El 14 de febrero de 1600 entró en erupción el volcán Omate o Huaina Putina, conmoviendo todo el territorio que actualmente corresponde al sur de Perú y norte de Chile, especialmente Arequipa y Arica. Esta última ciudad está ubicada más o menos a cincuenta leguas del volcán y en esa fecha padecía además, las zozobras inherentes a la presencia de corsarios en sus costas.
Los daños fueron causados por los fuertes temblores y la lluvia de cenizas, que abarcó un territorio de alrededor de trescientas leguas a la redonda del volcán.
Un testigo que sufrió las consecuencias de la erupción en Arica, Simón Pérez de Torres, relataba que la lluvia de cenizas se prolongó por más de quince días, destruyendo el valle, derribando muchas bodegas y techos de las casas, al mismo tiempo que mató gran cantidad de ganado y animales salvajes de la zona.
De los pueblos inmediatos al Huaina Putina desaparecieron la mayor parte de los habitantes.
Muchos de éstos apresuraron su fin, en una acción de desesperación, colgándose de los árboles o arrojándose al volcán.
Otro testigo agregaba que para aplacarlo, los indios echaron ochenta personas vivas dentro del cráter, pero que también perecieron los que realizaron la ceremonia.
Los aborígenes decían que antiguamente, para calmar al volcán, entregaban anualmente diez o doce doncella al cráter, pero con la llegada de los españoles este rito dejo de realizarse.
Los diaguitas, chonos, atacameños y otros pueblos del norte, no dejaron, sin embargo, huellas de carácter religioso o tradiciones relacionadas con las creencias en cuanto a las causas u origen de los terremotos, inundaciones, erupciones volcánicas o enfermedades.
Una de las pocas tradiciones que se cuenta, en el norte, está relacionada con las bellezas de los Payachatas. Se dice que hace muchos siglos una bella muchacha, Pomerape, quien siempre acompañaba a sus padres pastoreando alpacas y llamas, conoció y se enamoró de un joven apuesto y fuerte llamado Parinacota, precisamente el día que éste luchaba contra las inclemencias del tiempo, para salvar a su numeroso rebaño. Ambos decidieron casarse, pero alguien se opuso a esta unión los maldijo y los dos jóvenes quedaron convertidos en piedras. Allí permanecen a través de los siglos, como dos cerros gemelos, juntos uno al lado del otro, pero sin llegar a unirse jamás. En las noches de tormenta, afloran del cráter del volcán Parinacota corrientes magnéticas que llevan mensajes de amor al cerro Pomerape, estremeciendo todo el altiplano.