Dos indios en la pampa del Tamarugal fueron sorprendidos por la noche. Los caminantes temerosos por el frío, prendieron una fogata. No bien, abrió ésta su rosa de luz, cuando el fuego caminó…
-¡Ay Dios, el fuego anda, el fuego corre…!-gritó despavorido uno de ellos.
-¡Huyamos, hermanito, huyamos!- propuso el otro. Y veloces, enfilaron su miedo a la parroquia de Camiña- Tocaron a sus puertas, agitados y convulsos.
El cura se sobresaltó: ¿qué pudo imprimir tales gestos en feligreses tan mansos, qué visión infernal…?
Aventuró una pregunta. Los indios, a coro de pavor, no articularon, sino lamentable estribillo.
-¡Ah, taitita, por Dios…!
-¡Ah, taitita, por Dios…!
El cura fue calmándoles y supo que el diablo habíase metido en una fogata y corría a la siga de ellos.
El cura sin perder minutos, invitó a los indios a caminar con él hasta el lugar demoníaco. Llegados, le bendijo y sustrajo terrones de “esa tierra”, para analizarla con tranquilidad. En la paz de su parroquia, la escarceó y terminó por descubrirle nitrato de potasio. Una sana inquietud le guió hasta su jardín.
Su diestra empuñaba tierra de aquella. Cavilaba:
-¿Qué pasaría si la arrojase a mis plantitas…?
Y , persignándose, la tiró satisfecho. No tardó la sorpresa: las plantas crecieron, vigorosamente. Era como una primavera demás que embelleciese la parroquia.
Las comadres fuéronse de suposición en suposición, aquello era milagroso!
-El jardín del señor cura está bendito-murmuraban. El murmullo irritó al buen cura de Camiña, medio sabio, medio santo.
-No hermanas-adoctrinó, -nada de milagros…entrad a mi cuarto y os enseñaré algo para calmar vuestras lenguas…
Abrió una caja y exhibió la tierra fortificante:
-Esto que veís no guarda magia alguna. Llamaremos a esta tierra bendita, si os agrada «Tónico para el Reino Vegetal». Os repartiré un puñadito y luego, me contareis como se hermosean vuestras hortalizas y sembrados.
Camiña ondeó gracias nuevas y cegadoras. El «Tónico para el Reino Vegetal» permitió, desde 1879, que el nombre de Chile viajara en los sacos salitreros, como sinónimo de Patria de la Felicidad.
Version de Andrés Sabella Gálvez.
En: Juan García Ro (2015). Leyendas del Norte Profundo (p.31 y 32). Vallenar: Ediciones Mediodía en Punto.