Gustavo Fiamma Olivares
“Volverán sin ser los que partieron, faltarán algunos que murieron, honrarán la patria todos ellos, para siempre, para siempre, su memoria guardará” (José Goles, Adiós al Séptimo de Línea)
1.-Antecedentes familiares
“Héroe y mártir. Nació en Osorno el 18 de Abril de 1837. Fueron sus padres el sargento mayor don José Ramírez, capitán de la Independencia, y la señora Marcelina Molina. Esta señora era hija del comandante del célebre batallón Valdivia, don Lucas Ambrosio de Molina, que rindió heroicamente la vida por su rey en Chillán el 8 de agosto de 1813” (Pedro Pablo Figueroa, Diccionario Biográfico de Chile, tomo III, cuarta edición, Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, 1901, p.2325).
2.-Descripción personal
“Era pálido. Su mirada era dulce. Sus ojos eran claros, pero, observados con atención, reflejaban un alma enérgica y bondadosa. Su estatura era proporcionada” (Pedro Pablo Figueroa, Diccionario Biográfico de Chile, tomo III, cuarta edición, Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, 1901, p.2325, memoriachilena.gob.cl).
3.-Trayectoria Militar
“Casi niño, ingresó, en 1855, en el Ejército, a hacer el aprendizaje de las armas en el cuerpo de Gendarmes de línea. En 1858 era ayudante mayor. La guerra civil de 1859 lo llevó, en el Sur, a la batalla de Talca, y en el Norte, a la de Cerro Grande, que se dio a las puertas de la Serena, contra las tropas populares del caudillo copiapino don Pedro León Gallo (24 de abril de 1859). Ascendido al grado de capitán pasó al regimiento 2.° de línea, que comandaba el entonces
coronel y más tarde general don José Antonio Villagrán. Desde 1860 a 1865, asistió a las campañas de la frontera araucana y en 1866, marchó a Caldera con su cuerpo militar, con motivo de la guerra contra España. En Calderilla se batió contra los buques de guerra de la escuadra española, siendo obligados los españoles a retirarse con pérdidas de su tripulación. En 1870 pasó a Copiapó y fue comandante del cuerpo de Policía. En 1871 fundó en Santiago el “Foro Militar”, primer periódico destinado a servir los intereses del Ejército. Recordando esta página de su vida el publicista don Augusto Orrego Luco, lo ha denominado el periodista militar. Al sobrevenir la guerra contra el Perú y Bolivia, emprendió la campaña del litoral del Norte, en el rol de jefe del regimiento 2º de línea. Hizo la campaña de Antofagasta y de Tarapacá, en la que se cubrió de gloria consumando el martirio de su preciosa existencia” (Pedro Pablo Figueroa, Diccionario Biográfico de Chile, tomo III, cuarta edición, Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, 1901, p.2325).
4.-El héroe
“Después de sostener el combate más sangriento y desigual en la quebrada de Tarapacá, el 27 de Noviembre de 1879, murió herido y quemado en un rancho como el mártir más heroico. La batalla de Tarapacá fue una de las jornadas más gloriosas de la guerra del Pacífico. «El comandante Ramírez, decía el elocuente orador parlamentario don José Manuel Balmaceda, en el Congreso, acomete al enemigo al frente de su regimiento. Una bala le destroza un brazo. Bañado en sangre, continúa mandando, como si el dolor no afligiera su espíritu, y como si la sangre no postrara sus fuerzas. Herido nuevamente, cae de su caballo, más no decae su energía, y continúa mandando y continúa combatiendo.
«Arrastrado a un edificio en que se hace fuerte con algunos soldados, exhorta a su gente, los estimula al sacrificio, y acompañado de sus bravos y hasta de sus cantineras, perece en medio de llamas cuyos resplandores alumbrarán para siempre aquella figura grande e inmortal.» El eminente diarista don Justo Arteaga Alemparte, lo definía con estos gráficos perfiles de su pluma: El comandante Ramírez pertenecía a la raza de los héroes como Prat. Era un hombre de guerra que gustaba de la ciencia y de las letras, pensador y escritor, suave, insinuante, culto, león sin garras en la vida ordinaria, león temible en la batalla. Su familia, su batallón y sus libros eran toda su preocupación y toda su fiesta. Como Prat, Ramírez no tenía corpulencia física, pero tenía, como aquél, la nobilísima corpulencia del alma.
No había en su exterioridad las exterioridades del héroe que sueñan las imaginaciones populares. El heroísmo no se albergaba en una robusta salud, en una alta estatura, en la abundancia de carnes, en la voz sonora ni en la gracia para conducir un corcel de batalla. El héroe de Tarapacá no arrostraba su espada. Era un héroe sin aparato escénico.» Su sacrificio sirvió de norma legendaria al ejército chileno en toda la campaña y en la historia, es una leyenda gloriosa y una tradición heroica para las generaciones. Su memoria es venerada por el pueblo chileno y su nombre ha sido cantado por la epopeya. La música, la poesía y el romancero popular rememoran su glorioso nombre” (Pedro Pablo Figueroa, Diccionario Biográfico de Chile, tomo III, cuarta edición, Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, 1901, p.2325).
“Ramírez fue herido al principio de la acción pero no en forma tal que le obligara a abandonar su puesto. Se hizo vendar por un ayudante y continuó al frente de su tropa alentándola con su ejemplo, habiéndole cabido la gloria de dirigir a sus soldados hasta la consumación del heroico sacrificio del regimiento” (Gonzalo Bulnes, Guerra del Pacífico de Antofagasta a Tarapacá, Sociedad Imprenta y Litografía Universo, Valparaíso, 1911, ps. 691-692).
5.-La batalla de Tarapacá (27-11-1879): ¡Vencer o morir!
(Nicanor Molinare, Batalla de Tarapacá, 27 de noviembre de 1879, Imprenta Cervantes, Santiago de Chile, 1911)
5.1.-“Tarapacá no fue una victoria ni una derrota, fue sencillamente un sacrificio y una lección”.
“Erasmo Escala, por dormirse en los laureles de Pisagua y Dolores, por no perseguir en debida forma a los restos del Ejército aliado, hubo de soportar la terrible jornada de Tarapacá; en que, si es cierto, que el campo quedó por Chile, ello no implica una victoria para nosotros, porque aquella gloriosa jornada en que tan alto quedó el santo lema de “vencer o morir”, credo de nuestros hombres de guerra, cumplido espartanamente por Ramírez y sus heroicos compañeros de martirio, no fue sino la primera advertencia que el Ejército hiciera a sus dirigentes indicándoles que, en materia de guerra se deber ser muy cauto; que solo los hombres de la profesión son los únicos llamados a dirigir las operaciones de las grandes y de las pequeñas unidades de combate; y que todo lo que no se haga en conformidad a la ciencia militar, es estéril e inútil”. (Nicanor Molinare, Batalla de Tarapacá, 27 de noviembre de 1879, Imprenta Cervantes, Santiago de Chile, 1911, p. 5).
“Tarapacá es una página de honor y de eterna y duradera enseñanza” (Gonzalo Bulnes, Guerra del Pacífico de Antofagasta a Tarapacá, Sociedad Imprenta y Litografía Universo, Valparaíso, 1911, p. 696).
5.2.-El Ejército aliado se reunifica en Tarapacá
“El Ejército aliado, derrotado en Dolores, se reconcentra en Tarapacá. Después de la batalla de Dolores, 19 de Noviembre de 1879, en que el Ejército perú-boliviano, del general Buendía, fue derrotado, nadie se preocupó de enviar en su persecución el más insignificante piquete de caballería” (Nicanor Molinare, Batalla de Tarapacá, 27 de noviembre de 1879, Imprenta Cervantes, Santiago de Chile, 1911, p. 5).
5.3.–Una fatal división de las tropas chilenas
“El pequeño ejército del coronel Arteaga se divide en tres divisiones. En efecto,
Arteaga, de acuerdo con los jefes de su comando, dividió éste en tres secciones:
5.3.1.-La primera División, “que llamaremos de la derecha” quedó formada por el Regimiento 2.° de Línea, con dos piezas de bronce servidas por una sección de Artillería de Marina y por 25 hombres de caballería, y se le dio por jefe, al más acreditado de aquellos, al valiente y heroico comandante, don Eleuterio Ramírez, que tantas pruebas diera en Tarapacá de civismo y de desprecio por la vida, y que salvará con su sacrificio y con el de la mitad de su bravo 2.° de Línea, el santo lema de “vencer o morir” del soldado chileno.
5.3.2.–La Segunda División, que sería mandada por el propio coronel Arteaga, la formaron la Brigada de Artillería de Marina, el Batallón Movilizado Chacabuco y dos piezas Krupp de montaña.
5.3.3.-La Tercera División que se entregó a don Ricardo Santa Cruz, quedó compuesta por la Tercera Brigada de Zapadores, con la 4.° compañía del primer batallón del 2.° de Línea, con dos secciones Krupp de montaña y con 156 hombres de Granaderos a Caballo, a las órdenes del capitán don Rodolfo Villagrán.
Sumando los hombres que componían estas tres diminutas unidades, apenas si alcanzaban a formar 2.289 hombres, de General a tambor, que creían iban a pelear con los restos desorganizados del ejército peruano, quizá acantonado en el caserío de Tarapacá; pero que, marchaban alegres, descuidados y contentos, porque tenían la esperanza de batirse, y con ello, alcanzar honra, gloria, prez y fama para Chile, la patria querida e idolatrada” (Nicanor Molinare, Batalla de Tarapacá, 27 de noviembre de 1879, Imprenta Cervantes, Santiago de Chile, 1911, ps. 12-14).
5.4.-La estrategia chilena
“En la noche de aquel memorable día 27 de noviembre en que se puso a tan ruda prueba el patriotismo y valor de los hijos de Chile, Arteaga, Vergara y Santa Cruz convinieron en distribuir la división en tres fracciones destinadas a encerrar al enemigo y tomarlo prisionero, persuadidos de que los vencidos de Dolores no intentarían resistir. Este error fue el punto directivo de todo el plan.
Las secciones se distribuyeron así:
Una mandada por Santa Cruz compuesta de los Zapadores, una compañía del 2.° de línea, los Granaderos a caballo y 4 piezas Krupp, total 500 hombres, marcharía a tomar la espalda de la posición ocupada por los peruanos, en un caserío llamado Quillahuasa sobre el cauce del escaso río de Tarapacá, cuya misión era cortar la fuga del enemigo” (Gonzalo Bulnes, Guerra del Pacífico de Antofagasta a Tarapacá, Sociedad Imprenta y Litografía Universo, Valparaíso, 1911, p. 663).
“Otra a cargo del comandante don Eleuterio Ramírez compuesta de 7 compañías del 2.° de línea, dos cañones de bronce de la Artillería de Marina y el piquete de Cazadores, marcharía al fondo de la quebrada por una aldea llamada Huaraciña y caminando rectamente empujaría al ejército contrario al punto ocupado por Santa Cruz” (Gonzalo Bulnes, Guerra del Pacífico de Antofagasta a Tarapacá, Sociedad Imprenta y Litografía Universo, Valparaíso, 1911, p. 664).
“La tercera se componía del Chacabuco, la Artillería de Marina, y dos piezas de artillería y su misión era atacar el flanco de la línea enemiga embestida de frente por Ramírez y sujetada en el fondo por Santa Cruz. Esta sección la mandaba el Comandante en Jefe Arteaga” (Gonzalo Bulnes, Guerra del Pacífico de Antofagasta a Tarapacá, Sociedad Imprenta y Litografía Universo, Valparaíso, 1911, p. 664).
5.5.-Un craso error táctico
Fue un gran error subdividir el Ejército ignorando el número de los contrarios.
Además cada uno de los puntos asignados como objetivos a las divisiones estaban separados por una distancia de media legua larga, término medio, así es que podían ser atacadas y destruidas en detalle. Media legua en el desierto es más de una legua en campo poblado. La subdivisión de Ramírez iba destinada al fondo de una quebrada con bordes casi perpendiculares de 300 metros, quedando en la imposibilidad de ser auxiliada por las otras. De hecho Arteaga fraccionó su división en tres ejércitos que procederían aisladamente, dando así a Buendíala enorme ventaja de oponerle fuerzas dobles o triples en todas partes”.
Jamás se presentó al Ejército del Perú una ocasión más brillante de anonadar una división chilena que ese día, porque en todas partes podía combatir en número mucho mayor. Cada subdivisión separadamente tenía alrededor de 800 hombres: el contendor según los cálculos más moderados 3.000a 4.000 al principio, 5.000 al finalizar la batalla.
Añádase a este cuadro de errores tácticos la sed, el hambre, el cansancio en que se presentaban los atacantes, sin parque de repuesto, sin más municiones que las que cargaban en sus cananas y se comprenderán las condiciones deplorables en que afrontó la lucha. Los soldados no bebían desde hacía 30 horas: no habían comido desde la antevíspera sino lo poco que llevaban consigo; los caballos no comían ni bebían desde el 25 a las 3 de la tarde.
Era base del plan sorprender al enemigo atacándolo de improviso para que se desordenara y entregara a la fuga. Era también condición del éxito que las divisiones maniobraran armónicamente para que en un momento dado el Ejército peruano se encontrase encerrado en el cerco ideado por los autores de este desastrado plan.
El movimiento de las divisiones empezó antes de amanecer del 27. Como la que debía, recorrer mayor distancia era la de Santa Cruz salió primero, a las tres y media de la mañana: una hora después movilizaron las suyas Arteaga y Ramírez” (Gonzalo Bulnes, Guerra del Pacífico de Antofagasta a Tarapacá, Sociedad Imprenta y Litografía Universo, Valparaíso, 1911, ps. 664-665).
5.6.-Desinformación y desinteligencias en el mando
“Como Erasmo Escala creía que San Francisco(Dolores) era solo un prefacio para otra batalla más titánica, esta vez con todo el ejército aliado, se negó a perseguir a sus enemigos en fuga.
Pero una vez que la camanchaca, la niebla del desierto, se despejó y los chilenos pudieron ver la nube de polvo provocada por sus enemigos en retirada, se dieron cuenta de que los aliados no tenían intención de lanzar otro ataque. El coronel Emilio Sotomayor, hermano de Rafael, confirmó esta opinión cuando algunos arrieros capturados le informaron que Juan Buendía había elegido Tarapacá como el punto de reunión para sus desperdigadas tropas, información que el oficial transmitió a Erasmo Escala.
El General también recibió noticia de que el ejército aliado tenía
“hombres en pésimas condiciones, agobiados por el cansancio, escasez de recursos, y en un estado de completa desmoralización, producida en gran parte por su vergonzosa fuga, y por la profunda disensión que se hacía sentir entre las fuerzas aliadas, y que se revelaba ya en hechos escandalosos y muy serios”.
Esta información subestimaba con desatino la condición del ejército de los aliados” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Direcciónde Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, ps. 220-221).
5.7.-Expedición exploratoria
“Tras escuchar este informe, el insoportablemente entusiasta José F. Vergara pidió y recibió autorización de Erasmo Escala para conducir una expedición hacia Tarapacá.
Por tanto, el 24 de noviembre partió hacia el sur, a la cabeza de un escuadrón de Granaderos a Caballo, doscientos cincuenta zapadores y dos cañones de campaña.
Al día siguiente, un prisionero peruano informó a José Francisco Vergara que en Tarapacá había mil quinientos soldados enemigos” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Direcciónde Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 221).
5.8.-Arteaga conduce 1900 hombres de refuerzo, pero sin sus suministros básicos
“Consciente de que su grupo operativo no disponía del personal para enfrentar una fuerza de tal envergadura, solicitó a Erasmo Escala que enviara tropas adicionales. El General cedió, y ordenó al coronel Luis Arteaga conducir mil novecientos hombres –el Chacabuco y el regimiento Segundo de Línea, la Artillería de Marina y la Unidad de Artillería, así como una sección de los Cazadores a Caballo– para reforzar el pequeño grupo de José Francisco Vergara.
Tal vez porque no había combatido en Pisagua o Dolores, Luis Arteaga no entendía la importancia de asegurar que sus hombres llevaran suministros adecuados de víveres, forraje y sobre todo agua para ellos y sus animales de carga. Sus tropas pagaron muy caro por este descuido.
El 25 de noviembre los hombres de Luis Arteaga se trasladaron en tren y a pie desde Santa Catalina a la oficina salitrera de Negreiros, donde se suponía que se reunirían con José Francisco Vergara. El oficial de la guardia nacional, sin embargo, ya había partido hacia Tarapacá.
Aunque tenía más experiencia en la guerra en el desierto, José Francisco Vergara lamentablemente cometió el mismo error crucial que Luis Arteaga: tampoco se aseguró de que sus hombres llevaran suficientes suministros, en especial agua.
Furioso porque José Francisco Vergara no lo había esperado, Luis Arteaga logró alcanzarlo y presentó al oficial de milicia dos alternativas: volver a Negreiros o permanecer en Isluga, donde ahora estaba descansando.
José Francisco Vergara aceptó la segunda alternativa y pasó el 26 de noviembre esperando que llegaran las tropas de Luis Arteaga.
Ansioso por hacer algo, envió algunos exploradores a espiar al desaliñado contingente de Miguel Ríos, las tropas que antes habían guarnecido Iquique, que llegaban arrastrándose a Tarapacá. Sobre la base de su apariencia y número, concluyó por error que la guarnición enemiga consistía en no más de dos mil quinientos hombres exhaustos.
Pero Luis Arteaga, en vez de esperar por los suministros que el general Erasmo Escala había prometido enviar, ordenó a un oficial y algunos hombres conducir la columna prometida de abastecimiento al resto de la unidad mientras él partía al desierto. Nueve agotadoras horas después de salir de Negreiros, alcanzó a José Francisco Vergara.
Por desdicha, como habían consumido todas sus raciones y agua en el camino, los hombres del Coronel llegaron con las manos vacías.
Esta noticia dejó desolado, a José Francisco Vergara, que estaba esperando que Luis Arteaga trajera suministros para sus hambrientos y deshidratados hombres.
Los chilenos se enfrentaron a una desagradable elección: o atacar Tarapacá, que tenía pozos de agua, o perecer en el desierto.
Por tanto, Luis Arteaga, que aún creía que sus enemigos eran pocos en número y que estaban en peor condición que ellos, decidió atacar antes que los peruanos evacuaran la ciudad” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Direcciónde Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, ps.221-222).
5.9.-El plan de ataque
“El plan de ataque de Luis Arteaga requería que el teniente coronel Ricardo Santa Cruz –a la cabeza de quinientos hombres de los regimientos Zapadores, Primero de Línea, algo de artillería y unos pocos soldados de caballería partieran antes que las otras unidades para llegar a capturar Quillahuasa, un pueblo ubicado a un kilómetro y medio de distancia en el extremo más estrecho de la quebrada” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p.224).
“Entretanto, el teniente coronel Eleuterio Ramírez conduciría una segunda columna de ochocientos ochenta hombres del Segundo de Línea, un escuadrón de caballería y dos baterías de artillería para atacar a las tropas aliadas ubicadas por lo menos trescientos metros más abajo, en el fondo de la quebrada” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 224).
“Al mismo tiempo, los ochocientos cincuenta soldados de Luis Arteaga del Chacabuco y Artillería de Marina, apoyados por dos cañones, avanzarían hacia el flanco oeste de Juan Buendía y luego atacarían Tarapacá desde el oeste” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Direcciónde Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, “Si todo transcurría conforme al plan, Luis Arteaga y Eleuterio Ramírez empujarían a los aliados hacia el noreste de la quebrada de Tarapacá, lo que permitiría a Ricardo Santa Cruz encerrarlas en Quillahuasa” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 224).
“El plan de Luis Arteaga adolecía de varios defectos: no tenía idea de la geografía de su objetivo, la ubicación de sus enemigos o su número. Quizá el comandante chileno creía que él y sus hombres tenían una oportunidad, pero no así el teniente coronel Eleuterio Ramírez, quien señaló proféticamente, “me mandaron al matadero”. Tal como temía Eleuterio Ramírez, el plan de Luis Arteaga se desintegró” (p. 224).
“El envío al bajo cuando la operación indicada era no perder la altura, buscar el fondo de la quebrada en vez de conservar a todo trance la posición predominante, es entre todos los errores del día quizás el más grave” (Gonzalo Bulnes, Guerra del Pacífico de Antofagasta a Tarapacá, Sociedad Imprenta y Litografía Universo, Valparaíso, 1911, p. 695).
“Los exhaustos y sedientos hombres de Ricardo Santa Cruz, que iniciaron su marcha hacia el noreste a las tres y media de la madrugada, se perdieron en la camanchaca y desperdiciaron dos horas dando vueltas en círculo. Cuando se levantó la niebla, se dieron cuenta de que no habían llegado a su destino. Ricardo Santa Cruz envió a la caballería adelante, a Quillahuasa, con la idea de que siguiera la infantería” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, ps. 224-225).
5.10.-Fracasa el factor sorpresa
“Desafortunadamente para Luis Arteaga, los peruanos avistaron a los chilenos, y esta pérdida del factor sorpresa comprometió de manera irremediable a la ofensiva chilena. Después de alertar a toda la guarnición, Andrés Cáceres ordenó a sus hombres escalar el lado oeste de la quebrada para enfrentarse con las fuerzas de Ricardo Santa Cruz” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 225).
“En este momento, el chileno pudo haber salvado la situación: aunque sobrepasados en número, sus cañones estaban en territorio elevado, y podrían haber devastado a las fuerzas aliadas ubicadas debajo de ellos con facilidad. Pero Ricardo Santa Cruz rehusó improvisar: Luis Arteaga le había ordenado ir a Quillahuasa y a Quillahuasa iría” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 225).
5.11.-Se inicia la batalla
“Así, mientras continuaba siguiendo la quebrada hacia el noreste, las tropas del Zepita y del Dos de Mayo irrumpieron en las alturas y atacaron la retaguardia de Ricardo Santa Cruz. En menos de treinta minutos, los mil quinientos hombres del Ayacucho de Francisco Bolognesi y del Provisional de Lima de Zavala se unieron al ataque, sobrepasaron a la artillería de Ricardo Santa Cruz causando fuertes pérdidas. La situación de los chilenos se hizo desesperada” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Direcciónde Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 225.
“Al escuchar los sonidos de la batalla, Luis Arteaga abandonó su plan original, apresurándose en ayudar a Ricardo Santa Cruz. Por desdicha gracias al “excesivo cansancio de la tropa, debido a lo violento de la jornada, al enorme peso que conducía ésta, y a los desfallecimientos de la sed”, no pudieron salvar a sus camaradas.
Sin municiones e incapaces de repeler a los nuevos refuerzos peruanos con sus bayonetas, los chilenos tuvieron que replegarse” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 226.
“Cuando los hombres empezaron a retirarse, José Francisco Vergara envió un mensajero para solicitar ayuda a Erasmo Escala” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p.226).
5.12.-La caballería entra en acción
“De pronto, por un breve momento pareció que la suerte chilena había cambiado: la caballería de Ricardo Santa Cruz, que había llegado a Quillahuasa, dio la vuelta al oír la balacera. Retenidos brevemente por el fuego enemigo y el terreno, los Granaderos a Caballo atacaron la retaguardia de la infantería peruana, forzándolos a retroceder y dando a los chilenos un breve alivio” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 226).
5.13.-El matadero
“Entretanto, la mayoría de los hombres de Eleuterio Ramírez entraron al valle, mientras dos de sus compañías empezaron a escalar el lado Este de la quebrada.
Previo a ello, los peruanos habían desplazado a los hombres de Miguel Ríos y Francisco Bolognesi a la ladera Este de la quebrada, lo que colocaba a los atacantes chilenos en un fuego cruzado fatal.
Así, cuando el cuerpo principal se acercó al pueblo de Tarapacá, chocó con un muro de balas cuando sus enemigos abrieron fuego desde posiciones cubiertas, atrapando a los chilenos al descubierto.
Eleuterio Ramírez ordenó a dos compañías golpear el flanco de los aliados mientras él avanzaba al pueblo mismo. Desafortunadamente, el enemigo se retiró, induciendo a los hombres de Eleuterio Ramírez a adentrarse en el valle, donde llegaron a la plaza principal de Tarapacá. Además, empezaron a producirse víctimas entre los peruanos atrincherados de la defensa. Cuando quedó claro que los chilenos estaban demasiado agotados, Eleuterio Ramírez ordenó a sus hombres retroceder hacia el sur a Guarasiña, un pequeño caserío a la entrada de la quebrada de Tarapacá, donde se les unieron las tropas de dos compañías. Para entonces, la batalla en las calles había consumido la mitad de los hombres de Eleuterio Ramírez así como la mayor parte de sus municiones” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Direcciónde Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 226).
“Después de la carga de caballería de Ricardo Santa Cruz y la retirada de Eleuterio Ramírez, un inesperado respiro aquietó el campo de batalla” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016. 226).
5.14.-Triunfo parcial
“Los chilenos, creyendo que habían triunfado, aprovecharon la calma para sacar agua, alimentar a sus caballos y buscar alimentos. Esta bucólica escena –bucólica si se ignoraban los cuerpos muertos– terminó cuando las fuerzas aliadas, reforzadas por las tropas de los coroneles Juan Pastor Dávila y Alejandro Herrera, que habían vuelto apresurados desde Pachica, lanzaron otro asalto. El amplio ataque de los aliados, que avanzaron por los dos costados y el centro del valle, obligó a retroceder a los chilenos, algunos de los cuales estaban reducidos para entonces a pelear con bayonetas o con herramientas para cavar trincheras” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, ps.226- 227).
5.15.-Los chilenos no se rinden
“Alrededor de las tres y media de la tarde quedó claro que los chilenos no podían frenar el avance peruano” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 227).
“Eleuterio Ramírez, quien fue herido dos veces y cuya única arma era su revólver, trató de conducir a sus acosados hombres a otro ataque de bayoneta. Herido por tercera vez y con una unidad que estaba sufriendo fuertes pérdidas, se refugió al costado de una casa, donde murió” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 227).
“Las tropas chilenas sin mando continuaron usando sus sables para resistir hasta que también cayeron.
Mientras tanto, otros chilenos escalaron el frente de la quebrada o se replegaron lentamente” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Direcciónde Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 227).
5.16.-Bajas
“Fue una derrota total: solo la falta de caballería aliada impidió a los agotados hombres de Juan Buendía terminar con los pocos sobrevivientes que quedaban” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 227).
“Manuel Baquedano, que luego recibió la solicitud de ayuda de José Francisco Vergara, envió una columna de relevo a Tarapacá, donde encontró los restos de la expedición de José Francisco Vergara. Para entonces, sin embargo, los chilenos habían experimentado fuertes pérdidas: quinientos cuarenta y seis muertos y doscientos doce heridos. En el Segundo de Línea de Eleuterio Ramírez, el cuarenta y cinco por ciento del total de hombres fue herido o muerto, los Zapadores perdieron 37,5% de su fuerza” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 227).
“Los peruanos también sufrieron – doscientos treinta y seis caídos y doscientos sesenta y un heridos– lo que llevó a uno de los soldados a describir el campo de batalla, que estaba cubierto por los muertos pudriéndose en el calor del desierto, como otro Waterloo. Trinidad Guzmán, un boliviano, describió Tarapacá no como una batalla sino como “una serie de duelos a muerte” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Direcciónde Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 227).
5.17.-Crueldades
“De hecho, la batalla fue inusualmente cruel. Los chilenos heridos, entre ellos dos cantineras y el teniente coronel Eleuterio Ramírez, se habían refugiado en una casa cerca de la entrada a la quebrada. Cuando los chilenos, en teoría, mataron a un subalterno peruano que ofreció aceptarles su rendición, las fuerzas peruanas incendiaron el rancho, inmolando a los defensores que no tuvieron la buena fortuna de sucumbir antes por la inhalación de humo. Estos no fueron los únicos chilenos que fallecieron. Un oficial chileno, Liborio Echanes, afirmó que las fuerzas aliadas también mataban a los chilenos heridos, masacrándolos con sus rifles o a bayonetazos. En realidad, si sus oficiales no hubiesen intervenido, los bolivianos del batallón Loa habrían aniquilado a todos los chilenos heridos o prisioneros” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, ps. 227-228).
5.18.-La sepultación de los caídos en combate
“Una patrulla del ejército chileno volvió a Tarapacá para enterrar los cadáveres que todavía estaban esparcidos por todo el campo de batalla. El comandante descubrió y verificó los restos de Eleuterio Ramírez, colocando el cuerpo carbonizado en un ataúd con desinfectante” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Direcciónde Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 228).
5.19.-El glorioso estandarte del 2.° de línea
“Los peruanos capturaron el estandarte del Segundo de Línea además de ocho piezas de artillería, pero sin bueyes para remolcar los pesados cañones, tuvieron que enterrarlos en la arena. Gracias a algunos informantes, los chilenos encontraron estos cañones, haciendo, más adelante, buen uso de ellos en la guerra. Estas mismas piezas de campaña pueden haber apoyado a las tropas chilenas en la batalla de Tacna, cuando el Segundo de Línea recuperó sus estandartes” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Direcciónde Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016, p. 228).
5.20.-Una victoria entre comillas. Tarapacá queda en poder de Chile
“Los peruanos ganaron la batalla, pero su victoria no alteró el curso de la guerra. Aislados en el desierto, sin acceso a suministros o alimentos, su situación llegó a ser tan mala que macabramente despojaron a los chilenos muertos y heridos, no solo de sus armas sino, también, de sus municiones, ropas, botas y utensilios para comer.
Las tropas victoriosas no tuvieron más elección, como admitió con pesar el coronel Belisario Suárez, que abandonar Tarapacá a los chilenos.
Incapacitados de seguir la ruta más corta por temor a que los chilenos los atacaran, los sobrevivientes aliados, huyeron al desierto. El viaje de trescientos quince kilómetros desde Tarapacá al norte hasta Arica, constituyó un nuevo vía crucis para los aliados: esquivando a los chilenos, “una inmensa caravana de soldados hambrientos, haraposos y extenuados por falta de alimentos” sobrevivió comiéndose sus mulas y caballos, y bebiendo agua de charcos estancados. Los heridos, marchando descalzos en senderos rocosos, con “los dedos en estado de putrefacción, agangrenados”, dejaron huellas ensangrentadas en el suelo de la pampa. Solo cuando el ejército se aproximó a Arica, donde llegaron el 18 de diciembre, los soldados recibieron un poco de galletas, charqui de vacuno y arroz.
Durante esta odisea trescientos a cuatrocientos soldados, “cuyo fin solo Dios sabe”, desaparecieron” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016,
p. 228).
“La conquista de Tarapacá y la captura de los yacimientos salitreros dieron a Chile enormes beneficios. En lo sucesivo, el gobierno de AníbalPinto controlaría un recurso que, cuando se le aplicaran impuestos, generaría suficientes ingresos para financiar el esfuerzo bélico de Chile” (William Sater, “Tragedia Andina. La lucha en la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, Ediciones de la Direcciónde Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2016. p. 229).
6.-Los últimos momentos del León de Tarapacá
“El comandante don Eleuterio Ramírez, gravemente herido, se encierra en una casa y muere matando.
El 2.° después de su última carga ya no existe; sus restos se baten en retirada sobre San Lorenzo.
Ramírez ha recibido dos heridas más; una en el pecho y otra en el muslo derecho, y con las dos del brazo izquierdo son ya cuatro heridas las que tiene; y aún vive, aún alienta aquel hombre que no conoció jamás el miedo” (Nicanor Molinare, Batalla de Tarapacá, 27 de noviembre de 1879, Imprenta Cervantes, Santiago de Chile, 1911, p. 129).
“El doctor Kidd, mientras tanto, se ha retirado a San Lorenzo, en una de cuyas mejores casas ha establecido ha establecido su hospital militar; y ahí los soldados del 2.°, que han visto caer a Ramírez, lo conducen, no sin luchar en su retirada con el enemigo, que trata de quitarles a su jefe; pero ellos llegan a la ambulancia y entregan al cirujano Kidd a Ramírez, y a otros sargentos y soldados más. Aquella improvisada ambulancia encierra 68 heridos.
Cuando más tarde se buscaron los sagrados restos del gran Ramírez para darle piadosa sepultura, se pudieron contar uno a uno sesenta y ocho cráneos,
carbonizados los más, adentro de aquel humilde sitio, que enalteció el sacrificio cruento del fuego,que consumió sus cuerpos más no a sus espíritus; que hoy desde el espacio infinito velan por la grandeza y poderío de Chile, su
patria querida; por quien, sin esfuerzo, por deber, rindieron la vida, acaudillados por el invicto Comandante del 2.° de Línea, por Ramírez!
Kidd cura a Ramírez y atiende como puede a aquellos heroicos soldados de Chile, que jamás pensaron en rendirse.
Intertanto, aún resisten José Antonio Garretón y Necochea en sus históricas casitas; y desesperado el peruano de no poderlos rendir y acobardados por las inmensas bajas sufridas en su asalto, determinan prender fuego a aquellos improvisados reductos lo que en el acto hacen, matando así pero no rindiendo a sus defensores, de los cuales solo escapa el Capitán Necochea y dos hombres más.
A todo esto son ya más de las cinco y media de la tarde; hace más de ocho horas que se combate sin cesar; el enemigo triunfa en la planicie y en la quebrada; pero aún viven algunos chilenos en San Lorenzo, y entre ellos, aunque herido, está Ramírez, el invencible Comandante del 2.° de Línea. Don Eleuterio, recostado en su improvisado lecho de sangre, siente el fuego que se apaga, y no oye si no los gritos de triunfo que la rabiosa hueste peruana lanza cuando sabe que en San Lorenzo quedan aún heridos y cantineras que asesinar y que quemar; y su alegría llega al paroxismo del delirio, cuando veque en la ambulancia se encuentra también Ramírez, su odiado y tenaz enemigo.
¡Y parece mentira, en lugar de curar a aquellos heroicos soldados y de salvarles la vida, rodean la ambulancia, asaltan y matan y asesinan a todos sus heridos, que resisten y mueren y no se rinden!
El primero en morir es Ramírez que, armado de su revólver que se sabe manejaba admirablemente bien, envía al infierno a cuanto enemigo se le pone por delante; y es fama, y esto lo cuenta la tradición, que cargó dos veces su arma y que de catorce disparos que hizo, doce dieron en el blanco, matando o dejando fuera de combate a otros tantos enemigos. Y aquella titánica lucha hubo de terminar solo porque, a aquel valiente e invencible soldado, debilitado por tantas heridas, tomóle la fatiga, momento que aprovechó un Teniente peruano para arrebatarle a Ramírez su arma y darle, con ella misma, muerte, disparándole a mansalva y a quema ropa un tiro en la frente.
¡Qué solo así, estando cubierto de heridas y accidentado, pudo el enemigo matar a aquel hombre que jamás pensó en rendirse; que hizo de su carrera un culto y que rindió su vida en aras de la patria, sellando con su sangre, y la de casi todo su Regimiento, el inmortal lema de «Vencer o morir», de nuestros hombres de
guerra!” (Nicanor Molinare, Batalla de Tarapacá, 27 de noviembre de 1879, Imprenta Cervantes, Santiago de Chile, 1911, ps. 130-131).
7.-El asesino del Comandante del 2.° de línea según el relato de don Félix Jordán a don Nicanor Molinare
“Pues bien, me dijo don Félix, ha de saber Ud. que en Cochabamba se encuentra una preciada prenda de don Eleuterio Ramírez; sus anteojos de campaña, los posee el Intendente de Policía de esa ciudad, el señor Comandante don Trinidad Guzmán»… — ¿Cómo los hubo? le pregunto en el acto.
Allí voy continuó Félix Jordán:
Don Trinidad Guzmán, que de paso diré a Ud., espersona muy buena, hizo la Campaña del Pacífico y se batió en Tarapacá; pertenecía en ese tiempo a la Columna Loa, como segundo jefe. Su cuerpo, El Loa, fue uno de los que atacó al 2.° de Línea en la batalla de la tarde, y por una feliz circunstancia pudo encontrarse en el asalto que se dio a la casitaen que, herido, se asiló Ramírez, y ver que éste hacía o hizo fuego hasta que se le concluyeron las cápsulas de su revólver.
Pues bien, hubo un momento en que los nuestros, es decir, tropas aliadas, penetraron al recinto en el que habían más de cincuenta heridos, que nada podían hacer ya, por su gravedad y por estar desarmados casi todos.
Entre ellos, yacía Ramírez, que casi agónico, se encontraba en ese momento presa de fuerte desmayo y desarmado, en esos instantes el fuego había cesado, en verdad no había con quién batirse.
Don Trinidad Guzmán, penetró también, digamos, a la ambulancia, y pudo ver al Comandante Ramírez que sin habla y tomado por la fatiga y con su revólver aún en la mano, parecía en verdad un muerto.
Poco después, el señor Comandante, volvió en sí, y nuestro compatriota Guzmán habló breves instantes con él, lo confortó y atendió. Sus heridas eran gravísimas y la vida tendría que escapársele en poco más.»
A su lado se encontraban sus anteojos de campaña, los tomó y dio a don Trinidad Guzmán.
En esas circunstancias, llega un oficial peruano, el teniente Rodríguez del Zepita, al frente de unpelotón de soldados, penetra a la habitación, ve al Comandante del 2.° de Línea en tierra, agonizando, y como un rayo se acerca a él y con su revólver, a quema ropa, le dispara un tiro en la frente y lo mata.
Mi compatriota, don Trinidad Guzmán, increpó duramente a aquel desgraciado, su mala acción y tomando a Ramírez en sus brazos, recibió su último suspiro”. (Nicanor Molinare, Batalla de Tarapacá, 27 de noviembre de 1879, Imprenta Cervantes, Santiago de Chile, ps. 133-135).
8.-El hallazgo de sus restos mortales
“Una comisión especial va a Tarapacá en busca de los restos de don Eleuterio Ramírez.
El activo y diligente comandante del Bulnes, don José Echeverría, tras inteligente pesquisa descubrió uno a uno los cañones que nos había tomado el enemigo: enterró muchos cadáveres de chilenos y peruanos; y después de seria investigación, acompañado del comandante don José Ramón Vidaurre y de numerosos oficiales, encontró el cadáver del heroico comandante del 2.° de Línea don Eleuterio Ramírez” (Nicanor Molinare, Batalla de Tarapacá, 27 de noviembre de 1879, Imprenta Cervantes, Santiago de Chile, p. 197).
9.-“Acta de reconocimiento del cadáver del comandante don Eleuterio Ramírez”
“Como ocurrió aquello; lo dice la nota que íntegra transcribimos aquí, porque ella es la relación verídica de ese suceso”:
“En Quillahuasa, territorio peruano, ocupado por las armas de Chile, los abajo firmados testifican, dan fe, haber visto por sus propios ojos y reconocido el cadáver del que fue comandante del Regimiento 2.°de Línea, don Eleuterio Ramírez, en una casa de San Lorenzo, al sur de Tarapacá.
Está medio carbonizado y existe solo la parte del tronco arriba, menos el brazo derecho.
El izquierdo está atado con un pañuelo en forma de venda, pero la cara y el cabello que aún le quedan, demuestra claramente, y sin lugar a dudas, sus facciones, que las reconocerán a primera vista los que lo conocieron en vida.
También hemos visto sacar del bolsillo de un pedazo de chaleco de lana, que el comandante José Ramón Vidaurre, encontró entre las cenizas que hizo reconocer en el sitio donde estaba el cadáver, un par de colleras de oro con el monograma de su nombre y cinco fichas de las que se usan en las oficinas salitreras.
Hemos visto igualmente, una brújula de bolsillo, un tirabuzón con pito y una sortija de oro con esta inscripción: “Recuerdo. 1874”.
El tirabuzón y la brújula fueron entregados por el Subteniente don Eduardo Moreno Velásquez, y la sortija por el Subteniente don Julio A. Medina, quien la tomó del soldado José del Carmen Olivares, que fue el que la sacó del dedo del finado Comandante, y los dos objetos restantes encontrados entre los jirones de sus vestidos».
El tirabuzón y las fichas fueron reconocidos por el Comandante don José Ramón Vidaurre, quien antes de descubrirles, cuando el cabo Pedro Pablo Bermedo que abrió el citado bolsillo, por orden de este jefe dijo que eran cóndores, respondió que eran fichas y enunció el valor de cada una, porque aseguró que él mismo se las había obsequiado días antes de su muerte.
A la feliz casualidad de haberse hecho recoger el pedazo de
chaleco, que ya se iba tapando con las cenizas que se estaban removiendo, se debe el hallazgo de las colleras y de las fichas, que testifican suficientemente, pertenecer al que fue Comandante Ramírez, si sus facciones solas, no bastaran para reconocerlo.
En fe de lo dispuesto, firmamos la presente en Quillahuasa, a 25 días del mes de Enero de 1880.—J. R. Vidaurre.-Juan F. Urcullu.— Julio A.Medina. -David Tagle Arrate. -J. Francisco Vargas. — José Tomas Urzúa.— M. Urízar. — José A. Silva.—Rolan Zilleruelo. — Eduardo Moreno V. — SofanorParra. —Juan Astorga. —Antonio León» (Nicanor Molinare, Batalla de Tarapacá, 27 de noviembre de 1879, Imprenta Cervantes, Santiago de Chile, 1911, ps. 197-199).
10.-Las cenizas de nuestros valientes
“Hoy a las cuatro y media de la tarde deben llegar a esta ciudad, escoltadas por numeroso cortejo de deudos, amigos y admiradores, las cenizas del glorioso comandante del 2.° de línea, teniente-coronel Ramírez, las de Garretón y Cuevas, caídos como éste en un mismo campo y en un mismo día de prueba y de victoria para las armas chilenas; así como las de Thomson y Goicolea que en el reciente combate de Arica, compraron con sus vidas el alto honor de haber desafiado victoriosamente los cuarenta cañones que coronan las fortalezas de aquella plaza enemiga.
El gobierno de la República se ha apresurado a dictar para la pompa fúnebre con que deben ser recibidas aquellas cenizas y para su decoroso enterramiento, todas las medidas que están dentro del círculo de sus facultades, y que son además compatibles con la iniciativa que en estos casos es preciso respetar, de las familias de los ilustres difuntos y de la gratitud y admiración de sus conciudadanos.
No será, sin embargo, la sola pompa y el aparato de la intervención oficial, los que den a la recepción de esos restos queridos y a la ceremonia de su enterramiento, el carácter popular y verdaderamente grandioso que corresponde al heroísmo de nuestros valientes muertos por la patria y a la gratitud de esta nación que ellos cubrieron con sus pechos.
La población entera de Santiago, interpretando sus propios sentimientos y los de toda la República, acudirá a recibir llena de solemne emoción y las cabezas descubiertas, las reliquias ya frías de aquellos corazones que ayer no más vio partir latiendo de entusiasmo y llenos de brío, al campo de prueba y de heroísmo en que se juegan los destinos de Chile. Ninguna clase social faltará a la cita de la gratitud, y todas confundidas en un solo sentimiento, escoltarán la fúnebre procesión de nuestros héroes muertos y aún insepultos hasta el templo en que la religión pide a Dios reposo y recompensa para los que han cumplido su deber en la vida.
Y esta manifestación no será, no, un estímulo para el posterior cumplimiento de las obligaciones contraídas para con la patria, que de ello no ha menester el entero e incondicional patriotismo chileno. Será solo el cumplimiento de un deber por parte de la gran masa social, cuya dignidad y derechos colectivos defienden actualmente nuestros ejércitos y en obsequio de los cuales rindieron sus vidas los bravos soldados cuyas cenizas vuelven a la ciudad nativa, a descansar en el lecho de tierra que les mulle la gratitud de sus conciudadanos y que pronto decorarán, como es debido, el arte con sus mármoles y bronces, la patria con sus recuerdos y la historia con sus fallos.
¡Bienvenidos esos muertos que ya viven la vida de la inmortalidad, conquistada con su heroísmo!” (Diario Oficial, Santiago, 13 de marzo 1880, sección editorial).
11.-La cripta del Comandante Eleuterio Ramírez
Los restos de Eleuterio Ramírez Molina, el auténtico “León de Tarapacá, se hallan en el Regimiento Maipo Nº 2 de Valparaíso.
Las calles Eleuterio Ramírez y Bartolomé Vivar, en la ciudad de Iquique, recuerdan a los héroes del combate de Tarapacá, hito que, a la postre, sería fundamental en el desarrollo glorioso de la Guerra del Pacífico. Chile es mucho lo que le debe a los bravos del 2° de línea, especialmente a sus comandantes Eleuterio Ramírez y Bartolomé Vivar. A un cuando ellos nacieron en Osorno y en San Fernando, respectivamente, son también hijos de Tarapacá, porque aquí ellos nacieron, para siempre, como héroes de la Patria. Cuando estamos cerca de que se cumplan 145 años de esta gesta heroica, como un mínimo gesto de agradecimiento, es bueno recordar dónde se encuentran sus restos mortales.
Eleuterio Ramírez Molina descansa en Valparaíso, en el patio de honor del Regimiento de Infantería Nº 2 “Maipo” del Comandante Eleuterio Ramírez Molina, en una cripta construida el año 1936, y que tiene una placa con la siguiente inscripción: “De un soldado que tuvo la honra de mandar su Regimiento”.
El sacrificio heroico del Comandante Eleuterio Ramírez, el 27 de noviembre de 1879, en el combate de Tarapacá, le valió el apodo de «León de Tarapacá«, único chileno que, en reconocimiento a la valentía demostrada en el campo de batalla, merece ante nuestra historia dicha denominación, por lo que resulta una impostura histórica grotesca la asumida por diversos políticos, que, sin ostentar la valentía y bravura de Ramírez, se han autoproclamado: “León de Tarapacá” (noviembre, 27 de 2024).