Un camino encriptado, borrado por la desmemoria

Antonio O’Brien, hijo de irlandés y madre española, fue el primer geógrafo de Tarapacá, rango  al que se adscribe tanto por el diseño de planos, como por sus ricas descripciones textuales. Aunque antes de venir a Tarapacá había ejercido los oficios de oficial del ejército real y de comerciante en España, en Lima comenzó a destacar como instructor de tropas.

Pero también destacaron sus calificadas aptitudes para el dibujo técnico y la geometría, como que el virrey Manuel Amat y Junient le encargó la confección de planos del Callao, primero; y luego del mineral de Huantajaya, no tardando en ameritarlo con el nombramiento de  Alcalde Mayor de Minas con despacho en San Lorenzo de Tarapacá (Hidalgo 2009).

                    Pistas para un descubrimiento

En 1765, O’Brien reveló que el pueblo de Tarapacá  y Huantajaya estaban comunicados por tres vías, la más importante de las cuales tenía por nombre Calaumaña, según figura con  el número 13 en el plano que posee la Biblioteca Nacional de Chile (citado por Couyoumdjian y Larraín  1975:331-nota 5).

Es probable que alguna o todas aquellas vías fueran de existencia pre-inca y que a Calaumaña la haya perfeccionado y potenciado el Tawantinsuyo.

Después de O’Brien entra en la escena testimonial William Bollaert, quien escribió que en el camino entre Iquique y Tarapacá (Calaumañan), en plena PampaIluga, existían varios geoglifos, “el principal de ellos compuesto por dibujos irregulares, un puma, una llama y dos indios”. Además de dos motivos que omite mencionar: una figura parecida a una cruz gruesa y una especie de panel o letrero. Esta representación icónica, ya desaparecida, quedó perpetuada en un dibujo de George Smith, que es el que ilustra esta crónica (Bollaert 1860:160).  

Lo más relevante, sin  embargo, es que Bollaert hace relucir su profundo espíritu observativo, puesto que en su primera exploración del territorio tarapaqueño junto a su amigo y compatriota George Smith, notó y puso de manifiesto que desde el Cerro Huara al pueblo de Tarapacá corría un antiguo sendero indígena que tenía la particularidad de estar flanqueado por hileras de piedras o bolones (Bollaert 1860:161). En verdad, más que antiguo, un sendero de factura incaica.

Cabe precisar que Calaumaña era un ramal transversal secundario que conectaba con los grandes ejes longitudinales de la red vial del Tawantinsuyo: primero con el de la costa o los llanos, que en esta provincia discurría por los faldeos occidentales de la precordillera y continuaba al transaltiplano. Y más arriba empalmaba finalmente con la arteria troncal o Qhapac Ñan propiamente tal, que remataba en Machu Picchu. 

Tales caminos de menor importancia comparativa tenían más de 3 ó 4 metros de ancho (Hyslop 1992, citado por González 2017:27), parámetro que cumplía Calaumaña, según se aprecia en la primicia fotográfica tomada en terreno por el equipo del doctor Horacio Larraín Barros y que hemos presentado en otra oportunidad .

La instalación de los bordes con bolones de piedras (abundantes en Pampa Iluga) estuvo a cargo de los nativos tarapaqueños, cuyo curaca debía procurar que la pista vial estuviera siempre despejada.

Por las características del terreno, este tipo de vía secundaria debió ser más bien simple: no estuvo seguramente dotada de elementos infraestructurales como plataformas, muros de contención, puentes o tambos, por ejemplo.

Los ramales transversales fueron construidos por el Inca con el propósito de articular áreas de alta importancia económica, a fin de facilitar el tránsito de personas y caravanas, transportar productos, tributos y, en el caso específico de Huantajaya, minerales que requerían ser traslados a centros hegemónicos del imperio para someterlos a proceso metalúrgico final.

                      Privilegiada por el Inca

Paralelamente, Calaumaña fue una vía dotada de alto significado simbólico-ritual por estar asociada a un yacimiento argentífero privilegiado por su koya o huaca y más aún por la elevada jerarquía contener una Mina del Sol. Era, por tanto, una ruta ceremonial.

El trazado de Calaumaña no terminaba, sin embargo, en Huantajaya, sino que se prolongaba casi hasta la misma costa, debido a que el propio Inca resolvió escenificar una capacucha en el hoy Cerro Esmeralda, la que convocaba peregrinaciones regionales e interregionales. Es posible que no existiese otro santuario y oráculo de ese rango en un vasto radio territorial en todo el extremo sur del Perú.

Y ocurre que, hasta donde sabemos, en Tarapacá habían nada menos que dos, ya que el imponderable Bollaert reveló la existencia de otra capacucha en la desembocadura de la quebrada de Tarapacá. No creemos andar errados si conjeturamos que Calaumaña también vertebró este sitio. En suma, un prominente circuito de carácter ritual.

Recordemos la información de O’Brien de que Calaumañan llegaba al mineral de Huantajaya. Pero el rasgo de categoría real de pista despejada de toda interferencia calificaba solamente para el tramo Tarapacá-Cerro Huara  que menciona Bollaert y finalizaba en el Cerro Huara. Aquí, en su cara frontal estaba plasmado un geoglifo ( Núñez 1976:160) que recordaba o entregaba información acerca de lo que venía más adelante.

Calaumaña daba la vuelta por el costado sur del Cerro Huara e ingresaba a la serranía costera en demanda de Huantajaya, debiendo vérsela con una topografía accidentada de terrenos cortados por cerros, quebradas  y quebradillas, tratando de encauzar por espacios abiertos y entresijos encajonados y avanzando siempre por pisos de arena, de vez en cuando entreverados con recios pedregales.  

A lo largo de ese tráfago, el itinerario contemplaba puntos o estaciones de interés: lugares sagrados como apachetas y huacas, frente a las cuales había que detenerse para practicar culto, algún tambillo para refugio de chasquis y caminantes o simplemente aleros naturales o artificiales para descansar o dormir, por ejemplo.

Por supuesto que al delinear una ruta tan fragosa, los ingenieros incas no dejaron de considerar el imprescindible recurso que es el agua. Precisamente, el topónimo Calaumaña comporta amplia significación hídrica.

Descomponiendo este término aymara, tenemos que cala es piedra y uma, agua, lo que nos lleva a que calauma es “gota que labra la piedra” (CICR 2014).

Así mismo, umaña significa “beber” (Marca: 16) y también   “bebedero” (Conadi 2011:54).  De manera que si le anteponemos cala, piedra, obtenemos similar resultado: vertiente en un pedregal o agua que brota de las piedras. Algo insólito en el desierto más árido del mundo.

Pensamos que esta fuente parece estar referida directamente al tramo de la serranía, pues para el trazado plano de Pampa Iluga consultaba una escala en el pozo que en tiempos coloniales se denominó Ramírez, nombre que parece derivar del personaje Juan Ramírez Zegarra, corregidor  y minero en Huantajaya en el último tercio del siglo 16.

No está de más aclarar que dicho pozo nada tiene que ver con la Oficina Salitrera Ramírez. Ya en 1808, el ingeniero español Francisco Javier Mendizával expresaba que este acuífero está situado en el camino de Huantajaya a Tarapacá (Hidalgo 2004:369) y Bollaert precisa que dista 6 millas (unos 10 kilómetros) del Cerro Huara (Bollaert 1851:157).

                           Desarraigo y amnesia

Debiendo reconocer que su nombre quedó irremisiblemente olvidado, las referencias directas a Calaumaña son nulas y las atribuibles a él lo son nada más que por analogía, a guisa de un virtual retrato hablado. Así, un  documento fechado en 1643 nos informa que el español Antonio Gamarra compró en 200 pesos “las tierras desde el camino de Tarapacá hasta la mar” (Hidalgo 2004:610). Y en 1782, un pionero identificado como José Mamani solicita autorización para adjudicarse unos terrenos salitreros ubicados “camino a Huantajaya” (Citado por Donoso 2018:460).

A su vez, un texto que alude al año 1879 señala que el tránsito desde Iquique al nor-este discurre por Alto Molle, Huantajaya, cerro Pajonal, Pampa Perdiz, Cerro Huara y Tarapacá (Boletín 1979:410). Y el mismo medio detalla que antes de bajar a Iquique “pasa por Huantajaya, va al Hospicio” (Alto Hospicio original) “y de ahí sigue la cuesta” (Zig-Zag).

Calaumañan: marginal, anónimo, desde hace tanto tiempo difuminado en el desierto, pero de comprobada importancia para el Inka, aparte de vía obligada desde la Colonia a las primeras décadas del siglo 20 para comunicarse con la pampa salitrera y San Lorenzo de Tarapacá. Son sus únicas huellas. Desde  la perspectiva  de  nuestro  ahora, tiempos irreversiblemente idos.

Calaumañan: Antonio O’Brien fue el primero en enunciar tan significativo topónimo. Y también el último. Dicho de otro modo, el único. Vaciamiento de identidad, invisibilización histórica.

De forma humilde y reverencial, nosotros nos empecinamos en expandir el eco de su memoria errante. Un claro afán de persuadirnos que todo tiempo pasado fue mejor.

Pero el implacable realismo nos refuta: no mejor; fue, simplemente, anterior.

Braulio Olavarría Olmedo

Referencias bibliográficas:

Bollaert,William: Observations on the Geography of Southern Peru, Including Survey of the Province of Tarapaca, and Route to Chile by the Coast of the Desert of Atacama. The Journal of the Royal Geographical Society of London, Vol. 21. 1851. Published by: Wiley on behalf of The Royal Geographical Society (with the Institute of British Geographers). https://www.jstor.org/stable/1798186.

Bollaert,William: Antiquarian, Ethnological, and Other Researches in New Granada, Equador, Peru and Chili, with observations on the Pre Incarial, Incarial, and other Monuments of Peruvian Nations   Trübner & Co., 1860.   https://archive.org/details/antiquarianethn00bollgoog/page/

CIRC: Bolivia: Qalauma, gota que labra la piedra. Comité Internacional de la Cruz Roja.    https://www.icrc.org/spa/resources/documents/film/2014/06-11-bolivia-qalauma.htm302.

Conadi: Kamisaraki-Imaynalla Kasani. Estudios de la lengua aymara y tras las huellas del quechua en Chile. Conadi. Iquique, 2011.

Couyoumdjian, Ricardo y Horacio Larraín: El plano de la Quebrada de Tarapacá de don Antonio O’Brien, su valor geográfico y socio-antropológico. Norte Grande. Vol. I, Nos. 3-4 (marzo-diciembre 1975). Instituto de Geografía, Universidad Católica de Chile. Santiago, Chile.

Donoso Rojas, Carlos: Los albores de la industria salitrera en Tarapacá, página 460. Chungara Revista de Antropología Chilena Volumen 50, N° 3-2018. https://scielo.conicyt.cl/pdf/chungara/v50n3/0717-7356-chungara-01402.pdf.

González Godoy, Carlos: Arqueología vial del Qhapaq Ñan en Sudamérica: análisis teórico, conceptos y definiciones. Boletín del Museo Chileno de Arte Precolombino. Vol. 22, No 1, 2017, Santiago de Chile.       https://www.scielo.cl/pdf/bmchap/v22n1/0718-6894-bmchap-00102.pdf.

Hidalgo, Jorge: Historia andina en Chile. Editorial Universitaria, Santiago, 2004.

Hidalgo Jorge: Civilización y fomento: La “Descripción de Tarapacá” de Antonio O’Brien. Chungará Revista de Antropología Chilena volumen 41, Nº 1, 2009.                   https://www.scielo.cl/pdf/chungara/v41n1/art02.pdf.

Marca Marca, Teodoro: Nociones básico de lengua aymara. https://aymara.org/biblio/diccio_tarapaca.pdf

Memoria Chilena. Colección Biblioteca Nacional de Chile: Boletín de la Guerra del Pacífico, Año I. Número 6, Santiago de Chile, 1979.         https://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-66399.html.

Núñez Atencio, Lautaro: Geoglifos y tráfico de caravanas en el desierto chileno. En: Homenaje al Dr. Gustavo Le Paige, s.j. Universidad del Norte-Chile, 1976.

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