Música e Integración

El Canto que Hermanó a los Nortinos

Bernardo Guerrero Jiménez

La zamba atravesó la cordillera y llegó al Norte Grande chileno. A los dos nortes los une un rico historial cultural.

¿Fue el tango o la zamba? O ¿fueron las dos cosas? Para efectos de este artículo da lo mismo. La imagen que hemos construido de los argentinos se levanta sobre estos dos géneros.

A la muerte de Gardel, en Iquique cada vez que éste cantaba “Volver” la gente le pedía al “cojo” que devolviera la imagen del zorzal criollo, proyectada en el viejo Cine Nacional. Nunca en Chile habían llorado tanto por un argentino. Más aún si tomamos en cuenta las rivalidades creadas en torno a estos dos pueblos. Estos saben reconocer el talento, independientemente de los chauvinismos.

Las zambas, y bajo este nombre todos los géneros del noroeste argentino: bagualas, chamamé, milonga, chacarera, entre otros, nos conectaba con un mundo cercano y lejano a la vez. Con el tango. Buenos Aires parecía latir en cada esquina de los arrabales iquiqueños.

La estética del tango dominó la moda de los trajes cruzados, del peinado a la gomina y de cierto aire macho casi clisé. Todos eran un poco Gardel.

La zamba tuvo otro itinerario. Llegó atravesando la cordillera bajo la forma de bombos y guitarras. En tiempos del neo-folklore (una expresión nunca discutida, pero aceptada), don Atahualpa llegó con su cantar campesino y crítico, a removernos la fe con eso de: “Tal vez otro habrá rodado tanto como he rodado yo/ y le juro, créamelo, que he visto tanta pobreza/ que yo pensé con tristeza/ Dios por aquí no pasó”. Concluye con la afirmación: “Lo seguro es que él –Dios- almuerza en la mesa del Patrón”…, “La zamba de la esperanza” nos llegaba con una letanía casi paradojal al título de la canción que, junto al “Sapo cancionero”, se convirtieron con el “Día que me quieras” y al “Volver” de Gardel, en las típicas melodías de todo paseo a la playa o al oasis de Pica.

Pero, el noreste sigue estando culturalmente más lejos de nuestro norte, que el mismo Buenos Aires. Aun cuando la capital argentina estuviera geográficamente más distante. Cuando descubrimos Salta o Jujuy, por ejemplo, nos dimos cuenta de las raíces culturales que nos unen, a pesar de la inmensa cordillera.

Le correspondió a la fallecida Universidad del Norte, Sede Iquique (hermanos Iturra, la verdad sea dicha), el rol de hermanar ambos nortes por el simple expediente del folklore. Ahí empezamos a descubrir que las claves de nuestro norte andino, tenían en ese otro norte, tan hermano como hijo de la Pachamama, su mejor reflejo y sus propias peculiaridades. La misma puna con la misma cultura que llena de sentido a una vida campesina sometida a los dictámenes de los estados centrales, nos llenaba con su majestuosidad.

De un sueño lejano y bello… soy peregrino.

El norte no sólo es andino, es también urbano y citadino. No son dos realidades contrapuestas. Y a veces se confunden. Ya no es posible pensar el mundo en tanto división antagónica entre el uno y el otro. El indio es también, citadino, a su modo.

El indio, de Jujuy (“caminito del indio, que junta el valle con las estrellas”, otra vez don Ata), y el de Iquique a su manera invaden la ciudad, la manipulan y la rubrican con sus esperanzas. Son indios peregrinos que parecen haber perdido el centro del mundo.

Hablamos de un norte mestizo, con sangre andina y española. Nuestro ADN está compuesto por el cruce siempre eterno de las sangres. De este mestizaje hay que hablar e integrar. Los excluidos (el indio y el pobre, que a veces son los mismos) o el rico, son mestizos, igualmente.

La geografía tiene razones que hace engordar la distancia. La conexión de nuestros respectivos nortes, se ve inhibida por la ausencia de una política de transporte que los liguen más allá de nuestros deseos. No tenemos la conciencia de pertenecer a un mismo norte ya que nuestra escuela nos enseñó a olvidar la raíz común. Si poco o nada sabemos de nuestro propio norte andino, del de Argentina, lisa y llanamente no sabemos nada. Y viceversa. Buenos Aires y Santiago están más hermanados en su idea del centralismo, que nuestros nortes, en sus regionalismos.

La cultura, en tanto, creación del hombre que puede o no materializarse en una mercancía, en cualquiera de sus manifestaciones, ha tenido la gracia de no respetar fronteras, y de paso convertir al mundo en lo que es: abierto. La pintura, la música, el teatro, la literatura, entre otras nos ofrecen el milagro permanente de conectarnos a la belleza. Esta es soberana en el más amplio sentido de la palabra.

En un mundo cada vez más globalizado, en que el arte parece ser de consumo privado, conviene plantearse la cultura como un bien público, libre de las ataduras geopolíticas y de nostalgias por la seguridad nacional.

Nuestros nortes tatuados por el lápiz de los aymaras; de allá y de acá, armaron el camino que los campesinos, de allá y de acá, transitan en su silencio de “honda quebrada”.

El puente de plata entre nuestros nortes, pasa por el arraigo y sobre éste mirar al mundo, con los pies en la tierra. Una vez más el maestro, a quien le debo conocer en parte ese otro norte, con voz certera y lealtad al terruño exclama: “Más de alguna ocasión/ he tratado de hacerme perdiz/ para ser feliz/ en un pago lejano/ pero en verdad paisano/ me gusta el aire de aquí…”.

Fuente:
Noa-Norte Grande.
Crónica de dos regiones integradas.
Embajada de Chile en Argentina.
​Santiago, 1999.pp 184-186

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