Nació el año 1950
En la historia de la música popular iquiqueña, en su agenda, habría que marcar el día 18 de enero como un día especial. O mejor dicho su atardecer y consiguiente nocturnidad que le sigue. Lo que asistimos a ver a Goran Bregovic, regresamos a casa tal cual los domingos de vuelta al estadio cuando Deportes Iquique, gana. Pero esto era mas. Mucho más.
Decir que Goran Bregovic hace música fusión, es decir casi nada. Independiente de la categoría conceptual, conviene precisar como el así llamado mundo no occidental mantiene y reproduce claves culturales más allá de los territorios en donde se asienta. Si vemos la película “Historia de un camello que llora” ambientada en el desierto de Mongolia, y cambiamos a ese animal por un llamo, veremos que Isluga conecta con parte de ese desierto al otro lado del mundo. Diversas culturas aparecen tomadas de la mano en la propuesta musical de este músico que vive en el mundo, pero que tiene su alma en los Balcanes.
Goran Bregovic ha sabido insertar en su música algunas claves de la actual cultura del mundo. Su biografía así lo revela. La multiculturalidad aparece como un rasgo permanente. Hijo de Sarajevo, habitante de París, de madre católica y esposa montenegrina, ha sabido construir un discurso musical en donde la identidad, específicamente, serbia, se abre hacia un mundo que le reclama protagonismo. Al escuchar el concierto sobre “la blanda arena” de Cavancha, uno se preguntaba acerca de la historia reciente de los Balcanes y no dejaba de pensar en el horror allí vivido. Y de cómo esa música mezclaba letanía con una alegría de carnaval tan nuestra. Una de las tantas claves de la sintonía de este músico y su orquesta con el público local, estribaba precisamente en la conexión de los instrumentos de bronces, en cierta característica de la percusión y sobre todo en la incorporación de instrumentos de la modernidad musical como el bajo y el saxo, en clave de jazz. Una puesta en escena además, con músicos vestidos a la usanza de aquellas latitudes. Goran Bregovic de impecable blanco como embajador de la paz.
Aires gitanos y arabescos (y de tantos otros que ignoro) en una ciudad, la nuestra, de sonidos diversos y que hallan en el sonido del bronce y de la percusión su mejor carta de presentación, tuvieron su romance. Hubiera sido pedagógico que una banda nuestra de bronces hubiera actuado como telonera no sólo para calentar la tibia tarde, sino que para Goran Bregovic se hubiera llevado algo nuestro. No recuerdo, un grupo de esta categoría que nos haya visitado de tan lejos. Quizás Silvio Rodríguez y los Irakere en los años 90.
Hay que agradecer lo de esa noche. Una ciudad que quiere ser grande, debe tener espectáculos de esta categoría, en la que todos y todas, viejos y jóvenes comulguemos con la buena música. Además esa noche, y como si fuera poco, había luna llena.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 23 de enero de 2011, página A-9