El modo como la sociedad trata a sus presos, revela de una u otra manera, la noción de libertad que ésta tiene. Y ésta para nuestra sociedad, no pasa de ser una cuestión formal. La democracia también lo es. Dime que tipo de cárcel tienes y te diré que tipo de libertad profesas. Dime como castiga a tus hijos, y te diré que tipo de padres eres. Baste revisar los penales de las sociedades democráticas para darnos cuenta del peso que la libertad tiene. No hay que olvidar que la sociedad carga sobre sus espaldas la responsabilidad de cautelar la vida de sus presos y sobre todo de su rehabilitación. Ambas responsabilidades, por cierto, no la estamos cumpliendo.
Lo acontecido en Iquique la noche del 20 de mayo, marcará profundamente nuestra historia local, tal como lo fue la explosión de Cardoem el 25 de enero del año 1986. Pero, que las cosas vayan a cambiar, tenemos motivos suficientes para ser pesimistas. Aún no sabemos con precisión que ocurrió esa mañana de verano en Alto Hospicio.
Con la muerte de los 26 reclusos, primerizos y algunos con meses de detención, sin procesos, la sociedad iquiqueña ha recordado una vez más que la línea entre la vida y la muerte violenta, es cada vez más frágil. Baste recordar nuestra historia para darnos cuenta de ello.
La cárcel -y no uso la expresión Centro de Rehabilitación por razones obvias- necesita una drástica reestructuración. Se ha avanzado en el proceso de la Reforma Penal y en la construcción de nuevos recintos. Son medidas que hay que aplaudir, pero en el fondo se precisa también cambiar la imagen y percepción que de los reclusos se tiene. No faltó quien al enterarse de los hechos, lo trató de minimizar, aludiendo a que sólo eran presos.
Esa afirmación, pensada por muchos y por muchas, nos revela una problema de fondo que tiene que ver con el valor de la vida. Que no haya ni siquiera un minuto de silencio en los actos del 21 de mayo, ya nos revela el estado de salud mental de nuestra sociedad. Si hasta el presidente Lagos, hizo mención al hecho. Pero Lagos, sigue siendo Lagos. Sólo la máxima autoridad municipal, el alcalde Jorge Soria, se eximió de sus labores, para estar en el lugar de los hechos. Otra hubiera sido la situación, si los muertos no cargaran sobre si el estigma de ser reclusos. Otras autoridades, en forma apresurada usaron la expresión “motín”, con todas las implicancias que ello tiene. A los amotinados, hay que tratarlo de modo diferente.
La cárcel y demás dispositivos que la sociedad dispone para asegurar el orden social, deben ir de la mano con la amplitud del concepto de libertad, tolerancia y sobre todo del apego irrestricto a la dignidad humana. La cárcel como ya se ha dicho, es uno de los espejos de nuestra convivencia humana; en ella, reflejamos nuestras miserias y grandezas. No fueron veintiséis los muertos. No. Son: Alvaro, Gonzalo, Antonio, Jorge, Mauricio, René, Manuel, Moisés, Ricardo, Luis, Yerko, Jordán, Luis, Enrique, Jesús, Marcio, César, Jonathan, Alejandro, Cristián, Mario, Andrés, Cristián, Miguel, Pedro y Sebastián.