Los mitos no son mera fantasía narrativa inventada por los pueblos ancestrales, sino que representan una visión simbólica de sus orígenes. Asimismo, los relatos míticos animan el paisaje, dotándolo de nombres propios (toponimia), imprimiéndole así esencial rango de identidad, además de un lugar dentro del espacio geográfico.
El mito cosmogónico de Wiracocha, Tarapaca y Tunupa que vamos a analizar se centra en un contexto geográfico denominado ciclo acuático comprendido por el lago Titicaca, el río Desaguadero, el lago Poopo y el mar. Es decir, comienza en la fuente original de la vida del pueblo andino que es el Titicaca y concluye en el océano, depósito de agua estancada, símbolo de la muerte.
No obstante el sobrado posicionamiento de este marco general, nos asiste la convicción de que algunas versiones recogidas por los cronistas españoles ofrecen campo para visualizar una variante, en el sentido que el mito cosmogónico tiene su tramo final en el entorno iquiqueño, de lo que dan explícita cuenta los testimonio de la propia toponimia.
El mito cosmogónico
Conforme a los antecedentes etnohistóricos, Tarapaca (eventualmente tambiénTunupa) fue un héroe cultural-fundacional con eventuales rasgos sobrenaturales o, si se quiere, taumatúrgicos, cuyo culto debe haber surgido entre los años 900 y 800 antes de Cristo y se extendió por un amplio radio que abarcaba el actual Sur del Perú, Norte de Chile, entorno Titicaca y zona meridional de Bolivia, siendo de notar que es anterior al de Wiracocha -convencionalmente dios superior del mundo andino- el que se remonta aproximadamente a unos 1.000 después de Cristo (1). Una aclaración oportuna: pese a que en las crónicas se lee Viracocha, la grafía y su fonética correcta es Wiracocha.
En los registros recogidos por los cronistas españoles, las figuras de Tarapaca, Tunupa y Wiracocha aparecen aleatoriamente ubicadas en niveles de igualdad, subordinación o superposición jerárquica. Sin embargo, el culto a Wiracocha fue implantado por los Incas, mientras que Tarapaca (Taguapaca) y Tunupa son entidades preincas, pero cronológicamente de diferente grado de adscripción por parte de las comunidades andinas.
En efecto, las distintas versiones del mito recogidas en el siglo 17 tienen en común que “renuevan un antiguo mito lacustre que en sus versiones más antiguas no hacía referencia al nombre de Tunupa sino a otros asociados a él, como Taguapaca” (2). Asimismo, a juicio del lingüista peruano Rodolfo Cerrón-Palomino, el vocablo Taguapac podría ser una antigua designación del nombre Viracocha (3).
En la misma dirección, cabe considerar que la mayoría de los relatos presenta a un Tunupa que va de más a menos: un profeta itinerante con atributos sobrehumanos que es perseguido, apresado y puesto sobre una barca que choca contra una orilla del río Desaguadero, a consecuencia de lo cual pierde la vida (4). En términos generales, hasta ahora en comunidades andinas de Perú y Bolivia Tunupa ha sido objeto de veneración, asociado al rayo y al fuego.
En buenas cuentas, nada hay que ligue a Tunupa con nuestra región: ni en la cronística temprana de los españoles, ni en la tradición oral posterior.
Tarapaca, hijo y apóstol rebelde
De acuerdo a las dimensiones aleatorias ya señaladas, hay una instancia en que a Tarapaca (en este caso, Tuapaca) se le asigna rango divino. Una tradición recogida por Pedro Cieza de León, refiere que Wiracocha “tenía gran poder que de los cerros hacía llanuras y de las llanuras sierras grandes, haciendo fuentes en piedras vivas. Y como tal poder le conociesen, llamábanle Hacedor de todas las cosas criadas, principio de ellas, Padre del sol (…) generalmente le nombran en la mayor parte Tiseviracocha, aunque en la provincia de Collao le llaman Tuapaca” (5).
Sin embargo, las más de las veces le concierne a Tarapaca la calidad de hijo de Wiracocha y de único rebelde de sus tres apóstoles:
“Viracocha tuvo un hijo muy malo antes de la creación. Se llamaba este hijo Tagua-Pica Viracocha y también lo llamaban Tagua-Pacá, Tarapacá y Taapaca” (6).
Su pecado consistió en que “contradecía al padre en todas las cosas, porque el padre hacía los hombres buenos y él los hacía malos en los cuerpos y en las ánimas; el padre hacía montes y él los hacía llanos, y los llanos convertía en montes; las fuentes que el padre hacía, él las secaba y finalmente en todo era contrario al padre” (7).
Comportamiento que le hizo merecedor de un castigo:“Pero uno de ellos” ( los apóstoles), “llamado Taguapacá desobedeció las órdenes del Creador. Enojóse el dios y ordenó a los otros dos que le ataran de pies y manos y le echaran en una balsa sobre el lago” (Titicaca). “Esto se hizo y al sentirse arrastrado por las aguas, Taguapacá comenzó a blasfemar y a jurar venganza, diciendo que volvería para desquitarse. Dicen que no volvió por mucho tiempo” (8)
Efectivamente, tras un mutis indeterminado, el incorregible Taguapaca (Tarapaca) retornó a escena:
“Al cabo de algunos años que el Viracocha se fue, dicen que vino el Taguapaca, que Viracocha mandó echar en la laguna del Collao, como se dijo arriba, y que empezó con otros a predicar que él era el Viracocha” (9).
Tal cual. Tarapaca cumplió su promesa-amenaza de volver. Desenredando un nudo de olvido y a despecho del tiempo, irrumpió en escena dispuesto a propiciar su venganza. Ausente Wiracocha (que se difuminó adentrándose en el mar), su antiguo resentimiento devenido en odio fructificó la estratagema de querer suplantarlo. Pero no contaba con la reacción de la gente, que lo rechazó de plano.
“Mas, aunque al principio tuvieron suspensas las gentes, fueron conocidos al fin por falsos y burlaron de ellos” (10).
A tal punto que al impostor no le quedó más remedio que autodesterrarse y mantenerse ajeno a todo trato humano, eligiendo como residencia el territorio que acuñó su nombre, pues le suponían invisible y oculto en los arenales. Sí, exactamente en este telúrico espacio geohistórico en que estamos alojados. De prestar oídos a una referencia anónima, el significado de Tarapaca sería “escondido en el desierto”.
Guardando una cierta afinidad con la idea precedente, consta un análisis etimológico del término Tarapaca conforme al cual, al menos paca, significaría “lo que está disimulado, escondido, secreto, oculto, misterioso» (11).
Recapitulando: Wiracocha desapareció y Tunupa murió, mientras Tarapaca emprende su marchó al destierro. ¿Qué habrá pasado en adelante con él?
El Gigante (de) Tarapacá
Según la etnohistoriadora peruana María Rostworoski la imagen plasmada en el Cerro Unita: “debió ser MallkuTarapaca” (12), lo que daría margen para proponer -siguiendo el código mítico- que dicha efigie geoglífica confirmaría la presencia del proscrito Tarapaca en este árido y extremo territorio ¿Cómo llega hasta acá?
Lo que viene ahora es una visión interpretativa y especulativa, basada en la profusión del nombre Tarapaca (región, pueblo, quebrada, rio, cerro precordillerano, mineral de plata, cerro costero y caleta en Bajo Molle.
Sintonizando con el relato en su clave mítica, creemos que el recorrido de Tarapaca desde el escenario acuático original (lago Titica-río Desaguadero) podría asimilarse al circuito caravanero prehispánico que viniendo desde el Salar de Coipasa, rodeaba la laguna Chuncara, jalonaba diferentes localidades precordilleranas, llegaba a la Pampa del Tamarugal (13) y flanqueaba el Cerro Unita, consagrado ya como montaña sagrada.
Para nuestra particularísima percepción, la marcha del autodesterrado no se detiene en la Pampa del Tamarugal, sino que se prolonga hacia el oeste, como etapa cúlmine de su itinerario, episodio que legitimaría la voluntad del héroe cultural de sepultarse en el desierto.
Imaginamos a los aymaras inmigrantes en su incursión colonizadora del extremo sur del Perú (siglos 12 y 13 después de Cristo), cuando aproximándose al borde costero alto de nuestro litoral, quedan impresionados ante la singular fisonomía de ese majestuoso y macizo promontorio que es la montaña sagrada de los pescadores vecinos. Entonces, realizan un ejercicio que caracterizará a los incas: se apropian del cerro y lo resignifican nombrándolo Tarapaca, vocablo que se replica a la caleta adyacente y al mineral de plata aledaño.
Este episodio da lugar a que se inscriba un epítome: Tarapaca culmina su itinerario en el cerro homónimo, en cuyas entrañas se aposenta.
María Rostoworoski propone que la efigie del Cerro Unita debiera representar a Tarapaca, de lo que derivarían todos los homónimos regionales, cuestión que coincide en cierta manera con la afirmación del cronista Pedro Pizarro de que las Minas de Tarapacá (Huantajaya) derivan su apelativo del pueblo de Tarapacá.
Ni lo uno ni lo otro es completamente acertado. Los topónimos precordilleranos tendrían su foco de irradiación en el geoglifo del Cerro Unita. Los costeros, en cambio, han sido significados por el Cerro Tarapacá
Nos permitimos sostener -a riesgo de ser quemados en la plaza pública como sacrílegos- que el Unita es ni más ni menos que el panel en que se diseñó la gigantografía de Tarapaca. Indiscutiblemente, él es nuestro epónimo, el arquetipo patronímico de la región.
Motivo más que suficiente para sentirnos orgullosos de que la historia mítico-simbólica expresada en el mito cosmogónico nos confiera una marca identitaria que es un eminente privilegio.
Braulio Olavarría Olmedo
Referencias bibliográficas:
1. Xavier Albó: La religión aymara, página 176.2005
2. Ximena Medinaceli: Bertonio y el mito de Tunupa. Ciencia y Cultura N° 28, junio 2012. La Paz, Bolivia.
3. Rodolfo Cerrón Palomino: Las lenguas de los incas: el puquina, el aymara y el quechua, página 290.
4. Alonso Ramos Gavilán: Historia del célebre santuario de Nuestra Señora de Copacabana y sus milagros e invención de la Cruz de Carabuco, página 31. Colección John Carter Brown Librarian.
5. Pedro Cieza de León: La Crónica del Peru, Segunda Parte.
6. Bartolomé de las Casas (1566): Apologética historia, tomo 105, página 433. Biblioteca de Autores Españoles.
7. Bartolomé de las Casas: obra citada, página 432.
8. Pedro Sarmiento: Historia de los incas, tomo 135, página 208. Biblioteca de Autores Españoles.
9. Pedro Sarmiento: obra citada, página 135.
10. Pedro Sarmiento: obra citada, página 135.
11. Jesús Lara: Diccionario Queshua-español, Enciclopedia Boliviana, Editorial Los Amigos del Libro. La Paz, Bolivia, 1978.
12. María Rostworoski: Estructuras andinas de poder, página 429. Instituto de Estudios Peruanos. Lima, 1988.
13: Alberto Díaz y Carlos Mondaca: Rutas y sistemas de arte rupestre en el desierto tarapaqueño, página 130, Universidad de Tarapacá, Arica, 1995.