En los años sesenta deambulaba un personaje por nuestras calles sin asfaltar, uno de esos hombres que la cultura local aceptaba y toleraba antes que la psiquiatría descubriera que la comunidad debería también insertarse activamente en el tema de la rehabilitación. Agüita, así conocido por todos, era un loco, de esos que hoy se llaman discapacitados.
Su fama tenía, por lo menos, dos formas de manifestarse. La primera consistía en que, en plena galería del teatro Nacional, alguien le gritaba de un extremo a otro: «Agüita». Éste, metido en la película, gritaba «No agarro». Se repetía el mismo diálogo: «Agüita» y la misma respuesta: «No agarro». Y como siempre, invariablemente, al tercer «Agüita», el personaje en cuestión, se levantaba enfurecido lanzando golpes a quien encontrara más cerca, y gritando «Agarré, concha e tu madre…». El Nacional estallaba en risas y en carreras para evitar ser alcanzado por los puños del sujeto.
La segunda manifestación de su locura o lucidez, da lo mismo, consistía en ponerse una mano sobre su oreja izquierda como quien coge un teléfono celular, con lo cual se paseaba, como aquellos que hoy usan dicho instrumento, hablando en voz alta, anunciando la cartelera de los cines de entonces: «Hoy Cine Mocional, presenta…»
Las películas de Miguel Aceves Mejías y de Luis Aguilar eran promocionadas por toda la ciudad. Agüita caminaba con los mismos pasos de aquellos que, en el centro de la ciudad, parecen hablar solos. Agüita lo hacía de semejante manera. Sin embargo, su función era social.
Agüita era por cierto, pobre y sus nombres y apellidos, desconocidos. El día en que murió lo hizo en forma anónima. Lo empezamos a echar de menos en la galería del Nacional (para él, el «Mocional») y en sus paseos por la Plaza Prat, arrastrando su endeble humanidad, alambrada más de huesos que de carne. No sé si alguien habrá guardado alguna foto de él. O alguien sabrá de sus señas de identidad. Lo cierto es que, Agüita, nos anunció de un modo preclaro la llegada de la telefonía celular. Si Agüita volviera a pasearse por sus calles tan queridas, seguro se sentiría feliz de que su ejemplo haya cundido.