblo, que vio la gran injusticia que se hacía con sus hijos que eran tratados sin misericordia.

Un soldado del batallón Carampangue que padecía de tuberculosos, fué conducido al Lazareto, pero antes de llegar á ese lugar, abandonó el coche en que se le llevaba y emprendió la carrera, en dirección á su cuartel. Se suscitó una gran discusión, entre algunos doctores y el comandante del Carampangue. Este, alegaba que su soldado, no tenía peste bubónica; pero los médicos le contestaban que la tuberculosis era prima hermana del … Total, que el Intendente intervino, y el pobre soldado fué llevado al Lazareto» (Zola, 1903: 159).

Los autores continúan afirmando el mal uso de la peste:

«A pesar de las aseveraciones de gente sensatas, que certificaban la existencia de individuos extraños, que ofrecían á los niños pastillas y monedas para que comieran las primeras, la policía no pudo descubrir á los pastilleros, que se evaporaban á cada paso» (Zola, 1903: 159).

El Lazareto era el lugar donde eran conducidos quienes padecían de la bubónica. Zola en la novela citada hace una descripción de ese lugar que citamos a continuación:

«El Lazareto estaba ubicado al lado norte del Hospital de Beneficencia, y ahí se detuvo el carretón plomo, siendo bajado de él don Panchito, que se sentía algo fatigado con la caminata.

Mientras instalaban al enfermo en una cama, un practicante se acercó al pescante del carro y habló con el auriga.

-¿De dónde han sacado a éste?

-Del conventillo de «Las Camaradas».

-Ese conventillo, he oído decir que lo piensan quemar.

– Dime una cosa como amigos. ¿Será cierto que hay bubónica?

-Francamente no sé que decir. El doctor de aquí, me afirma que hay peste, pero que es benigna.

-Yo creo que es no es más que pura música. En fin, á nosotros no nos incumbe averiguar si es mentira ó verdad la tal peste. Lo que nos conviene es que esto dure algún tiempo, para ganar buenos pesos.

-Ojalá durara un año».

(Zola 1903; 170).

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