Nace en Santiago el 22 de septiembre de 1930. Muere fusilado en Pisagua el 29 de octubre de 1973.
Pudo haber sido el año o el 71. Da lo mismo. Pero su presencia no pasó inadvertida. En el local del partido Socialista, el de la calle Gorostiaga, se llegaba al segundo piso por una larga escalera. A la izquierda las oficinas de la Juventud Socialista (FJS) y a la derecha la de los adultos.
Se notaba a las claras que era un compañero importante y que no era de aquí. No era moreno ni mucho menos. Tenía los ojos claros. Buenmozo decían las mujeres, entre coquetas y espartanas a la vez. Lo acompañaba una mujer delgada y bella. Su nombre Rodolfo Fuenzalida. Se montaba arriba de un citroneta, citrola le decíamos, y creo que llevaban consigo dos o una niña, o niño. Nunca lo supimos. Ahora lo sé.
En el Liceo de Hombres, llegó a compartir la sala de clases, su hijo del mismo nombre. Buenmozo decían las liceanas, incluso las de derecha. Compartí con él, el 4 año A. Decían que era un buen arquero de fútbol, pero era mejor como militante.
Su padre, de él me recuerdo, vivía con su familia en la calle Segunda Sur. Era aviador de esos que prospectan en pequeñas naves la manchas de sardinas. Esa información es clave para que los barcos las encierren en sus redes. La dictadura cambió el nombre de la calle por General Hernán Fuenzalida. Un general golpista. Ironías de la vida. A esa calle la llamo Fuenzalida, pensando en el compañero. Y me viene a la memoria la cara de Rodolfo, de los dos, padre e hijo. Por los años supe que Rodolfo, el chico había muerto en el exilio.
Usaba chaquetas cortas y era un hombre elegante. Tenía su estilo que se avenía muy bien con la época. Hay que decirlo con todas sus letras y con el mejor sentido de la palabra, un pequeño burgués. Uno que optó por la construcción del socialismo. Pertenecía en tanto apoderado de su hijo, a la asamblea de padres y apoderados, de lo que entonces era la Comunidad Liceana, un espacio tripartito en la que participaban estudiantes, profesores y apoderados.
Junto a su hijo y a otros militantes eramos activos en las discusiones en clases, sobre todo en Historia, Filosofía y Castellano. En las clases de Historia discutíamos con vehemencia e inmadurez (teníamos 17 años), con el profesor de la asignatura. Cansado de nuestras opiniones, nos llamó al final de la clase y nos ofreción un 6 por todo el año, siempre y cuando no asistiéramos más a clases. Nos indignamos y hablamos con Rodolfo, el padre. Este planteó el tema en una asamblea y ardió Iquique como si fuera Roma.
El año 72, motivado por Freddy Taberna y por él me fui a estudiar a Antofagasta. Por una radio me enteré de su muerte y desparición de su cuerpo en Pisagua. Guardo siempre la imagen de un hombre serio con sus ojos claros, bajando rápidamente por las escaleras del Partido.
Fuente:
Guerrero Jiménez Bernardo, «Arriba de una Citrola» texto para Rodolfo Jacinto Fuenzalida Fernández.
El tío Rodolfo, padre de mi primo Rodolfo Fuenzalida Oyarce.
Carismático, cariñoso, wapo según recuerdo.
Dicen que llegaba en avioneta a la casa en la playa de Mirasol.
Recuerdo a mi primo, entró a la aviación, lo expulsaron, por contestatario creo.
El 11 lo pasó en mi casa, luego se asiló, se fue a Francia. Compartí su dolor en el exilio. Allá murió, mi primo amado. Sin saber dónde estaba su padre.
A ambos Rodolfos Fuenzalida los mató la dictadura.