Algo de mí

El 11 de septiembre en Antofagasta

El primer año de Sociología del año 1973, en la Universidad del Norte, en Antofagasta,  estaba compuesto por más de 120 estudiantes. Nunca había estado en una sala tan grande. Había que llegar temprano para ganar una buena ubicación. El primer semestre tenía cuatro asignaturas. Materialismo Dialectico, dictado por el maestro Fernando Farías, Materialismo Histórico, a cargo de una socióloga brasileña de nombre Auribanda Almeyda, Economía Política, cuyo titular era el economista cubano Felino Quezada e Inglés Instrumental por Ketty Farandato. 

Ese año por la radio se escuchaba a Camilo Sesto cantando “algo de mi, se va muriendo…”.

La Norte, la universidad, no escapó a las contingencias de la época. Las luchas de los estudiantes en pos de una sociedad socialista eran el pan de cada día. Se estudiaba y a la vez nos movilizamos tras ese ideal. Fue un semestre para nosotros intenso. La mañana del 11 de septiembre acudimos rápidamente a la universidad. La noche del 10 la pasé en una casa de la Gran Vía donde vivía Luis Alániz que luego sería fusilado por la Caravana de la Muerte. Nos tomamos la universidad hasta que llegaron un par de tanques y con sus inmensos cañones nos apuntaron. Escapamos y nos fuimos a un departamento en el Curvo. Tuvimos todos el día y la noche del 11, viendo como el cielo se iluminaba por los balazos y la calma de la noche era alborotada por el ruido de los helicópteros. Esperamos hasta el día por las instrucciones que nunca llegaron. Nos fuimos a la pensión en la calle Esmeralda. Nos esperaba la dueña de la pensión, cuyo nombre no me quiero acordar, y nos amenazó con denunciarnos si no nos íbamos a la brevedad. Y nos fuimos, pero antes quemamos libros y papeles, panfletos y todo aquello que se considerara peligroso. Ardía el libro Qué hacer de Lenin.

Viví por mucho tiempo con la angustia de la espera. Me explico. Sabía que en cualquier momento podía ser detenido. Todos mis amigos estaban presos. ¿Por qué no a mi? En las noches me despertaba con el paso de un pesado camión de los milicos. ¿Será mi hora? Menos mal que nunca llegó ese momento. Siempre estuve en esa especie de limbo. Como nunca fui detenido y tampoco fui exiliado no «gozo» de ese extraño «placer» de haber estado en el uno o el otro, o en algunos casos,  en ambos. Por lo mismo y en muchas ocasiones, no soy invitado a esas actividades.

(En mi casa en Iquique, en el comedor había dos grandes afiches, uno del Che y otros de Los Beatles. Mi padre, asustado, quema el del Che, pero se queda mirando a los cuatros de Liverpool, y por si acaso, también lo tira al fuego. No exageraba, mi padre, mi viejo).

Fueron largos y tristes esos meses. Con mis amigos nos fuimos a una pensión en la calle Méndez en Antofagasta, cerca del Cementarlo. Un hogar compuesto por una mujer y sus tres pequeños hijos. Su marido, estaba preso. Era militante comunista. Estar ahí con ellos era una forma de ayudarnos mutuamente. Y así fue. La más pequeña lloraba toda la noche. Extrañaba a su padre. De a oídas sabíamos lo que ocurría en Iquique. Fusilamiento de Taberna, Ruz, Sampson, los Lizardi, entre otros nos conmovían. Todos eran nuestros amigos mayores. Los conocíamos, aunque por tema de edad, no nos frecuentábamos mucho.

Después de ese maldito 11 de septiembre, supe que mucho de mí, se estaba muriendo. Maldito Camilo Sesto.

Bernardo Guerrero Jiménez

Sociólogo. Universidad del Norte, Antofagasta.

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