Huachito. «-¿Y se puede saber qué hacís aquí?
-Esperando que alguien me tire un hueso.
-¿Tan pobre estai?
-Pobre no –se defendió el Laucha-. Lo que pasa es que yo, con una perdiz color que no la verís, no me conformo, huachito culebra» (Caliche. Luis González Zenteno, 1954: 298).
Huachito culebra. «La bizarra locomotora entró bamboleando su campana niquelada que ponía en tensión los nervios, y los trabajadores asaltaron los carros de carga.
-Con permiso, huachito culebra. Aquí me embarco. Entretiénete como pueda. A la tarde charlamos.
Y de cuatro zancadas alcanzó el convoy y subió a uno de sus cubos de fierro, donde reían y chacoteaban, como chiquillos en asueto, varios particulares» (Los Pampinos. Luis González Zenteno, 1956: 175).
Huachuchero. «La Guillermina salió hecha una furia de la cocina y se encaró con don Chundatata, que reía al sol por todos los poros de su barbuda cara.
-¿Ya llegó ya, su viejo huachuchero? ¡Miren las recomendaciones que hace!
-Güenos consejos, pues, ña Güilita. ¡Güenos consejos! Usted sabe que más sabe el diablo por viejo que por diablo –y rebotó encima del pescante como si fuera a reventar de carcajadas» (Caliche. Luis González Zenteno, 1954: 106).
Huachucho. «El negro abrió los ojos. Los ruidos lo habían despabilado.
-Otro que cachimbea –protestó-. Me cayó mal el huachucho.
Garrido roncaba como un bendito.
-¿Qué te parece el primo? Hacha para la pestaña» (Los Pampinos, Luis González Zenteno, 1956: 179).
Huaipe. «…Absorbidos en su trabajo no advirtieron la batahola que se producía en la calle.
-¡Oyeron! –gritó Elena, desde la pieza contigua.
Floridor paró la prensa.
-¡Auxilio! ¡Nos matan! ¡Don Floro! –aullaba una mujer.
El viejo apagó la lámpara de un pelotazo de huaipe.
-¡Silencio! ¡No se muevan!…» (Caliche. Luis González Zenteno, 1954: 199).
Huairuno. «Y ella echaba a volar la campanita de su voz. mostrando la fina pulsera de sus blancos dientes.
En esos momentos su madre le daba besos tan fuertes que llegaba a dolerle la cara
-¡Mi tesoro! ¡Mi huairuno!
Los tiempos eran buenos y malos. Corrientemente faltaba el alimento, el chuño de patatas, el maíz, el charqui, el charqui. Las arrobas de algodón que pagaban por anticipado unos señores elegantes que viajaban en hermosas cabalgaduras, -caballos lustrosos de imponentes alzadas, orejas avizoras y crinudas colas-, servían para suplir otras necesidades» (Los Pampinos. Luis González Zenteno, 1956: 74).
Huascas. «Exprimía un limón de Pica con el pulgar y el índice y el ácido cítrico hacía hervir la soda en la jarra.
-Un gin –pidió un bichicuma, dejando caer una moneda sobre el mesón, la que tapó con la mano.
Al fondo, dos cargadores bebían cerveza las huascas pendiendo de sus hombros.
Un sol de bronce, echado en la puerta, arrojaba resplandores al interior» (Los Pampinos. Luis González Zenteno, 1956: 21).
Huesa. «En la tarde del día siguiente se efectuaron los funerales de las víctimas, con numeroso acompañamiento. Taciturnos y resignados, fueron a tirar a la huesa los jirones proletarios que abatió la adversidad, un pescador abnegado y dos niños inocentes» (Caliche. Luis González Zenteno, 1954: 194).