Chicote fue bromista hasta con la misma muerte. La pluma de Juvenal Jorge Ayala lo retrató de esta manera:
Una vez falleciste cortejo triste, raro
¡Era bueno el chicote! ¡puta oh! ex boxeador,
borrachín patudo y payaso.
De pronto te levantas bailas cumbia tomas vino
e Iquique ríe una vez más contigo.
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En otra publicación escribimos acerca de lo mismo:
«Fue el bufón que irreverentemente se reía de todos nosotros. Si hasta de la muerte se burló. Era el clon-clown de cuanto personaje llegaba a Iquique. Fue la fotocopia barata del indio piel roja que el circo Las Águilas Humanas trajo como exclusividad al Puerto Mayor. Con látigo en mano, o mejor dicho con la huasca en ristre, Chicote ahuyentaba perros y gatos. El Mercado Municipal fue su Circo Romano. Fue el Django de Iquique en la época de «El bueno, el malo y el feo», películas esas que los tres cines de Iquique, se peleaban por exhibir. Chicote olía como los vaqueros de entonces: mal. Chicote, al igual que Franco Nero arrastró, por calle Tarapacá, un ataúd que no hizo La Humanitaria ni la Funeraria Guerra. Y en vez de metralleta sacaba un chuico de vino que bebía con devoción».
¿Quién era el libretista del Chicote?
Pero, Chicote se burló de la muerte. Fue una tarde de la que nadie puede decir el día ni la hora exacta. Entonces los taxistas gozaban de prestigio y creatividad, aunque también de un sano humor negro (morirse en esos años en Iquique, era un acto sagrado y heroico, aunque fuese de muerte natural). Y la de Chicote no tendría porque haber sido la excepción.
Enfilando por Tarapacá hacia el cerro una fila india de taxistas acompañaban la urna con los restos del bufón. Los transeúntes detenían sus prisas para saludar a tan querido personaje. Al llegar a Vivar, el milagro de la resurrección, un don sólo otorgado para los hombres y mujeres buenas, acontece en su esplendor al mediodía. El cajón se abre y la figura estrepitosa, de ojos saltones y carcajadas de aquel que regresa del más allá, estalló quebrando el silencio del evento. Los taxistas hicieron sonar sus bocinas y la música se escuchó a lo largo y ancho del puerto: «No estaba muerto, andaba de parranda».
Como es habitual en Iquique, donde todo se carnavaliza, la muerte se hizo farándula. Chicote se subía a los estrados de la vida. Pero, sus días estaban contados.
Nadie sabe cuando se murió de verás ni menos supimos su nombre. El libretista de Chicote, que acostumbra a llamarse Dios, es el único que lo sabe.