Los primeros españoles que se radican en esta región son los empleados y sirvientes del encomendero Lucas Martínez Vegaso, quienes se instalan específicamente en la aldea de Tarapacá Viejo, hacia 1541, confirmando la jerarquía de sede político-administrativa que tuvo desde tiempos prehispánicos y que seguirá teniendo hasta la república peruana. La avanzada encomendera funciona en directa relación al cobro del tributo indígena y a la supervisión de las Minas de Tarapacá (Huantajaya) (1).
Hay que decir, sin embargo, que conforme a disposiciones superiores que les prohibían alojarse en una localidad con categoría de “pueblo de indios”, esos hispanos establecen su residencia al otro lado del río, en una construcción incaica ancestralmente denominada Tambo y que estaba asociada al Camino del Inca de los Llanos que tras pasar por Tarapacá continuaba al Norte por la cuesta Arica.
En el contexto del adoctrinamiento indígena, no está claro en qué momento el encomendero procede a crear una infraestructura religiosa, en cumplimiento de su obligación normativamente establecida con respecto a la población indígena: “los doctrinaréis en las cosas de nuestra fe católica y les hagáis todo buen tratamiento”. (2)
Nuestra percepción es que pudo haber sido en 1543, cuando según un documento Lucas Martínez Vegaso construye un molino en Guaylacana (valle de Lluta) y una capilla, la que pensamos podría corresponder a Tarapacá Viejo (3), toda vez que Tarapacá tenía mayor población que Arica y, sobre todo, su importante vínculo con el mineral de plata.
Para 1553, otro documento consigna que Tarapacá ya es un curato, con clérigo residente y que debe atender cuatro pueblos, su asiento oficial y también a Mocha, Huaviña y Camiña (4). Discurrimos lógica mediante que estos antecedentes ameritan la existencia de un templo. También sabemos que el cura de Tarapacá sirvió asimismo a Pica hasta 1559, fecha en que el oasis y su entorno pasaron a formar parte de la encomienda.
En adelante, disponemos sólo de datos fragmentarios y discontinuos: hacia 1561 el curato es servido por los doctrineros Alonso Maldonado y luego por Hernando Abrego, ambos contratado por el encomendero (5). Pero, al instituirse el Corregimiento de Arica con el Tenientazgo de Tarapacá, el curato comprende las localidades de Huaviña la Alta, Guaviña la Baja; Lausana y Pica), el cura de Tarapacá ya no depende del encomendero, sino del obispado del Cuzco (no existe todavía el de Arequipa).
San Lorenzo de Tarapacá
De aquí saltamos a 1578, un verdadero hito, ya que el pueblo de Tarapacá es puesto bajo la advocación de San Lorenzo (6) y se marca el inicio de su devoción patronal, puesto que por entonces o poco después debe haber ocurrido la entronización de la primera imagen, siendo de destacar que el referente físico del patrono deberá padecer un correlato de peripecias, principalmente por los terremotos, sismos de alta energía e incendios. Por otra parte, el cura de Tarapacá pasa a ser el vicario (delegado) del obispo.
Un antecedente menor, pero que habla de la extensión del culto lorencino, es que en 1681 en el templo de Iquique existe una imagen de San Lorenzo (7).
Lorenzo fue un español nacido en Huesca y que a la edad de 33 años servía en Roma como diácono personal del Papa Sixto II. Desempeñaba además responsabilidades como económo y encargado de asistir a los pobres. En el año 258, el alcalde romano lo condenó a ser quemado vivo sobre una parrilla.
La crónica regional refiere que el español piqueño Juan Agustín Basilio de la Fuente, “vecino principal y muy acaudalado” fue “benefactor de la iglesia de San Lorenzo de Tarapacá” (8). No se consigna fecha, pero guiándonos por los datos biográficos del personaje, se nos ocurre que eso puede haber sido alrededor de 1700 y que se trató de obras de cierta envergadura. Por entonces, el sínodo (emolumentos) del párroco era notablemente alto (700 pesos), superior al de Arica, lo que la convertía en una codiciada doctrina.
Y asistimos al primer trance adverso que sufre San Lorenzo. Aparte del abandono parcial del pueblo hacia la mitad del siglo 17, por razones desconocidas, en 1717 sobreviene un fenómeno natural que determina el final de Tarapacá Viejo. En efecto, una epidemia de tabardillo, infección por picadura de insectos, obliga a trasladar; es decir, reconstruir el pueblo (y el templo) en la margen opuesta del río, la Norte. Se trataba de una emergencia sanitaria originada en 1713 en Ilo y que en el Sur del Perú duró hasta 1721. Según el sacerdote-cronista, nacido en Pica y que llegó a ser canónigo arcediano de la Catedral de Arequipa, Francisco Javier Echeverría y Morales, “en la aldea de Tarapacá el estrago fue tan grande que se decidió trasladarla de la banda sur a la del norte” (9). Surge el Tarapacá español.
De acuerdo a una leyenda colonial temprana, catalogada en la categoría de imágenes religiosas itinerantes, el inquieto San Lorenzo aparecía todas las mañanas al otro lado del río. Lo traían de vuelta a Tarapacá Viejo, pero la voluntad del patrono persistía una y otra vez. ¿Resultado? Hubo que levantarle un templo, con el consecutivo traslado del pueblo a ese preciso sector de la quebrada.
Esta es la primera manifestación de atributo animista (dotar de vida a un objeto) hacia la imagen en San Lorenzo, fenómeno que irá cobrando dimensión con los tiempos.
Se plantea una segunda causa del abandono y traslado de la población tarapaqueña: un descomunal aluvión (10). Particularmente, pensamos que este fenómeno tuvo mayor amplitud geográfica y que debe haber sucedido en 1718, cuando las sementeras de Pica y Matilla fueron arrasadas por una avenida de grandes proporciones (11).
Ese mismo año de 1717 comienzan las obras de la nueva iglesia, la que es inaugurada en 1720 (12). Así lo confirma la inscripción que puede observarse en la portada.
Violencia telúrica y fuego
La historia señala que el terremoto de 1746 ha sido uno de los peores cataclismos registrados en el antiguo Sur del Perú, por lo que creemos que debió afectar al templo tarapaqueño. Lo cierto es que antes de emprender la reconstrucción en 1760, había quedado en pie un solo muro de la única nave, muro que se aprovechó como medianero para incorporar una segunda nave, de manera que a esta pared central se le abrieron dos arcos para darle continuidad al conjunto arquitectónico. Como lección del último sísmico, se dispusieron muros perimétricos de 1 metro y 60 centímetros. La techumbre, originalmente diseñada a dos aguas, se reemplazó por otra de doble mojinete y su cubierta fue hecha de madera con una capa de argamasa de tierra con paja (13).
Y así se entendería que en 1769 existe un nuevo templo, atribuido al rico empresario viñatero y minero de Huantajaya, José Basilio de la Fuente, quien en 1742 había donado una campana. Según Patricio Advis, esta reconstrucción se inició en 1760 y siguiendo las líneas de la infraestructura anterior. Se trataría de una ampliación, pues se le dotó de una segunda nave, un presbiterio, una sacristía, un velatorio, y la torre-campanario externo. Al parecer, de la Fuente habría donado también el retablo de la Ultima Cena. E incluso una imagen patronal.
Conforme a una tradición bastante verosímil, durante la gestión (1792-1803) del párroco Martín Norberto Zelayeta se incorpora otra imagen de San Lorenzo. ¿Qué pasó con la anterior? Incógnita.
Con toda seguridad, la atribuida a Zelayeta es la misma que describe en 1804 el sacerdote piqueño, a la sazón arcediano de la Catedral de Arequipa, Francisco Javier Morales y Echeverría:
“Una imagen de poco más de un metro de alto, imberbe, arrogante y muy milagrosa” . Y agrega que “está adornada de más de 2.000 marcos de plata” (14).
Estamos en el umbral del siglo 19, una centuria de profusa actividad telúrica y entonces cabe preguntarnos lo que pudo haber ocurrido con el templo y la imagen de San Lorenzo a propósito de la seguidilla de violentos sismos: 1815, 1830, 1833, 1868 y 1877, que remecieron y dañaron la infraestructura de refuerzo realizada en 1760, como la construcción de muros de 1 metro y 70 centímetros de espesor. El peor de todos fue el del 13 de agosto de 1868. Al respecto, está el testimonio del párroco Ossio:
“El templo de esta ciudad muy averiado en estado de no poder celebrarse el Santo Sacrificio si no es en el pie de la cuesta de Arica bajo de toldería” (15).
El sacerdote no hace referencia alguna a la imagen patronal, por lo que puede deducirse que resultó indemne.
Posteriormente, en el transcurso de siete años estallan dos incendios. Uno, sin antecedentes, que habría ocurrido en 1879, año en que se referencia la confección tanto de una imagen patronal como del retablo Ultima Cena por parte del artista español residente José María Arias, quien huyó hacia el Norte al sobrevenir la Guerra del Pacífico.
Mayores datos hay del incendio de 1887. En esta oportunidad, se realizaba en el templo tarapaqueño el velorio de dos jóvenes de la Oficina Progreso. Los cirios proyectaron sus lenguas a los crespones y se desató una hoguera que dejó el templo reducido a una nave. De la imagen de San Lorenzo, trascendió que debió ser sometida a reparaciones, de manera que logró sobrevivir hasta el siglo siguiente.
Antes del cambio de siglo, está el episodio de la Guerra del Pacífico que obliga a suspender la festividad lorencina.
Prisionero de guerra
En octubre de 1883, al parecer, apenas firmado el Tratado de Ancón (que determinaba que la provincia de Tarapacá quedaba incorporada a la soberanía de Chile), al mayordomo y al fabriquero de la iglesia de San Lorenzo se les ocurrió sacar cuatro imágenes y llevarlas a algún lugar de más al interior, donde pudiesen estar protegidas de alguna eventual intentona de los chilenos, tarea que encargaron a unos arrieros. Por entonces la celebración de San Lorenzo se encontraba suspendida.
Ese preciso día, un escuadrón chileno al mando del comandante Exequiel Fuentes efectuaba una exploración en busca de unos montoneros bolivianos que operaban en el curso superior de la quebrada. Al doblar por una cuesta del Alto de Sipiza, toparon con cuatro arrieros, que despertaron sospechas por transportar unos bultos envueltos en frazadas.
Hecho el allanamiento, aparecieron las imágenes de San Lorenzo; de la Virgen Candelaria, patrona del valle; de San Manuel y de San Antonio. Consultados si sabían dónde estaban escondidas las armas de los montoneros, los arrieros no supieron ni abrir la boca, lo que infundió mayores sospechas. Entonces el comandante recurrió a la siguiente estratagema. Sacando su sable, amenazó:
“¡Si no me dicen dónde están las armas, les corto las cabezas a los santos!”.
A los atribulados indígenas se les soltó espontáneamente la lengua y se ofrecieron para conducir a los militares chilenos hasta el lugar donde se ocultaba el armamento de los montoneros. El comandante Fuentes tomó a uno de los arrieros como guía con el fin de dirigirse a verificar la confesión mencionada, al mismo tiempo que dispuso que un grupo de sus soldados oficiara como escolta de las imágenes, ordenando que fueran depositadas en el templo y que éste permaneciera cerrado. Y así fue como San Lorenzo debió retornar a su claustro como prisionero de guerra y a seguir esperando mejores tiempos para que el templo fuera reabierto y se reanudara su tradicional festividad de agosto.
Desaparición y secuestro
El 3 de enero de 1903, temprano por la mañana, las campanas de la iglesia comenzaron a doblar, lo que motivó la concurrencia de quienes estaban en sus casas y en las chacras más próximas y se preguntaban intrigados qué había pasado.
La imagen de San Lorenzo había desaparecido del templo. Lo primero fue exclamar: ¿quién se habrá permitido ese permitido tamaño sacrilegio y por qué?
Seguidamente vinieron las conjeturas:
-“San Lorenzo va camino al Perú, porque no soporta seguir en esta tierra invadida por los chilenos”.
-“El patrono se marchó disgustado porque no le pasaban sus fiestas como es debido”
-“Tal vez se enojó porque ya ha pasado demasiado tiempo sin que le arreglen su templo”.
A la hora de las averiguaciones se estableció que la imagen fue sacada por un grupo de celosos devotos para evitar que fuera prestada a una oficina salitrera. Un caso con entretelones.
El año anterior, de la Oficina Constancia (vecina de Huara) vinieron a solicitar la imagen para solemnizar una fiesta. Pero cuando el mayordomo y cuidadores llegaron a dicha oficina transportando el santo en un vehículo, les informaron que la celebración se había suspendido. Más que chasco, humillación.
Al año siguiente, 1903, los de Constancia manifestaron nuevamente su intención de conseguir la imagen, pero sospechando que los tarapaqueños se la negarían, optaron por ir a pedir autorización al obispo de Iquique. Sabedores de la triquiñuela, un grupo de devotos que no olvidaban el desaire ideó la estratagema de sustraer la imagen y esconderla.
Esperaron ansiosos la llegada de los de Constancia con la orden del obispado, pero éstos no aparecieron ¿Razón? La familia Desvescovi, propietaria de la oficina, estaba de duelo y la fiesta debió suspenderse de nuevo.
Los héroes tarapaqueños quedaron otra vez humillados. Para no hacer hacer el ridículo, debieron esperar un tiempo prudencial antes de devolver, y con todo sigilo, la imagen al templo (16).
Tres imágenes por falta de una
Y llegamos al año 1955, en que acontece el terrible incendio del día 6 de diciembre, en que temprano por la mañana llega a Tarapacá un camión del que desciende una pareja que solicita las llaves del templo para cumplir una manda consistente en depositar unos cirios a San Lorenzo. Transcurrido un tiempo prolongado, a la persona encargada de las llaves se le ocurre dirigirse a la iglesia, pero apenas sale de su casa se percata que del templo de San Lorenzo se desprende llamas y humo.
El siniestro redujo a cenizas las imágenes del patrono y de la Ultima Cena.
El hecho de que la pareja foránea no haya hecho devolución de las llaves, hizo pensar en un incendio provocado. Como confirmando esta sospecha, algunos sugirieron que los foráneos tuvieron la intención de apoderarse de una plataforma de plata de Huantajaya sobre la que descansaba la imagen patronal.
Consciente de la destrucción de esta última, el obispo de Iquique asume la tarea de reponer a San Lorenzo y faltando meses para el 10 de agosto de 1956 hace entrega de la obra. Sin embargo, a la comunidad tarapaqueña no le pareció adecuada y la rechazó.
“Como no había quién hiciera a San Lorenzo, habían pasado uno o dos años sin la fiesta de San Lorenzo: no había santo acá en el pueblo” , relata una vecina tarapaqueña(17)
Entonces se aprueba la idea de reemplazarla por otra que encarga al vecino de Huarasiña, Apolinario Relos, quien realiza una representación que a la gente de su pueblo le encantó tanto que decidieron dejarla para sí; es decir, incumplir el contrato con los tarapaqueños. Como subterfugio, plantearon que al artífice no se le habían provisto algunos de los recursos comprometidos.
Los dolidos tarapaqueños acometen un segundo intento: encomiendan a José Prudencio Patiño Morales tallar un actual imagen de San Lorenzo que es la actual (18).
Frente a estas contingencias, nos permitimos decir que la obra de Patiño es la que menos se parece a la que resultó incinerada en 1995, ya que la donada por el Obispado de Iquique e, incluso, la imagen que mandaron modelar los tarapaqueños expulsados en tiempos de la Chilenización y que se radicaron en Callao, tiene mayor proximidad fisonómica con aquella de traza colonial.
Procede considerar que desde el punto de vista oficial de la imaginería católica, en la representación física de San Lorenzo deben figurar la rama de palma, símbolo de los mártires; el libro de los evangelios y/o también la parrilla sacrificial. Asimismo, por su juventud, no lleva barba. Tanto en la imagen incinerada en 1955, como en la que obsequió el Obispado de Iquique y en la que elaboró Apolinario Relos, el santo porta la palma en la mano derecha y el libro en la izquierda; mientras que en la de los tarapaqueños del Callao en la mano derecha porta una parrilla, al igual que el San Lorenzo de Arequipa, señal de que fue confeccionada en esta ciudad.
Últimos castigos: sismos y atentados
La tranquilidad del patrono es perturbada por eventos sísmicos en 1976 y 1987 que dañan notablemente su casa. Así, en 1988 el Obispado de Iquique suscribe un convenio de cooperación con el Instituto de Investigaciones Arqueológicas de la Universidad de Antofagasta, en virtud del cual se emprende un proyecto de consolidación estructural, restauración de la capilla, techumbre, altares y velatorio. Trabajo que queda terminado en 2003 (19).
Entrando al presente siglo, no terminan las desventuras para el patrono tarapaqueño y su iglesia colonial, porque el terremoto del 13 de junio de 2005 provocó enormes estropicios al templo y obligó a efectuar nuevas obras de consolidación estructural. San Lorenzo sufrió apenas la pérdida de un dedo de la mano derecha. Pintoresco en que en la Ultima Cena sólo resultó destruido Judas Iscariote, lo que fue interpretado como un castigo por traidor.
Demostrando su resiliencia, la imagen patronal registró percances menores y hasta logró ser recuperada del incendio ocurrido en septiembre de 2012 y también sobreponerse al atentado que le afectó en mayo de 2018, ocasión en que le arrancaron casi todos los dedos de una mano y le infirieron daños en el rostro.
Braulio Olavarría Olmedo
Referencias bibliográficas:
1. Efraín Trelles Arestegui: Lucas Martínez Vegaso: funcionamiento de una encomienda inicial. Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo Editorial, 1982.
2. Provisión de encomienda a Lucas Martínez Vegaso. El Cuzco, 22 de enero de 1540.
3. Efraín Trelles: obra citada, página 52.
4. Real Cédula de Alinderamiento, de 11 de febrero de 1553. Citada por Rómulo Cuneo Vidal en Historia de la fundación de la ciudad de San Marcos de Arica, página 135. Volumen IX de Obras Completas. Impreso en el Perú por Gráfica Morsom S.A., Lima, 1977
5. Luis Miguel Glave y Alberto Díaz Araya: Buscando al encomendero. Lucas Martínez Vegaso, la administración de la justicia y las redes del poder colonial. Tarapacá, siglo XVI, página 161. Estudios Atacameños, Arqueología y Antropología Surandinas, junio de 2019.
6. Archivo de Indias 72.12. Citado por Víctor Manuel Barriga en Arequipa y sus blasones, página 75. 1940.
7. Libro de Inventarios de la Parroquia de San Lorenzo de Tarapacá y anexos, 1664-1732 (fojas 63 r-63 v). Archivo del Obispado de Iquique. Citado por Horacio Larraín Barros y Víctor Bugueño en La Isla del Guano de Iquique descrita por bucaneros ingleses a fines del siglo XVI, Apéndice documental, página 140.
8. Manuel Bustamante de la Fuente: Mis ascendientes. Citado por José Alflorino Torres en Familias fundadoras de Pica y Matilla, Parte II, página 150.
9. Francisco Javier Echeverría y Morales: Memoria de la Santa Iglesia de Arequipa.1804
10. Freddy Taberna: Los Andes y el altiplano de Tarapacá. Centro de Documentación Regional del Departamento de Ciencias Sociales N° 1, Universidad de Chile, Iquique, 1971.
11. Oscar Bermúdez Miral: El oasis de Pica y sus anexos, página 123. Ediciones Universidad de Tarapacá, 1973.
12. Patricio Advis: La iglesia colonial de San Antonio de Matilla, página 44. Instituto para el Estudio de la Cultura y Tecnología Andina (IECTA), Casa Yupanqui, 1995.
13. La iglesia y el campanario del pueblo de San Lorenzo de Tarapacá. Consejo de Monumentos Nacionales.
14. Francisco Javier Echeverría y Morales: Memoria de la Santa Iglesia de Arequipa.
15. Leonel Lamagdelaine Velasco y Liliana Orrico Carrasco: “Recopilación de documentos para la historia de Tarapacá”. 1994
15. Luis Urzúa Urzúa: Arica Puerta Nueva. Editorial Andrés Bello, 1969.
16. Diario El Tarapacá, enero de 1903.
17. Lorenzo Cortés, citado por María Loreto Castro Navarrete en Manifestación del mestizaje en San Lorenzo de Tarapacá, página 89. Tesis para optar al grado académico de licenciada en Antropología y al título de antropóloga social. Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Santiago, marzo de 2007.
18. Criss Salazar: La increíble y pintoresca historia de la venerada imagen de San Lorenzo de Tarapacá, 22 de marzo de 2022.
19. Iglesia y campanario del pueblo de Tarapacá. Consejo de Monumentos Nacionales.