En el año 1537 el conquistador Valdivia y 170 europeos imponen el primer saqueo a la quebrada. Aunque también portaban sus propios ideales de vida, esta vez llevaban en sí mismos los gérmenes de la desintegración de la sociedad tarapaqueña. Ya en plena lucha de conquista Acosta (1550) señala la existencia de “riqueza” a ojos de españoles en esta modesta quebrada, cuya “historia” hasta ahora no difería en mucho de otros valles bajos del desierto meridional del Viejo Perú. La presencia de minas de plata del tiempo inca en las cercanías de Tarapacá (Huantajaya o Asino) fue un estímulo directo para el acercamiento europeo a la quebrada en calidad de búsqueda de un apoyo logístico-minero. Mientras tanto, en 1547 (Barriga 1940) nuevos saqueos y ocultamientos de vituallas ofrecen un panorama de desolación en la quebrada. Dentro de este periodo de estupor andino y de búsqueda de la “verdadera” riqueza, Pizarro en 1540 (Barriga 1940) entregó la quebrada en encomienda a Lucas Martínez Vegazo, quien recibe indios, ambientes costeños y quebradeños hasta Pachica y Guaviña, bajo una unidad espacial que, sin duda alguna, dependía de dos cabeceras, siendo el señor Tuscasanga el último remanente de las jerarquías locales del periodo de expansión aldeana, la principal autoridad en el territorio “bajo” de Tarapacá.
La carta de Lozano Machuca (1581) señala que el proyecto inconcluso inca estaba orientado a regar el valle del algarrobal o tamarugal, que obviamente incluía el traslado de aguas a Iluga y que apoyaría esta vez a la creación de “pueblos de españoles”, orientados a concentrar europeos y masa india destinada a los laboríos de las minas de Huantajaya, las cuales antes habían sido labradas por los señores incas. El designio minero estaba así tempranamente planteado y con ello la apertura a un complejo proceso socioeconómico de proyecciones trágicas para la sociedad tarapaqueña. Ya se habla de “reducir los indios de aquel distrito…”. No menos de 2.000 nativos agrícolas y algo más de 1.000 pescadores que cubrían la región de Tarapacá, en donde el segmento de la quebrada era una parte significativa, fueron incorporados a una forma de dominación desconocida.
En 1540 el señor Tuscasanga (¿Tusca Inga?) mantenía su cabecera sociopolítica en la localidad de Tarapacá Viejo, ya que allí solamente aparece cerámica inca intra quebrada, en una concentración de estructuras de amplio desarrollo, que logró a su vez atraer a los primeros colonos españoles. Ambos estamentos ocuparon esta aldea con el aporte de grandes modificaciones derivadas de nuevas formas europeas de percibir el aprovechamiento de los recursos locales. En Tarapacá Viejo se fueron asentando los primeros colonos europeos en plena convivencia con la población señorial indígena que, al parecer, no ofreció resistencia, hasta conformar un gran pueblo con eficiente planteamiento, compuesto por 40 módulos que cubrieron un espacio de innovativo trazado octogonal de mínimo de 30.150 m², instalado sobre la aldea prehispánica (Figura 8).
El cruzamiento de fuentes documentales arqueológicas (depósitos de desperdicios) y escritas permite asegurar que ya desde el año 1548 la quebrada está bajo un fuerte control de mayordomos que colonizan el área a través de la imposición del modelo europeo de fincas destinadas a maíz, trigo y cebada. Se implanta el ganado vacuno, caprino, ovejuno y aún algunos cerdos. El control estaba programado para el manejo regional en amplia escala. En el año 1600 (Echeverría y Morales 1804 en Barriga 1952) la quebrada es designada Curato y, por cierto, que la población española estable había logrado un control inicial del área desde Tarapacá Viejo ya desde antes de esta creación eclesiástica. Una agrupación restringida de colonos españoles mantenía la hegemonía sociopolítica del área en plena convivencia con los señores locales, y recibía periódicos traslados de bienes europeos en proceso de adaptación a este ambiente exótico. Los depósitos de desperdicios en torno a Tarapacá Viejo infieren una temprana presencia de aves y ganado europeo, asociado a granos tan importantes como el trigo, y una profusa difusión de nuevas tecnologías que incluso dominaron hasta las artesanías más típicamente quebradeñas, como lo era la cerámica.
El control del área estuvo inicialmente dedicado a la toma de posesión de la tierra fértil en situación de alto rendimiento y captura de mano de obra avasallada, en función de un ideal de explotación europeo nunca antes conocido en la quebrada. Algunos españoles preocupados de establecer sus primeras fincas, por un lado, y otros con expectativas hacia Huantajaya, mantenían las incipientes labores de extracción. Se advierte que a mediados del siglo XVI no sólo se controla el tráfico europeo de conquista a los territorios sureños, sino que los datos arqueológicos están demostrando que desde muy temprano se establecen los asentamientos europeos por la atracción minero-agraria local (Huantajaya) y regional (Potosí) (Figura 9). Los mayordomos presionaban con los cobros de tributos, establecían almacenes comerciales (tambos) y sumaban los excedentes para distribuirlos una vez al año en los mercados de Potosí. Controlan el agro y las minas, pero continúan con el mar a través de la preservación de flotas destinadas al comercio de pescado seco en la costa sur peruana (Arequipa). Estas acciones gestadas en la temprana encomienda de Tarapacá estaban adecuando el proceso de desarticulación de la estructura local. La expansión del modelo europeo de explotación cunde hacia Huarasiña, aguas abajo de Tarapacá Viejo, y se construye un poblado europeo con un espacio total del orden de los 4.000 m². Mientras que el poder español radica en Tarapacá Viejo durante el siglo XVI, avanzada la colonización en el siglo XVII la elite europea se concentra aguas abajo en Huarasiña con residencias, plaza e iglesia, considerándose el espacio de San Lorenzo como un “pueblo de indios” para manejar y proteger a la población local. Sin embargo, durante el siglo XVIII, una vez disperso en la quebrada el componente indígena, el poder español con un trazado urbano impone su arquitectura, iglesia y otras instalaciones civiles, religiosas y productivas, en donde hoy radica San Lorenzo. Se repite una vez más la vieja solución local del manejo de las dos áreas de vertientes (Huarasiña y San Lorenzo) como claves para la concentración europea. Ambos pueblos de contacto histórico ya no se construyen como los anteriores sobre las terrazas altas, esta vez se acercan por las pendientes al plano cultivado y San Lorenzo opta por la banda norte a raíz de la epidemia que afectó a Tarapacá Viejo durante el año 1717. Este acontecimiento produjo una reorientación de los hábitats hacia la banda opuesta en planos bajos que reciben las primeras construcciones de los actuales pueblos de San Lorenzo y Huarasiña, ambos con templos para sus santos patronos (siglo XVIII). Además, el efecto aniquilador de las epidemias desconocidas sobre la población local campesina fue otro factor social de desajuste del medio quebradeño.
Los aportes inmediatamente post conquista de ganado, aves domésticas, artesanías, semillas, tecnología extractiva, arquitectura y liturgia europea inician un radical cambio en las estructuras sociales locales desde la década del 1548. Cambia el uso de los suelos: del maíz al trigo, de la chicha al vino, algarrobales y chañares por frutales, alfalfa para las nuevas caravanas, esta vez para los mulares, etc. De la vieja tierra comunitaria conducida por los señores locales, a la finca familiar europea, en donde se gesta la incorporación campesina local en calidad de obra de mano avasallada y protegida por un paternalismo sui generis. El nuevo modo económico excluye a los intereses locales, pero usufructúa de los sistemas tradicionales del tráfico de interpisos. Los mayordomos descubren el viejo manejo de las colonias incas de labor y hacen traslados de gentes, esta vez de nefastas consecuencias. El excedente social que hemos inferido para el final preeuropeo de Tarapacá, es distribuido al área de Arica y Tacna (1540) bajo situaciones no andinas que implicaron un rápido y temprano despoblamiento de la quebrada. Por eso ya a mediados del siglo XVI hay constancia de afrotarapaqueños y yanaconas en laboríos agrarios, incluso en las minas de Huantajaya y litoral aledaño.
Ahora se percibe la producción de la quebrada para consolidar los gérmenes de riqueza en distinguidas familias europeas que aspiran a la explotación de los laboríos argentíferos bajo la perspectiva de lograr altas producciones locales que otorguen niveles de autonomía adecuada para el manejo del trabajo minero a gran escala. El esquema de una quebrada al servicio de la alimentación de una densa masa campesina con suelos cultivados por los intereses de ellos mismos, pasa a ser ahora un área de explotación para acumular riqueza europea de corte mercantilista. Quienes se incorporaron al sistema sobrevivieron, el resto constituyó una masa campesina desposeída y lo que es más grave: desarticulada social y políticamente.
Si solamente se aceptan los cambios foráneos de naturaleza agraria, surge una serie de situaciones que impulsan a una temprana desintegración de las comunidades locales: 1) El nuevo concepto de hábitat europeo nuclea habitaciones solariegas, constituyendo pueblos con focos comerciales a donde la población local tenía acceso con niveles de dependencia en la medida que se incorpora al sistema. Por otra parte, cada vez mayores grupos de desposeídos se distribuían a lo largo de la quebrada, tomando control de escasos retazos para estabilizar al menos una economía de subsistencia, al margen del viejo ideal integrador de vida aldeana. 2) La nueva finca europea no sólo cortó el viejo concepto vertical de la propiedad andina, sino que desbarató los enclaves bajos dependientes de pisos altos. Los nuevos “propietarios” disponen de límites precisos a su nueva distribución de agua y tierra. 3) Se adjudicaron el manejo del tráfico con las tierras altas y transformaron las relaciones andinas armónicas por la implantación de mecanismos monetarios, alterando radicalmente el trasfondo social de la propiedad vertical y aún de los valores de reciprocidad ejercida por los señoríos de la quebrada. 4) El bloqueo a la continuidad de ocupación en términos de archipiélagos distantes, además de la directa usurpación de tierras expectables, estimuló una temprana política oficial de “reducción de comunidades” en espacios menos productivos.
Es decir, los cambios derivados de la transformación de la propiedad suscitaron un arrinconamiento de las mayorías campesinas, las mismas que antes fueron responsables de la producción excedentaria bajo situaciones andinas, derivando en un temprano proceso de despoblamiento de sorprendentes proyecciones, paralelo a una acentuada pobreza también “foránea” a las tradiciones locales. En el año 1699 (Barriga 1952) se ha indicado que las comunidades indias de la quebrada venden a españoles sus propiedades trigueras que permanecían rodeadas de una fuerte expansión de las fincas.
Campesinos incorporados en vasallaje a las casas solariegas y modestos agricultores distribuidos a lo largo de la quebrada entre los pueblos de Huarasiña, San Lorenzo y en múltiples lugarejos intermedios manejaban predios reducidos, conduciendo su producción a los intereses europeos. Durante el siglo XVII el trigo ha cubierto la mayoría de los suelos. Los molinos de los señores estrechan aún más los niveles de dependencia; no obstante, estos reducidos sectores de modestos agricultores “independientes” permiten la sobrevivencia de la sociedad local en vías de mestizaje. Para este efecto ocupaban todos los rincones posibles cuando existía superávit de regadío, y aún manejaban el control de tierras distantes, incluyendo la implantación del trigo en pampa Iluga cuando el caudal del arroyo alcanzaba las extensiones aledañas del Tamarugal (O´Brien 1765 en Bermúdez 1975) (Figura 10).
Durante el siglo XVIII la riqueza de la plata, los excedentes agrarios y forrajeros locales, el éxito del comercio nunca antes conocido en el área, han consolidado el desarrollo de familias de origen europeo que han logrado un estatus agro-minero de suma trascendencia. Es el siglo de la expansión del nuevo pueblo cabecero que actuó como verdadera “capital” de la quebrada: San Lorenzo de Tarapacá (Figura 2). Aquí se planteó el destino minero de la quebrada y de la región aledaña, creándose los estímulos decisivos para la transformación del paisaje a través de nuevas formas de entender la productividad de la quebrada. Se trata de colocar la agricultura al servicio de la minería, manteniendo en San Lorenzo el foco político, cultural y religioso (Figura 11) hacia donde converge la gradual y efectiva acumulación de capitales en uno de los extremos más marginales del virreinato. La emergencia de la “aristocracia” de oasis de ancestro español con autonomía espacial y política, imprime un vertiginoso ritmo creciente al trabajo semiindustrial de los laboríos de plata, en tanto que se modifica el paisaje por la explotación intensiva de forraje y de las maderas de los bosques aledaños (combustible industrial). Lejano está el tiempo en que el cuidado del valle y arboledas estaba previsto para asegurar un razonable equilibrio entre alimentos y forrajes. Ahora se incrementa una forma irracional de apropiación de leña y proliferan las pequeñas factorías del carbón de madera, que iniciaron las bases de un comercio regional de nefastas consecuencias para poblaciones que todavía tenían acceso al Tamarugal. Otras transformaciones del paisaje se estaban operando con el desmesurado desarrollo de la ganadería de tiro (v. gr. mulares). Por eso, en la medida que se ampliaba la explotación y elaboración extractiva en pampas y cordilleras distantes, se requirió de nuevas y viejas tierras destinadas a pastizales, restando un importante espacio a la producción de alimentos locales: del maíz al trigo y a la alfalfa. De las fincas a la explotación minera.
Tan ambiciosa gestación minero-agraria llevó a su máxima riqueza el yacimiento de Huantajaya que nunca mantuvo una población señorial residente por la absoluta carencia de recursos locales. Así se levantó en San Lorenzo, Pica e Iquique la cabeza visible de una época extraordinaria de audacia en la lucha por transformar quebradas y desiertos productivos en riqueza vinculada, esta vez con la minera, a escala nunca vista. Los señores hacendados reactivan el viejo proyecto destinado a trasladar caudales desde las cuencas andinas (O´Brien 1765 en Bermúdez 1975) para ampliar el regadío hasta pampa Iluga. Jueces y propietarios de Huantajaya alternaban con dueños de fincas (Echeverría y Morales 1804 en Barriga 1952). San Lorenzo en la colonia tardía sumaba 1.337 habitantes, de los cuales sólo 329 eran “indios hábiles” (Dagnino 1909), dedicados a orientar la producción agraria a los requerimientos exigidos por las poblaciones establecidas en los tempranos campamentos mineros (Barriga 1940). En esta colonia tardía (1756) el deterioro de la sociedad autóctona había llegado a un clímax crítico. El déficit de mano de obra exigió la imposición de mitas (trabajo obligatorio en turnos de baja remuneración) para los laboríos de Huantajaya. Uno de los propietarios, el señor José Basilio De la Fuente, requirió mita de minas sobre los escasos remanentes étnicos de San Lorenzo de Tarapacá y Sibaya. Al constituirse la mita en Huarasiña en 1761, se establece que más del 75% de sus componentes proviene de gentes establecidas en cotas sobre Pachica (Villalobos 1975), precisamente de comunidades más altas donde el modelo económico europeo tuvo menos adecuación y, por ende, se conservó más el carácter de área étnica de refugio. Frente a estos requerimientos de trabajo obligatorio, los señores Lucay y Quiquincha de Sibaya argumentaron sobre el carácter trágico de esta imposición. Al final, son trasladados al lugarejo de Tilivilca en la propia quebrada donde José Basilio De la Fuente mantenía un trapiche y “azoguerías” argentíferas, procesando los minerales provenientes de Huantajaya. Al evitar su traslado a Huantajaya, recordaban todo el proceso de etnocidio focalizado en los laboríos de plata desde el siglo XVI (Figura 12).
En esta época se puede postular una gradual transición desde la “aristocracia agraria” a una “aristocracia de la plata”, cuya eclosión se advierte a mediados del siglo XVIII. Precisamente, después de la muerte de José Basilio De la Fuente, el hombre más rico de toda la región y dueño de gran parte de Huantajaya, quien vivía en sus casas solariegas de Tilivilca, Tarapacá y Pica, se adviene el ocaso de los yacimientos argentíferos y una recesión crítica repliega las operaciones mineras y retrae a los primeros pioneros con fuertes capitales acumulados a la quebrada original. El retorno al medio agrícola implicó una crisis aguda, derivada de los desajustes suscitados por la dependencia de la producción agraria en vez de las faenas mineras. Predios subdivididos por los sistemas de herencia, aumento de trabajadores sin empleo minero y súbita reducción de mercados constituyen, entre otros factores, los indicios de un incremento de la inestabilidad agraria dependiente, con serios efectos entre la población indígena y mestiza local. En el año 1792 (Barriga 1952) una cifra algo superior a 400 individuos, entre los que se cuentan mestizos, cholos, indios y afrotarapaqueños, abandona Huantajaya. Por otra parte, los propietarios y mineros incipientes vuelven desde diversos lugares de extracción y elaboración argentífera a la quebrada.
Los nuevos señores tarapaqueños de fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX lograron incorporar a la pampa aledaña y minas más distantes tecnologías con intenciones semiindustriales, en lugar de los procedimientos españoles de bajo rendimiento. Surgió gradualmente un buen manejo de la fabricación de pólvora (Figura 13). En San Lorenzo se construye una fábrica y por el traslado de azufre, carbón de madera y nitrato se alcanzan cuotas significativas que, a falta de mercados de plata, crean una nueva estrategia en la búsqueda de mecanismos para reactivar la economía del área. La elite tarapaqueña criolla y mestiza presenta ahora ideales no agrarios y ha dado paso a nuevas expectativas casi industriales. Mineros con cargas en mulas bajan a Iquique a evaluar sus muestras (Figura 14). Un tarapaqueño los ha independizado de la corona española y como presidente de la naciente nación peruana apoyará las iniciativas de sus coterráneos (Figura 15). La sociedad local peruana definitivamente ha cambiado. Un nuevo modelo de empresa define una mentalidad citadina de pioneros industriales con residencia estable en la vieja aldea de San Lorenzo. Han levantado como reflejo del nuevo poder político un nuevo edificio: la Intendencia, con arcos y volumen neocolonial (Figura 16). Pero, ahora están explorando las pampas con nitrato. Aspiran a una casa de monedas propia, consolidan su autonomía de gestión tras la posesión de estacas extensas de nitrato bajo la quebrada. En el año 1809 el éxito de la venta de pólvora los pone en contacto con mercados europeos y los viejos capitales de la plata se re-agilizan considerablemente. Es el tiempo en que los experimentos químicos transforman al nitrato en salitre y se establece una verdadera lucha por la adquisición de pampas cercanas a la quebrada. Al decaer los mercados de pólvora, hay un retorno a la quebrada en vías de preparar la más grande aventura tarapaqueña: la explotación salitrera. Tarapaqueños como: Marquesado, Hidalgo, Plaza, Arias, Vernal, Tinajas, Carpio, Calla y Granadino, entre otros, figuran como los más tempranos propietarios de incipientes oficinas salitreras del sistema de paradas en la antesala de la guerra internacional del salitre (Figura 17), echando las bases de un rápido enriquecimiento con repercusiones directas en la producción agraria dependiente de la quebrada. Ahora el hombre más rico de la región es Anastasio Tinajas, tarapaqueño, hijo del siglo XVIII, quien en 1840 ha acaudalado los capitales más atractivos de la naciente república peruana.
Interfiere este nuevo clímax productivo la penetración victoriana inglesa a través de tecnologías y capitales de gran trascendencia. Al área salitrera se acercan densos capitales foráneos, con nuevos ideales de vida que se contradicen, aunque concuerdan con la experiencia tarapaqueña (Figura 18). La guerra salitrera finiquitó una etapa de control tarapaqueño, expandiendo el nuevo modelo industrial afianzado en la nueva estructura británica que se imponía en los diversos enclaves mineros, con apoyo de amplios recursos financieros y tecnológicos foráneos al medio local. Los señores peruanos tarapaqueños pierden su hegemonía sobre el área y definitivamente quedan fuera del proceso (Figura 19). Gradualmente la quebrada deja de ser el eje básico del poder financiero y administrativo, en tanto que el talento victoriano construía en Iquique el nuevo modelo urbano con innovadoras concepciones empresariales que colocaban al puerto en estrecha relación con los mercados capitalistas del Viejo Mundo. Los nuevos ideales de vida se orientan al Pacífico, dando la espalda al viejo centro económico y cultural de San Lorenzo. Antes del conflicto los empresarios peruanos han ocupado mansiones que aún sobreviven en el espacio fundacional del Morro de Iquique (Figura 20). Los escasos empresarios sobrevivientes del cambio de posguerra permanecieron como remanentes de un auge perdido y continúan usando sus casas solariegas en la quebrada. Otros lo hacen en Lima o en sus residencias de madera en Iquique, y aun en la diáspora europea sin olvidar a los caídos en las batallas (Figuras 21, 22). Pero el destino de la disolución de los capitales tarapaqueños estaba decididamente sellado.
Desde el temprano auge salitrero la quebrada debió aportar alimentos, pastos y gentes a través de un enérgico flujo migratorio que intensificó el despoblamiento local en términos de alterar las prácticas agrarias. Aquellos que sobrevivían desposeídos en la quebrada, pasaron a incrementar el rápido poblamiento de la pampa salitrera aledaña. En la medida que grandes concentraciones de trabajadores se establecían en uno de los desiertos más productivos del mundo, la quebrada reactivó sus suelos para satisfacer los mercados salitreros cada vez más exigentes, consolidando principalmente el auge de las fincas de la elite local.
Según la “Matrícula de predios rústicos” para la provincia litoral de Tarapacá del año 1876, existían 93 propietarios de tierras entre Huarasiña y Pachica, de los cuales sólo 9 eran directamente acaudalados, 17 pueden considerarse medianos con recursos algo suficientes y 67 son claramente pequeños propietarios que subsisten dentro de un estatus de pobreza estable. El auge salitrero significó en buenas cuentas una consolidación de la alta productividad de las grandes fincas, en donde sólo existían tarapaqueños mal rentados, y un proceso migratorio que capturó la mano de obra desposeída en la quebrada, intensificándose el deterioro campesino en un alto nivel desintegrador. La sociedad sin riqueza ha cambiado: más salitreros, menos campesinos. La riqueza se ha concentrado en las familias tarapaqueñas tradicionales, ligadas a la explotación esta vez agro-salitrera, e incorporándose al nuevo sistema de explotación británico con su experiencia mercantilista previa de naturaleza extractiva. Dentro de este esquema, sólo la familia Vilca, de raíz andina, aplicó el modelo comunitario del trabajo autóctono quebradeño en plena pampa salitrera, con un fracaso que trascendió en las tradiciones orales. La última posibilidad de reactivar un modo de vida anterior colectivista, alterado por la imposición de los nuevos valores capitalistas, había fracasado.
Tomado de Núñez, Lautaro: Emergencia y desintegración de la sociedad tarapaqueña: Riqueza y pobreza en una quebrada del Norte Chileno. En Advis, Patricio y Núñez: Estudios Tarapaqueños (2021). Universidad Católica del Norte, Neptuno, pp 641-694