Huara: un cerro y un nombre difuminados  

(Disculpando la irreverencia:) En el principio era el cerro y el cerro dominaba el paisaje circundante como entidad tutelar y animadora de vida. Por cierto, ese cerro tenía nombre. Un nombre expansivo y convocante: Huara.

Pero desde fines del siglo 19 hasta hoy, su identidad se ha ido desperfilando hasta la nada, quedando minimizado en la imagen fáctica de un cerro oscuro, de no mucha altura, claveteado de antenas de aleatoria significación. No habiendo nadie ni nada que lo reivindicara, diríase que por fin encontraron que servía para algo…

En tiempos míticos, el cerro Huara constituía un denominador  geográfico y un inspirador cultural, puesto que en su toponimia se expresan simbólicamente marcas identitarias propias del proceso de construcción de ese lugar, un espacio al que un grupo de época inmemorial dotó de carga simbólica y afectiva.

Desde el punto de vista geomorfológico, puede catalogársele como cerro isla y también como cerro testigo, ya que fue modelado por la erosión, quedando segregado y sobresaliendo en una superficie plana. Incluso, por su forma y color, tiene visos de relicto (remanente) volcánico.

Cerro Huara fue el corazón de un paisaje nombrado y construido en torno a su mole. Se impone, por ende, la necesidad de rememorar su trasfondo cosmovisionario y, sobre todo, revitalizar su legado toponímico.

          Una huaca que brama y retumba

Hasta la primeras décadas del siglo 19, ningún nativo tarapaqueño pasaba junto o cerca del Cerro Huara sin recordar que era “un cerro que brama y retumba” (Bollaert 1851:104). Al mismo tiempo, se le reputaba como montaña musical y sus manifestaciones sonoras  eran mayormente perceptibles en horas del amanecer (Bollaert 1860:161).

De partida, este fenómeno acústico asociado a trasuntos vernaculares pareciera indicar que en el subsuelo del Cerro Huara se producía un fenómeno similar al que Antonio O’Brien percibió en Calera (Caliri: pedregal): “los cerros que forman esta quebrada braman muy a menudo, al modo que la mar, cuando se oye su reventazón de lejos” (Hidalgo 2004:33).

Lo que corroboró en 1883 el Subdelegado de Pica, Ambrosio Valdés Carrera, al ponderar la incidencia de corrientes subterráneas en Calera: “pues se siente el ruido del agua que corre bajo la tierra, al parecer en mucha abundancia” (Bermúdez 1973:75). Dato propicio: era un fenómeno que solamente se  manifestaba en ciclos remotos de flujo y caudal intensos.   

Con respecto a este mismo paraje, el ruido en comento podría obedecer al descenso subterráneo de las aguas altiplánicas a la Pampa del Tamarugal (Billinghurst 1893:151) y a que Calera es un lugar inmediatamente vecino al tremebundo cerro Longacho, venerado hoy en día por la Comunidad Quechua de Pica.

Como para conjeturar que tales corrientes subterráneas sonoras corresponderían a un desnivel del subsuelo que forma una especie de pequeña cascada que cae y choca con el fondo, para luego atragantarse al filtrar por una especie de túnel. No de otra manera, conjeturamos, podría entenderse tamaña sonajera.

Igual explicación concierne a los ruidos que hasta el siglo pasado percibían los arrieros en las inmediaciones del Cerro Unita, al punto que se dio en llamarle “Cerro El Toro”, ya que los sonidos semejaban mugidos.

Al parecer, este evento se focalizaba en un montículo vecino por el lado norte, de no más de 20 metros de alto, cuya geoforma “responde evidentemente a una cumbre relictual de antiguas formaciones que quedaron sepultadas bajo el relleno aluvial cuaternario de la cuenca intermedia que hoy conforma la pampa del Tamarugal” (Reyes y Sandoval 2020). Y otro tanto cabe agregar con respecto al cerro Matacollo, de Mocha.

Pero, volvamos al Cerro Huara. En Pampa Iluga confluyen subterráneamente las aguas provenientes de las quebradas de Aroma, Seca, Tarapacá y Quipisca (Sánchez 1974:100). Emisiones que nutrían probablemente los desaparecidos pozos que emanaban en Pampa Iluga, como Ramírez, Rosario, San Antonio, de Castro, Valparaíso, Rosario, Puntilla y San Martín, los que figuran en mapas de diferente época y no sabemos si su número se ajusta exactamente a las denominaciones anotadas o si algunos de ellos sufrieron sucesivas modificaciones y recambios de nombre.

Los atributos animistas asociados al Cerro Huara sintonizan con el imaginario de los indígenas en el siglo 19, como señala Bollaert. Sin embargo, antes que temor, tendemos a pensar que era más bien su reacción frente a una resonancia ancestral que demandaba veneración y pleitesía. 

Oportuno es señalar que por el Cerro Huara cruzaba asimismo una ruta longitudinal vertebrada por cerros-geoglifos señalizadores de aguadas (Díaz y Moncada 1999:104), rasgo que parece vincular necesariamente al Cerro Huara con el camino real incaico denominado Calaumañan, que pasaba por su flanco sur y cuyo nombre denota así mismo la existencia de un acuífero. Desde el Cerro Huara salía un sendero en dirección al Unita (L. Núñez 1976:160).

En clave mítica, el hecho de “bramar” y “retumbar” es una forma de comunicar y, por ende, sinónimo de hablar, razón más que suficiente para presumir que dentro del Cerro Huara vibraba esa energía almacenada que es efusión sensible de poder y resume la sacralidad de una huaca. No sería exagerado suponer que el apelativo de la huaca fuera precisamente Huara.

                    ¿Qué significa Huara?

Ha sido usual identificar Huara (o Wara) con la voz aymara que quiere decir estrella. Nosotros preferimos optar por dos locuciones alternativas contenidas en los vocablos andinos que se indican: 

1. Chuquihuara, que se compone de chuqui (oro) y huara, campamento; es decir, “campamento de oro» (Fellman 1986:6). Lo que encontraría sentido en la eventualidad de que hubiese existido allí un asentamiento vinculado a las Minas de Tarapaca. No está de más recordar que Antonio O’Brien detectó escorias de fundición por huayras en Pampa Iluga (llamada también Pampa Huara).

2. Putihuara: “mina recia de labrar”: del aymara puti, cosa enojada; y huaramina (Llanos 1619: 65). En este caso, se nos antoja que Huara podría calzar con la modalidad de denominar determinados puntos del Camino del Inca de los Llanos anticipando el nombre de una localidad de importancia situada más adelante. Ejemplos: la cuesta que remontaba el faldeo Norte de la quebrada de Tarapacá se llama Arica. Asimismo, el pueblo nuevo de Ticnámar (en la actual provincia de Parinacota, comuna de Putre) fue construido sobre una planicie conocida como Tacna y por ella transitaba el referido camino incaico que tocaba esta localidad. 

En tal perspectiva, el Cerro Huara habría señalizado la proximidad de las minas de Huantajaya y no sólo con su apelativo, sino también con el mensaje del geoglifo que se hallaba inscrito en su faldeo oriente. Hasta mediados del siglo pasado podían apreciarse vestigios suyos visibles desde la carretera (L. Núñez 1976:160); sin embargo, no fueron protegidos ni mucho menos restaurados oportunamente. En un nivel de acepciones secundarias, el aymara confiere al términowara el significado de “calor” (Van Kessel y Cutipa 1998:39). 

Rastreando vocablos similares, hemos topado con el apellido Pachaguara, registrado en 1581 en Mocha; en tanto que en un mapa figura el cerro Huarayapu, en el nacimiento de la quebrada de Pillani, al norte del Cerro Alantaya y al sur-este del pueblo de Coscaya. Y no podemos omitir el más cercano: Huarasiña. Ignoramos qué aporta aquí el radical siña; si es que no haya sido originalmente chiña). Igualmente, existió en la precordillera tarapaqueña, por lo menos hasta 1666, un ayllu de nombre Bimaguara o Wimawara (Cuneo 1977:481).

Y otro más lejano: trasponiendo la frontera está la homónima aldea boliviana de Huara. 

Tal como manifestamos, es más que lamentable que un cerro de tamaña relevancia haya sido invisibilizado en textos y mapas, suplantándolo -por ejemplo- con la denominación “Cerro Ramírez”, seguramente por algún afuerino despistado que se pauteó por la contigüidad con la oficina salitrera del mismo nombre. Otros desatinos:

En el Boletín de la Guerra del Pacífico, se señala que el camino de Iquique a Tarapacá pasa por la Oficina y “Cerro Ramírez” (Boletín 1879:102). Irónicamente, se trata del tantas veces mentado camino de Calaumañan, que jalonaba el flanco sur del Cerro Huara.

También está aquello de las “pequeñas lomas de Ramírez y La Peña”, según escribió Guillermo Billinghurt en 1886, forma replicada cuatro años después (Riso Patrón 1890:132).

                    Un esbozo histórico

Ojos que no ven, corazón que no siente. En términos de difusión general y referencias turísticas, a Huara se le concibe meramente como punto de partida a destinos como el Cerro Unita o la quebrada de Tarapacá y su rosario de pueblos de tierra adentro. A pesar de ser sede municipal, es una población casi anodina, pretendidamente sin raíces por ser un pueblo nuevo, surgido casi por generación espontánea con posterioridad a la Guerra del Pacífico. Bueno, esto de acuerdo a lo que se cree y se dice. 

A despecho de gazapos, aunque población comparativamente joven, no carece de pasado histórico, en particular por haber sido el más importante de todos  los pueblos salitreros de la antigua provincia de Tarapacá. (Y, perdonando la autorreferencia, es la localidad interior de nuestro mayor afecto).

La extensión de la línea férrea y la consecutiva habilitación de un terminal del ferrocarril salitrero, impulsaron  poderosamente el desarrollo de Huara. Elocuente y entrañable ícono de ese período es el edificio de la Estación, declarada Monumento Histórico en 1991.

Huara tuvo oficinas de Correo y Telégrafo, Registro Civil, escuela primaria; varios teatros, encabezados por el Teatro Principal. Célebres establecimientos comerciales, como la patrimonial Farmacia y Droguería Libertad, diarios, periódicos. Tiendas, almacenes, tambos, hoteles, restaurantes, cocinerías, numerosas cantinas, pero ninguna tan bizarra como la de la “María Bigote”, una mujer guapa en todos los  sentidos: atractiva y buena para los combos; no pocas botillerías y los infaltables prostíbulos.

Apartado del mundanal ruido, permanece el vasto cementerio, donde además de pobladores huarinos, fueron depositados los restos de obreros víctimas de las matanzas de La Coruña, Marussia, Ramírez y del mismo Huara. Están en una fosa común. Y es más que probable que en otra fosa o simplemente en una improvisada zanja tapada a la carrera, haya sido sepultada parte de los más 300 muertos que dejó la fratricida Batalla de Huara entre fuerzas balmacedistas y revolucionarias, el 17 de febrero de 1891.

Y como sereno extramuro, un tanto distante y proyectada hacia las primeras estribaciones de la vertiente oriental de la serranía costera, se alza la Iglesia Santísimo Redentor, que tutela a la población y decora la pampa con su graciosa silueta, augurando un futuro de renovadas esperanzas.

Huara llegó a tener un máximo de 7 mil habitantes: peruanos, bolivianos, chilenos, aymaras, quechuas, ingleses, alemanes, españoles, entre otros; y cobijó apellidos que trazaron connotación familiar, buen número de ellos de inmigrantes venidos de otros continentes y que se chilenizaron forjados en el crisol del tesón pampino: los croatas Lonza, Papic y Bezmalinovic; los italianos Zanelli (en Iquique desde 1874), Lancini; los chinos Man Vo Tong (en Iquique desde 1869),   Hum, Wun, Chong, Tay, etcétera, entre muchos otros. 

Huara fue lastimosamente maltratado por el terremoto del 13 de junio del año 2005, que derribó gran parte de las viviendas sobrevivientes de épocas mejores. Aunque arruinadas y apuntaladas como alegoría de la resiliencia, constituían lo que se denomina patrimonio arquitectónico modesto.  Pero todavía quedan algunas, desafiando porfiadamente al tiempo y sus avatares. Y también subsisten paramentos de fachadas, así como desnudas paredes de adobe o de pirca.

                        Nebulosos orígenes

Escribiendo en 1886, dice Guillermo Billinghurst que recién ha comenzado la explotación de los ricos terrenos salitrales de Huara; o sea, el pueblo sería de creación algo posterior. Pero hay antecedentes de que en 1880 ya funciona la Oficina Santa Rosa, de propiedad de Juan Vernal y Castro. Antes de ésta, y un su entorno, ya se habían construidos las oficinas Valparaíso (1872-1874) y Constancia en 1876.

Sin embargo, otras fuentes atestiguan que como población tiene data previa, puesto que en el mapa de 1879 del geógrafo Alejandro Bertrand se consignan tanto al Cerro Huara como al pueblo de Huara. Y en 1880, Francisco Riso Patrón manifiesta que es un “pueblo nuevo, a orillas de la línea  férrea y donde se ha formado una población vecina a la estación de ferrocarril” (Riso Patrón 1890:54).

Y es como para ponerse de pie que tras la Guerra del Pacífico las autoridades chilenas hayan mantenido el topónimo aymara para signar la nueva población y que las compañías salitreras lo hayan incorporado como complemento en la denominación de las oficinas: Rosario de Huara, a 3, 5 kilómetros del pueblo; Santa Rosa de Huara (1880) y Puntilla de Huara (1896) a 2 kilómetros. Un virtual caso de ecología patronímica.

A todo esto, hay un antecedente que viene a desordenar aún más el esquema, ya que alude a Huara en fecha todavía más temprana: el 4 de septiembre de 1866 nació allí Rosa Capetillo Bermúdez, hija del agricultor José Capetillo, nacido en Pica en 1835;  y de Estefanía Bermúdez, también piqueña (Torres 2017: I-340). 

Por aquel entonces ni pensar que hubiese una oficina de Registro Civil en ese proto-Huara asimilable a unas cuantas chozas, un casucherío. El dato lo conocemos porque quedó asentado en la parroquia de Pica, en la partida de matrimonio de Rosalía, en el año 1901 (Torres 2017:I-340).

Nos preguntamos qué hacía en Huara en 1866 el matrimonio Capetillo-Bermúdez, ya que la familia nunca perdió su arraigo con el oasis. Su hija mayor, Camila, había nacido en 1861 en Pica, donde poseyó una chacra en el sector Resbaladero, pero paralelamente registra relación con Huara como propietaria de una vivienda. Y la propia Rosalía aparece después como dueña de una propiedad agrícola, con sitio y casa, en el sector Miraflores del oasis.  

Es posible que en esta interrelación de la familia Capetillo con Huara, podamos considerar además a Manuel Capetillo Mollo (quizás hermano de José), nacido en Pica en 1833 y fallecido en la Oficina Rosario de Huara en 1904 (Torres 2017:I-340).   

¿Qué motivó esa permanencia de los Capetillo-Bermúdez, marcada incluso por un nacimiento (lo que implicaba asistencia de parto), omitiendo trasladarse al efecto a Pica o a Iquique?

Difícil imaginarlos en un ensayo de cultivo agrícola. Y en la eventualidad de haber existido entonces una parada salitrera, no calza tampoco con su calidad de agricultores. Vaya uno a saber. Todo un enigma.

Braulio Olavarría Olmedo

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Billinghurst, Guillermo: La irrigación en Tarapacá. Santiago de Chile, Imprenta y Librería Ercilla, calle de la Bandera 214. 1893.

Boletín de la Guerra del Pacífico. Año I, N°6, mayo 21 de 1879. Santiago de Chile.

Bollaert, William: of Atacama. The Journal of the Royal Geographical Society of London, Vol. 21 (1851). Published by: Wiley on behalf of The Royal Geographical Society (with the Institute of British Geographers). https://www.jstor.org/stable/1798186

Bollaert, William: Antiquarian. Ethnological and other researches in  New Grenada, Equador, Peru and Chile, with observations of the pre-incarial, incarial, and other monuments of  peruvian nations. Turner, London. 1860.  http://libros.uchile.cl/files/presses/1/monographs/770/submission/proof/7/index.html#zoom=z

Cuneo Vidal, Rómulo: Historia de la Civilización Peruana. Historia de los Cacicazgos hereditarios del Sur del Perú. Página 481. Impreso en el Perú por Gráfica Morsom S.A. 1977.  

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Fellman Velarde, José: Historia de la cultura boliviana: Fundamentos socio-políticos. Universidad Mayor de San Andrés, Bolivia. 1986. https://es.scribd.com/doc/74528108/Fellman-Velarde-Jose-Historia-de-La-Cultura-Boliviana-Fundamentos-Socio-politicos. Universidad Mayor de San Andrés, Bolivia.

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Núñez, Lautaro: Geoglifos y tráfico de caravanas en el desierto chileno. En: Homenaje al Dr. Gustavo Le Paige, S.J. Universidad del Norte-Chile. 1976.

Pérez Reyes, Luis y Cecilia Sandoval Tripailaf: Daños al Cerro Unita: Un gigante herido. Arquitectura y patrimonio. Tarapaca in situ on line martes 27 de octubre de 2020. https://tarapacainsitu.cl/contenido/757/danos-al-cerro-unita-un-gigante-herido

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Torres, José Alflorino: Familias fundadoras de Pica y Matilla. Incluye Cumiñalla, La Huayca, Huatacondo, Quillagua y el puerto El Loa 1590-2015. Ediciones Universidad de Tarapacá, 2017. 

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