Mamiña es un pueblo precordillerano, ubicado en la Provincia de Tarapacá, Departamento de Iquique, a 217 Kms. al Noreste de la ciudad del mismo nombre y tiene, aproximadamente, una altura de 2.800 metros sobre el nivel del mar.
Tierra de agricultores y pastores, cuenta con una población cercana a las 500 personas. Una de las principales actividades la aporta la generosidad de sus aguas termales y la belleza de su paisaje.
Retrocediendo en el tiempo, encontramos que los antiguos moradores no vivían precisamente en Mamiña, sino que tenían su residencia en el pueblo de Quipisca, ubicado frente al «corte» que hoy se llama «Cuesta de Dupliza», o sea, un grupo de chozas destinadas a servir de refugio temporal a los pastores que iban, con su ganado, a pastorear y a extraer, de las canteras, la piedra volcánica (toba liparítica) que utilizaban en sus construcciones.
En la época incaica no existía escritura, por lo tanto, la historia de estos pueblos sólo nos llega a través de relatos y leyendas, donde se amalgaman lo fantástico con lo real, resultando estas narraciones pintorescas y llenas de matices propios de la zona:
¿Dónde está lo real? Dónde lo fantástico? Juzguen ustedes:
«Hace ya mucho tiempo, cuando recién el Inca Manco Capac comenzaba a estructurar el Imperio de Tiahuantisuyo, las furias de la naturaleza se desataron en la cordillera y los deshielos, aumentados con el caudal de las fuertes lluvias, dieron forma a un gran aluvión que, tronando, bajó por las quebradas. Las aguas tumultuosas arrasaron con Quipisca y los arroyos perdieron su pie, al llevarse la tormenta, la arcilla de su lecho. Finalizada la tormenta, la catástrofe fue aún mayor, alcanzando a los moradores de la región. La permeabilidad del terreno impedía el aprovechamiento del agua y las cosechas se secaron.
El cacique Pascual Cautín Ipaicho reorganizó su pueblo, en las tierras de la actual Mamiña, parcelando y entregando a cada grupo familiar un terreno apto para el cultivo.
Pero, no se había todavía dado un nombre al lugar y ocurrió que habiéndose enfermado de gravedad la hija predilecta de Mamaocllo, hermosa Ñusta, princesa del sol, que también era hija legítima de Manco Capac, fue traída por los médicos de la corte, como último recurso al no poder ser curada, a bañarse en las aguas termales que poseía el cacique Pascual Cautín. Allí se operó el milagro de la mejoría de la Ñusta, y la amante madre Mamaocllo bautizó al pueblo con una admirable exclamación: ¡Mamiña! (¡Niña de mis ojos!).
Años después, los españoles rebautizaron el lugar, denominándolo San Marcos de Mamiña, nombre que ostenta en la actualidad, declarando oficialmente a la especie silvestre «sabinate», como la flor que engalana su escudo».
Según la leyenda, así fue el origen y fundación del pueblo y, aunque pareciera irreal, no lo es tanto si la consideramos con otras de pueblos vecinos. Además, de la dispersión de nombres y apellidos le da veracidad y la encuadra dentro de cierta lógica.
Todos los pueblos del Norte Grande de Chile, celebran sus fiestas y cuentan, generalmente, con un Santo patrono que protege sus cosechas y siembras. Mamiña no es ajena a este fenómeno y sus fiestas principales son Pentecostés y el día de la Virgen del Rosario. En relación a ésta última, se narra la siguiente leyenda de esfuerzo y fe:
«Cuando las huestes españolas conquistaron estas tierras, Mamiña era aún un pueblo pobre en agricultura y, generalmente, fracasaban los intentos por sembrar el maíz. La dificultad estribaba en que no se contaba con buenas semillas y en el desconocimiento exacto de la técnica para sembrar.
El cacique de aquel entonces, abrumado por las penurias de su pueblo, se durmió bajo un árbol y tuvo una visión, en la que se le ordenaba nombrar, como Patrona del pueblo, a la Virgen del Rosario.
Comunicado el mandato al pueblo, se constituyó una comisión de 25 personas, la que a pié y por la probable ruta de «El Tambo», «Parca», «Campagua», «Poroma», «Coscaya», «Chuzmiza», «Sipisa» y «Soga», entró por «Puno» hasta el Cuzco, en Perú, desde donde, a pie, nuevamente la imagen de la Virgen y, junto con ella, semillas de trigo y maíz y la técnica correcta para sembrar.
Empero, sólo pudo llegar hasta «El Tambo», lugar ubicado a unos 5 kms. de Mamiña, de donde la Virgen «no se quiso mover» y el cacique explicó que Ella quería que la entraran al pueblo con «alabanzas y fiestas».
Todo el pueblo participó en las fiestas y se organizaron grandes «ruedas», baile tradicional en la precordillera de esta provincia.
Después de dos o tres días de regocijo, la imagen de la Virgen del Rosario hizo su entrada triunfal en Mamiña, y en el lugar donde antiguamente hubo un cementerio incaico, se construyó la iglesia cuyos muros, estucados en barro, conservan, hasta hoy en día, la marca de los dedos de sus artesanos.
En la construcción no se utilizó ni el clavo ni el hierro; solamente madera atada con cueros tiernos y piedra labrada o canteada. La campana se fundió en Lúgulla, localidad situada a 2 kms. al oeste de Mamiña, con los aportes de los mineros que trajeron el cobre de la quebrada de Juan Morales y la plata del mineral de Huantajaya, antiguo mineral de plata ubicado detrás de los cerros, al oeste del puerto de Iquique.
El pueblo, por su parte, entregó sus joyas y utensilios de oro y, poco a poco, durante varios meses, se fue templando y adquirió la espléndida sonoridad que hoy posee.
Un Titán la transportó sobre sus hombros y la colocó en el campanil de la Iglesia para honra de su Virgen y regocijo de los habitantes».
Autor: Jorge Checura Jeria, 1965
Edición del Centro de Estudios Folklóricos. Dirección de Comunicaciones, Universidad del Norte
Volumen N°4, p 3-10.
Antofagasta, Chile.